Xi Jinping, Vladímir Putin y Narendra Modi, escenifican un frente alternativo al CAOS OCCIDENTE/USA/UNIÓN EUROPEA/OTAN. INGLATERRA, CANADA, JAPON Y EL PATIO TRASERO LATINOAMERICANO/YANQUI
La cumbre de la Organización de Cooperación de
Shanghái ha servido de escaparate para un nuevo ensayo de multipolaridad: China
como anfitriona, Rusia como socio en resistencia y la India como actor bisagra
que tantea equilibrios entre Washington y Pekín.
En Tianjin, una ciudad portuaria del sureste de China, se ha
escenificado algo más que una reunión regional. La llegada de Vladímir Putin y Narendra Modi para
sentarse junto a Xi Jinping en
la mayor cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái
(OCS) hasta la fecha es, en realidad, un mensaje al resto del planeta: hay
una alternativa en marcha frente al modelo occidental/Usa/Unión Europea/OTAN. Inglaterra, Canadá, Japón
y el patio trasero Latinoamericano/Yanqui, y esta se articula en un
espacio que va desde el corazón de Asia Central hasta las fronteras europeas.
La OCS nació en 2001 como un foro de seguridad
regional, pero el tiempo y las circunstancias la han convertido en un
laboratorio geopolítico donde se ensayan nuevas alianzas. A su núcleo original
—China, Rusia y varias repúblicas centroasiáticas— se han sumado India,
Pakistán, Irán y Bielorrusia, configurando un mosaico de países con
intereses divergentes, pero unidos por un propósito común: no quedar
subordinados al dictado de Washington. En esta edición, además, se han
sumado como socios de diálogo actores tan dispares como Turquía, Egipto o
Myanmar, lo que otorga al foro una dimensión que trasciende el continente.
La simbología no es menor. Modi y Xi, cuyos países
protagonizaron en 2020 un grave enfrentamiento fronterizo con decenas de muertos,
se han esforzado en proyectar la imagen de “buenos vecinos y socios”. El primer
ministro indio busca amortiguar el golpe que acaba de recibir desde Estados
Unidos, que ha impuesto aranceles del 50% a sus importaciones como castigo a
sus compras de petróleo ruso. En ese contexto, el acercamiento a China cobra un
nuevo sentido estratégico: India juega a varios tableros, y si Washington le
cierra una puerta, Nueva Delhi tantea cómo abrir ventanas hacia Oriente.
Putin, por su parte, se presenta en China como
aliado necesitado. Aislado de buena parte de Occidente por la guerra en
Ucrania, el presidente ruso encuentra en Pekín su sostén económico, energético
y simbólico. La prolongada estancia de Putin en el país, con participación en
un desfile militar conmemorativo de la Segunda Guerra Mundial, refuerza esa
narrativa de “frente común” contra lo que denominan la hegemonía occidental. La
presencia prevista del líder iraní y la visita de Kim
Jong-un completan un cuadro que incomoda a las cancillerías occidentales:
los adversarios de Washington buscan mostrarse no solo coordinados, sino
legitimados en un foro multilateral.
El anfitrión, Xi Jinping, se erige en el
gran beneficiado de este despliegue. Pekín logra proyectar una imagen de
estabilidad y liderazgo regional en un momento de inestabilidad
global. Frente a los mensajes agresivos de Donald Trump en
Washington —donde el lenguaje de las sanciones y los aranceles marca el tono—,
China se presenta como promotora de cooperación y “respeto a la singularidad de
cada nación”. No es tanto que esta narrativa sea cierta, sino que resulta
atractiva para buena parte del Sur Global, cansado de décadas de
intervencionismo occidental.
El verdadero debate es si este bloque heterogéneo
tiene capacidad real de construir un orden alternativo o si solo funciona como
escaparate de disidencias. Las divergencias internas son enormes: India compite
con China por influencia regional, Rusia depende en exceso del apoyo de Pekín,
e Irán y Pakistán arrastran sus propias tensiones. Sin embargo, lo que hasta
hace pocos años parecía impensable —que Modi, Putin y Xi se alinearan, aunque
sea de forma parcial, en un mismo escenario— hoy es una realidad que habla de
la transformación acelerada del tablero global.
La OCS no es la OTAN ni pretende serlo. No tiene un
tratado de defensa mutua ni una estructura militar comparable. Pero sí es un
símbolo de que la multipolaridad ya no es un concepto académico, sino una
práctica política que se traduce en foros, cumbres y acuerdos energéticos. Cada
encuentro refuerza la percepción de que Occidente ya no dicta en solitario las
normas del juego, y que la “globalización” empieza a fragmentarse en esferas de
influencia.
Lo que se ha visto en Tianjin no es un punto de
llegada, sino un ensayo general. China ha logrado aglutinar a dos socios
con los que mantiene relaciones complejas, pero necesarios para su narrativa
global. Rusia se aferra a su papel de potencia relevante gracias a su
proyección nuclear y energética. La India, en tanto, explora cómo sacar partido
de su ambigüedad estratégica. Y el resto del mundo, desde Washington hasta
Bruselas, observa con inquietud cómo un foro regional empieza a actuar como
catalizador de un orden mundial en disputa.
*Valeria M. Rivera Rosas, periodista, escribe en
MUNDIARIO, donde es la coordinadora general. Licenciada en Comunicación Social,
mención Periodismo Impreso, se graduó en la Universidad Privada Dr. Rafael
Belloso Chacín de Venezuela.
China,
comunidad de destino compartido y el Sur Global: repensar el vínculo desde
América Latina
Por Federico Alonso*/escritor
y analista internacional – El Tábano Economista
El mundo atraviesa una transición profunda. Desde el Sur Global,
emergen nuevos centros de poder que disputan el sentido. Los BRICS se
consolidan como polo alternativo al G7, y China (su locomotora) despliega una
arquitectura global que disputa ya no solo mercados. Frente al agotamiento del
paradigma neoliberal y la globalización asimétrica, se abre la posibilidad de
una nueva lógica de relaciones internacionales.
En este contexto, la noción china de “Comunidad de destino compartido por/para la humanidad”
(formulada por Xi Jinping y elevada a rango constitucional en 2018) emerge como
una propuesta alternativa al orden global dominante. Lejos de sostenerse en la
lógica de la imposición unilateral, este concepto promueve un modelo de
relaciones internacionales basado en la interdependencia solidaria, el respeto
a las trayectorias propias de cada pueblo y la convivencia armónica entre
civilizaciones.
En contraste con la globalización liberal, que desde fines del
siglo XX impulsó la apertura indiscriminada de mercados, la especulación
financiera y la homogeneización cultural del Norte global, la propuesta china
reivindica la diversidad como valor político y civilizatorio. El paradigma
liberal, que prometía integración, dejó tras de sí una estela de desigualdad,
endeudamiento crónico y pérdida de soberanía para vastas regiones del Sur global.
La Iniciativa de la
Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en
inglés) representa la materialización concreta de ese horizonte. Desde su
lanzamiento en 2013, se proyecta una
inversión de más de 1,3 billones de dólares en infraestructura, energía y
conectividad en más de 150 países. Esta cifra equivale a diez veces el Plan
Marshall que reconstruyó Europa después de la Segunda Guerra Mundial.
En América Latina, esta iniciativa ya se ha traducido en
infraestructura ferroviaria, centrales hidroeléctricas, asociaciones con
empresas estatales como YPF Litio y la construcción del puerto de Chancay en
Perú, que será clave en el comercio transpacífico. Lo que está en juego
entonces no son solamente nuevas cadenas de suministro, sino la edificación
política del nuevo orden global.
La idea de una
comunidad de destino compartido invita a repensar las relaciones
internacionales desde otro lugar: no como una competencia por la supremacía,
sino como un esfuerzo por construir un mundo común desde el reconocimiento de
las diferencias. Para América Latina y
otros países periféricos, esto implica dejar de ser meros receptores de normas
ajenas, y asumir un rol activo en la configuración de un nuevo orden mundial.
Por la propia escala de China, no podemos ir país por país, sino
que debemos pensar nuestra relación regionalmente, como un bloque. Foros como
CELAC-China son un paso en esa dirección, ya que ponen en diálogo a un gigante
de 1.400 millones de personas con una comunidad regional de más de 660
millones.
Tenemos lo que el mundo necesita: minerales estratégicos,
energías limpias, capacidad alimentaria. Pero el desafío es que estos recursos
apalanquen nuestro propio desarrollo, y no simplemente alimenten nuevas
dependencias. Para ello, hace falta un pensamiento geopolítico propio, situado,
que combine soberanía, cooperación y justicia social.
En este punto, el pensamiento de Juan Carlos Puig ofrece una
clave insoslayable. Según este teórico argentino de las relaciones
internacionales, existen cuatro formas posibles de inserción internacional para
un país periférico:
·
La dependencia
para-colonial, en la que las élites asumen los intereses de las potencias como
propios.
·
La dependencia
racionalizada, que reconoce la subordinación, pero la gestiona de forma
pragmática.
·
La autonomía heterodoxa, que busca ampliar los márgenes
de soberanía mediante alianzas múltiples, integración regional y
diversificación.
·
Y la autonomía secesionista,
un aislamiento extremo que Puig consideraba inviable.
Argentina, históricamente, ha oscilado entre ambas formas de
dependencia: la para-colonial y la racionalizada. Salvo contadas excepciones
(como las experiencias de política exterior durante los gobiernos de Yrigoyen,
Perón y, más recientemente, los de Néstor y Cristina Kirchner), el país ha
tendido a asumir un lugar subordinado en el sistema internacional. Hoy, sin
embargo, el contexto mundial ofrece una oportunidad para desplegar una política
exterior de autonomía heterodoxa, orientada al desarrollo soberano y a la
inserción inteligente en un mundo multipolar.
El desafío es construir un vínculo genuino no solo con China,
sino también con los nuevos polos de poder que emergen en el Sur Global, y no
que sea simplemente un cambio de “collar”. Que el destino compartido sea un
marco donde nuestra América Latina participe activamente en la configuración de
un orden más justo, plural y solidario. La oportunidad está abierta. Dependerá
de nosotros convertirla en realidad.
Lo subrayado/interpolado es nuestro




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