miércoles, 17 de septiembre de 2025

Xi Jinping, Vladímir Putin y Narendra Modi, escenifican un frente alternativo al CAOS OCCIDENTE/USA/UNIÓN EUROPEA/OTAN. INGLATERRA, CANADA, JAPON Y EL PATIO TRASERO LATINOAMERICANO/YANQUI

Xi Jinping, Vladímir Putin y Narendra Modi, escenifican un frente alternativo al CAOS  OCCIDENTE/USA/UNIÓN EUROPEA/OTAN. INGLATERRA, CANADA, JAPON Y EL PATIO TRASERO LATINOAMERICANO/YANQUI

Por Valeria M. Rivera Rosas* – Mundiario

La cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái ha servido de escaparate para un nuevo ensayo de multipolaridad: China como anfitriona, Rusia como socio en resistencia y la India como actor bisagra que tantea equilibrios entre Washington y Pekín.

En Tianjin, una ciudad portuaria del sureste de China, se ha escenificado algo más que una reunión regional. La llegada de Vladímir Putin y Narendra Modi para sentarse junto a Xi Jinping en la mayor cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) hasta la fecha es, en realidad, un mensaje al resto del planeta: hay una alternativa en marcha frente al modelo occidental/Usa/Unión Europea/OTAN. Inglaterra, Canadá, Japón y el patio trasero Latinoamericano/Yanqui, y esta se articula en un espacio que va desde el corazón de Asia Central hasta las fronteras europeas.

La OCS nació en 2001 como un foro de seguridad regional, pero el tiempo y las circunstancias la han convertido en un laboratorio geopolítico donde se ensayan nuevas alianzas. A su núcleo original —China, Rusia y varias repúblicas centroasiáticas— se han sumado India, Pakistán, Irán y Bielorrusia, configurando un mosaico de países con intereses divergentes, pero unidos por un propósito común: no quedar subordinados al dictado de Washington. En esta edición, además, se han sumado como socios de diálogo actores tan dispares como Turquía, Egipto o Myanmar, lo que otorga al foro una dimensión que trasciende el continente.

La simbología no es menor. Modi y Xi, cuyos países protagonizaron en 2020 un grave enfrentamiento fronterizo con decenas de muertos, se han esforzado en proyectar la imagen de “buenos vecinos y socios”. El primer ministro indio busca amortiguar el golpe que acaba de recibir desde Estados Unidos, que ha impuesto aranceles del 50% a sus importaciones como castigo a sus compras de petróleo ruso. En ese contexto, el acercamiento a China cobra un nuevo sentido estratégico: India juega a varios tableros, y si Washington le cierra una puerta, Nueva Delhi tantea cómo abrir ventanas hacia Oriente.

Putin, por su parte, se presenta en China como aliado necesitado. Aislado de buena parte de Occidente por la guerra en Ucrania, el presidente ruso encuentra en Pekín su sostén económico, energético y simbólico. La prolongada estancia de Putin en el país, con participación en un desfile militar conmemorativo de la Segunda Guerra Mundial, refuerza esa narrativa de “frente común” contra lo que denominan la hegemonía occidental. La presencia prevista del líder iraní y la visita de Kim Jong-un completan un cuadro que incomoda a las cancillerías occidentales: los adversarios de Washington buscan mostrarse no solo coordinados, sino legitimados en un foro multilateral.

El anfitrión, Xi Jinping, se erige en el gran beneficiado de este despliegue. Pekín logra proyectar una imagen de estabilidad y liderazgo regional en un momento de inestabilidad global. Frente a los mensajes agresivos de Donald Trump en Washington —donde el lenguaje de las sanciones y los aranceles marca el tono—, China se presenta como promotora de cooperación y “respeto a la singularidad de cada nación”. No es tanto que esta narrativa sea cierta, sino que resulta atractiva para buena parte del Sur Global, cansado de décadas de intervencionismo occidental.

El verdadero debate es si este bloque heterogéneo tiene capacidad real de construir un orden alternativo o si solo funciona como escaparate de disidencias. Las divergencias internas son enormes: India compite con China por influencia regional, Rusia depende en exceso del apoyo de Pekín, e Irán y Pakistán arrastran sus propias tensiones. Sin embargo, lo que hasta hace pocos años parecía impensable —que Modi, Putin y Xi se alinearan, aunque sea de forma parcial, en un mismo escenario— hoy es una realidad que habla de la transformación acelerada del tablero global.

La OCS no es la OTAN ni pretende serlo. No tiene un tratado de defensa mutua ni una estructura militar comparable. Pero sí es un símbolo de que la multipolaridad ya no es un concepto académico, sino una práctica política que se traduce en foros, cumbres y acuerdos energéticos. Cada encuentro refuerza la percepción de que Occidente ya no dicta en solitario las normas del juego, y que la “globalización” empieza a fragmentarse en esferas de influencia.

Lo que se ha visto en Tianjin no es un punto de llegada, sino un ensayo general. China ha logrado aglutinar a dos socios con los que mantiene relaciones complejas, pero necesarios para su narrativa global. Rusia se aferra a su papel de potencia relevante gracias a su proyección nuclear y energética. La India, en tanto, explora cómo sacar partido de su ambigüedad estratégica. Y el resto del mundo, desde Washington hasta Bruselas, observa con inquietud cómo un foro regional empieza a actuar como catalizador de un orden mundial en disputa.

*Valeria M. Rivera Rosas, periodista, escribe en MUNDIARIO, donde es la coordinadora general. Licenciada en Comunicación Social, mención Periodismo Impreso, se graduó en la Universidad Privada Dr. Rafael Belloso Chacín de Venezuela.

China, comunidad de destino compartido y el Sur Global: repensar el vínculo desde América Latina

Por Federico Alonso*/escritor y analista internacional – El Tábano Economista

El mundo atraviesa una transición profunda. Desde el Sur Global, emergen nuevos centros de poder que disputan el sentido. Los BRICS se consolidan como polo alternativo al G7, y China (su locomotora) despliega una arquitectura global que disputa ya no solo mercados. Frente al agotamiento del paradigma neoliberal y la globalización asimétrica, se abre la posibilidad de una nueva lógica de relaciones internacionales.

En este contexto, la noción china de “Comunidad de destino compartido por/para la humanidad” (formulada por Xi Jinping y elevada a rango constitucional en 2018) emerge como una propuesta alternativa al orden global dominante. Lejos de sostenerse en la lógica de la imposición unilateral, este concepto promueve un modelo de relaciones internacionales basado en la interdependencia solidaria, el respeto a las trayectorias propias de cada pueblo y la convivencia armónica entre civilizaciones.

En contraste con la globalización liberal, que desde fines del siglo XX impulsó la apertura indiscriminada de mercados, la especulación financiera y la homogeneización cultural del Norte global, la propuesta china reivindica la diversidad como valor político y civilizatorio. El paradigma liberal, que prometía integración, dejó tras de sí una estela de desigualdad, endeudamiento crónico y pérdida de soberanía para vastas regiones del Sur global.

La Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés) representa la materialización concreta de ese horizonte. Desde su lanzamiento en 2013, se proyecta una inversión de más de 1,3 billones de dólares en infraestructura, energía y conectividad en más de 150 países. Esta cifra equivale a diez veces el Plan Marshall que reconstruyó Europa después de la Segunda Guerra Mundial.

En América Latina, esta iniciativa ya se ha traducido en infraestructura ferroviaria, centrales hidroeléctricas, asociaciones con empresas estatales como YPF Litio y la construcción del puerto de Chancay en Perú, que será clave en el comercio transpacífico. Lo que está en juego entonces no son solamente nuevas cadenas de suministro, sino la edificación política del nuevo orden global.

La idea de una comunidad de destino compartido invita a repensar las relaciones internacionales desde otro lugar: no como una competencia por la supremacía, sino como un esfuerzo por construir un mundo común desde el reconocimiento de las diferencias. Para América Latina y otros países periféricos, esto implica dejar de ser meros receptores de normas ajenas, y asumir un rol activo en la configuración de un nuevo orden mundial.

Por la propia escala de China, no podemos ir país por país, sino que debemos pensar nuestra relación regionalmente, como un bloque. Foros como CELAC-China son un paso en esa dirección, ya que ponen en diálogo a un gigante de 1.400 millones de personas con una comunidad regional de más de 660 millones.

Tenemos lo que el mundo necesita: minerales estratégicos, energías limpias, capacidad alimentaria. Pero el desafío es que estos recursos apalanquen nuestro propio desarrollo, y no simplemente alimenten nuevas dependencias. Para ello, hace falta un pensamiento geopolítico propio, situado, que combine soberanía, cooperación y justicia social.

En este punto, el pensamiento de Juan Carlos Puig ofrece una clave insoslayable. Según este teórico argentino de las relaciones internacionales, existen cuatro formas posibles de inserción internacional para un país periférico:

·         La dependencia para-colonial, en la que las élites asumen los intereses de las potencias como propios.

·         La dependencia racionalizada, que reconoce la subordinación, pero la gestiona de forma pragmática.

·         La autonomía heterodoxa, que busca ampliar los márgenes de soberanía mediante alianzas múltiples, integración regional y diversificación.

·         Y la autonomía secesionista, un aislamiento extremo que Puig consideraba inviable.

Argentina, históricamente, ha oscilado entre ambas formas de dependencia: la para-colonial y la racionalizada. Salvo contadas excepciones (como las experiencias de política exterior durante los gobiernos de Yrigoyen, Perón y, más recientemente, los de Néstor y Cristina Kirchner), el país ha tendido a asumir un lugar subordinado en el sistema internacional. Hoy, sin embargo, el contexto mundial ofrece una oportunidad para desplegar una política exterior de autonomía heterodoxa, orientada al desarrollo soberano y a la inserción inteligente en un mundo multipolar.

El desafío es construir un vínculo genuino no solo con China, sino también con los nuevos polos de poder que emergen en el Sur Global, y no que sea simplemente un cambio de “collar”. Que el destino compartido sea un marco donde nuestra América Latina participe activamente en la configuración de un orden más justo, plural y solidario. La oportunidad está abierta. Dependerá de nosotros convertirla en realidad.

Lo subrayado/interpolado es nuestro

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