La competencia sino-estadounidense en Latinoamérica.
A navegar entre nuevas instituciones internacionales.
La rivalidad entre China y Estados Unidos redefine
el panorama geoeconómico latinoamericano. Mientras Washington privilegia
acuerdos bilaterales y mecanismos de presión comercial, Beijing avanza con la
Iniciativa de la Franja y la Ruta y proyectos vinculados a la mejora de la
infraestructura. Sin embargo, esta competencia trasciende lo económico: implica
una tensión entre modelos de gobernanza global y marcos jurídicos
internacionales divergentes que obliga a los países latinoamericanos a
recalibrar sus estrategias de inserción internacional en el marco de la disputa
por la hegemonía mundial. De ahí que valga la pena preguntarse qué lugar ocupa
Latinoamérica en esta disputa.
China y Estados Unidos: dos modelos de inserción internacional
La década de 1980 marcó un hito en la relación económica de Estados
Unidos con Latinoamérica con el Consenso de Washington. Además de estrechar
relaciones comerciales, el vínculo se construyó con base en la arquitectura
jurídica de los tratados de libre comercio —bilaterales
o plurilaterales— y los tratados bilaterales de
inversiones. Al fallar el proyecto del Área de Libre Comercio de las
Américas, la red de acuerdos es el espacio propicio para compartir e impulsar
valores comunes desde Estados Unidos, en particular el libre mercado, la
protección y la promoción de inversiones, pero también los valores del orden
liberal internacional: democracia, Estado de derecho y protección de los
derechos humanos.
Una característica destacable de estos acuerdos es la inclusión de
mecanismos de solución de controversias inversor-Estado, creados bajo el
supuesto de dar certeza jurídica y celeridad para los inversionistas
extranjeros, lo que generó una suerte de escape a las cortes nacionales hacia
el arbitraje internacional. Conforme a datos del Centro de Políticas de
Inversión de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo
(UNCTAD), Estados Unidos es el principal país de nacionalidad de las
empresas demandantes. Algunos ejemplos ilustrativos —y controversiales— son
Metaclad vs. México (1997), vinculado a la gestión de residuos peligrosos;
Philip Morris vs. Uruguay (2010), relativo a medidas de control del tabaco, así
como Odyssey vs. México (2020), sobre minería submarina y medioambiente. Aunque
en los últimos tiempos, un caso en particular ha llamado la atención de representantes demócratas y
de la sociedad civil:
Próspera vs. Honduras (2023). La empresa reclama por la eliminación del régimen
de ciudades bajo estatuto, ciudades con normas y jurisdicción privada que
Honduras considera inconstitucionales. A modo de ejemplo, un informe de The New York
Times alertó que se realicen ensayos clínicos sin tener que
cumplir las normas de la Administración de Alimentos y Medicamentos.
El modelo chino: pragmatismo y confianza
La presencia china en Latinoamérica se remonta al éxodo de su población
a raíz de la guerra del Opio, siendo Brasil, Cuba y Perú los principales
destinos de acogida. Estos países, sobre todo Perú, están culturalmente
influenciados por el estilo de negociación
empresarial chino que integra la ética confuciana y la
burocracia maoísta.
El proyecto mundial de cooperación de la Iniciativa de la Franja y la
Ruta, introducido por el presidente Xi Jinping en 2013, es una clara expresión
del poder blando chino, en el que predomina la cooperación inclusiva y el
pragmatismo. Latinoamérica ingresó tardíamente a la Iniciativa, pues la
cooperación marítima implicaba conectividad geográfica entre África, Asia y
Europa. En medio de fuertes críticas geopolíticas por la presencia china en los
proyectos estratégicos de infraestructura de los países adherentes que anulan
la soberanía (por ejemplo, puertos), y los efectos nocivos derivados del
incumplimiento de las obligaciones financieras asumidas en el marco de los
proyectos, Latinoamérica se han ido integrado paulatinamente. A partir de 2017,
más de veinte países latinoamericanos y caribeños han aceptado ser parte de la
ella. Excepto por Brasil, Paraguay —mantiene relaciones diplomáticas con
Taiwán— y Panamá —retirado por la presión del gobierno estadounidense en 2025—,
cada país adherente está ahora inserto en proyectos de cooperación de distinta
naturaleza: desde infraestructura física (Argentina, Bolivia-Brasil y Perú),
comercio e inversión (Chile, Panamá y Uruguay), cooperación energética
(Argentina, Ecuador y Jamaica), desarrollo digital (Argentina, Chile y Cuba),
hasta intercambio cultural y académico (Cuba y Perú). Así, el último país que
procuró su ingreso a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, en 2025, fue
Colombia.
Impactos diferenciados: las experiencias de Colombia y Uruguay
Colombia: ¿hacia dónde mirar?
La llegada del gobierno de Gustavo Petro a la Casa de Nariño, en 2022,
implicó el giro de la política exterior colombiana: una más cercana al Sur
global y alejada de Estados Unidos, el tradicional socio político y comercial
de Colombia. Esa transición implicó pasar del Réspice Polum (mirar
hacia la metrópoli, la capital del Imperio, o el Norte) a un nuevo estado de
cosas: Réspice África o Réspice Asia.
Por supuesto, la identidad política del presidente Petro ha sido el
detonante del drástico giro del relacionamiento internacional colombiano. Su
autoidentificación como articulador de un proyecto
político progresista y su intención de consolidar una
plataforma de izquierda para las próximas elecciones, sustentan el giro que el
Presidente colombiano quiere imprimirle a la política exterior. Su posición ha
incluido el discurso crítico sobre la necesidad de transformar el sistema
financiero internacional en el marco del G-77+China, el
desarrollo de la banca de desarrollo desde el Sur, hasta iniciar el proceso de
adhesión a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, en 2025, en medio de las
tensiones geopolíticas derivadas de la transición del orden comercial
internacional impuesto por el presidente Donald Trump.
Así, dos representaciones de grandiosidad han colisionado: la
grandiosidad empresarial y personal trumpista expresada en su Día de la
Liberación frente a la autoidentificación petrista como abanderado designado
del cambio del establecimiento y del orden regional e internacional. Así, como
un esfuerzo por encontrarse con sus raíces ideológicas y desalinearse de la
política exterior estadounidense, el nuevo centro del gobernante colombiano se
ubica geográficamente en África y Asia, así como en Sudamérica con Venezuela,
en medio de crisis estructurales, fisuras a la institucionalidad del país e
ingobernabilidad. Con esto, la idea de consolidar la integración de Colombia en
los esquemas regionales (la Alianza del Pacífico y la Comunidad Andina) se ha
debilitado, pero se ha resignificado la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños, mientras que la tensión con los ideales que ahora representa el
gobierno estadounidense ha profundizado la histórica alineación de Colombia con
los intereses de Estados Unidos.
Uruguay: navega desde el Mercosur
La puja entre las grandes potencias también se manifiesta en escenarios
regionales, como el Mercado Común del Sur (Mercosur). Mientras Argentina busca
negociar un acuerdo comercial preferencial con Estados Unidos, en la
última Cumbre de Presidentes, Luiz Inácio Lula da Silva fue claro: el
Mercosur debe mirar a Asia. La relevancia de China ya es innegable: es el principal
destino de las exportaciones de bienes del bloque (27.9%). Si bien fueron
evidentes diferencias entre Argentina y Brasil sobre qué temas y desde qué
perspectivas deben darse las relaciones intra-Mercosur, hay un punto en el que
hay consenso entre todos los miembros: el relacionamiento externo.
La importancia de cerrar negociaciones en curso, avanzar en la
aprobación de los acuerdos y abrir nuevos espacios es clave. Allí es donde
China juega una carta fundamental, individualmente o dentro de la Asociación
Económica Integral Regional (RCEP) o del “triángulo dorado” que compone junto a
la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) y el Consejo de
Cooperación del Golfo. Ya sea mediante negociaciones con los bloques o
individualmente con cada integrante, el Mercosur apunta a la región con mayor
dinamismo económico del mundo.
Ahora bien, ¿cuál es la situación de los socios pequeños del Mercosur,
puntualmente Uruguay? Durante la última década, Montevideo impulsó
negociaciones en vista de un eventual tratado comercial con China. No obstante,
el interés chino buscaba abarcar todo el Mercosur y sortear algunas discusiones
jurídicas sobre la posibilidad de que cada miembro celebre tratados comerciales
de manera individual. Asimismo, recientemente, el acercamiento a Asia también
se manifestó con el ingreso como Estado 57 en el Tratado de Amistad y Cooperación
en el Sudeste Asiático, y mediante la participación, como Estado
invitado, a la Cumbre de los BRICS (Brasil, Rusia, la India, China y
Sudáfrica), celebrada en Río de Janeiro.
En un escenario internacional fragmentado, el minilateralismo permite
adoptar decisiones estratégicas en temas complejos y con un impacto mundial.
Uruguay aprovecha dichos espacios, sin que esto implique una mirada escéptica
al multilateralismo. El acercamiento a Asia tampoco implica un alejamiento de
un socio económico clave, como es Estados Unidos, especialmente para las
exportaciones de carne vacuna. Es una falacia pensar que países como Uruguay
deben elegir entre China o Estados Unidos; la estrategia es la diversificación
entre socios estratégicos, no la exclusividad.
¿Oportunidades estratégicas para Latinoamérica?
Aunque referirse a Latinoamérica como una unidad es desafiante por las
diferencias que yacen, la coyuntura actual plantea un momento de quiebre en la
relación que cada país de la región había sostenido tradicionalmente con
Estados Unidos. Los valores liberales tradicionalmente defendidos por
Washington y expresados en la liberalización comercial, financiera y de
inversión, promueven un cambio del orden internacional centrado en los
intereses estadounidenses.
En medio del nuevo estado de cosas que moldea ese gobierno, las
rigideces en la región aumentan. La tradicional tensión de México con Estados
Unidos por asuntos binacionales estratégicos (migración y narcotráfico) se ha
acentuado, por lo que se ha endurecido el concepto de frontera y renegociado
los términos del Tratado México, Estados Unidos y Canadá. Por otro lado, la
política exterior brasileña hacia Washington —cordial, pero autónoma y
auténtica—, está fisurada por la presión política y económica que coincide con
el gobierno del presidente Lula da Silva. Chile, por el contrario, ha optado
por un equilibrio diplomático y moderado hacia Estados Unidos, consistente con
el pragmatismo que caracteriza la política exterior chilena. En un sentido
similar, Perú se mantiene como un actor pragmático que no aspira a entrar en
contradicciones ideológicas para concentrarse en la atracción de inversión
estadounidense en sectores estratégicos.
En un sentido amplio, el panorama para Latinoamérica en interlocución
con Estados Unidos es delicado. El nuevo acercamiento estadounidense, que
privilegia los palos sobre las zanahorias, hace que buena parte de la región
deba plantear y repensar con sumo cuidado cómo actuar, manteniendo siempre una
sintonía entre las dimensiones nacional e internacional.
La presencia china en la región ofrece una oportunidad de
diversificación y de apertura a iniciativas en sectores clave, con una lógica
de ganar-ganar y de pragmatismo, propia del estilo de negociación chino. La
participación en la Iniciativa de la Franja y la Ruta es un hecho para casi
todos los países de la región; así, los términos de los acuerdos
(concesión y otros instrumentos privados) que se deriven de la cooperación
china con cada unidad deberían ser cuidadosamente negociados
para evitar eventuales complicaciones, teniendo presente siempre las dinámicas chinas de
estatismo-pragmatismo.
*Magdalena Bas Vilizzio es profesora agregada de Derecho
Internacional Público en la Universidad de la República e investigadora nivel 1
del Sistema Nacional de Investigadores de Uruguay. Además, es profesora de
Retos y Dinámicas Globales de la Universidad de Monterrey (UDEM), México. Es
doctora en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional de La Plata,
Argentina.
*Angélica Guerra-Barón es profesora catedrática de la carrera de Ciencia Política y Relaciones Internacionales en la Universidad Jorge Tadeo Lozano (Bogotá, Colombia) y profesora visitante de la carrera de Derecho y Economía de la Universidad Científica del Sur (Lima, Perú). Es doctora en Ciencia Política y Gobierno, con énfasis en Relaciones Internacionales, por la Pontificia Universidad Católica del Perú.





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