La anatomía del reajuste global: el dilema del hegemón
La política de sanciones de EE.UU. impulsa la autonomía estratégica del
Sur Global.
La asociación estratégica entre Estados Unidos y la India, otrora
aclamada como una «relación definitoria del siglo XXI «, se
encuentra hoy bajo una tensión sin precedentes. Esta fricción no es una simple
disputa diplomática, sino la manifestación de una profunda desconexión
estratégica, un cambio fundamental en la política exterior estadounidense que
ha abandonado un enfoque basado en la alianza por uno de naturaleza
estrictamente transaccional. El resultado ha sido un grave error de cálculo
que, en lugar de debilitar a sus adversarios, ha impulsado la cohesión de la
Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) y los BRICS, demostrando la
torpeza del imperio occidental y el nacimiento de un orden global multipolar.
Mientras el presidente Trump fracasaba en sus esfuerzos por resolver el
conflicto en Ucrania, impuso a la India un arancel del 50% a sus compras de
petróleo ruso. Esta medida, justificada por un alto funcionario estadounidense
bajo la premisa de que dicho petróleo financiaba la maquinaria bélica de
Vladímir Putin, narración que choca estrepitosamente con los hechos. La verdad
es que las arcas de guerra rusas son alimentadas de manera mucho más
significativa por las potencias occidentales que, de forma hipócrita, señalan a
otros. Los datos son incuestionables: la UE sigue
liderando las importaciones de GNL ruso (51%) y gas por gasoducto (37%).
Peor aún, según el director
general de Rosatom, Estados Unidos continúa importando uranio enriquecido de
Rusia. De hecho,
en 2023, Rusia suministró el 27% del uranio enriquecido utilizado por los
operadores nucleares estadounidenses, una cifra superior a la de cualquier otro
proveedor extranjero. La conclusión es ineludible: quienes más denuncian son
los mismos que, en la práctica, financian el conflicto. La contradicción de la
política estadounidense es tan flagrante que no puede ser ignorada.
Estos acontecimientos han obligado a la India, con su tradicional política de autonomía estratégica, a un replanteamiento de sus relaciones con las dos principales potencias mundiales. En un acto de pragmatismo calculado, Nueva Delhi ha profundizado rápidamente la distensión con China. El mismo día que Trump anunció aranceles del 50% a la India, el primer ministro Narendra Modi anunció que viajaría a China por primera vez en siete años para asistir a la cumbre de la OCS. Este gesto diplomático fue seguido poco después por la reanudación de los vuelos directos entre ambos países por primera vez en un lustro.
Desde la era de Barack Obama, la India había desempeñado un papel
central en la estrategia estadounidense para el Indopacífico. La base de esta
relación era el deseo compartido de ambas partes de contrarrestar a China e
impedir su ascenso como potencia hegemónica regional. Las implicaciones geopolíticas
del actual distanciamiento entre Estados Unidos y la India son, por lo tanto,
de gran magnitud. Si bien es cierto que la India y China aún tienen muchas
disputas históricas que no podrán resolver de la noche a la mañana, es probable
que la relación bilateral entre ambos continúe avanzando si el distanciamiento
entre Estados Unidos y la India se prolonga.
Sin embargo, el verdadero reajuste impulsado por este declive se
producirá casi con certeza en la arquitectura de poder. Esta fractura discreta
en el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, conocido como Quad, creado para ser
un baluarte contra el expansionismo chino, con la India como su ancla
estratégica, está creando una oportunidad que Pekín desea aprovechar. Este no
es un simple revés táctico, sino una profunda reorganización de las alianzas
regionales que la política exterior estadounidense ha provocado con su propio
accionar.
Esta acción es la manifestación de una profunda paradoja. Las políticas
aparentemente dirigidas a fortalecer a Estados Unidos son, de hecho, las que
más contribuyen a debilitar su posición estratégica. Al distanciarse de la
India y generar fricción interna dentro del Quad, Estados Unidos socava
directamente el propósito mismo para el cual se creó este foro.
La respuesta de Pekín es un ejemplo clásico de cómo capitalizar el error
de un adversario. La lógica central de la estrategia Indopacífico
estadounidense —compartida por sucesivas administraciones— fue cortejar a la
India como contrapeso democrático al ascenso de China. Al penalizar a la India
más severamente que a la propia China, la administración Trump ha trastocado
fundamentalmente esta lógica. Pekín está aprovechando esta oportunidad para
presentarse como un defensor contra la «intimidación» de EE.UU. y, al igual que
ha hecho con Brasil, ofrecer a la India un salvavidas económico, abriendo sus
mercados a todos los productos indios.
Mientras Estados Unidos intenta imponer a la India una opción binaria
—estar con ellos o en su contra—, Nueva Delhi aprovecha sus relaciones con
agrupaciones como la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) y los BRICS
para reafirmar su autonomía estratégica y demostrar la viabilidad de un orden
global multipolar. La OCS, que reúne a naciones de Eurasia, se perfila como un
contrapunto crucial a los foros liderados por Estados Unidos.
Este uso de la OCS es un componente deliberado y calculado de la
política exterior de la India. La política tradicional del país ha sido
mantener la autonomía estratégica y evitar verse obligado a una disyuntiva entre
bandos geopolíticos. Los aranceles y la presión diplomática de Estados Unidos
son un intento explícito de obligar a la India a tomar esta misma decisión. Al dialogar públicamente con el
presidente Xi Jinping y Putin en la OCS, Modi aprovecha una
plataforma rival para demostrar que su país tiene otras opciones. Esta
maniobra estratégica refuerza la narrativa de un mundo multipolar donde Estados
Unidos ya no es el único árbitro de las relaciones internacionales.
Activamente, la India trabaja para contrarrestar el intento estadounidense de
aislarla, validando su capacidad para navegar entre visiones geopolíticas
opuestas y sirviendo como puente entre ellas en lugar de verse obligada a
alinearse con una sola.
La política estadounidense hacia la India también está fortaleciendo inadvertidamente
al grupo BRICS. El presidente Trump ha criticado duramente al bloque,
amenazando con «golpear a los BRICS» e imponer un arancel adicional del 10% a
las naciones que se alineen con el grupo. Esta persecución directa es, sin
quererlo, una validación del argumento central de dicho bloque: que la economía
mundial, liderada por Estados Unidos, es un «juego arreglado» y que es
necesario un nuevo orden global más equilibrado. Los aranceles punitivos de la
administración Trump contra la India, combinados con estas amenazas abiertas
contra todo el grupo, están generando un poderoso agravio compartido entre sus
miembros.
Esta ofensa compartida es un catalizador para la cohesión de los BRICS.
El grupo, que tiene un peso significativo en la economía y el comercio mundial,
es visto como un canal de diálogo y un «espacio para defender el mundo
multipolar». Al intentar castigar a sus miembros, Estados Unidos los está
impulsando a unirse en torno a este propósito común. Brasil, que ocupa la
presidencia de los BRICS en 2025, está enfocado en la reforma de la gobernanza
global y en la cooperación entre el Sur Global, proporcionando el liderazgo
intelectual y político para esta nueva dirección.
De este modo, Estados Unidos está otorgando, sin darse cuenta, un nuevo
nivel de cohesión y propósito político al mismo bloque que pretende socavar. La
ruptura entre Estados Unidos y la India también ha facilitado una distensión
visible, aunque compleja, entre la India y China. La asistencia del primer
ministro Modi a la cumbre de la OCS indica un deseo de «recalibrar los lazos
con Pekín». China, en una clara jugada diplomática, levantó las restricciones a
la exportación de tierras raras a la India y se ofreció a abordar las actuales
preocupaciones fronterizas.
Este acercamiento no es un cambio ideológico, sino una respuesta táctica
y pragmática al «shock de Trump». Se trata de una distensión que nace de la
exigencia, no de la convicción. Si bien ambas naciones ven una oportunidad en
la fricción entre Estados Unidos y la India, persisten profundos problemas
estructurales sin resolver. Además, la India sigue desconfiando de los
estrechos vínculos estratégicos que China mantiene con Pakistán, una relación
que es poco probable que Pekín abandone. Fundamentalmente, la India no puede
aceptar una Asia unipolar dominada por China, lo que «alteraría radicalmente su
situación geopolítica» y socavaría su ambición de ser una gran potencia por
derecho propio. Por lo tanto, se trata de una cooperación limitada y basada en
cuestiones concretas, destinada a protegerse de la imprevisibilidad de Estados
Unidos, no de una gran alianza estratégica.
En definitiva, la política de la administración Trump hacia la India es
un error geoestratégico de primer orden. Durante dos décadas, las sucesivas administraciones
estadounidenses, desde Bush hasta Obama y Biden, se esforzaron por cortejar a
la India como su principal socio estratégico a largo plazo en el Indopacífico
para contrarrestar a China. Las políticas del gobierno actual, al castigar a la
India con mayor severidad que a su rival autoritario, están revirtiendo
activamente esta estrategia fundamental. Al distanciarse de un socio
democrático clave y empujarlo hacia un acercamiento pragmático con sus rivales,
Rusia y China, Estados Unidos está cediendo terreno en la contienda geopolítica
más crucial del siglo XXI.
Este error de cálculo estratégico no ha obligado a la India a someterse,
sino que ha acelerado su búsqueda de autonomía estratégica, ha empoderado a sus
rivales al brindarles una narrativa poderosa que explotar y ha deslegitimado el
orden global liderado por Estados Unidos ante el Sur Global. La unión simbólica de Modi, Xi Jinping y
Putin en la cumbre de la OCS es la manifestación más clara de este
reordenamiento, demostrando que Estados Unidos ya no es el único árbitro de las
relaciones internacionales.
Lo subrayado
interpolado es nuestro.




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