Reflexiones Sobre la Crisis Política y Social en Perú
Por Dr. Marcelo Solervicens.
Escritor,
Analista internacional/ADDHEE.ONG:
Las manifestaciones contra el Golpe de Estado
Institucional del 8 de enero en Perú no se han aplacado pese al estado de
excepción, toques de queda y una sangrienta represión que ya acumula cincuenta
(50) muertos y centenas de heridos por bala. Las manifestaciones arrecian en
las regiones y se extienden hasta Lima sin visos de disminución. Los
manifestantes exigen la renuncia de la presidenta de facto Dina Boluarte y del
Congreso; la convocatoria inmediata a elecciones generales y la convocatoria de
una asamblea constituyente.
La cruenta represión incluye los 17 manifestantes
asesinados por fuerzas de seguridad en Juliaca el 9 de enero, de enormes
repercusiones. Por ella, la Fiscalía peruana abrió una investigación por
genocidio, precarizando al gobierno de facto. La represión ha sido condenada,
entre otros, por la Conferencia Episcopal; la Coordinadora Nacional de Derechos
Humanos (CNDDHH), las agencias de las Naciones Unidas en Perú (OACNUDH) y
Amnesty. Hasta quienes apoyaron inicialmente al gobierno de Dina Boluarte,
porque consideraron que ella se ajustaba al Estado de Derecho, como la Unión
Europea (UE) y la CIDH, condenan el uso desproporcionado de la fuerza contra
manifestantes.
Es evidente que el Golpe de Estado institucional
del Congreso, que terminó con el inopinado gobierno progresista del Presidente
Pedro Castillo - que apenas duró quince (15) meses -, se inscribe en la lógica
de los golpes “institucionales”, como aquel contra Manuel Zelaya en Honduras
(2009), Fernando Lugo en Paraguay (2012), y Dilma Roussef en Brasil (2016).
Sin embargo, el contexto creado por el descontento
popular frente a la destitución de Pedro Castillo, es distinto del que acompañó
las destituciones de Pedro Pablo Kuczynski (PPK) en 2018, y de los presidentes
interinos subsecuentes: Martín Viscarra, Manuel Merino y Francisco Sagasti.
Todo indica que esta vez la destitución del maestro rural transformado en
presidente, Pedro Castillo, no será una nueva pugna de palacio alejada de la
ciudadanía.
Cuáles Reflexiones ante un Escenario Complejo
Este artículo no pretende agotar un tema de gran
complejidad. Busca suscitar una reflexión sobre tres aspectos. En primer lugar,
¿En qué medida corresponde a un éxito del acoso constante de la derecha contra
el maestro rural transformado en presidente con el apoyo de un movimiento
social fundamentalmente rural? Un presidente, que, para sobrevivir en el poder
terminó alejado de su base social, atrapado en los laberintos de un Estado de
Derecho capitalista/Neoliberal atávico.
En segundo lugar, ¿Es realmente inesperada la caída del ejecutivo, o bien, era
plenamente predecible si se observa la política peruana de las últimas décadas?
¿En qué medida su destitución es consustancial al sistema político peruano
actual, por el marco de funcionamiento del sistema político instaurado por la
constitución neoliberal fujimorista adoptada en los noventa. Más aún, en un
país con serios problemas estructurales, catalogado como una democracia
“imperfecta”, e incluso como un Estado fallido ?
En tercer lugar, que aunque el Golpe fue un éxito
de la derecha peruana que controla el parlamento: ¿En qué medida la masiva
resistencia ante el Golpe de Estado Institucional del Congreso revela como
error fundamental de Pedro Castillo, la postergación las transformaciones y
avances prometidos, para sobrevivir y su alejamiento de su base social?
Se trata de aspectos fundamentales para las
izquierdas cuando las sociedades latinoamericanas exigen gobiernos con agendas
transformadoras para enfrentar los desafíos del siglo 21 ¿Cuáles deben ser las
estrategias para transformar Estados de Derecho que corresponden a democracias
restringidas de corte neoliberal que separan la política de la economía y
desconocen incluso, como en el caso de Perú, la plurinacionalidad existente en
sus territorios?
Un Golpe de Estado Institucional Predecible
La compleja y trágica coyuntura peruana del 8 de
diciembre era predecible. Desde el primer día, el 28 de julio de 2021, la
derecha, liderada por el fujimorismo, atacó el gobierno de Pedro Castillo,
buscando destituirlo, a como diera lugar, mediante un Congreso, altamente
desprestigiado de acuerdo a las encuestas.
La tercera moción para destituir a Pedro Castillo (NYTimes), por ser parte de
una “organización criminal” ó mediante la extensión de la interpretación del
artículo 117 de la constitución (ElComercio), debía ser votada en el Congreso
el 8 de diciembre.
Es así como el Ejecutivo intentó defenderse,
sorpresivamente, disolviendo el Congreso e instalando un Estado de Excepción,
invocando el artículo 134º de la Constitución política. Un artículo que le
permite efectivamente disolver el congreso de acuerdo al Estado de Derecho
peruano.
Sin embargo, más allá del debate de juristas, su
acción terminó apareciendo como un Autogolpe Inconstitucional, porque la
interpretación que prevaleció fue la de quienes querían destituirlo (CNN).
De hecho, se adoptó la versión de que el
presidente no podía recurrir al artículo 134º, puesto que el Congreso no le
habría negado aún su confianza en dos oportunidades, sino que sólo en una
(Infobae). No fructificó el argumento de que se trataba de una tercera negación
de confianza, se terminó descartando la negativa a la moción de confianza
presentada por Aníbal Torres en noviembre de 2022 (Swissinfo).
Se ha especulado mucho sobre las razones que llevaron a Pedro Castillo a
intentar lo que apareció como una salida desesperada. Apareció mal asesorado su
intentó de disolver el Congreso e instalar un Estado de Excepción sin tener
piso. Algunos lo explican por su aislamiento e inexperiencia. Otros lo
atribuyen al desgaste resultante del permanente acoso, hostigamiento y
desembozado racismo en su contra. Por una equivocada percepción de relaciones
de fuerza atribuible a su ensimismamiento en el juego político y su creciente
aislamiento por no cumplir sus promesas de campaña (ElPopular).
Lo cierto es que su “autogolpe” terminó como un
paso en falso al no contar con la variable de las Fuerzas Armadas (Lissardi,
G). Ello, a pesar de que circulan informaciones que afirman que Castillo si
esperaba contar con el apoyo de las FFAA, con la nominación de su recién
instalado ministro de defensa, el ex general de brigada Emilio Gustavo Bobbio
Rosas, jefe de la Dirección Nacional de Inteligencia (DNI).
Bobbio que solo duró tres días en el cargo
(LaRepública), habría decidido abandonar a Castillo, por presiones de la ex
agente de la CIA, embajadora de Estados Unidos en Perú, Lisa Kenna. El ministro
de defensa se reunió efectivamente con Kenna, un día antes del Golpe de Estado
(LaJornada). De acuerdo a esas versiones, con la falta de apoyo a
Castillo de parte de las Fuerzas Armadas, la derecha tenía luz verde para
proceder al golpe de Estado del Congreso (ANNUR)
Más allá de esas especulaciones, la movida
constitucional de Pedro Castillo el 7 de diciembre, se transformó en un
“error”, una “torpeza” de proporciones que justificó el Golpe de Estado
Institucional para responder a un Golpe de Estado “inconstitucional” de
Castillo (ElPaís).
El Congreso declaró la vacancia presidencial bajo
la nueva acusación de “quebrantar el orden constitucional” (BBC) y Castillo fue
encarcelado. No se debe olvidar sin embargo, que muy oportunamente, el 5 de
diciembre, una comisión del Congreso archivó las acusaciones constitucionales
que pesaban contra la vicepresidenta Dina Boluarte, lo que la habilitaba para
asumir la presidencia en caso de destitución del presidente (Gestión).
La caída de Pedro Castillo y la asunción de Dina
Boluarte fueron reconocidos como democráticos y respetuosos del Estado de
Derecho, entre otros. por los gobiernos de EE.UU., Canadá, la Unión
Europea (UE), Reino Unido, mientras en la región fue apoyada por los gobiernos
de Costa Rica, Uruguay, Ecuador, Chile, Panamá, e instituciones como la CIDH,
la ONU, entre otros.
Por su parte, el nuevo presidente brasileño lamentó
la destitución de Castillo y deseo suerte a Boluarte en su tarea de reconciliar
el país. México expresó su apoyo al depuesto presidente, esperando que
prevalezca una salida democrática. Lo mismo los gobiernos de Colombia,
Argentina, Bolivia, Venezuela, Cuba, entre otros. La asunción a la presidencia
por Dina Boluarte el 8 de diciembre en reemplazo de su compañero de fórmula de
Perú Libre, debiera haber cerrado el periodo “Castillo” de la política peruana,
como ocurriera con la destitución de Pedro Pablo Kuczynski en 2018.
Sin embargo las amplias movilizaciones de
resistencia contra el Golpe de Estado y el Gobierno de facto de Dina Boluarte,
por parte de sindicatos (CGTP); de indígenas (AIDESEP) y organizaciones de
agricultores pobres, entre otros, abrieron una crisis social (Infobae). La
represión llevó a una crisis humanitaria (Celag).
Una Crisis Consustancial al Sistema Político
Peruano
La presente es una crisis consustancial al sistema
político peruano. Es la mera repetición de la ya tradicional pugna entre el
poder ejecutivo y el Parlamento. La diferencia es que esta vez aunque el
gobierno de Castillo, no buscó apoyarse en su base social, demostró tener más
apoyo social que anteriores presidentes peruanos. Por ello es que las
destituciones recientes de presidentes terminaron como riñas de palacio.
En esa medida, a pesar de que el juicio contra
Castillo, por “pertenecer a una organización criminal”, no tuvo lugar y que
realizó un “autogolpe”, es evidente que su destitución por “quebrantar la
constitución” fue la culminación de un “juegos de poderes” propios de la
restringida democracia peruana, que son crecientemente resistidos por la
ciudadanía.
En contexto más amplio, la inestabilidad política
peruana de las últimas décadas, termina siendo consustancial, inherente,
intrínseca, a la actual constitución fujimorista impuesta en los años noventa
(Ochoa, S). Ella refuerza complejos juegos de poder entre fuerzas políticas
crecientemente separadas de la ciudadanía.
Y es que la estricta separación entre política y
economía de la constitución fujimorista no es inocente. Es la base de una
constitución neoliberal, que favorece la economía de mercado, el gamonalismo y
las multinacionales, que funcionan de acuerdo a reglas propias (DW). En
palabras del politólogo español, Manolo Monereo: “Perú es una democracia de las
“buenas”, de las que respetan la economía de mercado, que garantizan y dan
seguridad a las inversiones extranjeras, que favorecen los grandes beneficios
empresariales y, lo mejor de lo mejor, poco controladas y gravadas”. Una
economía que sigue creciendo a pesar de las constantes crisis políticas (BBC).
Se trata de acuerdo a Héctor Béjar, ministro de
relaciones exteriores de Castillo por un breve periodo, de “Una Constitución,
de origen non sancto, que tutela y blinda lo que realmente importa: el
aparentemente intocable modelo económico neoliberal” (LaHaine).
Por su parte, José Llerena concluye que el modelo
político impuesto en la Constitución de 1993, no solo no proporciona
alternativas de salida a la crisis, sino que las agrava. El periodista César
Hildebrandt, va más lejos y constata que Perú se está transformando en un
Estado Fallido.
La fuerte movilización social actual aparece
ligada al rechazo de un modo de acumulación neoliberal que aumenta las desigualdades,
agravadas por la pandemia del Covid-19 y las consecuencias inflacionarias de la
guerra en Ucrania (BancoMundial). Son vientos de cambio que ya se percibían
tras la victoria desde afuera del sistema político del maestro rural
(LabGRIMA).
En esa medida el Golpe de Estado Institucional
expresó la oposición de la oligarquía peruana, de las élites políticas y de las
multinacionales a las exigencias de cambio provenientes de la sociedad.
Algunos ligan el Golpe de Estado Institucional con
los crecientes temores de intereses privados nacionales y extranjeros
interesados en la explotación del litio peruano; ante el anuncio del gobierno
de Pedro Castillo en octubre pasado en Pichari, de avanzar en la
industrialización del litio (DFSUD). Otros lo atribuyen a la inminente firma de
un contrato con la República Popular China para la construcción de una línea de
ferrocarril de Tumbes a Tacna, Puno, Argentina y Brasil y conectada con el
puerto de Chancay. Un proyecto que aseguraría una presencia estratégica del
país asiático en América Latina (Ponce, D).
La crisis peruana es compleja. Sus perspectivas
aparecen menos claras que lo ocurrido con el Golpe de Estado institucional
contra el gobierno de Evo Morales en la vecina Bolivia. Allí Evo Morales, no
cayó en juegos políticos, respetó rigurosamente el orden institucional, dejando
a la derecha y la OEA al desnudo, frente a sus propias reglas.
Atrapado en los Laberintos de un Estado de Derecho
capitalista/Neoliberal Atávico
Finalmente, una tercera reflexión, es sobre un
tema que no es menor, pero que no puede soslayarse: La crisis actual reveló que
el Gobierno de Pedro Castillo terminó como un progresismo atrapado en los
laberintos de un Estado de Derecho capitalista/Neoliberal atávico.
Lo particular de Perú, es que el distanciamiento
del poder ejecutivo con su base social, se expuso de manera más evidente que
nunca. Puso al desnudó el profundo fraccionamiento de la sociedad peruana entre
la gran metrópolis limeña y los territorios. Es así como otro aspecto clave del
aislamiento de Pedro Castillo es que la izquierda urbana se alejó del
mandatario calificándolo como un gobierno sin rumbo (Glave, M).
Paradojalmente la destitución de Pedro Castillo
ocurre a pesar de abandonar sus promesas de cambios y luego de realizar
repetidos intentos de acercamiento con Washington y los dueños del Perú (Saba,
P). Un creciente distanciamiento con su base social, que pasó por cinco
gabinetes para apaciguar los sectores empresariales, cediendo cada vez más.
El ex maestro de escuela rural, Pedro Castillo, no
cumplió – o no alcanzó a cumplir - sus promesas de mejorar la distribución de
ingresos y desarrollar las regiones olvidadas del Perú. Tampoco avanzó en el
cambio constitucional porque su proyecto de Asamblea Constituyente, presentado
en el Congreso en abril pasado, no tenía perspectivas de concreción, ante un
Congreso hostil (CNN).
Por ello es que la enorme reacción social ante su destitución tiene componentes
culturales e identitarios. Por un lado expresa el desembozado racismo y
elitismo de selectas minorías económicas, políticas y comunicacionales. Su
caída aparece como una furiosa venganza oligárquica (Ollantay, I), contra un
maestro de escuela transformado en presidente y asumido por la oligarquía como
un sacrilegio…, paradojalmente en un país donde representa a las grandes
mayorías (Lajornada).
Por otro lado, la actual resistencia al Golpe de Estado Institucional del
Congreso, se nutre esta vez del imaginario contrario a las élites, ligándose a
la representatividad de los postergados, encarnada en el gobierno de Pedro
Castillo. Ello explica que sean estos sectores sociales postergados quienes
lideran la resistencia y que transformaron lo que debía terminar como una pugna
de palacio en una aguda crisis social y política.
Coincidentemente, las manifestaciones contra el
gobierno de Dina Boluarte no tienen visos de disminuir, pese a la represión
(Telesur). El profundo descontento social comenzó inicialmente fuera de Lima,
en las regiones del país como Apurímac, Arequipa e Ica y en ciudades como
Cajamarca, Arequipa, Huancayo, Cusco, Puno, Andahuaylas, pero se acerca ahora a
la capital, obligando al gobierno a imponer el Estado de Excepción.
Más de un mes después de la instalación del
gobierno legal, de acuerdo al Estado de Derecho peruano, el Gobierno de Dina
Boluarte es percibido como ilegítimo, como una traición al progresismo y como
el retorno de las elites limeñas y lo que representan.
Se trata de un amplio movimiento ciudadano que
exige elecciones generales inmediatas, cierre del Congreso, la renuncia de Dina
Boluarte y asamblea constituyente. Exigencias que se radicalizan exigiendo “Ni
un muerto más, abajo la dictadura cívico militar, racista y clasista”
(LaRazón). Demandas que, desde el escenario tradicional peruano, son
consideradas demandas maximalistas por el nuevo primer ministro Alberto
Otárola.
La creciente ruptura con el Gobierno de facto se
ve en que la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP) se restó del
Acuerdo Nacional y llamó a participar en el nuevo paro nacional del 9 de enero,
convocado por los Frentes de Defensa y organizaciones sociales en siete
regiones del sur de Perú. La movilización engloba los pueblos indígenas de la
Amazonía (AIDESEP), el Gobierno territorial Autónomo de la Nación Wampis
(GTANW), la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP), los Frentes
de defensa y organizaciones sociales (Telesur).
Las movilizaciones interpelan el inconcluso
proceso de construcción de la identidad diversa de la sociedad peruana,
mayoritariamente indígena, y un Estado de Derecho que consagra el persistente
dominio de la metrópolis europeizante y ligada a la economía mundial. Se
repiten elementos sobre los que José Carlos Mariátegui reflexionó en sus “Seis
ensayos de interpretación de la realidad peruana”. Una cuestión relevante, cuando
está en boga el proyecto del “buen vivir”, mientras el socialismo sólo aparece
como una referencia abstracta.
Reflexiones Sobre la Crisis Política y Social en
Perú
Estas reflexiones sobre la crisis política y
social en Perú, recuerdan la importancia de considerar el contexto particular y
la historia de la mal llamada América Latina. Los pies de barro del llamado
Estado de Derecho capitalista/Neoliberal peruano y en general el de las
democracias restringidas de la región, sigue siendo la sobrerrepresentación de las
oligarquías y la exclusión de vastas mayorías, incluido el actor indígena,
mestizo y los territorios.
La conexión de los progresismos con su base social
es clave para realizar las transformaciones necesarias del siglo XXI (Quiroz,
R). Por ello, la experiencia peruana no interpela sólo a las izquierdas
peruanas. También interpela a las izquierdas latinoamericanas del siglo 21 en
cuanto a la necesidad de identificar los actores políticos y sociales
portadores de las transformaciones. La experiencia peruana confirma la
perogrullada de la imposibilidad en liderar un proceso de cambios sin forjar la
unidad del movimiento popular, sin organizar las masas y politizarlas,
apoyándose en sus luchas para mejorar las relaciones de fuerza con las
oligarquías reaccionarias (Espinoza, G).
La experiencia peruana debe incitar a una seria
reflexión sobre el error de ciertos progresismos que privilegian el diálogo con
las oligarquías en el escenario de un Estado de Derecho capitalista/Neoliberal
atávico, a costa de una creciente distanciación con su base social, lo que les
termina debilitando. Sobre la necesidad de apelar a su base social para mejorar
las relaciones de fuerza y así avanzar en los prometidos objetivos
transformadores.
Lo subrayado/interpolado
es nuestro.