El 18 de septiembre no es el día de la independencia
de Chile: ¿ que fiestas patrias se celebran por mas de dos siglos?
“La
verdad habla y escribe para abrirse paso, la mentira para cerrarlo”…
.
Prof.
Dr. Haroldo Quinteros Bugueño, Semanario el SurAndino, Addhee.Ong
En 1808, el
emperador francés Napoleón Bonaparte, que por entonces ya había ocupado toda Europa
continental excepto Rusia, procedió a la invasión de España, una de las tres
mayores superpotencias colonialistas de la época, junto a Francia e Inglaterra.
La resistencia española a los disciplinados, diestros y poderosos ejércitos
napoleónicos fue inútil. Napoleón ocupó el país, obligó al rey Carlos IV a
abdicar en favor de su hijo Felipe VII, y puso en el trono español a su hermano
José. Al conocerse estas noticias en las colonias españolas americanas, sus
administradores, obviamente realistas y varios de ellos nacidos en España,
organizaron juntas de gobierno cuyo fin era asegurar la continuidad de la posesión
española de las colonias. Por lo tanto, éstas, mientras España no se liberara
de los franceses, serían administradas por fieles súbditos de la lejana corona.
La esperanza de la monarquía hispana era que Napoleón fuese finalmente vencido
por las restantes potencias europeas, algunas de ellas, como Prusia y demás
estados alemanes, ocupadas por el Corso.
Administrar la
colonia en nombre de la corona de España, sobre cualquiera otra consideración, involucraba
un rechazo a los ideales republicanos que aunque fuese en teoría Napoleón representaba,
aventados y sostenidos por los independentistas de toda la América hispana. Por
lo tanto, la convocatoria a la junta de realizada en Santiago de Nueva
Extremadura (Santiago de hoy) por un pequeño grupo de aristócratas habitantes
de una de las colonias del rango más modesto entre ellas (Chile era sólo una
“capitanía general” en la nomenclatura imperial española) fue un llamado a reafirmar
el coloniaje. En verdad, la reunión del 18 de septiembre de 1810, sólo era
parte de una estrategia realista continental, anti-republicana y
anti-independentista. Sólo hasta aquí, la conclusión ya es obvia: no hay
ninguna razón que sirva para justificar que esta fecha sea el día de la independencia
de Chile. Pueden llamarla “día en que la colonia comenzó a ser administrada por
criollos realistas,” etc., pero en ningún caso nuestro Día Patrio.
De modo que
dicho con toda claridad, se ha engañado al pueblo chileno con esta celebración,
porque todas las explicaciones que se han dado para celebrar el 18 de
septiembre como el día de nuestra independencia carecen de todo fundamento,
tanto histórico como ideológico.
Había, se dice,
entre los convocados a formar la junta algunos personajes de convicciones independentistas.
Eso es cierto, pero eran una ostensible minoría. Si hubiesen sido mayoría,
Chile habría proclamado entonces su independencia; además, no habría sido
elegido Mateo de Toro y Zambrano su presidente, un anciano aristócrata posesor
del título nobiliario Conde la Conquista. (¡vaya! “de la conquista”). Los
independentistas que participaron en la Junta eran un pequeño grupo de infiltrados
en lo que era una asamblea derechamente realista que se reunió, precisamente
porque temía que la derrota del imperio español ante Napoleón pudiera servir a
los patriotas a transformar la colonia en una república independiente.
Es muy
importante tener en cuenta que los patriotas actuaban clandestinamente. También
se argumenta en favor de otorgar al 18 de septiembre la categoría de nuestro
Día Nacional, la irrupción del “Motín de Figueroa,” pero ese incidente sólo fue
expresión de contradicciones entre los realistas, no entre realistas y
patriotas. Veamos:
El 1° de abril
de 1811, más de 6 meses después de reunida la Junta, un teniente coronel
español ultra-conservador, Tomás de Figueroa, junto a algunos seguidores, se
alzó para impedir la constitución de un congreso que remplazaría a la Junta del
18 de septiembre del año anterior y deponer al gobierno colonial. El congreso
la ampliaría y modernizaría jurídicamente; es decir, la colonia seguiría siendo
colonia, lo que significa que conservaría enteramente su sello y carácter
anti-independentista. La razón que tenía Figueroa era su temor que este
congreso, cuyos miembros serían elegidos (aunque bajo el principio de fidelidad
a la corona) fuese infiltrado por independentistas.
Figueroa pensaba
-y así lo declaró en su defensa- que para gobernar la colonia bastaba la Real
Audiencia y un gobernador leal al rey, mientras el monarca continuara refugiado
en Cádiz, el puerto español del sur peninsular que, protegido por la flota
inglesa, Napoleón evitó ocupar. Como se comprobó que algunos miembros de la
Real Audiencia habían apoyado a Figueroa, la minoría patriota activa en la
Junta, entre ellos Ignacio de la Carrera (el ilustre padre de los cuatro
hermanos Carrera), un criollo aristócrata que era parte de su testera, quiso
dar un paso, aunque fuese débil, hacia la independencia, y se jugó por entero
por disolver la Real Audiencia, ejecutar a Figueroa, encarcelar y deportar a
los que apoyaron su asonada. Esta explicación es, sin embargo, insuficiente,
porque la disolución de Real Audiencia y la destitución del corrupto gobernador
García Carrasco ya había sido decidida desde España desde hacía mucho tiempo;
de modo que era natural que el poder político y la administración de la colonia
terminarían concentrándose en el congreso que sustituyó a la junta de 1810.
Figueroa fue finalmente condenado a muerte y fusilado. Volvamos a la junta de
aquel 18 de septiembre de 1810: Naturalmente, no hubo en ella ninguna
resolución de independencia, en absoluto, lo que en los manuales de Historia de
la Educación escolar básica y media de Chile, no se enseña. Menos se enseña el
texto del acta evacuada ese mismo día. La junta que se reunió el 18 de
septiembre de 1810 no se hizo llamar “Junta Nacional de Gobierno,” como
falsamente aún se enseña en nuestras escuelas. Obviamente, no podría ser
“nacional” puesto que la nación no existía, lo que explica por qué el nombre
real y oficial que le dieron sus organizadores, i. e., los autores del
acta-acuerdo que evacuó, fue “Junta Provisional Gubernativa del Reino.”
“Provisional” porque existiría sólo hasta cuando el rey de España volviera al
trono; y “reino” porque esa palabra era otro nombre que se daba en la época a
las colonias. En suma, esa acta partía por reconocer a Chile como una colonia,
y no como un país que se independizaba. Tampoco la educación oficial de Estado
chilena ha sido veraz al carácter que tuvo esa reunión. La ha llamado “cabildo
abierto,” en circunstancias que tuvo lugar en un recinto cerrado y celosamente
custodiado por el ejército colonial de entonces, realista, monárquico y
anti-patriota.
A todo esto, los
patriotas conspiraban. La primera y más importante conspiración patriota fue la
de los “Tres Antonios,” anterior, incluso, a la Revolución Francesa. Esta
conspiración, que reviste gran importancia en el largo proceso de lucha por la
independencia de Chile y de todas las colonias españolas, apenas se menciona en
nuestras escuelas, aunque, como chilenos debiera honrarnos proclamarla y
enseñarla, porque fue uno de los primeros gritos de libertad en el continente.
Tuvo lugar en Chile en 1780, poco después del triunfo de la revolución de
independencia de Estados Unidos en 1776, y sólo un años después de la ejecución
en Cuzco del patriota indígena peruano Tupac Amaru. Inspirados en los
principios del enciclopedismo francés (Rousseau, Voltaire, Diderot,
Montesquieu) que diera origen ideológico a la Revolución Francesa, tres hombres
de nombre Antonio, protagonizaron en Chile el primer esfuerzo independentista.
Dos de ellos eran nacidos en Francia, Antoine Berney y Antoine Gramusset, pero,
en verdad, eran muy chilenos porque ya vivían muchos años en Chile y tenían
esposas e hijos chilenos; y uno criollo-chileno, Antonio de Rojas. Los Antonios
organizaron un grupo independentista que tenía varias células en el país. El
jefe mayor del grupo era Antoine Berney, profesor de Latín y Matemáticas en la
única universidad que había en Chile, en Santiago, llamada Universidad de San
Felipe, en honor al rey de España Felipe VII. Fueron finalmente descubiertos y
capturados. Los dos Antonios franceses no fueron ejecutados porque entonces
España no arriesgaría ningún conflicto con la Francia post-revolucionaria.
Además, por finales del siglo 18, el enemigo tanto de España como de Francia
era Inglaterra. Antonio de Rojas, el Antonio chileno, se salvó porque los dos franceses
abogaron por él. Los tres, por su calidad de conspiradores en primer grado,
fueron deportados al Perú, para ser juzgados en el virreinato. En Perú fueron
condenados al exilio. Partieron a Francia, pero el barco en que iban naufragó
en el océano. Los dos Antonios franceses murieron ahogados y Antonio de Rojas,
que se salvó, consiguió ser rescatado y llevado finalmente a Francia. Como
sucede con los verdaderos revolucionarios, siempre incansables, apenas pudo
volvió a Chile, con la intención de seguir luchando. En Chile fue capturado,
torturado y murió en prisión a causa de las torturas sufridas. Las proclamas de
los Antonios fueron los primeros documentos revolucionarios independentistas
chilenos, y fueron conocidos en la región americana colonial española. Nada de
esas proclamas se enseña en las escuelas de Chile, aunque muchas se han
conservado, gracias a las investigaciones y archivos de varios de nuestros
historiadores de la República (Amunátegui, Vicuña Mackenna, Barros Arana,
especialmente). Una de esas proclamas declaraba el carácter que tendría el
nuevo estado libre de Chile. Decía: Queremos,
1. La
sustitución del régimen monárquico por el republicano. 2. Un gobierno
establecido en un cuerpo colegiado, repartido entre el Jefe de Estado y el Senado.
3. Elección de las autoridades por voto popular, incluyendo el voto de los
indígenas "araucanos" o mapuches. 4. Abolición de la esclavitud y de
la pena de muerte. 5. Fin de los títulos de nobleza y las jerarquías sociales.
6. Redistribución de la tierra, repartiéndola entre todos los chilenos en lotes
iguales. 7. Exportación de la revolución chilena al resto de América y el
mundo.
Volviendo al
tema de la falsedad del “cabildo abierto” de 1810:
La verdad
histórica es que los primeros cabildos abiertos de nuestra historia fueron
convocados un año después, en 1811, bajo el gobierno del Primer Padre de la
Patria (por lo menos, en sentido cronológico), y Primer Presidente de Chile,
don José Miguel Carrera y Verdugo. Un “cabildo abierto” es una instancia de participación
popular y de carácter resolutivo, y la reunión convocada por la junta el 18 de
septiembre de 1810 congregó, por simple co-optación, solamente a criollos ricos
conocidos por su figuración en el ambiente de la aristocracia, dueños de
tierras y algunos poseedores de títulos nobiliarios, condición completamente
contraria a los ideales patriotas proclamados por los Tres Antonios. En la
junta también se reunieron dignatarios, autoridades y burócratas de la corona,
la jerarquía de la Iglesia Católica, tan monárquica como anti-independentista,
como lo consigna el historiador Miguel Luis Amunátegui en varias de sus obras
como La Encíclica del Papa León XII contra la independencia de la América
española (1874); y finalmente, los oficiales mayores del ejército colonial.
Entonces, ¡vaya día de la “independencia” el 18 de septiembre, conformada por
aristócratas, clérigos y militares, todos anti-independentistas, que evacuaron
una declaración, que entre otros conceptos, decía:
Procuraremos los
medios más ciertos de quedar asegurados, defendidos, y eternamente fieles
vasallos del más adorable monarca Fernando.
En resumen, el
día 18 de septiembre de 1810 sólo hubo una reunión de realistas, que
rechazaron, primero, la posibilidad que la colonia española de Chile pasara a
ser una colonia francesa; y segundo, la posibilidad que la derrota militar de
España ante Napoleón pudiera dar origen a un alzamiento independentista en las
colonias de América.
Finalmente, la
figura de Mateo de Toro y Zambrano, elegido presidente de la junta que iba a
administrar la colonia de Chile, grafica bien el tono ajeno a todo cariz de
independencia que tuvo la reunión. Tenía entonces 83 años, una edad
exageradamente avanzada en aquellos tiempos, y murió sólo 6 meses después de
constituida la junta. Es muy decidor el hecho que Toro fuera el elegido, porque
ello, precisamente, sirvió para enfatizar el carácter conservador,
aristocrático y pro-colonial de la reunión del 18 de septiembre. Es de
concluir, entonces, que esta fecha sólo puede recordarse como aquella en que
los realistas se reunieron como colonos, para darse un gobierno local con el
solo objetivo de administrar lo que era una posesión de España, puesto que el
rey no podía hacerlo desde su perdido trono imperial. En otras palabras, la
junta del 18 de septiembre de 1810 trajo por consecuencia el establecimiento de
un gobierno anti-patriota, que no se habría constituido si Napoleón Bonaparte
no hubiera invadido y sometido completamente a España en 1808. Los juntistas
reafirmaron ese día sus convicciones monárquicas, proclamaron su conformismo
colonial, su oposición al republicanismo, su desprecio a la igualdad y a la
libertad de pensamiento, su oposición al laicismo de Estado, al republicanismo,
a la democracia y la independencia; exactamente lo contrario a lo que
propugnaban los patriotas, como los 3 Antonios, y más tarde Carrera, O ́Higgins
y Manuel Rodríguez.
En cuanto a qué
fechas pueden servir para proclamar la independencia de Chile, hay muchas. En
orden cronológico, está el 4 de septiembre de 1811. Ese día, José Miguel
Carrera seguido por sus hermanos, algunas fuerzas militares y civiles armados
patriotas atacaron la guarnición realista de Santiago y desarmaron otros
cuerpos armados de la capital. Al día siguiente, Carrera, sin importarle un
rábano el “congreso” también realista que sustituyó a la junta, proclamó por
primera vez la independencia de Chile. Recordemos aquí que el 4 de septiembre
era en nuestra antigua democracia la fecha en que el pueblo elegía a los
presidentes de la República, precisamente en homenaje a la gesta de Carrera,
fecha completamente lanzada al olvido por la dictadura militar de Pinochet.
En 1814, luego
de la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo, los realistas recuperaron la
colonia con la derrota patriota de O’Higgins en Rancagua. Así, la corona
proclamó la “Reconquista” de Chile, lo que dio origen al período que los
realistas llamaron la “Restauración.” Luego está también el 12 de febrero de
1817, fecha de la victoria patriota en Chacabuco, día que fue proclamado por
O’Higgins como el día de la independencia. Finalmente, está también el 5 de
abril de 1818, fecha en que el Ejército Libertador comandado por José de San
Martín derrotó definitivamente a los realistas en Maipú. Los patriotas activos
que había en Chile en 1810 no tenían nada en común con los realistas de la
junta del 18 de septiembre, como así lo confirma el gobierno de José Miguel
Carrera, que no hizo otra cosa que dar cumplimiento a los ideales proclamados
por los tres Antonios. Para empezar el gobierno de Carrera tuvo una clara
impronta popular. El 15 de noviembre de 1811, el primer gobernante de Chile
convocó a un cabildo abierto de verdad, el primero en nuestra historia que se
realizó en la Plaza de Armas, para proclamar ante el país y el mundo que Chile
era un país libre y administrado por chilenos, no por españoles ni criollos
realistas. Esta vez no hubo invitaciones ni reuniones a puertas cerradas
custodiadas militarmente, pues la convocatoria fue universal.
Un mes después,
viéndose apoyado por la mayoría de los criollos, Carrera dio el golpe de gracia
a los realistas. Expulsó del país a los oficiales del Ejército conocidos como
realistas, la mayoría de ellos criollos; es decir, nacidos en Chile. Después
disolvió el Congreso, que como hemos dicho, no era sino una derivación de la
reaccionaria Junta de Gobierno del 18 de septiembre de 1810. En 1812, Carrera
proclamó nuestra primera constitución política como nación soberana, que llamó
“Reglamento Constitucional,” carta política de carácter republicano, conocida
como la Constitución de 1812, cuyo texto tampoco se enseña en nuestras escuelas
y liceos, y que no hace sino repetir lo que proclamaron los tres Antonios 32
años antes. Durante su gobierno, Carrera hizo algunas concesiones formales a
los todavía poderosos realistas, pero esto sólo fue para impedir
enfrentamientos que pudieran dar inicio a conatos que terminaran en una guerra
civil. En los dos años y medio de su gobierno, Carrera decretó la libertad
económica y de comercio, rompió relaciones con el virreinato del Perú, el
primer bastión del colonialismo español en Sudamérica; impulsó la instrucción
pública para niños y, sépase, también de las niñas, lo más revolucionario
imaginable en esa época, puesto que la corona española y la Iglesia no admitían
la educación institucional escolar de las mujeres. Carrera puso también en
marcha la primera prensa nacional, en la que difundió la nueva cultura chilena
como nación libre e independiente, republicana e igualitaria, tal como la
describe el diario oficial de gobierno “La Aurora de Chile;” a cuyo cargo
estaba Camilo Henríquez, un cura revolucionario disidente de la jerarquía de la
Iglesia, que unos años antes había sido juzgado en Lima por un tribunal de la
Inquisición porque se le encontró libros de los precursores ideológicos de la
revolución Francesa. Carrera fundó el primer ejército nacional , que se llamó
“Granaderos de Chile”; construyó escuelas para el fomento de la educación;
otorgó derechos políticos y de propiedad de tierras al pueblo mapuche,
respetando su calidad de pueblo y nación diferente a los criollos. Carrera,
además, ha pasado para siempre a la historia universal como el primer
gobernante de todo el continente americano que abolió la esclavitud.
Finalmente, cerró el Tribunal de la Inquisición, autorizó la lectura de los
livri prohibitorum et expurgatorum; es decir, los libros revolucionarios
franceses que constituyen la base sobre la cual se sustentan filosófica y
políticamente las democracias del mundo de hoy. Carrera prohibió los pagos por
los sacramentos que el pueblo católico pobre no podía pagar; sin embargo,
respetuoso de la Iglesia, fijó sueldos a los sacerdotes y nunca puso en
entredicho el ministerio eclesiástico en Chile. En resumen, si bien Carrera,
por la situación revolucionaria en que se encontraba el país, gobernó en forma
unipersonal, su ideal era la democracia parlamentaria estadounidense, cuál era
su objetivo político ulterior, que vino a ser truncado por la Reconquista.
En 1812,
Napoleón fue irrecuperablemente derrotado en Rusia y finalmente terminó
completamente vencido en Waterloo, en esa época parte de Holanda, en 1815. Ya
en 1813, los ingleses, encabezados por el Duque de Wellington habían expulsado
definitivamente a los franceses de España y devuelto la corona española a
Fernando VII. Como la historia y la política son fenómenos globales, la derrota
de Napoleón también fue la derrota de la causa patriota en Chile, porque en
1814, España volvió a ser la gran potencia imperialista de antes. Fernando VII
restauró el orden monárquico absolutista, reinstauró la Inquisición y persiguió
a los liberales en España, para luego saltar al continente americano con el fin
de recuperarlo de las manos de algunos atrevidos revolucionarios
independentistas como Carrera. Entonces, el cuerpo colegiado de patriotas que
administraban el país, encabezado por Carrera, eligió al patriota y militar
Francisco de la Lastra como “Director Supremo”, mientras Carrera organizaba la
guerra de resistencia. En 1814, se produjo el inicio de la profunda enemistad
entre los patriotas Carrera y O’Higgins, que hasta hoy es materia de discusión.
El hecho es que O’Higgins, el primer jefe militar después de Carrera, firmó con
los realistas el “Tratado de Lircay,” ante la superioridad enemiga y los
continuos fracasos militares patriotas desde un año antes. El tratado reconocía
la autoridad del rey de España en Chile, lo que, para los “o’higginistas” sólo
supone una táctica de guerra para ganar tiempo. Carrera se opuso a ese tratado,
y finalmente los dos primeros Padres de la Patria, ya definitivamente enemigos,
se enfrentaron militarmente en el combate de Las Tres Acequias, que ganó
Carrera. De la Lastra estuvo con O’Higgins, y Carrera no trepidó en sacarlo del
poder y asumir él la conducción del país y la guerra; sin embargo, sabedor del
apoyo militar que tenía O’Higgins, pactó con él la continuación unidos de la
guerra de resistencia. Puede ser que esa desunión pudo ser la mayor causa de la
derrota patriota en Rancagua y el fin de lo que fue la Patria Vieja. Antes de
Rancagua, e incluso después de Las Tres Acequias, los dos primeros patriotas de
Chile habían enfrentado juntos a los realistas luchando a muerte contra sus
ejércitos comandados por los generales Gaínza, Pareja, Sánchez y Osorio. Aunque
los ejércitos patriotas comandados personalmente y en combate por Carrera y
O’Higgins ganaron varias batallas, finalmente en octubre de 1814, los realistas
recuperaron su antigua colonia, luego del desastre patriota en Rancagua.
Cada una de las
obras del gobierno de Carrera fueron aniquiladas, y así terminó la “Patria
Vieja”, iniciándose el período de nuestra historia conocido como “La
Reconquista.” Como sabemos, nuestros incansables patriotas se reagruparon y
reiniciaron la lucha por la libertad, cuyo más fiero y audaz exponente fue el
guerrillero Manuel Rodríguez. Aquella difícil tarea concluiría exitosamente en
abril de 1818, con la batalla de Maipú.
¿Por qué la
aristocracia consiguió recuperar su poder en Chile, luego de obligar a
O’Higgins a abdicar?
Veamos las cosas
desde el comienzo. La misma aristocracia que se declaró española en 1810 con la
junta del 18 de septiembre, se declaró chilena después de Maipú. Valiéndose de
su poder económico e influencia sobre parte de la oficialidad y de la Iglesia,
expulsó a O’Higgins del poder en 1823, entonces Director Supremo y el más
conspicuo de los patriotas republicanos vivos. La esperanza de un Chile
popular, igualitario y democrático, que quisieron Carrera y O’Higgins, se
esfumó luego que los “pelucones” (los conservadores) vencieran a los “pipiolos”
(los patriotas liberales) en la batalla de Lircay en 1830. Al mando de las
tropas conservadoras estaba José Joaquín Prieto, entonces un convencido
pelucón, aunque había luchado con Carrera contra los realistas durante la
Patria Vieja. El bando pipiolo tenía como jefe a Ramón Freire, héroe de Maipú y
antiguo lugarteniente de O’Higgins. Prieto fue investido presidente de Chile,
aunque el cerebro de su gobierno fue el vicepresidente del país, y más tarde su
Primer Ministro, Diego Portales Palazuelos. Portales, además de rico
comerciante, un especulador y dueño del “estanco” (o sea, el monopolio) del
tabaco, era miembro de una familia conservadora y pro-realista; por lo tanto,
contraria a los ideales y obras tanto de Carrera como de O’Higgins. Terminó con
la constitución política de 1823, reformada por Freire en 1825, y temeroso que
los ideales patriotas de igualdad social y política y plurinacionalidad
volvieran a emerger en Chile, negó sistemáticamente la presencia de O’Higgins
en Chile, prohibiendo su vuelta desde el exilio en Perú, aunque sólo fuese para
morir en la Patria, lo que muchas veces se lo suplicó el Libertador.
El día de la
independencia de Chile se celebraba el 12 de febrero, como lo había estatuido
O’Higgins. Portales derogó ese día, cambiándolo en 1832, para siempre, por el
viejo, realista y aristócrata 18 de septiembre. Es decir, y dicho con toda
claridad, fue la aristocracia de Chile, la triunfadora militarmente en Lircay,
la que inventó el 18 de septiembre como nuestro día patrio. Portales, su mayor
dirigente, desligó la celebración de nuestra verdadera independencia de la
realidad histórica y de la figura y obra de los más ilustres patriotas de la
Independencia, explícitamente de O’Higgins, al eliminar el 12 de febrero como
el Día Nacional; y de Carrera, al dejar en el olvido el 4 de septiembre. En
1832, para rematar el edicto que imponía al país el 18 de septiembre, Portales
ordenó la primera “Revista Militar” al día siguiente, el desfile y ceremonia
que hasta hoy tiene lugar en todo el país, que conocemos como como la “Parada
Militar,” acto que se celebra como lo que pasó a llamarse “el día de las
glorias del Ejército.”
Para terminar,
aunque la mentira del 18 de septiembre siga en curso, nadie podrá borrar los
hechos objetivamente históricos. Indiscutiblemente, el 18 de septiembre de 1810
no es la fecha en que Chile debiera celebrar su independencia. Como lo hemos
señalado, ese día los realistas, tanto peninsulares como criollos, dejaron
“guardada” la colonia de Chile hasta la vuelta de “su adorable rey.” Sólo 22
años después, el ministro Diego Portales, un aristócrata anti-independentista
por pensamiento, origen y familia lo transformó, falsamente, en el Día de la
Independencia. Portales fue uno de los primeros pre-capitalistas de Chile y el
fundador del Estado conservador que aún rige, que aunque ya debilitado en 1973,
fue restituido íntegramente por la dictadura de Pinochet. Portales, un
gobernante tiránico y opresor, al revivir el olvidado 18 de septiembre nada
menos como el Día Nacional de Chile, selló así la vuelta de la aristocracia al
poder. Restauró el poder de la oligarquía, inició la ocupación de la Araucanía
y sustituyó la constitución política de 1825 por la suya, la constitución de
1833. Era natural, entonces, que la derecha golpista y autora del golpe de
estado del 11 de septiembre de 1973, además de frenar la continua marcha del
país hacia una nación verdaderamente independiente económicamente, más
democrática e igualitaria, hiciera de Portales su mayor ídolo y mentor
ideológico.
Lu
subrayado/interpolado es nuestro