Se llega a la Paz fundada en la Justicia Social, defendiendo la vida:
Prolegómenos:
“Cuando los que hayan de combatir tengan el derecho de decidir la Paz o la guerra, la historia ya no se escribita nunca más con sangre”…
Para el occidente: Estados Unidos, Canadá, Unión
Europea/OTAN, Inglaterra, Japón, y el patio trasero latinoamericano yanqui, si
quieres la paz prepárate para a guerra, primero la fuerza militar y luego la
paz. La “paz” de los cementerios. Malditos bastardos guerreristas,
capitalistas, imperialistas, hegemónicos occidentales, la tercera maldita
guerra nuclear mundial ad portas, sin un ganador solo un perdedor la Humanidad,
el genero humano con un triunfo de la muerte sobre la vida de los pueblos enajenados
por el maldito consumo, el maldito narcotráfico y los malditos medios mediáticos
de (in)comunicación globalizados, la telebasura/internet, bajo el control de la
plutocracia empresarial financiera/bancaria, agiotista, agrícola, monopolista,
del Club Bilderberg.
Todo esta dicho, pero como nadie hace caso, hay que
volverlo a repetir.
Prof. Moreno Peralta/IWA
Secretario Ejecutivo ADDHEE.ONG
Por Oscar Arias Sánchez* – Artículo enviado
por el autor a Other News
El desarme y la
desmilitarización son dos ideas que me han acompañado desde hace muchas
décadas. Siempre he denunciado el efecto empobrecedor que tiene para el
mundo la adquisición de armas y el mantenimiento de sus ejércitos. El gasto
militar representa la perversión más grande de las prioridades mundiales que se
conocen hasta hoy. Hoy quiero felicitar con profundo orgullo al
presidente español Pedro Sánchez por su valentía al negarse a aumentar en un 5%
del Producto Interno Bruto el gasto en defensa para el 2035. Esta decisión
reciente de los miembros de la OTAN solo se puede describir de una manera: es
una gran estupidez.
La carrera
armamentista es una distorsión de nuestros valores, es alimentar el vientre de
los misiles y no de los niños, es pagar hordas de soldados y no de doctores y
maestros. Tal vez, cuando nos atrevamos a enfrentar el espejo y ver nuestro
rostro sin velos, logremos encontrar la medicina que nos permita vivir en un
mundo en donde los seres humanos y no el gasto militar seamos la prioridad. Ese
mundo que enlaza, como hilo milenario, las ilusiones de muchas generaciones de
hombres y mujeres. Así como en la mitología griega Ariadna ayuda a Teseo a
salir del laberinto del Minotauro valiéndose de un ovillo de hilo, así también
estoy seguro de que la humanidad algún día logrará salir de su laberinto y
volverá a poner en orden sus prioridades siguiendo el hilo que, a través de los
tiempos, sostuvieron muchos hombres y mujeres, desde Buda y Jesús hasta Mahatma
Gandhi.
Es hora de que
el mundo aprenda a separar la paja del trigo y reconozca, con evidencia en
mano, cuáles son los gastos que se traducen en un mejor nivel de vida para sus
ciudadanos y cuáles no lo son. Es hora de que los gobiernos modifiquen sus
prioridades, de tal manera que propicien una verdadera metamorfosis a fin de
reprogramar nuestros valores para privilegiar la salud sobre el gasto militar;
para invertir en tecnología que libere el poder creativo de nuestra población,
en lugar de incrementar su poder agresivo; para combatir el virus de la
intolerancia con el antivirus de la compasión; para sembrar las semillas de la
paz y no el odio de la xenofobia; para despojarnos del lastre de nuestros
equipos militares y calzar a nuestros niños con las sandalias aladas del
conocimiento. Cuando hayamos hecho todo esto, nuestro final será como el que
Ovidio hubiera escrito: lograremos, como Julio César en el libro final de Las
Metamorfosis, alcanzar la apoteosis y ocupar nuestro legítimo lugar en
medio de las estrellas.
No existe un
solo indicio que sugiera que la carrera armamentista haya deparado al mundo un
nivel superior de seguridad y un mayor disfrute de los derechos humanos. Por el
contrario, no solo nos ha hecho infinitamente más vulnerables como especie,
sino más pobres. Cada arma es el símbolo de las necesidades postergadas de los
más pobres. No lo digo solo yo. Lo decía, en forma memorable, un hombre de
armas, el general Dwight D. Eisenhower cuando, siendo presidente de los Estados
Unidos, expresó: “Cada arma que construimos, cada navío de guerra que lanzamos
al mar, cada cohete que disparamos es, en última instancia, un robo a quienes
tienen hambre y nada para comer, a quienes tienen frío y nada para cubrirse.
Este mundo alzado en armas no está gastando solo dinero. Está gastando el sudor
de sus trabajadores, el genio de sus científicos y las esperanzas de sus
niños.”
Estas juiciosas
palabras del presidente Eisenhower nunca calaron en los sucesivos gobiernos estadounidenses.
Por haber nacido en un país sin ejército y por estar convencido de que el gasto
militar es una de las mayores causas de empobrecimiento de nuestras sociedades,
la necesidad de frenar la creciente carrera armamentista siempre fue el tema
preferido de mis discursos cuando se me honraba con un doctorado honoris causa
en una universidad extranjera (93 doctorados honoris causa, 75 de ellos en los
Estados Unidos). En las universidades estadounidenses solía definir a este país
como “una nación en búsqueda de un enemigo” ―Hitler, el comunismo, el
terrorismo, China―, ya que la mejor excusa para fabricar y vender sus armas es
la existencia de ese enemigo.
Creo que es
moralmente condenable utilizar recursos públicos para financiar aparatos
militares cuando millones de personas carecen de acceso a la educación, a la
atención médica, la vivienda y el alimento. Es también irracional negar,
después de todo este tiempo, que los recursos que los países en desarrollo
han dedicado al gasto militar, en el mejor de los casos se han dilapidado, y en
el peor, han terminado sirviendo para reprimir al pueblo que los pagó. Creo
que, si es triste que las naciones más ricas a través de su gasto militar les
estén negando las oportunidades de desarrollo a las más pobres, es mucho más
trágico que estas sean cómplices en la destrucción de su propio futuro. Es
absurdo y reprensible que los gobiernos de algunos de los países más
subdesarrollados continúen apertrechando sus tropas, adquiriendo tanques,
aviones y misiles para supuestamente proteger a una población que se consume en
el hambre y la ignorancia.
Sin embargo,los
seres humanos no estamos irrevocablemente dirigidos hacia nuestra propia
destrucción. Hay cientos de corazones, miles de corazones, millones de
corazones dispuestos a ensanchar el camino hacia la paz. La
historia de la humanidad ha sido narrada en silencio por las madres que lloran
la muerte violenta de sus hijos. Es hora de darles consuelo. El
mundo es capaz de escribir otra historia. Tenemos la pluma en las manos y
tenemos también el tintero y el papel. ¿Sabremos tener la voluntad? La
paz no es el fruto del esfuerzo de una persona, de un grupo o siquiera de una
generación. La paz es un bien colectivo. O se mantiene por el esfuerzo de
todos, o se debilita por la indiferencia de todos. La paz dista mucho de ser un
producto acabado. La estamos construyendo con la memoria, que ha de servirnos
de advertencia. Y la estamos construyendo con la esperanza, que ha de servirnos
de aliento. ¡Hay tanto por hacer en la fragua de la paz y es ardua la faena!
Pero sin importar los sacrificios, sin importar las entregas, no hay labor más
noble que la de asegurar que la vida sea una aventura feliz sobre la Tierra.
Las lecciones de
nuestra historia nos han enseñado que se llega a la paz poniendo al ser humano
en el centro de nuestras preocupaciones. Se llega a la paz defendiendo la vida.
Se llega a la paz invirtiendo en nuestros pueblos y no en nuestros ejércitos; intercambiando
ideas y no armas; conservando bosques y no prejuicios.
La humanidad
puede romper la condena que hasta ahora la ha obligado a pasar sus siglos en
una lucha incesante y fratricida. Mantener la paz no será nunca una tarea
fácil. Y nunca será una tarea acabada. Pero yo les aseguro que el
fortalecimiento del multilateralismo, la reducción del gasto militar en aras
del desarrollo humano, y la regulación del comercio internacional de armas, son
pasos en la dirección indicada, en esa misma dirección trazada por quienes,
sobrevivientes de la barbarie, fueron capaces de albergar la esperanza.
*Oscar Arias
Sánchez fue presidente de Costa Rica en dos ocasiones (1986-1990 y 2006-2010) y
recibió el Premio Nobel de la Paz en 1987.
Lo subrayado/interpolado es nuestro.




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