EL PRESIDENTE Macron rompe el silencio occidental con el reconocimiento del Estado Palestino
El anuncio realizado por Emmanuel Macron de que Francia reconocerá
oficialmente al Estado Palestino en septiembre es más que una decisión
diplomática: es una declaración de intenciones que trasciende la coyuntura y se
proyecta como un desafío directo a la inercia internacional. Mientras Estados
Unidos se mantiene en una postura inamovible y la Unión Europea actúa con una
timidez casi patológica, Francia ha
optado por asumir el coste político de situarse en el centro del conflicto
israelí-Palestino con una propuesta clara: o se reconoce la
legitimidad de Palestina como Estado o se sigue alimentando una espiral
interminable de violencia y desesperanza.
Hasta ahora, 148 países han reconocido al Estado Palestino,
pero ninguno de los grandes pesos pesados del G-7 había dado el paso. El gesto de
Macron, por tanto, no es baladí. Rompe con el alineamiento tácito de Occidente
con la narrativa israelí dominante y vuelve a colocar sobre la mesa el
principio de equilibrio que tantas veces se ha invocado pero pocas veces se ha
materializado: dos pueblos, dos Estados. No se trata solo de
dar legitimidad simbólica a Palestina, sino de activar una nueva arquitectura
diplomática en Oriente Próximo. En ese marco, Francia se reivindica como
potencia mediadora capaz de desmarcarse tanto del inmovilismo estadounidense
como del cortoplacismo europeo.
El momento elegido no es casual. El reciente
fracaso de las negociaciones en Doha y el endurecimiento del discurso del
genocida Netanyahu —quien descarta cualquier concesión que parezca una
«rendición» frente a Hamás— refuerzan la urgencia de una iniciativa que
reactive las vías diplomáticas antes de que Gaza se hunda definitivamente en el
caos. Macron, con su apelación a un alto
el fuego inmediato, la liberación de rehenes y la reconstrucción de la Franja,
dibuja un escenario postbélico en el que la
creación del Estado Palestino no es solo deseable, sino
indispensable para evitar una descomposición regional aún mayor.
En su declaración, el presidente francés introduce
además un elemento clave que suele estar ausente en el debate: la viabilidad
del Estado Palestino. No basta con
reconocerlo; es necesario garantizar que ese Estado tenga territorio,
instituciones, seguridad y autonomía reales. Eso implica una
desmilitarización negociada —no impuesta— de Hamás, una reconstrucción
internacional de Gaza y, sobre todo, el reconocimiento pleno de Israel por
parte de las autoridades palestinas. En ese equilibrio se juega el éxito o el
fracaso de esta iniciativa. Y Macron lo sabe: por eso ha acompañado su anuncio
con una carta personal a Mahmud Abbas, subrayando la necesidad de compromisos
mutuos y de una autoridad palestina que recupere legitimidad interna y externa.
La jugada no está exenta de riesgos. Francia vive
una polarización creciente en torno al conflicto de Oriente Próximo. Las
tensiones comunitarias, los recientes episodios de antisemitismo y la delicada
convivencia entre comunidades judía y musulmana convierten cualquier movimiento
en un potencial campo de minas político. No obstante, Macron ha optado por
trascender el cálculo electoral y apostar por una visión de largo alcance. No
es una actitud habitual en la diplomacia occidental reciente, más proclive a
los parches que a los principios.
Este paso, además, reabre una cuestión incómoda
para Europa: ¿qué papel quiere jugar en el escenario internacional? La tímida
política exterior de la UE ha mostrado sus costuras durante la guerra en Gaza,
con mensajes contradictorios, falta de unidad y una notable ausencia de
liderazgo. El movimiento de Macron podría empujar a otros países —como Alemania
o Italia— a replantearse su posición. España, que ya reconoció al Estado Palestino,
podría encontrar en Francia un socio para articular una postura común dentro
del espacio europeo que rompa con la subordinación automática a Washington.
Por último, el reconocimiento del Estado Palestino
también debe leerse como un intento de restablecer la deteriorada imagen de
Occidente en el mundo árabe y musulmán. La brutalidad de la ofensiva israelí en
Gaza y la pasividad de los gobiernos occidentales han generado una profunda
desconfianza que China y Rusia han sabido capitalizar. Si Macron consigue que
su gesto tenga repercusión práctica —por ejemplo, promoviendo una conferencia
internacional seria y vinculante— podría recuperar parte de ese terreno perdido
y abrir un nuevo ciclo de mediación en una región asfixiada por los fracasos
diplomáticos.
Francia, al parecer, ha decidido dejar de ser
espectadora. El reconocimiento del
Estado Palestino no resolverá el conflicto por sí solo, pero marca un punto de
inflexión: ya no basta con condenar la violencia o lamentar la crisis
humanitaria. Es hora de actuar con coherencia. Y Macron ha decidido hacerlo.
Ahora la pregunta es: ¿le seguirá alguien más?
LO
SUBRAYADO/INTERPOLADO ES NUESTO




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