No hay alternativa al multilateralismo
Por Luiz Inácio Lula da Silva* – /Presidente de la República Federativa de Brasil
Las grietas ya eran visibles. Desde las invasiones de Irak y
Afganistán, la intervención en Libia y la guerra en Ucrania, algunos miembros
permanentes del Consejo de Seguridad han banalizado el uso ilegal de la fuerza.
La omisión ante el genocidio del Pueblo Palestino en Gaza y Cisjordania
representa una negación de los valores más fundamentales de la humanidad. La
incapacidad para superar las diferencias fomenta una nueva escalada de
violencia en Medio Oriente, cuyo capítulo más reciente incluye el ataque a
Irán.
La ley del más fuerte también amenaza el sistema multilateral de
comercio. Los aranceles masivos desorganizan las cadenas de valor y lanzan la
economía mundial a una espiral de precios altos y estancamiento. La
Organización Mundial del Comercio ha sido vaciada y nadie recuerda ya la Ronda
de Desarrollo de Doha.
El colapso financiero de 2008 puso en evidencia el fracaso de la
globalización neoliberal, pero el mundo siguió atado a la receta de la
austeridad. La decisión de rescatar a los ultrarricos y a las grandes
corporaciones a costa de los ciudadanos comunes y de los pequeños negocios
profundizó las desigualdades. En los últimos 10 años, los 33.9 billones de
dólares acumulados por el uno por ciento más rico del planeta equivalen a 22
veces los recursos necesarios para erradicar la pobreza en el mundo.
El estrangulamiento de la capacidad de acción del Estado ha
llevado al descrédito de las instituciones. La insatisfacción se ha convertido
en terreno fértil para las narrativas extremistas que amenazan la democracia y
promueven el odio como proyecto político.
Muchos países han recortado programas de cooperación en lugar de
redoblar esfuerzos para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible hasta
2030. Los recursos son insuficientes, su costo es elevado, el acceso es
burocrático y las condiciones impuestas no respetan las realidades
locales.
No se trata de caridad, sino de corregir disparidades que tienen
raíces en siglos de explotación, injerencia y violencia contra los pueblos de
América Latina y el Caribe, África y Asia. En un mundo con un PIB combinado de
más de 100 billones de dólares, es inaceptable que más de 700 millones de
personas sigan pasando hambre y viviendo sin electricidad ni agua
potable.
Los países ricos son los principales responsables históricos de
las emisiones de carbono, pero serán los países más pobres los que más sufrirán
por el cambio climático. El año 2024 fue el más caluroso de la historia, lo que
demuestra que la realidad avanza más rápido que el Acuerdo de París. Las
obligaciones vinculantes del Protocolo de Kioto fueron remplazadas por
compromisos voluntarios, y las promesas de financiamiento hechas en la COP15 de
Copenhague –que preveían 100 mil millones de dólares anuales– nunca se
concretaron. El reciente aumento del gasto militar anunciado por la OTAN hace
que esa posibilidad sea aún más remota.
Los ataques a las instituciones internacionales ignoran los
beneficios concretos que el sistema multilateral ha aportado a la vida de las
personas. Si hoy la viruela está erradicada, la capa de ozono preservada y los
derechos laborales aún se mantienen en gran parte del mundo, es gracias al
esfuerzo de estas instituciones.
En tiempos de creciente polarización, expresiones como
“desglobalización” se han vuelto comunes. Pero es imposible “desplanetizar”
nuestra vida en común. No existen muros lo suficientemente altos como para
preservar islas de paz y prosperidad rodeadas de violencia y miseria.
El mundo actual es muy distinto al de 1945. Han surgido nuevas
fuerzas y se han impuesto nuevos desafíos. Si las organizaciones
internacionales parecen ineficaces, es porque su estructura ya no refleja la
realidad actual. Las acciones unilaterales y excluyentes se agravan ante el
vacío de liderazgo colectivo. La solución a la crisis del multilateralismo no
es abandonarlo, sino refundarlo sobre bases más justas e inclusivas.
Esta es la comprensión que Brasil –cuya vocación siempre ha sido
la de contribuir a la cooperación entre las naciones– demostró durante su
presidencia del G-20 el año pasado, y continúa demostrando este año en las
presidencias del BRICS y la COP30: la de que es posible encontrar convergencias
incluso en escenarios adversos.
Es urgente insistir en la diplomacia y refundar las estructuras
de un verdadero multilateralismo, capaz de responder a los clamores de una
humanidad que teme por su futuro. Sólo así dejaremos de ser testigos pasivos
del aumento de la desigualdad, de la insensatez de las guerras y de la
destrucción de nuestro propio planeta.
Lo subrayado/interpolado
es nuestro.
La presidenta Sheinbaum
rechaza amenaza de Trump a los BRICS
Asimismo, defendió la posición del país azteca, la que privilegia
el desarrollo económico en reemplazo del concepto crecimiento económico, ya que
este último solo destaca el crecimiento del PIB, pero no calcula la distribución
de la riqueza, como tampoco repara en la sostenibilidad del medio ambiente y,
evidentemente, el bienestar de la población, afirmó la presidenta Sheinbaum.







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