jueves, 19 de diciembre de 2024

Sudáfrica presidirá el G20 en 2025 en un momento crucial para África

Sudáfrica presidirá el G20 en 2025 en un momento crucial para África

En 2025, Sudáfrica asumirá la presidencia del G20, un momento crucial en los esfuerzos diplomáticos internacionales del país africano, informa Mkhululi Chimoio (IPS) desde Naciones Unidas.

El Grupo de los 20 (G20) es un foro económico intergubernamental integrado por diecinueve países destacos del Norte y el Sur y dos uniones regionales: la Unión Europea (UE) y, recientemente, la Unión Africana (UA). Representa 85 por ciento de la economía mundial, 75 por ciento del comercio mundial y 67 por ciento de la población mundial.

Por lo tanto, el liderazgo de Sudáfrica en este grupo representa una oportunidad única para dar forma a las políticas globales y defender los intereses de África  de Mandela en la escena mundial.

Los países del G20 son Alemania, Arabia Saudí, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Corea del Sur, Estados Unidos, Francia, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Reino Unido, Rusia, Sudáfrica y Turquía, además de la Unión Europea y la Unión Africana.

Chrispin Phiri, portavoz del sudafricano ministro de Relaciones Internacionales y Cooperación, afirma que el tema de la presidencia sudafricana será «fomentar la solidaridad, la igualdad y el desarrollo sostenible». Pretende abordar los retos mundiales críticos, con especial atención al desarrollo de África.

Entre las áreas clave en las que se centrará la Presidencia figuran la lucha contra el triple reto de la pobreza, el desempleo y la desigualdad, así como el desarrollo de África, que implica situar el desarrollo de África en primera línea, en consonancia con la Agenda 2063 de la Unión Africana: «El África que queremos».

También se espera que forme parte de las prioridades sudafricanas abordar policrisis como el cambio climático, la energía, la seguridad alimentaria y la deuda, que afectan de manera desproporcionada a África y a otras naciones en desarrollo. Cuestiones como el desarrollo de infraestructuras y la reforma de la gobernanza mundial iniciada por anteriores presidencias del G20.

Phiri afirma que la política exterior sudafricana está profundamente entrelazada con sus prioridades nacionales, y su objetivo es fomentar una Sudáfrica, una región de la Comunidad para el Desarrollo del África Meridional (SADC) y un continente africano mejores, estables y prósperos.

«La presidencia sudafricana está llamada a tener implicaciones significativas para la región africana en su conjunto, especialmente dentro de la SADC», aseguró.

Añadió que «la posición estratégica de la nación dentro del G20 le permitirá presionar para obtener logros políticos que beneficien a Sudáfrica, a la SADC y a todo el continente, en cuyas áreas clave de atención se incluye la promoción de políticas que garanticen beneficios económicos para todos los sudafricanos, en particular para los económicamente marginados.

Phiri destacó la importancia de la coordinación de Sudáfrica con la UA, en particular a la hora de aprovechar la presidencia del G20 para impulsar la integración y la cooperación regionales.

Como presidente del G20, Sudáfrica también se centrará en abordar los retos económicos mundiales y promover el desarrollo sostenible. La agenda política del país se basará en su Plan Nacional de Desarrollo, la Agenda 2063, y en cuestiones de larga data en el marco del G20.

Phiri afirmó que Sudáfrica abogará por reformar la arquitectura de la deuda mundial para evitar que las crisis de la deuda socaven la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

También movilizará financiación para abordar el importante déficit de financiación del desarrollo, que ha aumentado tras la COVID-19.

Igualmente abordará la cuestión de los flujos financieros ilegales (FFI), que drenan aproximadamente 88.600 millones de dólares anuales del continente, impidiendo el progreso hacia la Agenda 2063 y las metas de los ODS.

El profesor Danny Bradlow, investigador principal del Centro para el Avance de la Erudición de la Universidad de Pretoria, afirma que entre las prioridades de Sudáfrica debe figurar la de abordar la deuda y la financiación del desarrollo, en particular para África.

El profesor Bradlow quiere que Sudáfrica copresida la Mesa Redonda Mundial sobre la Deuda Soberana, junto con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial.

El foro ofrece la oportunidad de impulsar un enfoque más creativo de la gestión de la deuda, vinculándolo a debates más amplios sobre el desarrollo y la financiación de la lucha contra el cambio climático.

«Esta Presidencia brinda la oportunidad de abordar algunos cuellos de botella de larga data a los que se enfrenta la integración regional en África», dijo Bradlow.

Por ejemplo, citó, uno de los principales retos a los que se enfrentan la Zona de Libre Comercio Continental Africana (AfCFTA) y las Comunidades Económicas Regionales (CER) son los acuerdos comerciales bilaterales que socavan los esfuerzos de integración regional de África.

Insta a Sudáfrica a que aproveche el impulso de la admisión de la UA y su presidencia del G20 para poner de relieve estos problemas e impulsar compromisos que apoyen la integración regional, en estrecha coordinación con los órganos pertinentes de la UA y los socios de conocimiento.

El profesor Bradlow señala la necesidad de que Sudáfrica herede y promueva iniciativas de la presidencia brasileña del G20, como la Alianza contra el Hambre y la Pobreza y los debates sobre fiscalidad mundial, en particular la polémica cuestión del impuesto sobre el patrimonio de los multimillonarios.

Reconoce que, aunque se trata de asuntos complejos que implican cuestiones de soberanía, son cruciales para generar recursos para la financiación del desarrollo.

Por su parte, la directora general del Instituto Sudafricano de Asuntos Internacionales (Saiia), Elizabeth Sidiropoulos, subrayó la importancia de potenciar la cooperación y la integración regionales.

«Desde un punto de vista político, la presidencia sudafricana del G20 pretende responder a los retos económicos y medioambientales mundiales y a la paz sostenible, teniendo en cuenta los esfuerzos para alcanzar los ODS, la Agenda 2063 de la UA y la reforma de las instituciones de gobernanza económica mundial», afirmó Sidiropoulos.

Señaló que ahora que la UA es miembro del G20, existe una mayor oportunidad de amplificar las prioridades africanas, y sugirió que Sudáfrica debería centrarse en profundizar en la defensa del continente dentro del G20, seleccionando cuestiones clave en las que pueda tener un impacto significativo.

Recomendó a Sudáfrica que utilizara su presidencia para abordar los obstáculos a los que se enfrenta desde hace tiempo la integración regional en África.

La presidencia sudafricana del G20 en 2025 es un momento crucial para la nación y el continente. Con la reciente inclusión de la UA en el G20, se presenta una oportunidad histórica para remodelar la gobernanza mundial de forma que refleje las aspiraciones y los retos del Sur global.

De hecho, Sudáfrica sigue a la cabeza por un año del G20 a Brasil, lo que coloca las prioridades y enfoque del Sur global en el grupo de grandes economías industriales y emergentes por un bienio.

El profesor Bradlow afirma que el éxito de Sudáfrica dependerá de su capacidad para equilibrar las prioridades inmediatas con los objetivos globales a largo plazo y de garantizar que el G20 siga siendo una plataforma para el crecimiento integrador y equitativo.

G-20, Saludos a la bandera: bla, bla, bla...

A fin de evitar que muchas manos pongan morado el caldo de la hegemonía, se reservan la administración de todo el planeta clubes de los países más ricos, como el  G-7 o el G-20.

Por: Luis Britto García

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Se supone que todos los seres humanos son iguales en derechos: todos los países también deberían  serlo. Pero algunos  se consideran más iguales que otros, y rehúyen el voto democrático de las grandes organizaciones internacionales, como el de los 191 países que en la ONU condenan el bloqueo a Cuba o el de los 15 miembros del Consejo de Seguridad que exigen el alto al fuego en Gaza.

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A fin de evitar que muchas manos pongan morado el caldo de la hegemonía, se reservan la administración de todo el planeta clubes de los países más ricos, como el  G-7 o el G-20. Los miembros originarios de este último fueron elegidos arbitrariamente por un comité de funcionarios, y se oponen enérgicamente a la inclusión de nuevos integrantes. Para equilibrar estas camarillas  exclusivas y excluyentes, el mundo multipolar crea el BRICS+, pero  cada uno de sus fundadores puede a su vez ejercer el veto unilateral contra posibles nuevos miembros. Como reza la Ley de Hierro de las oligarquías de Robert Michels, el poder tiende a concentrarse en un número cada vez menor de manos.

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Afirmó  Groucho   Marx   que no le interesaba ingresar a un club que lo aceptara como miembro. Basta hojear los integrantes del G-20 para calificarlo. Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, y el Reino Unido son además miembros del G-7, el excluyente bloque de los que fueran países más ricos.   Sólo cinco afiliados (Arabia Saudita, Argentina, Brasil, México e Indonesia) están en vías de desarrollo, pero poseen inmensos recursos naturales. Apenas dos (China y la Federación Rusa) se  desarrollaron revolucionariamente en pugna con el capitalismo. Cinco (Brasil, China, Rusia, India y Suráfrica) son también promotores de la alianza competidora del BRICS+, lo cual supone una incómoda doble personalidad o contradicción de intereses, que    se intensificará progresivamente.

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Las entidades políticas integradas en este cenáculo de Presidentes representan un 56 % de la población mundial, ocupan el 60% del territorio del planeta, producen 85 % del PBI global y el 75% del comercio internacional. La distribución no es uniforme: la mayor parte del PIB es apropiada por los minoritarios países que también son miembros del G7; la mayoría de la población corresponde al depauperado Sur Global. Esa contradicción es el centro del G-20, o más bien la del planeta.

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La presidencia de este club de Presidentes es rotativa, ejercida anualmente por el primer mandatario del país huésped. La agenda para la Cumbre de 2024 comprende debates sobre 1) Inclusión social y lucha contra el hambre, 2) Transición energética y desarrollo sostenible en sus aspectos sociales, económicos y ambientales, 3) Reforma de las instituciones de gobernanza global: Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización Mundial del Comercio, Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

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No necesita el lector que le explique por qué tantos debates concluyeron en  saludos a la bandera. La “Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza” no puede ser gerenciada  justamente por el grupo de países que más han contribuido a que –según Oxfam- el 1% de la población mundial acapare cerca del 50% de la propiedad global, y sólo el 10% posea el 80% de dicha riqueza. Programas como el “Cero Fome” alivian a las mayoriaS de la depauperación que podría conducir la rebelión social, pero no les procuran trabajo estable ni control de los medios de producción. Difícil es una “transición energética” o una “movilización mundial contra el cambio climático” dirigída por países responsables del 83,9% de las emisiones de CO2 provenientes de energía fósil (https://en.wikipedia.org/wiki/G20) o de la destrucción de la Amazonia. Dudamos de que reformen institucionalmente Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización Mundial del Comercio y Consejo de Seguridad de la ONU  quienes los usan  como pilares de su poder. Si lo quisieran, los monopolios del agronegocio podrían suprimir el hambre, los países desarrollados clausurar las fábricas que supuestamente envenenan la atmósfera, disolver las instituciones que perpetúan la especulación financiera y acumulan una deuda que supera el 333% del PIB global. No  lo hacen porque  estropearía sus negociados. El G-20 no es la solución, sino el problema.

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No se sabe que el selecto grupo haya adoptado resoluciones viables y obligatorias para frenar el excesivo gasto armamentista, las continuas injerencias militares en  países del Sur Global, la obscena inmunidad tributaria de los grandes capitales transnacionales, las medidas coercitivas unilaterales que destruyen a los países independientes, la necesaria anulación de la impagable Deuda Pública,  la persecución racista contra grupos discriminados internos o migrantes, la falta de derechos sociales y laborales de quienes trabajan en esos agujeros negros de los derechos humanos llamados maquilas o Zonas Económicas Especiales. La juiciosa actitud de los integrantes del G-20 ha sido debatir los problemas propios como si se tratara de los del mundo, y nunca tratar los problemas del mundo como propios.

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El G-20 ha aceptado implícitamente sacrificar el planeta  en aras  de las potencias hegemónicas. Esta marcha hacia el precipicio resulta agravada por la contraorden sobre la estrategia y la táctica del enfrentamiento. Durante medio siglo impuso Estados Unidos a sangre y fuego el catecismo determinista/neoliberal globalizado/hegemónico resumido en dos mandamientos: cero proteccionismo estatal, absoluta libertad de empresa. Este suicidio económico fue forzado por golpes de Estado como los de Indonesia,  Chile. Honduras y Panamá,  por invasiones como la de Nicaragua, Cuba, República Dominicana,  Libia, Irak, y ocupaciones militares como las de Colombia, Ecuador y Perú. Estados Unidos lleva más de un siglo obligando  a los demás países a adoptar las políticas neoliberales que los llevaron a la ruina y que ahora lo arruinan a él.

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Pues al desechar todo proteccionismo permitió a los grandes capitales mudar sus industrias al exterior, dejar sin empleos a los estadounidenses, sustituir la producción de bienes materiales por la de dividendos especulativos e inmunizarse contra los impuestos mediante rebaja de las tasas tributarias y colocación de beneficios en Paraísos Fiscales.  Donald Trump ganó la presidencia ofreciendo revertir estas políticas fatales, pero en el mejor de los casos su táctica será dual: reimpondrá el proteccionismo a favor de Estados Unidos, a costa de la  desprotección económica, social y estratégica del resto del planeta. Es lo que se debatió a puerta cerrada en la cumbre  del G-20.  Suelen las organizaciones internacionales ser estructuras para barnizar de consenso los intereses del minoritario grupo de las potencias hegemónicas. Es hora de que participe en el debate toda la humanidad.

Lo subrayado/interpolado es nuestro.

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