BRICS y África: ¿nueva alianza win-win o colonialismo newlook?
Por Laurent Delcourt – escritor, periodista y
analista internacional:
Para amplios segmentos del mundo político y de la sociedad civil en África, los BRICS+ constituyen una saludable alternativa a la dominación occidental USA/Unión Europea, al proponer nuevas alianzas más equitativas, más respetuosas con las soberanías nacionales y más centradas en las prioridades de desarrollo nacional.
El hecho es que la
relación entre África y este heterogéneo club de potencias emergentes sigue
siendo muy desigual, tendente a reproducir incluso la antigua dicotomía
Norte-Sur. El crecimiento de África no se basará en las BRICS. Dependerá de su
capacidad para implicarse en un proyecto de desarrollo.
En un contexto de agravación de las tensiones
geopolíticas, de recomposición de las alianzas internacionales y de creciente
pérdida de influencia de los países occidentales sobre sus tradicionales patios
traseros y más en general sobre la marcha del mundo, los BRICS+ –coalición
formada por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, a los que se han sumado
desde el 1 de enero de 2024 Arabia saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Irán,
Egipto y Etiopía–ejercen hoy día un innegable poder de atracción sobre los
países del Sur. Cada vez son más los que quieren integrarse en este heterogéneo
club de potencias emergentes, o al menos aproximarse. Los BRICS suscitan también
el entusiasmo de buena parte del mundo político y amplios sectores de la
sociedad civil en el Sur. En particular en África, donde es muy celebrado el
ascenso potencial de esta coalición que contesta la hegemonía occidental y dice
actuar por la construcción de un mundo multipolar: para muchos, los BRICS es
una oportunidad real de desembarazarse de los viejos restos de dependencia
neocolonial, impregnada de dominación, asistencialismo y paternalismo, de
entablar relaciones de cooperación más equitativas e iniciar un desarrollo
verdaderamente soberano, más acorde con las prioridades del continente.
Agnès Adélaïde Metougou, activista camerunesa
anti-deuda, explica: «Antes del ascenso potencial de estos países emergentes,
el mundo era extremadamente asimétrico. Los países de Europa Occidental, los
Estados Unidos y Japón representaban apenas el 20% de la población, pero
controlaban las tres cuartas partes de la riqueza del mundo. Los BRICS han
venido a relativizar esta hegemonía creando nuevos polos […] que aseguran una
representación más equilibrada de todos los segmentos de la humanidad. [Su]
cosmopolitismo […] permite salir del mundo unipolar en el que una única
civilización imponía su estribillo cultural e ideológico sin la menor
posibilidad de negociar o de decidir. Hoy los BRICS contestan precisamente
[esta] hegemonía […]. Y pueden proponer un contramodelo a las estructuras
económicas y políticas liberales dominantes promovidas por las potencias
occidentales. En el plano económico, esta situación permite una diversificación
de las alianzas y una ampliación de los mercados, etc. Pero en el plano
político, los africanos pueden aprovechar esta oportunidad para rechazar, al
menos en parte, los dictados impuestos por los occidentales […]»
«Se trata de un formidable reto para todos los que
buscan las vías de un verdadero desarrollo del continente africano, abunda en
el mismo sentido el político y diplomático costamarfileño Ahoua Don Mello, […] ahí tenemos socios muy importantes porque
reúnen […] a casi la mitad de la población mundial. Pueden apoyarnos en
proyectos alternativos de desarrollo que nos saquen de la sumisión y de los
expolios orquestados en el continente por el neocolonialismo y las
multinacionales occidentales […]. La ambición es salir de las terribles
relaciones de dependencia que impiden un desarrollo soberano de los africanos».
Tentadoras perspectivas
Teniendo como eje de su última cumbre el
reforzamiento de su cooperación con África «en el marco de una alianza [con el
continente] para un crecimiento mutuamente acelerado, un desarrollo duradero y
un multilateralismo inclusivo», a los BRICS no les faltan argumentos para
convencer. Ponen a disposición de África enormes recursos, en forma de
préstamos, inversiones, ayudas y ofertas de servicios. Además su retórica,
centrada en el respeto de la soberanía de los Estados, la denuncia de los
dobles estándares y su voluntad común de poner fin a la hegemonía occidental
globalizada y a la dominación del dólar, seduce, mucho más allá de los
círculos gubernamentales, a poblaciones escaldadas por décadas de injerencia,
ajustes económicos y endeudamiento con desastrosas consecuencias sociales.
“Rusia no busca en África ni materias
primas ni dominarla”...
El discurso seduce tanto más porque los BRICS están
inmunizados contra el resentimiento que alimenta en África el rechazo de las
antiguas metrópolis. Los BRICS –y es un aspecto esencial– no arrastran un duro
pasado colonial. Tratándose de antiguas colonias o protectorados–al menos la
mayor parte de ellos–han apoyado en cambio en buena medida (financiera, militar
o diplomáticamente) las luchas africanas de independencia y contra el
apartheid, lo que les confiere un enorme capital simbólico de simpatía en el
continente. Como países en desarrollo, que comparten con África una historia
común de sometimiento (ante antiguas metrópolis, y después ante instituciones
financieras internacionales), o como aliados históricos (como Rusia), su
trayectoria, su éxito y su modelo inspiran tanto como fascinan. Contribuyen
también a «descartarlos» de cualquier intención malsana, lo que hace decir a Ahoua
Don Mello que Rusia «no busca en Africa ni materias primas ni dominarla».
Una relación desigual
El caso es que la densificación de las relaciones
observadas estos últimos años entre los BRICS y África dejan ver una realidad
diferente. Aunque el acercamiento entre los dos bloques contribuye a reintegrar
al continente en los circuitos comerciales internacionales, amplifica el margen
de maniobra de los Estados africanos y ofrece nuevas posibilidades de
financiación y de inversión, hay que constatar también que se sitúa en una
relación desigual. Lo demuestra la estructura de sus intercambios, África
exporta a los BRICS casi exclusivamente bienes primarios, mientras que importa
de esos países sobre todo productos transformados, y tiene con ellos un déficit
comercial cada vez mayor. Por no hablar de las nuevas deudas que contrae con
estas potencias.
A pesar de las buenas disposiciones aparentes de
los BRICS respecto a África, esta «cooperación» tiende así a reproducir la
tradicional dicotomía Norte-Sur, entre centros y periferias. Esto amenaza a
largo plazo con consolidar la posición subalterna del continente en la división
internacional del trabajo e impedir cualquier proceso de industrialización
autocentrado o soberano que los africanos decidan.
No hay que engañarse. En el contexto global de
acumulación capitalista, lo que motiva la presencia de los BRICS+ en África y
guía la evolución de sus relaciones con el continente es la conquista de nuevos
mercados y, más aún, el acceso a las materias primas indispensables para su
propio desarrollo. Detrás de su retórica de solidaridad Sur-Sur, su modus
operandi apenas difiere de las antiguas potencias coloniales. Pese a su
sacrosanto principio de respeto de las soberanías nacionales, su presencia en
África indica una lógica de explotación bastante similar. Aunque se presentan
en los fórums internacionales como un bloque coherente, en lucha contra un
Occidente dominador, cada uno de sus miembros desarrolla a su nivel estrategias
para apoderarse de los recursos locales, favorecer la expansión de sus gigantes
económicos nacionales, asegurar nuevos mercados para sus propias exportaciones,
estimular su propio crecimiento o ganar en influencia diplomática.
Similares lógicas de dominación y de explotación
Sobre el terreno, los proyectos financiados por los
BRICS, en las áreas de agro-industria, minería y energía e infraestructuras,
tienen impactos igualmente destructores en el plano social o ambiental:
acaparamiento de recursos, expoliación de las comunidades locales, expansión y
reforzamiento del modelo extractivista, competencia social a la baja,
destrucción de medios naturales, multiplicación de conflictos
socio-ambientales, extracción de plusvalía e incluso militarización de regiones
enteras, como la región fronteriza entre Sudán y la República Centroafricana,
en manos de mercenarios del grupo Wagner, recientemente rebautizado Africa
Corps. Aunque no desagrade a Ahoya Don Mello, las acciones que llevan a cabo
por cuenta de Rusia no son especialmente filantrópicas[5]. En esta lógica de
acumulación por desposesión, tampoco los nuevos miembros de los BRICS, desde
enero de 2024, se quedan atrás. Así, un reciente informe de SuissAid[6] revela
que entre 2012 y 2022, 2.596 toneladas de oro provenientes de las minas
artesanales africanas han sido exportadas ilegalmente hacia los Emiratos Árabes
Unidos (casi el 50% de todo el oro no declarado producido en África) para ser
refinadas, lo que supone una pérdida de ganancia de varios miles de millones de
dólares para el continente. La monarquía, muy activa en el mercado de carbono,
a través de su empresa Blue Carbon, se ha convertido también en uno de los
principales acaparadores de tierras forestales en África. En Liberia sobre
todo, la sociedad se ha apoderado de casi el 10% del territorio nacional,
privando a muchas comunidades de los recursos necesarios para su supervivencia,
une forma de colonialismo verde denunciada por activistas locales.
Recordemos además que aunque pretenden reformar la
arquitectura económica internacional, los BRICS+, con China y Brasil en cabeza,
son ardientes defensores del libre cambio y de la mundialización frente a las
tentaciones proteccionistas. Están también entre los principales usuarios de
los paraísos fiscales, que constituyen uno de los más eficaces instrumentos de
captación de la riqueza proveniente del Sur. Cerca de 7,8 trillones de dólares,
o sea el 8% de la riqueza producida mundialmente y el 40% de los beneficios de
las multinacionales se disimulan hoy en estos bancos offshore.
Un modelo económico «neolibéral con características
del Sur»
De hecho, lejos de su imagen idealizada, los BRICS+
son engranajes esenciales de un sistema que ha marginalizado a muchos países
pobres, pero que también ha asegurado –y asegura siempre–su propio desarrollo
económico. Lo que explica que, aunque contesten ruidosamente la jerarquía del
orden internacional, no tengan disposición alguna en reformarlo en profundidad,
en el sentido de un mejor reparto de las riquezas y de los beneficios del
desarrollo en favor de los países más pobres, en particular africanos. Los
BRICS+ en realidad sólo consideran a estos países como vastas reservas de
materias primas y de mano de obra barata, o como mercados cautivos para la
circulación de su producción industrial. Lejos de cuestionar las injusticias
estructurales heredadas de la colonización y más tarde de la mundialización, el
modelo económico que promueven–calificado por un economista indio como
«neoliberal con características del Sur»–, amenaza por el contrario con
ampliarlas.
Algunos podrán objetar que los BRICS participan de
una reorganización económica de África al invertir prioritariamente en
proyectos de infraestructura que cruelmente faltan. Y que la financiación no
condicionada concedida por los BRICS+ a los gobiernos africanos les dan más
libertad en la elección de los proyectos a financiar. Ahora bien, se puede
constatar que la mayoría de las inversiones realizadas por los BRICS, incluso
en infraestructuras (carreteras, ferrocarriles, terminales portuarias, etc.)
están estrechamente conectadas con su negocio de extracción de recursos. En
cuanto a la ausencia de condicionantes, que muchos ven como un medio de escapar
a los dictados occidentales, tiene un doble filo. Aunque da un margen de
maniobra mucho mayor a los gobiernos, también permite a estos últimos
sustraerse de su obligación en materia de respeto a los derechos humanos,
protección del entorno o transparencia en la gestión de los fondos públicos. Lo
mismo que permite a los inversores de los BRICS+ sustraerse de cualquier
responsabilidad en la materia. En el fondo, el «esquema sigue siendo más o
menos el mismo, previene el escritor y sociólogo senegalés, Souleymane Gassama,
[…] se sigue viendo al continente [africano] como una oportunidad, con una
mezcla de predación capitalista brutal asociada a un soft power, donde los
nuevos llegados juegan con los afectos y su ausencia de pasivo colonial».
En cualquier caso,
la prosperidad de África no dependerá de los BRICS+. Dependerá de la capacidad
de sus gobiernos para formular un proyecto de desarrollo autónomo y
autocentrado, que responda ante todo a las prioridades, aspiraciones y
necesidades de su población. Y no a los intereses de una pequeña élite. Y de su
habilidad para sacar provecho de múltiples alianzas, sin dejarse encerrar en
una lógica «campista», bajo pena de ver las viejas dominaciones imperialistas
reemplazadas por otras. Dependerá en fin de la capacidad de las sociedades
civiles africanas de movilizarse, hacer presión sobre las autoridades y hacer
oir la voz de los sin-voz: Cualquier medio de limitar la influencia de la OTAN
y de la oligarquía occidental empresarial, financiera- bancaria/agiotista, agrícola
monopolista es beneficioso para el resto de la población mundial. Hoy día
estamos dirigidos por una minoría la oligarquía empresarias que impone
sus leyes al resto del mundo. Con los BRICS aparece una primera manifestación
de oposición a esta dominación.
Kémi Seba, bloguero y activista panafricanista.
Lo subrayado interpolado es nuestro.
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