Ayacucho: “La más gloriosa batalla del Nuevo Mundo”[1]
Por Sergio Rodríguez Gelfenstein/ escritor, historiador y analista internacional/ADDHEE.ONG:
Cuando el Libertador Simón
Bolívar Palacios y Blanco llegó al Perú el 1° de septiembre de 1823 se
encontró un escenario muy complicado. Existían fuertes contradicciones entre
José de la Riva-Agüero y el Marqués de Torre Tagle. El país tenía dos
presidentes, dos gobiernos y dos Congresos. En Colombia, aunque la situación
era mejor, también había dificultades que retrasaron la autorización a Bolívar
para que pudiera marchar al Perú.
Bolívar lo sintetizó diciendo
que: “Los
Pizarro y Almagros pelearon; peleó La Serna con Pezuela; peleó Riva Agüero con
el Congreso, Torre Tagle con Riva Agüero, y con su patria Torre Tagle; ahora,
pues, Olañeta está peleando con La Serna y, por lo mismo, hemos tenido tiempo
de rehacernos y de plantarnos en la palestra armados de los pies a la cabeza”.
Cuatro meses después de haber llegado al país,
el Libertador logró estabilizar la situación y se propuso comenzar a preparar
la campaña que permitiría liberar definitivamente al Perú del dominio español.
Pero enfermó gravemente y se tuvo que establecer en Pativilca por dos meses a
fin de restablecerse. El tabardillo o enfermedad del desierto lo afectó de tal
manera que el diplomático colombiano Joaquín Mosquera que lo visitó en esos
días, al ver su estado físico, pensó que el Libertador vivía sus últimas horas.
Al observarlo en tal situación y después que
Bolívar le relatara las grandes dificultades que encaraba en el Perú, Mosquera
le preguntó qué iba a hacer. Mirándolo fijamente y con brillo en sus ojos casi
apagados, el Libertador sin dudar, le respondió: ¡Vencer!
En esos primeros meses del año 1824, mientras
restablecía su salud se dedicó a ganar tiempo, negociar con las fuerzas en
pugna y esperar que Colombia le enviara los tan ansiados refuerzos. Al mismo
tiempo, diseñaba la estrategia para derrotar a los españoles. En carta a Tomás
de Heres el 9 de enero le dice que: “…a los enemigos no se le engaña sino
lisonjeándolos”.
El 10 de febrero, ante la crítica situación del
país y cuando parecía no haber otras opciones, el Congreso del Perú le concede poderes
dictatoriales, a fin de que Bolívar -con absoluta libertad- tomara las
decisiones que considerara correctas para la conducción del Estado y adoptara
las medidas necesarias que condujeran a resolver exitosamente la confrontación
con el ejército español.
A fines de ese mes, comienza a impartir órdenes
a sus generales. Su plan consistía en “limpiar” al país del ejército, dejando
solo a las fuerzas guerrilleras sobre el terreno; establece tres regiones: una,
la más grande, era la que debía ser “limpiada”; la segunda, al este de Trujillo,
donde se proponía obtener los recursos necesarios para la sobrevivencia del
ejército y, la tercera, el propio Trujillo, en la que se deberían concentrar
los recursos obtenidos.
Para el logro de estos objetivos, un papel
determinante lo jugó el líder cusqueño Marcelino Carreño que al mando de las guerrillas
montoneras le propinó cuantiosas pérdidas en fuerzas y medios a los españoles.
Este contingente, al igual que afroamericanos criollos que habían sido
esclavos y que configuraron el batallón 8, vendrían a cumplir importantes
misiones en pro de la causa independentista.
El 7 de marzo, el Libertador instala su puesto
de mando en Trujillo. El 12 de abril ocurrió un hecho aparentemente irrelevante.
No obstante, el Libertador con su característica visión estratégica, captó la
trascendencia del mismo. El general español Pedro Antonio Olañeta, tomando nota
de que en octubre de 1823, en España se había restablecido la monarquía, manifestó
su lealtad al rey, rechazando la conducción que daban al ejército los generales
ibéricos en el Perú, en su mayoría liberales. Olañeta se separó del ejército y
se retiró al Alto Perú con su división. En su persecución, el virrey envió al
general Jerónimo Valdés al mando de 4.000 hombres.
Bolívar detectó que este hecho exponía al bando
contrario a una situación de debilidad ordenando pasar a la ofensiva sin
pérdida de tiempo. Muchos, incluso la mayoría de sus generales lo consideraron
una quimera y una locura, pero finalmente, su convincente retórica y la
confianza en un hombre que muchas veces los había llevado a la victoria,
terminó por persuadir a sus subordinados quienes más por lealtad que por
convicción, aceptaron las instrucciones emitidas desde el puesto de mando.
La orden de combate estableció que las tropas
harían lo mismo que en julio de 1819 pero en sentido contrario. En Nueva
Granada, los patriotas habían subido la cordillera para atravesarla de este a
oeste a fin de tomar a los españoles por sorpresa. Ahora, irían desde el oeste
al este para intentar repetir la hazaña.
Bolívar vislumbraba dos escenarios: el primero,
que Valdés abandonara la persecución de Olañeta y regresara al escenario del
conflicto, en cuyo caso la ofensiva patriota se desarrollaría en condiciones
desventajosas, pero, si Valdés no retornaba con sus tropas, la victoria sería
segura.
En mayo, el ejército se puso en marcha hacia el
sur. Debía recorrer casi 1000 km. a través de elevadas montañas, algunas con
nieve en esa ápoca del año hasta llegar a Pasco que había sido designado como
lugar de concentración del contingente patriota. El general José De la Mar
comandaba el ejército peruano, teniendo como jefe de Estado Mayor al general
altoperuano Andrés de Santa Cruz mientras que el general Sucre conducía al
ejército colombiano, llevando bajo sus órdenes los destacamentos al mando de
los generales Jacinto Lara (venezolano) y José María Córdova (neogranadino).
Su jefe de Estado Mayor era el coronel irlandés Francisco Burdett O´Connor.
El Alto Mando del Ejército Libertador Unido era
dirigido personalmente por el Libertador Simón Bolívar contando para la
conducción estratégica con el doctor José Faustino Sánchez Carrión, tal vez el
más eminente, capaz y eficiente entre todos los patriotas peruanos a cargo de
los asuntos políticos y civiles con rango de ministro. Bolívar siempre mantuvo
a Sánchez Carrión a su lado para garantizar la conducción estratégica de la
guerra.
En tanto ocurría el desplazamiento del
ejército, Bolívar, usando aquel antiguo adagio de Julio César de “Divide y
vencerás”, le escribió dos cartas al general Olañeta, instándolo a unir fuerzas
para luchar contra el “enemigo común”. En otro plano, se debe destacar la
extraordinaria labor de aseguramiento logístico organizada por el general Sucre
a lo largo de toda la ruta de la marcha, garantizando el abastecimiento con
alimentos para la tropa y los caballos.
Los patriotas marchaban de norte a sur y los
españoles en dirección contraria y en paralelo. En algún momento se cruzaron a
poca distancia. El general español de origen francés José de Canterac que
estaba al frente del ejército realista, jamás imaginó que Bolívar había podido
organizar un contingente de gran dimensión, que el propio Bolívar estaría al
mando de este y que marcharía al sur por la sierra y no por la costa que era considerada
la maniobra lógica para el desplazamiento. Una vez más la argucia y la
brillantez estratégica de Bolívar habían permitido lograr el objetivo: la
sorpresa fue total.
Cuando Canterac descubrió la maniobra del ejército
patriota, ya era tarde y ordenó retirada. Desde la altura, los republicanos
observaron el movimiento realista. Bolívar dio la orden de ataque con la
caballería contra el flanco del orden de marcha español. Presistiendo el
inminente desastre, Canterac ordenó poner a salvo a la infantería y enfrentar a
los patriotas con la caballería. Había comenzado la batalla de Junín. Era el 6
de agosto de 1824. Ante la cercanía entre ambos ejércitos esta confrontación se
dio lanzas y espadas, no se disparó un solo proyectil.
Papel determinante vino a jugar el sargento
mayor peruano Juan Andrés Razuri quien fue enviado por su jefe el coronel
rioplatense Manuel Isidro Suárez al puesto de mando a recibir instrucciones del
general De la Mar. En el fragor del combate, el escuadrón al mando de Suárez
había permanecido oculto y guarecido por el terreno accidentado. La instrucción
de De la Mar para Suárez fue que salvara su unidad. Pero al regresar Rázuri
desde el puesto de mando y observar desde la altura que los realistas se habían
desarticulado y que su dispositivo de combate se había trastornado, contrariamente
a la disposición recibida, le indicó a su jefe que De la Mar había ordenado pasar
a la ofensiva. El oficial rioplatense actuó en consecuencia golpeando a las
atribuladas tropas españolas que no sabían de donde había salido este escuadrón.
Tal acción motivó el ataque generalizado de los patriotas que consiguieron la
victoria en solo 45 minutos.
En Junín, el ejército patriota obtuvo 700
fusiles y capturó un gran territorio. Bolívar prefirió no perseguir a los
españoles tras la llegada de la noche. Además, los soldados estaban
extremadamente agotados no solo por el combate, sobre todo por las largas
jornadas de marchas forzadas antes de llegar a Junín.
A pesar de la contundente derrota, los
españoles habían salvado el grueso de su ejército al proteger la infantería.
Sabedores de esta situación, Bolívar y los generales republicanos se orientaron
a recuperar los heridos, explorar el terreno y hacer acopio de armamento. Así
mismo, era vital saber qué había ocurrido con Olañeta.
Al llegar el mes de octubre, Santander no había
enviado los refuerzos prometidos. En el contexto creado dicho contingente
podría jugar un papel decisivo en el combate final que indudablemente se
avecinaba. El 6 de octubre Bolívar reúne al Alto Mando y le informa que era de
la opinión que debía desplazarse a la costa a atender asuntos de Estado y
organizar una nueva fuerza que reforzara al ejército.
El Libertador designa al general De la Mar para
sustituirlo en el mando del ejército por ser el oficial de mayor antigüedad,
pero éste, en un acto de extrema generosidad declina en favor de Sucre,
argumentando que el cumanés tenía mayor trayectoria y experiencia. Bolívar le
ordenó a Sucre no presentar combate hasta no estar seguro de la victoria. En
ese momento debería ser él quien decidiera el lugar del combate, no los
españoles.
Así, se inicia una suerte de juego “del gato y
el ratón” en el que Sucre con gran habilidad táctica, así como astucia y visión
estratégica, burla una y otra vez la rabiosa persecución de los españoles que
le querían dar caza a él y al ejército.
En algún momento no determinado de su viaje a
la costa, Bolívar recibe un mensaje en el que se le comunica que el Congreso de
Colombia lo había destituido de su cargo de jefe del ejército de su país. De igual
manera, se le suprimieron las facultades extraordinarias que le habían
concedido para el cumplimiento de su misión a través de un decreto del 9 de
octubre de 1821. El Libertador aceptó la decisión, designando a Sucre como
nuevo jefe del ejército de Colombia. A partir de entonces, continuó actuando
únicamente como dictador del Perú. La comunicación recibida indicaba que
también se había suprimido la Secretaría General y el Estado Mayor y que las
facultades que estas instancias poseían se le habían entregado al
vicepresidente Santander, encargado del poder ejecutivo. Bolívar conmina a
Sucre y a los generales a aceptar la decisión del Congreso que en primera
instancia había sido resistida por los altos oficiales del ejército. Así de
forma intempestiva y sin desearlo, había llegado el tiempo de Antonio José de
Sucre.
Su táctica de escabullirse y no enfrentar el
combate estaba dando resultado al mismo tiempo que generaba ansiedad y
desesperación en el bando español. El 6 de diciembre, después de más de dos
meses de continuo movimiento, Sucre y De la Mar deciden que la batalla se
libraría en la Pampa de Quinua.
El 9 de diciembre, muy temprano en la mañana,
Sucre arengó a las tropas, uno por uno a cada batallón. A continuación, le dio
la orden de ataque a la 2da. División al mando del general José María Córdova,
colombiano, nacido en Antioquia, quien levantándose y apuntando con su espada hacia
el frente, arengó a sus soldados al grito de ¡Adelante, a paso de vencedores!
Veinticinco años tenía el antioqueño, 29 Sucre.
Eran generales hechos en la guerra y las batallas. La extraordinaria conducción
estratégica de las tropas por parte de Sucre, resultó decisiva, todos los
generales y altos oficiales tuvieron igualmente una gran participación, lo cual
unido al heroísmo sinigual y la alta solidez moral de los soldados, condujeron
a la victoria. Sucre cumplió su plan sin alteraciones, exponiéndose él mismo en
los combates. La batalla no duró más de
una hora.
Esa misma noche se produjo la capitulación de
los españoles. Los generales patriotas y Sucre personalmente, se preocuparon de
proteger a los prisioneros, curar a los heridos y respetar las jerarquías de
los oficiales detenidos.
En la noche, el virrey La Serna que había sido
herido y capturado en el combate se apersonó ante Sucre. Al entregarle su
espada como símbolo de la derrota, le dijo ¡Gloria al vencedor! Sucre,
negándose a recibir el trofeo, le respondió ¡Gloria al vencido! y le pidió que
conservara su arma.
Unas semanas después, el 20 de diciembre,
Bolívar le ordenó a Sucre dirigirse al Cusco para posteriormente seguir al Alto
Perú que todavía estaba en poder de los españoles. El 10 de febrero de 1825, al
cumplirse un año de la designación de Bolívar por el Congreso como dictador del
Perú, el Libertador compareció ante la máxima representación del pueblo peruano
para rendir cuentas de su actuación. Dijo que le parecía peligroso que un solo
hombre concentrara todos los poderes del Estado. Le informó al Congreso que aún
faltaba por rendir algunas fuerzas españolas que resistían la derrota, pero que
cumplida esa misión, regresaría a Colombia para informar al Congreso de su país
sobre el cumplimiento de la misión.
El Congreso no aceptó su dimisión, pero Bolívar
insistió en ello. Así mismo, rechazó recibir una contribución de un millón de
pesos que el Congreso había decidido concederle. Una y otra vez los
congresistas insistieron, una y otra vez, Bolívar objetó el emolumento pero
ante la insistencia, pidió que dicha suma se le entregara a Caracas, su ciudad
natal. Ese mismo día, 10 de febrero, el Congreso del Perú, le otorgo a Sucre,
el título de Gran Mariscal de Ayacucho.
Dos días antes de la batalla, sin saber cuándo
ocurriría pero convencido de que la misma y su resultado eran inevitables, el
Libertador dirigió un llamamiento a los Jefes de Estado de las nuevas
repúblicas americanas antes españolas para reunirse en Panamá a fin de comenzar
a construir la necesaria unidad americana. Una nueva batalla comenzaba. A
doscientos años de Junín y Ayacucho, seguimos empeñados en ella.
Lo subrayado/interpolado es nuestro
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