¿A quiénes sirven hoy los partidos políticos en Chile? A los dueños de la Celestina Universal. Otra pregunta: ¿La Contraloría General de la Republica dicta un curso sobre PROBIDAD para los 46 alcaldes recientemente elegidos, no obstante, ni siquiera el 10/ asistió, ¿Por qué?
Juan Pablo Cárdenas
S./escritor, periodista y analista internacional/ADDHEE.ONG:
Las últimas elecciones de gobernadores volvieron a
manifestar la inconsistencia general de los partidos políticos chilenos. El
triunfo de quienes se declararon independientes demuestra que ya no son las
ideologías, los valores y las propuestas de estas colectividades las que animan
a la ciudadanía a elegir a sus representantes. Es indiscutible que los
candidatos sin partido son los que obtuvieron las más altas votaciones, como
ocurrió, por ejemplo, en Santiago, Valparaíso, Bio Bio, La Araucanía, Tarapacá,
Atacama y Coquimbo. De mismo modo que algunos militantes obtuvieron bochornosos
resultados.
Para nada esas elecciones constituyeron un
plebiscito en que midieran fuerzas el Gobierno y la oposición. De lo que
podemos estar seguros es que el país le dijo NO a los partidos de uno u otro
sector, incluso imponiendo independientes en regiones que compitieron las
autoridades en ejercicio, los que siempre tenían una ventaja electoral respecto
de los desafiantes.
Sería ingenuo
asegurar, sin embargo, que algunos gobernadores independientes vayan a
mantenerse como tales y no vayan a reconocer adscripción, después, con los
partidos del oficialismo y de la derecha. Porque, sabemos, que a las colectividades de lado y
lado les convenía disimular la inclinación política de los llamados
independientes que apoyaron.
De esta manera es que, de no legislarse en materia
electoral para impedir, entre otras cosas, la enorme e insensata proliferación
de partidos (23 o más en la actualidad), el futuro gobierno va a tener que
entenderse con un parlamento demasiado abigarrado, con toda suerte de
legisladores cuya tendencia efectiva se desconozca o pueda ser muy endeble.
Actualmente, asombra comprobar la cantidad de
diputados y senadores que, en el ejercicio de sus cargos, cambiaron de partido
e, incluso, pasaron del oficialismo a la oposición, o viceversa. Todo lo cual,
pocas veces señala un sincero cambio de postura ideológica, sino la
conveniencia de hacerlo para lograr reelegirse en sus cargos u competir por
fuera de los partidos para prolongar o conseguir un sitio en la administración
pública. El caso más típico es el del diputado Jaime Naranjo, quién a sus 73
años, y luego de 33 de militancia en el Partido Socialista, se irrita con la
directiva de su partido y se “independiza” porque su colectividad se niega a
incluirlo en la papeleta parlamentaria del próximo año, después de desempeñarse
varias décadas como legislador.
Quedaron muy atrás
los tiempos en que los partidos jugaban un rol importante en la orientación
política de sus gobernantes. Cada colectividad de izquierda, centro o derecha
representaba una cosmovisión y un conjunto de propuestas programáticas en el
común anhelo de servir al país. Las grandes transformaciones y logros de
nuestra historia institucional congeniaban con el perfil ideológico de los
partidos.
Desde ellos se concibió la Constitución del año 25, la libertad de culto, la
educación pública, la nacionalización del cobre, la Reforma Agraria y tantos
fundamentales pasos de nuestro progreso y consolidación democrática. Aunque
todo se desmoronara, posteriormente, con el sedicioso golpe militar de 1973.
Con el quiebre brutal de nuestra convivencia, la apatía política hasta que la
movilización social, con una escasa influencia de los partidos tradicionales, decidiera
movilizarse para ponerle fin al régimen cívico militar.
Todo un proceso épico en que, desgraciadamente, los
partidos políticos, en acuerdo con los militares, la Casa Blanca y el gran
empresariado, recibieran la banda presidencial y un sistema electoral muy
acotado y vigilado más parecido a una posdictadura que a un régimen de
representación y participación ciudadana. Tanto así, que después de 30 años el
país no ha logrado darse una nueva Constitución, cuanto una reforma severa de
nuestro sistema económico y social que ha consagrado las desigualdades y ahora,
para colmo, detenido el crecimiento y la distribución del ingreso. Ya que
prevalecen las malas remuneraciones, la ignominia de nuestro sistema
previsional y la imposibilidad de cambiar un sistema tributario que favorece la
extrema riqueza y el aumento de los chilenos sin casa y sin salud. Con un
sistema educacional desigual y precario, como un país postrado ante los
inversionistas foráneos y los dictados de Washington en materia internacional.
De todo esto, la inmensa mayoría de los políticos
chilenos no adquieren consciencia y no resuelven soluciones. Engolosinados solo
con los cargos públicos muy bien remunerados, con lo cual se viene haciendo
ostensible la corrupción cupular y transversal, el descrédito de la población y
el creciente descontento popular que deriva en protestas y advierte de nuevas
rebeliones sociales. Cada vez más justas y necesarias para un país que
aparece tan enfermo, y que, tal como en los tiempos más gloriosos de nuestra historia
logra sus principales cambios más con los chilenos en las calles más que
ejerciendo el sufragio obligatorio. Con el que la política, hoy, logra mantener
su hegemonía y seguir burlando la soberanía popular.
Lo subrayado/interpolado
es nuestro
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