EL DESTINO DE NUESTRA AMERICA LATINA, LA PATRIA CONTINENTE AMERICA LATINA Y
EL CARIBE:
- La Carta de Jamaica/
Kingston, 6/9/1915.
Por
General Simón Bolívar Palacios y Blanco.
- Discurso de Angostura 15/2/1819.
Por
General Simón Bolívar Palacios y Blanco
- Nuestra América.
“Sólo
caminará nuestra América cuando camine
el indígena”
- El General Simón Bolívar Palacios y Blanco
Prolegómenos:
El Centro de
Estudios y Solidaridad con América Latina, Cesal, con el apoyo del Gobierno de
Alemania Democrática que preside el compañero
Erich Honecker y de su compañera
la Profesora Margot Honecker, Ministra de Educación y de
la Universidad de Humboldt organizó el año 1980, una Conmemoración de
tres efemérides, el Bicentenario
del nacimiento del sabio alemán Professor Alexander Von Humboldt y del
general Libertador Simón Bolívar
Palacios y Blanco, y el Centenario de la muerte física del Dr. Karl Marx. El
compañero presidente Erick Honecker reflexionó sobre éstas: “es de gran importancia analizar y
fijar estos tres fenómenos históricos revolucionarios, implicados entre sí, se
distinguen por sus orígenes y pueden aparecer como contradictorios, para eso es
necesario captar ésta implicación: la
revolución nacional y la revolución social son dos expresiones de una misma
respuesta a la dominación que unos hombres
tratan de imponer a otros. Dos maneras de explotación y enajenación de
libertades a la que se responde
proclamando la revolución anticolonial y la lucha de clases. La respuesta a la explotación impuesta por unos pueblos a otros la dará el
libertador Bolívar, la respuesta a la explotación impuesta por una clase a otra
la dará el Dr. Marx. ¿Y el sabio
Professor Von Humboldt, cuál es su participación en esta lucha, se pregunta el
compañero presidente Honecker? En
1804, en París, poco después de su regreso a Europa, en su Conferencia sobre el
Continente Americano, contestando una
pregunta al joven Simón Bolívar sobre la independencia de Venezuela, el barón
Von Humboldt respondió: “ Creo que su país ya está maduro para la
independencia, pero no veo al hombre que
pueda realizarla”. En ese momento el sabio alemán no intuyó el rol que desempeñaría su interlocutor. Mucho después llegó a admitir su error sobre
ese gran ser humano cuya obra admiró y cuya amistad le honró en poseer y cuya
fama le pertenece al mundo”. El profesor Von Humboldt era un convencido de
que la dominación extranjera debía
desaparecer. Rechazó de plano el prejuicio de que una piel oscura de los
pueblos originarios del Continente Americano era prueba de inferioridad, base
del imperialismo portugués y español, precisó
el sabio alemán, “ al hacer
resaltar la unidad de la raza humana nos oponemos a la hipótesis funesta de la
existencia de razas superiores e inferiores,
es verdad que hay algunos pueblos que en el transcurso de la historia
han sido educados mejor y han alcanzado
un nivel superior de cultura,
pero no hay razas superiores, todas están destinadas para gozar igualmente de
la libertad”. Por su defensa por la Dignidad y los Derechos de los Pueblos
Indígenas del Continente Americano recibió el Professor Von Humboldt el
reconocimiento como el primer defensor de ellos.
En 1805, el
maestro Von Humboldt y su discípulo
Bolívar se encontraron de nuevo, en Italia, e iniciaron un intercambio
epistolar que cimentaría su
amistad, aunque no se volvieran a encontrar, como eran los
deseos de ambos. El professor Alexander Von Humboldt intervino con su
inteligencia, talento, consejos y sus manos en la elaboración de la
historia cuando contribuyó a que el joven Simón Bolívar en Paris y Roma, que en aquel
entonces parecía aun algo desorientado tomara el camino adecuado. En 1815, en
Viena, Austria le escribía el Prof. Alexander Von Humboldt al libertador
Bolívar; “Una voz interior me dice que
nos volveremos a ver en esta vida, pero
en ese continente que debe su libertad, menos todavía a la gloria de las armas
de V.E. que a la noble moderación de su alma y en donde espero terminar mis
días”... así concluyó el compañero
presidente Honecker sus oportunas y
necesarias reflexiones a nuestro trabajo, que agradecemos...
El General
Libertador Simón Bolívar Palacios y
Blanco y el Professor Alexander von Humboldt, algunas precisiones históricas y
de actualidad.
Seamos honestos
para ser justos, “América – la Patria Continente Latinoamérica y el Caribe-, más debe al saber del barón Alexander Von Humboldt que a todos sus
conquistadores “. Carta del General
libertador Simón Bolívar Palacios y Blanco a su admirado maestro Prof. Alexander Von Humboldt. Le contesta el Prof.
Von Humboldt en carta del 10 de julio de 1830, “Señor Presidente, quiera el cielo concederle a Vuestra Excelencia, la
fuerza, para consolidar vuestra obra, afirmar y perfeccionar las instituciones
libres que usted ha creado. Yo soy viejo, pero desearía ver la América
pacificada y el intercambio de amistad con nuestro viejo mundo”...
Como colofón, la
agresión imperialista yanqui a la Cuba Socialista, a la Nicaragua Sandinista y
a la Venezuela Bolivariana, constituye la base, fundamento en la nueva
colonización del patio trasero latinoamericano por el imperialismo yanqui con
la complicidad de sus testaferros, colonos mentales de la comunidad europea...
La clase oligarca empresarial, financiera- bancaria /
agiotista, agrícola monopolista dueña de la celestina universal con su sistema capitalista determinista
globalizado/hegemónico y su “nuevo orden
mundial “, tan perversa como estúpida en
el contexto de su insania, la Humanidad es un mito homogéneo y no una realidad
heterogénea, para imponer el nuevo orden mundial globalizado hegemónico, del
cual, el régimen de turno estadounidense sería el sheriff. Esta es una patética
realidad que viene de larga data: ¿el
General Libertador Simón Bolívar Palacios y Blanco y el Professor Alexander Von
Humboldt habrán arado en la mar?
En un acto de
solidaridad con la Cuba Socialista del
maestro libertario José Martí Pérez y de los comandantes Fidel Castro Ruz y
Ernesto Guevara de la Serna, en la
Facultad de Filosofía de la Universidad de Humboldt, Berlín DDR/1977, del
Comité de Defensa de los Derechos Humanos y Sindicales de Chile/en Berlín, precisé que : “la
agresión al Pueblo Cubano venía de larga data, cité entre otras acciones criminales del régimen
de turno estadounidense y de sus testaferros europeos “el manifiesto de Ostende”,
base del programa del candidato ganador
el presidente James Mason/1856 del Partido Demócrata ,en el cual, se defendía la esclavitud y el derecho de los
propietarios de esclavos para extenderla.
Recomendaban al presidente Mason, como primera autoridad, comprar Cuba
cuanto antes y en caso que España rechazara la idea de la venta, nosotros, en virtud de todas las leyes humanas o
divinas tenemos el derecho de quitarle
Cuba a España, sí tenemos el poder
necesario. Por sugerencia del Secretario de Estado William L. Marcy 1854, los ministros
paniaguados de Europa al servicio del
amo yanqui, Pierre Soule por España, James Buchanan por Inglaterra y John Mason
por Francia, se reunieron para discutir al estrategia relacionada con la
adquisición de Cuba. Se encontraron secretamente en Ostende/Bélgica y
elaboraron un comunicado en Aquisagran.
Este documento fue enviado a Washington en Octubre de 1854, precisando el porqué
de la compra de Cuba sería beneficiosa para cada una de las naciones firmantes
del documento, y que la acción de
Estados Unidos para arrancar la isla de
las manos españolas, sí España se negara a vendérsela, estaba justificado...
El Professor
Alexander Von Humboldt en relación con el Manifiesto de Ostende se pronunció
clara y públicamente en contra de la anexión de Cuba por Estados Unidos. El
“historiador oficial estadounidense George Bancroft, con mucho cuento y poca
historia tergiversó la posición del sabio alemán, afirmando bellacamente que
éste habría apoyado la expansión del territorio de Estados Unidos,
particularmente Cuba y toda esa hermosa zona del Pacifico para que ésta debiera
ser estadounidense.
La esclavitud y la inferioridad de los
afroamericanos
Ya lo precisó al
comienzo el compañero presidente Erick
Honecker, el professor Von Humboldt, un genio universal con la sencillez que
destaca la grandes de éste ser humanos, afirmó; “Frente a este tema, más de una vez
he rechazado la esclavitud y soy enemigo de la inferioridad de los afroamericanos ...”
En su visita a Estados
Unidos, su amigo el jurista Thomas
Jefferson, redactor principal de la Constitución Convencional de ese país y
presidente le regalo al professor Von Humboldt una copia de la Carta
Fundamental estadounidense. Al despedirse del sabio alemán le preguntó: ¿qué le
pareció nuestra Constitución?. El Professor Von Humboldt le respondió: “un buen documento para iniciar la construcción
de una nación, pero extraño la ausencia de los indígenas y los
afroamericanos en dicho documento”...
El professor
Alexander Von Humboldt se sentía medio americano refiriéndose al Continente y
no a Estados Unidos, pero la estupidez
estadounidense, que no tienen límite lo hace aparecer como “americano
estadounidense”
Como era de
esperar, la oligarquía empresarial financiera-bancaria/agiotista, agrícola
monopolista e industrial y su testaferra la clase burguesa politicastra/castrense
en el contexto de su política bajuna, en
forma irreflexiva y reiterativa se apropió del nombre del Continente Americano.
Los habitantes nacidos en el Estados Unidos se denominan estadounidenses y los
nacidos en el Continente, americanos.
El cartógrafo
alemán Martin Waldsee Muller al publicar
su mapa del Continente Americano en 1507,
en homenaje a su maestro Américo Vespucio le dio el nombre de América.
Genialmente, el
General Libertador Simón Bolívar Palacios y Blanco, Padre de la Patria Continente/América Latina y el Caribe
afirmó: “ he estado arando en la mar, frente a la conjura, el complot y el
intento por asesinarle por parte de quienes debían protegerle: “no hay buena fe en América/el continente,
ni entre los hombres ni entre las naciones de nuestra américa, Los tratados son
papeles, las instituciones libres, las elecciones, la lucha, la libertad, la
anarquía y la vida es un tormento.......
Como colofón, los
Pueblos Latinoamericanos, nuevamente traicionados sin poder hacer realidad la
convergencia del legado del general libertador Simón Bolívar Palacios y Blanco,
posibilidad histórica que merece convertirse en ideal común, pues son comunes a
todos los pueblos libres, dignos, soberanos y cultos, las esperanzas de
progreso y los peligros de vasallaje. Hora es
de repetir que, si no llegara a cumplirse tal destino, sería inevitable
su colonización por el imperialismo yanqui con la complicidad de sus testaferra
la Comunidad Europea y de las oligarquías empresariales, financieras, bancarias
/agiotistas, agrícolas monopolistas y su
testaferra la clase burguesa politicastra
castrense corruptas, sibaritas apátridas e ineptas del Continente
Americano. Frente a estas fuerzas inmorales del pasado y del presente, la
esperanza que los Pueblos
Latinoamericanos al sur del Rio Bravo se sacudan y por primera vez construyan una Gloriosa Aurora, un mundo donde seamos socialmente iguales,
humanamente diferentes y totalmente libres, resolviendo el dilema histórico,
entre socialismo marxista o capitalismo salvaje.
“Luz más luz”, el
presente es de lucha, el futuro es de los pueblos dignos, libres, soberanos,
cultos y solidarios, sin caminos intermedios, socialdemócratas o demócrata
cristianos “cadáveres putrefactos, colonos mentales, testaferros del
imperialismo yanqui.
Prof. Moreno Peralta /IWA
Director Cesal e. V Berlín DDR
CARTA DE JAMAICA
Contestación de un Americano Meridional a un
caballero de esta isla, Señor Henry Cullen
Por General Simón Bolívar Palacios y Blanco
Kingston, 6 de
septiembre de 1815
Me apresuro a
contestar la carta del 29 del mes pasado que Vd. me hizo el honor de dirigirme,
y que yo recibí con la mayor satisfacción.
Sensible, como
debo, al interés que Vd. ha querido tomar por la suerte de mi patria,
afligiéndome con ella por los tormentos que padece, desde su descubrimiento
hasta estos últimos periodos, por parte de sus destructores los españoles, no
siento menos el comprometimiento en que me ponen las solícitas demandas que Vd.
me hace sobre los objetos más importantes de la política americana. Así, me
encuentro en un conflicto, entre el deseo de corresponder a la confianza con
que Vd. me favorece y el impedimento de satisfacerla, tanto por la falta de
documentos y libros, cuanto por los limitados conocimientos que poseo de un
país tan inmenso, variado y desconocido como el Nuevo Mundo.
En mi opinión es
imposible responder a las preguntas con que Vd. me ha honrado. El mismo barón
de Humboldt, con su universalidad de conocimientos teóricos y prácticos, apenas
lo haría con exactitud, porque aunque una parte de la estadística y revolución
de América es conocida, me atrevo a asegurar que la mayor está cubierta de
tinieblas y, por consecuencia, sólo se pueden ofrecer conjeturas más o menos
aproximadas, sobre todo en lo relativo a la suerte futura y a los verdaderos
proyectos de los americanos; pues cuantas combinaciones suministra la historia
de las naciones, de otras tantas es susceptible la nuestra por su posición
física, por las vicisitudes de la guerra y por los cálculos de la política.
Como me conceptúo
obligado a prestar atención a la apreciable carta de Vd., no menos que a sus
filantrópicas miras, me animo a dirigirle estas líneas, en las cuales
ciertamente no hallará Vd. las ideas luminosas que desea, mas si las ingenuas expresiones
de mis pensamientos.
"Tres siglos
ha —dice Vd.— que empezaron las barbaridades que los españoles cometieron en el
grande hemisferio de Colón." Barbaridades que la presente edad ha
rechazado como fabulosas, porque parecen superiores a la perversidad humana; y
jamás serían creídas por los críticos modernos, si constantes y repetidos
documentos no testificasen estas infaustas verdades. El filantrópico obispo de
Chiapas, el apóstol de la América, Las Casas, ha dejado a la posteridad una
breve relación de ellas, extractadas de las sumarias que siguieron en Sevilla a
los conquistadores, con el testimonio de cuantas personas respetables había
entonces en el Nuevo Mundo, y con los procesos mismos que los tiranos se
hicieron entre sí, como consta por los más sublimes historiadores de aquel
tiempo. Todos los imparciales han hecho justicia al celo, verdad y virtudes de
aquel amigo de la humanidad, que con tanto fervor y firmeza denunció ante su
gobierno y contemporáneos los actos más horrorosos de un frenesí sanguinario.
¡Con cuanta
emoción de gratitud leo el pasaje de la carta de Vd. en que me dice "que
espera que los sucesos que siguieron entonces a las armas españolas acompañen
ahora a las de sus contrarios, los muy oprimidos americanos meridionales"!
Yo tomo esta esperanza por una predicción, si la justicia decide las contiendas
de los hombres. El suceso coronará nuestros esfuerzos porque el destino de la
América se ha fijado irrevocablemente; el lazo que la unía a la España está
cortado; la opinión era toda su fuerza; por ella se estrechaban mutuamente las
partes de aquella inmensa monarquía; lo que antes las enlazaba, ya las divide;
más grande es el odio que nos ha inspirado la Península, que el mar que nos
separa de ella; menos difícil es unir los dos continentes que reconciliar los
espíritus de ambos países. El hábito a la obediencia; un comercio de intereses,
de luces, de religión; una reciproca benevolencia; una tierna solicitud por la
cuna y la gloria de nuestros padres; en fin, todo lo que formaba nuestra
esperanza nos venía de España. De aquí nacía un principio de adhesión que
parecía eterno, no obstante que la conducta de nuestros dominadores relajaba
esta simpatía, o, por mejor decir, este apego forzado por el imperio de la
dominación. Al presente sucede lo contrario: la muerte, el deshonor, cuanto es
nocivo, nos amenaza y tememos; todo lo sufrimos de esa desnaturalizada
madrastra. El velo se ha rasgado, ya hemos visto la luz y se nos quiere volver
a las tinieblas, se han roto las cadenas; ya hemos sido libres y nuestros
enemigos pretenden de nuevo esclavizarnos. Por lo tanto, la América combate con
despecho, y rara vez la desesperación no ha arrastrado tras sí la victoria.
Porque los
sucesos hayan sido parciales y alternados, no debemos desconfiar de la fortuna.
En unas partes triunfan los independientes mientras que los tiranos en lugares
diferentes obtienen sus ventajas, y ¿cuál es el resultado final?, ¿no está el
Nuevo Mundo entero, conmovido y armado para su defensa? Echemos una ojeada y
observaremos una lucha simultánea en la inmensa extensión de este hemisferio.
El belicoso
estado de las provincias del Río de la Plata ha purgado su territorio y
conducido sus armas vencedoras al Alto Perú, conmoviendo a Arequipa e
inquietando a los realistas de Lima. Cerca de un millón de habitantes disfruta
allí de su libertad.
El reino de
Chile, poblado de 800 000 almas, está lidiando contra sus enemigos que
pretenden dominarlo; pero en vano, porque los que antes pusieron un término a
sus conquistas, los indómitos y libres araucanos, son sus vecinos y
compatriotas; y su ejemplo sublime es suficiente para probarles que el pueblo
que ama su independencia por fin la logra.
El virreinato del
Perú, cuya población asciende a millón y medio de habitantes, es sin duda el más
sumiso y al que más sacrificios se le han arrancado para la causa del Rey; y
bien que sean vanas las relaciones concernientes a aquella porción de América,
es indudable que ni está tranquila, ni es capaz de oponerse al torrente que
amenaza a las más de sus provincias.
La Nueva Granada
que es, por decirlo así, el corazón de la América, obedece a un gobierno
general, exceptuando el reino de Quito, que con la mayor dificultad contienen
sus enemigos por ser fuertemente adicto a la causa de su patria, y las provincias
de Panamá y Santa Marta que sufren, no sin dolor, la tiranía de sus señores.
Dos millones y medio de habitantes están esparcidos en aquel territorio, que
actualmente defienden contra el ejército español bajo el general Morillo, que
es verosímil sucumba delante de la inexpugnable plaza de Cartagena. Mas si la
tomare será a costa de grandes pérdidas, y desde luego carecerá de fuerzas
bastantes para subyugar a los morigerados y bravos moradores del interior.
En cuanto a la
heroica y desdichada Venezuela, sus acontecimientos han sido tan rápidos, y sus
devastaciones tales, que casi la han reducido a una absoluta indigencia y a una
soledad espantosa; no obstante que era uno de los más bellos países de cuantos
hacían el orgullo de la América. Sus tiranos gobiernan un desierto; y sólo
oprimen a tristes restos que, escapados de la muerte, alimentan una precaria
existencia; algunas mujeres, niños y ancianos son los que quedan. Los más de
los hombres han perecido por no ser esclavos, y los que viven, combaten con
furor en los campos y en los pueblos internos, hasta expirar o arrojar al mar a
los que, insaciables de sangre y de crímenes, rivalizan con los primeros
monstruos que hicieron desaparecer de la América a su raza primitiva. Cerca de
un millón de habitantes se contaba en Venezuela; y, sin exageración, se puede
asegurar que una cuarta parte ha sido sacrificada por la tierra, la espada, el
hambre, la peste, las peregrinaciones; excepto el terremoto, todo resultado de
la guerra.
En Nueva España
había en 1808, según nos refiere el barón de Humboldt, 7.800.000 almas con
inclusión de Guatemala. Desde aquella época, la insurrección que ha agitado a
casi todas las provincias ha hecho disminuir sensiblemente aquel cómputo, que
parece exacto; pues más de un millón de hombres ha perecido, como lo podrá Vd.
ver en la exposición de Mr. Walton, que describe con fidelidad los sanguinarios
crímenes cometidos en aquel opulento imperio. Allí la lucha se mantiene a
fuerza de sacrificios humanos y de todas especies, pues nada ahorran los
españoles con tal que logren someter a los que han tenido la desgracia de nacer
en este suelo, que parece destinado a empaparse con la sangre de sus hijos. A
pesar de todo, los mexicanos serán libres porque han abrazado el partido de la
patria, con la resolución de vengar a sus antepasados o seguirlos al sepulcro.
Ya ellos dicen con Raynall: llegó el tiempo, en fin, de pagar a los españoles
suplicios con suplicios y de ahogar esa raza de exterminadores en su sangre o
en el mar.
Las islas de Puerto
Rico y Cuba que, entre ambas, pueden formar una población de 700 a 800.000
almas, son las que más tranquilamente poseen los españoles, porque están fuera
del contacto de los independientes. Mas ¿no son americanos estos insulares? ¿No
son vejados? ¿No desean su bienestar?
Este cuadro
representa una escala militar de 2.000 leguas de longitud y 900 de latitud en
su mayor extensión, en que 16 millones de americanos defienden sus derechos o
están oprimidos por la nación española, que aunque fue, en algún tiempo, el más
vasto imperio del mundo, sus restos son ahora impotentes para dominar el nuevo
hemisferio y hasta para mantenerse en el antiguo. ¿Y la Europa civilizada,
comerciante y amante de la libertad, permite que una vieja serpiente, por sólo
satisfacer su saña envenenada, devore la más bella parte de nuestro globo?
¡Qué! ¿Está la Europa sorda al clamor de su propio interés? ¿No tiene ya ojos
para ver la justicia? ¿Tanto se ha endurecido, para ser de este modo
insensible? Estas cuestiones, cuanto más lo medito, más me confunden; llego a
pensar que se aspira a que desaparezca la América; pero es imposible, porque
toda la Europa no es España. ¡Qué demencia la de nuestra enemiga, pretender
reconquistar la América, sin marina, sin tesoro y casi sin soldados!, pues los
que tiene, apenas son bastantes para retener a su propio pueblo en una violenta
obediencia y defenderse de sus vecinos. Por otra parte, ¿podrá esta nación
hacer el comercio exclusivo de la mitad del mundo, sin manufacturas, sin
producciones territoriales, sin artes, sin ciencias, sin política? Lograda que
fuese esta loca empresa; y suponiendo más aún, lograda la pacificación, los
hijos de los actuales americanos, unidos con los de los europeos
reconquistadores, ¿no volverían a formar dentro de veinte años los mismos
patrióticos designios que ahora se están combatiendo?
La Europa haría
un bien a la España en disuadirla de su obstinada temeridad; porque a lo menos
le ahorraría los gastos que expende y la sangre que derrama; a fin de que,
fijando su atención en sus propios recintos, fundase su prosperidad y poder
sobre bases más sólidas que las de inciertas conquistas, un comercio precario y
exacciones violentas en pueblos remotos, enemigos y poderosos. La Europa misma,
por miras de sana política, debería haber preparado y ejecutado el proyecto de
la independencia americana; no sólo porque el equilibrio del mundo así lo
exige; sino porque éste es el medio legítimo y seguro de adquirirse
establecimientos ultramarinos de comercio. La Europa que no se halla agitada
por las violentas pasiones de la venganza, ambición y codicia, como la España,
parece que estaba autorizada por todas las leyes de la equidad a ilustrarla
sobre sus bien entendidos intereses.
Cuantos
escritores han tratado la materia se acuerdan de esta parte. En consecuencia,
nosotros esperábamos con razón que todas las naciones cultas se apresurarían a
auxiliarnos, para que adquiriésemos un bien cuyas ventajas son reciprocas a
entrambos hemisferios. Sin embargo, ¡cuán frustradas esperanzas! No sólo los
europeos, pero hasta nuestros hermanos del norte se han mantenido inmóviles
espectadores de esta contienda, que por su esencia es la más justa, y por sus
resultados la más bella e importante de cuantas se han suscitado en los siglos
antiguos y modernos, porque ¿hasta dónde se puede calcular la trascendencia de
la libertad del hemisferio de Colón?
"La felonía
con que Bonaparte —dice Vd.— prendió a Carlos IV y a Fernando VII, reyes de
esta nación, que tres siglos ha aprisionó con traición a dos monarcas de la
América meridional, es un acto muy manifiesto de la retribución divina, y al
mismo tiempo una prueba de que Dios sostiene la justa causa de los americanos y
les concederá su independencia. "
Parece que Vd.
quiere aludir al monarca de México Montezuma, preso por Cortés y muerto, según
Herrera, por el mismo, aunque Solís dice que por el pueblo; y a Atahualpa, Inca
del Perú, destruido por Francisco Pizarro y Diego de Almagro. Existe tal
diferencia entre la suerte de los reyes españoles y de los reyes americanos,
que no admite comparación; los primeros son tratados con dignidad, conservados,
y al fin recobran su libertad y trono; mientras que los últimos sufren
tormentos inauditos y los vilipendios más vergonzosos. Si a Guatimozín, sucesor
de Montezuma, se le trata como emperador y le ponen la corona, fue por irrisión
y no por respeto; para que experimentase este escarnio antes que las torturas.
Iguales a la suerte de este monarca fueron las del rey de Michoacán,
Catzontzín; el Zipa de Bogotá y cuantos toquis, imas, zipas, ulmenes, caciques
y demás dignidades indianas sucumbieron al poder español. El suceso de Fernando
VII es más semejante al que tuvo lugar en Chile en 1535, con el ulmen de
Copiapó, entonces reinante en aquella comarca. El español Almagro pretextó,
como Bonaparte, tomar partido por la causa del legítimo soberano y, en
consecuencia, llama al usurpador, como Fernando lo era en España; aparenta
restituir al legítimo a sus estados, y termina por encadenar y echar a las
llamas al infeliz ulmen, sin querer ni aun oír su defensa. Este es el ejemplo
de Fernando VII con su usurpador. Los reyes europeos sólo padecen destierro; el
ulmen de Chile termina su vida de un modo atroz.
"Después de
algunos meses —añade Vd.— he hecho muchas reflexiones sobre la situación de los
americanos y sus esperanzas futuras; tomo grande interés en sus sucesos, pero
me faltan muchos informes relativos a su estado actual y a lo que ellos
aspiran; deseo infinitamente saber la política de cada provincia, como también
su población, si desean repúblicas o monarquías, si formarán una gran república
o una gran monarquía. Toda noticia de esta especie que Vd. pueda darme, o
indicarme las fuentes a que debo ocurrir, la estimaré como un favor muy
particular. "
Siempre las almas
generosas se interesan en la suerte de un pueblo que se esmera por recobrar los
derechos con que el Creador y la naturaleza lo han dotado; y es necesario estar
bien fascinado por el error o por las pasiones para no abrigar esta noble
sensación: Vd. ha pensado en mi país y se interesa por él; este acto de
benevolencia me inspira el más vivo reconocimiento.
He dicho la
población que se calcula por datos más o menos exactos, que mil circunstancias
hacen fallidos sin que sea fácil remediar esta inexactitud, porque los más de
los moradores tienen habitaciones campestres, y muchas veces errantes, siendo
labradores, pastores, nómadas, perdidos en medio de los espesos e inmensos
bosques, llanuras solitarias y aisladas entre lagos y ríos caudalosos. ¿Quién
será capaz de formar una estadística completa de semejantes monarcas? Además
los tributos que pagan los indígenas; las penalidades de los esclavos; las
primicias, diezmos y derechos que pesan sobre los labradores y otros accidentes
alejan de sus hogares a los pobres americanos. Esto es sin hacer mención de la
guerra de exterminio que ya ha segado cerca de un octavo de la población y ha
ahuyentado una gran parte; pues entonces las dificultades son insuperables y el
empadronamiento vendrá a reducirse a la mitad del verdadero censo.
Todavía es más
difícil presentir la suerte futura del Nuevo Mundo, establecer principios sobre
su política y casi profetizar la naturaleza del gobierno que llegará a adoptar.
Toda idea relativa al porvenir de este país me parece aventurada. ¿Se pudo
prever cuando el género humano se hallaba en su infancia, rodeado de tanta
incertidumbre, ignorancia y error, cuál sería el régimen que abrazaría para su
conservación? ¿Quién se habría atrevido a decir: tal nación será república o
monarquía, ésta será pequeña, aquélla grande? En mi concepto, ésta es la imagen
de nuestra situación. Nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un
mundo aparte, cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas la artes y
ciencias, aunque en cierto modo viejo en los usos de la sociedad civil. Yo
considero el estado actual de la América, como cuando desplomado el Imperio
Romano cada desmembración formó un sistema político, conforme a sus intereses y
situación o siguiendo la ambición particular de algunos jefes, familias o
corporaciones; con esta notable diferencia, que aquellos miembros dispersos
volvían a restablecer sus antiguas naciones con las alteraciones que exigían
las cosas o los sucesos; mas nosotros, que apenas conservamos vestigios de lo
que en otro tiempo fue, y que por otra parte no somos indios ni europeos, sino
una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores
españoles: en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestros
derechos los de Europa, tenemos que disputar éstos a los del país y que
mantenernos en él contra la invasión de los invasores; así nos hallamos en el
caso más extraordinario y complicado; no obstante que es una especie de
adivinación indicar cuál será el resultado de la línea de política que la
América siga, me atrevo a aventurar algunas conjeturas, que, desde luego,
caracterizo de arbitrarias, dictadas por un deseo racional y no por un
raciocinio probable.
La posición de
los moradores del hemisferio americano ha sido, por siglos, puramente pasiva:
su existencia política era nula. Nosotros estábamos en un grado todavía más
bajo de la servidumbre, y por lo mismo con más dificultad para elevarnos al
goce de la libertad. Permítame Vd. estas consideraciones para establecer la
cuestión. Los estados son esclavos por la naturaleza de su constitución o por
el abuso de ella. Luego un pueblo es esclavo cuando el gobierno, por su esencia
o por sus vicios, huella y usurpa los derechos del ciudadano o súbdito.
Aplicando estos principios, hallaremos que la América no sólo estaba privada de
sus libertad, sino también de la tiranía activa y dominante. Me explicaré. En
las administraciones absolutas no se reconocen límites en el ejercicio de las
facultades gubernativas: la voluntad del gran sultán, kan, rey y demás
soberanos despóticos es la ley suprema y ésta es casi arbitrariamente ejecutada
por los bajaes, kanes y sátrapas subalternos de la Turquía y Persia, que tienen
organizada una opresión de que participan los súbditos en razón de la autoridad
que se les confía. A ellos está encargada la administración civil, militar y
política, de rentas y la religión. Pero al fin son persas los jefes de Ispahan,
son turcos los visires del Gran Señor, son tártaros los sultanes de la Tartaria.
La China no envía a buscar mandatarios militares y letrados al país de Gengis
Kan, que la conquistó, a pesar de que los actuales chinos son descendientes
directos de los subyugados por los ascendientes de los presentes tártaros.
¡Cuán diferente
era entre nosotros! Se nos vejaba con una conducta que además de privarnos de
los derechos que nos correspondían, nos dejaba en una especie de infancia
permanente con respecto a las transacciones públicas. Si hubiésemos siquiera
manejado nuestros asuntos domésticos en nuestra administración interior,
conoceríamos el curso de los negocios públicos y su mecanismo, y gozaríamos
también de la consideración personal que impone a los ojos del pueblo cierto
respeto maquinal que es tan necesario conservar en las revoluciones. He aquí
por qué he dicho que estábamos privados hasta de la tiranía activa, pues que no
nos era permitido ejercer sus funciones.
Los americanos,
en el sistema español que está en vigor, y quizá con mayor fuerza que nunca, no
ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo, y
cuando más el de simples consumidores; y aún esta parte coartada con
restricciones chocantes: tales son las prohibiciones del cultivo de frutos de
Europa, el estanco de las producciones que el Rey monopoliza, el impedimento de
las fábricas que la misma Península no posee, los privilegios exclusivos del
comercio hasta de los objetos de primera necesidad, las trabas entre provincias
y provincias americanas, para que no se traten, entiendan, ni negocien; en fin,
¿quiere Vd. saber cuál es nuestro destino?, los campos para cultivar el añil,
la grana, el café, la caña, el cacao y el algodón, las llanuras solitarias para
criar ganados, los desiertos para cazar las bestias feroces, las entrañas de la
tierra para excavar el oro que no puede saciar a esa nación avarienta.
Tan negativo era
nuestro estado que no encuentro semejante en ninguna otra asociación
civilizada, por más que recorro la serie de edades y la política de todas las
naciones. Pretender que un país tan felizmente constituido, extenso, rico y
populoso, sea meramente pasivo, ¿no es un ultraje y una violación de los
derechos de la humanidad?
Estábamos, como
acabo de exponer, abstraídos y, digámoslo así, ausentes del universo en cuanto
es relativo a la ciencia del gobierno y administración del estado. Jamás éramos
virreyes ni gobernadores, sino por causas muy extraordinarias; arzobispos y
obispos pocas veces; diplomáticos nunca; militares, sólo en calidad de
subalternos; nobles, sin privilegios reales; no éramos, en fin, ni magistrados,
ni financistas y casi ni aun comerciantes; todo es contravención directa de
nuestras instituciones.
El emperador
Carlos V formó un pacto con los descubridores, conquistadores y pobladores de
América, que como dice Guerra, es nuestro contrato social. Los reyes de España
convinieron solemnemente con ellos que lo ejecutasen por su cuenta y riesgo,
prohibiéndoseles hacerlo a costa de la real hacienda, y por esta razón se les
concedía que fuesen señores de la tierra, que organizasen la administración y
ejerciesen la judicatura en apelación, con otras muchas exenciones y
privilegios que sería prolijo detallar. El Rey se comprometió a no enajenar
jamás las provincias americanas, como que a él no tocaba otra jurisdicción que
la del alto dominio, siendo una especie de propiedad feudal la que allí tenían
los conquistadores para sí y sus descendientes. Al mismo tiempo existen leyes
expresas que favorecen casi exclusivamente a los naturales del país originarios
de España en cuanto a los empleos civiles, eclesiásticos y de rentas. Por
manera que, con una violación manifiesta de las leyes y de los pactos
subsistentes, se han visto despojar aquellos naturales de la autoridad
constitucional que les daba su código.
De cuanto he
referido será fácil colegir que la América no estaba preparada para
desprenderse de la metrópoli, como súbitamente sucedió, por el efecto de las
ilegítimas cesiones de Bayona y por la inicua guerra que la Regencia nos
declaró, sin derecho alguno para ello, no sólo por la falta de justicia, sino
también de legitimidad. Sobre la naturaleza de los gobiernos españoles, sus
decretos conminatorios y hostiles, y el curso entero de su desesperada conducta
hay escritos, del mayor mérito, en el periódico "El Español" cuyo
autor es el señor Blanco; y estando allí esta parte de nuestra historia muy
bien tratada, me limito a indicarlo.
Los americanos
han subido de repente y sin los conocimientos previos, y, lo que es más
sensible, sin la práctica de los negocios públicos, a representar en la escena
del mundo las eminentes dignidades de legisladores, magistrados,
administradores del erario, diplomáticos, generales y cuantas autoridades
supremas y subalternas forman la jerarquía de un estado organizado con
regularidad.
Cuando las
águilas francesas sólo respetaron los muros de la ciudad de Cádiz, y con su
vuelo arrollaron los frágiles gobiernos de la Península, entonces quedamos en
la orfandad. Ya antes habíamos sido entregados a la merced de un usurpador
extranjero; después, lisonjeados con la justicia que se nos debía y con
esperanzas halagüeñas siempre burladas; por último, inciertos sobre nuestro
destino futuro, y amenazados por la anarquía, a causa de la falta de un
gobierno legítimo, justo y liberal, nos precipitamos en el caos de la revolución.
En el primer momento sólo se cuidó de proveer a la seguridad interior, contra
los enemigos que encerraba nuestro seno. Luego se extendió a la seguridad
exterior; se establecieron autoridades que sustituimos a las que acabábamos de
deponer, encargadas de dirigir el curso de nuestra revolución y de aprovechar
la coyuntura feliz en que nos fuese posible fundar un gobierno constitucional,
digno del presente siglo y adecuado a nuestra situación.
Todos los nuevos
gobiernos marcaron sus primeros pasos con el establecimiento de juntas
populares. Estas formaron en seguida reglamentos para la convocación de
congresos que produjeron alteraciones importantes. Venezuela erigió un gobierno
democrático y federal, declarando previamente los derechos del hombre, manteniendo
el equilibrio de los poderes y estatuyendo leyes generales en favor de la
libertad civil, de imprenta y otras; finalmente se constituyó un gobierno
independiente. La Nueva Granada siguió con uniformidad los establecimientos
políticos y cuantas reformas hizo Venezuela, poniendo por base fundamental de
su constitución el sistema federal más exagerado que jamás existió;
recientemente se ha mejorado con respecto al poder ejecutivo general, que ha
obtenido cuantas atribuciones le corresponden. Según entiendo, Buenos Aires y
Chile han seguido esta misma línea de operaciones; pero como nos hallamos a
tanta distancia, los documentos son tan raros y las noticias tan inexactas, no
me animaré ni aun a bosquejar el cuadro de sus transacciones.
Los sucesos de México
han sido demasiado varios, complicados, rápidos y desgraciados para que se
puedan seguir en el curso de su revolución. Carecemos, además, de documentos
bastante instructivos, que nos hagan capaces de juzgarlos. Los independientes
de México, por lo que sabemos, dieron principio a su insurrección en septiembre
de 1810, y un año después ya tenían centralizado su gobierno en Zitácuaro e
instalada allí una junta nacional, bajo los auspicios de Fernando VII, en cuyo
nombre se ejercían las funciones gubernativas. Por los acontecimientos de la
guerra, esta junta se trasladó a diferentes lugares, y es verosímil que se haya
conservado hasta estos últimos momentos, con las modificaciones que los sucesos
hayan exigido. Se dice que ha creado un generalísimo o dictador, que lo es el
ilustre general Morelos; otros hablan del célebre general Rayón; lo cierto es
que uno de estos grandes hombres, o ambos separadamente, ejercen la autoridad
suprema en aquel país; y recientemente ha aparecido una constitución para el régimen
del estado. En marzo de 1812 el gobierno, residente en Zultepec, presentó un
plan de paz y guerra al virrey de México, concebido con la más profunda
sabiduría. En él se reclamó el derecho de gentes, estableciendo principios de
una exactitud incontestable. Propuso la junta que la guerra se hiciese como
entre hermanos y conciudadanos, pues que no debía ser más cruel que entre
naciones extranjeras; que los derechos de gentes y de guerra, inviolables para
los mismos infieles y bárbaros, debían serlo más para cristianos, sujetos a un
soberano y a unas mismas leyes; que los prisioneros no fuesen tratados como
reos de lesa majestad ni se degollasen los que rendían las armas, sino que se
mantuviesen en rehenes para canjearlos; que no se entrase a sangre y fuego en
las poblaciones pacíficas, no las diezmasen ni quintasen para sacrificarlas; y
concluye que, en caso de no admitirse este plan, se observarían rigurosamente
las represalias. Esta negociación se trató con el más alto desprecio; no se dio
respuesta a la junta nacional; las comunicaciones originales se quemaron
públicamente en la plaza de México, por mano del verdugo, y la guerra de
exterminio continuó por parte de los españoles con su furor acostumbrado,
mientras que los mexicanos y las otras naciones americanas no la hacían ni aun
a muerte con los prisioneros de guerra que fuesen españoles. Aquí se observa
que por causas de conveniencia, se conservó la apariencia de sumisión al rey y
aun a la constitución de la monarquía. Parece que la junta nacional es absoluta
en el ejercicio de las funciones legislativas, ejecutivas y judiciales, y el
número de sus miembros muy limitado.
Los
acontecimientos de la Tierra Firme nos han probado que las instituciones
perfectamente representativas no son adecuadas a nuestro carácter, costumbres y
luces actuales. En Caracas el espíritu del partido tomó su origen en las
sociedades, asambleas y elecciones populares; y estos partidos nos tornaron a
la esclavitud. Y así como Venezuela ha sido la república americana que más se
ha adelantado en sus instituciones políticas, también ha sido el más claro
ejemplo de la ineficacia de la forma democrática y federal para nuestros
nacientes estados. En Nueva Granada las excesivas facultades de los gobiernos
provinciales y la falta de centralización en el general, han conducido aquel
precioso país al estado a que se ve reducido en el día. Por esta razón, sus
débiles enemigos se han conservado contra todas las probabilidades. En tanto
que nuestros compatriotas no adquieran los talentos y virtudes políticas que
distinguen a nuestros hermanos del Norte, los sistemas enteramente populares,
lejos de sernos favorables, temo mucho que vengan a ser nuestra ruina.
Desgraciadamente estas cualidades parecen estar muy distantes de nosotros en el
grado que se requiere; y por el contrario, estamos dominados de los vicios que
se contraen bajo la dirección de una nación como la española, que sólo ha
sobresalido en fiereza, ambición, venganza y codicia.
"Es más
difícil —dice Montesquieu— sacar un pueblo de la servidumbre, que subyugar uno
libre." Esta verdad está comprobada por los anales de todos los tiempos,
que nos muestran las más de las naciones libres sometidas al yugo y muy pocas
de las esclavas recobrar su libertad. A pesar de este convencimiento, los meridionales
de este continente han manifestado el conato de conseguir instituciones
liberales y aun perfectas, sin duda, por efecto del instinto que tienen todos
los hombres de aspirar a su mejor felicidad posible; la que se alcanza,
infaliblemente, en las sociedades civiles, cuando ellas están fundadas sobre
las bases de la justicia, de la libertad y de la igualdad. Pero, ¿seremos
nosotros capaces de mantener en su verdadero equilibrio la difícil carga de una
república? ¿Se puede concebir que un pueblo recientemente desencadenado se
lance a la esfera de la libertad sin que, como a Icaro, se le deshagan las alas
y recaiga en el abismo? Tal prodigio es inconcebible, nunca visto. Por
consiguiente no hay un raciocinio verosímil que nos halague con esta esperanza.
Yo deseo más que
otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su
extensión y riquezas que por su libertad y gloria. Aunque aspiro a la
perfección del gobierno de mi patria, no puedo persuadirme que el Nuevo Mundo
sea por el momento regido por una gran república; como es imposible, no me
atrevo a desearlo, y menos deseo una monarquía universal en América, porque
este proyecto, sin ser útil, es también imposible. Los abusos que actualmente
existen no se reformarían y nuestra regeneración sería infructuosa. Los estados
americanos han menester de los cuidados de gobiernos paternales que curen las
llagas y las heridas del despotismo y la guerra. La metrópoli, por ejemplo,
sería México, que es la única que puede serlo por su poder intrínseco, sin el
cual no hay metrópoli. Supongamos que fuese el istmo de Panamá, punto céntrico
para todos los extremos de este vasto continente, ¿no continuarían éstos en la
languidez y aun en el desorden actual? Para que un solo gobierno dé vida, anime,
ponga en acción todos los resortes de la prosperidad pública, corrija, ilustre
y perfeccione al Nuevo Mundo, sería necesario que tuviese las facultades de un
Dios, y cuando menos las luces y virtudes de todos los hombres.
El espíritu de
partido que, al presente, agita a nuestros estados se encendería entonces con
mayor encono, hallándose ausente la fuente del poder, que únicamente puede
reprimirlo. Además los magnates de las capitales no sufrirían la preponderancia
de los metropolitanos, a quienes considerarían como a otros tantos tiranos: sus
celos llegarían hasta el punto de comparar a éstos con los odiosos españoles.
En fin, una monarquía semejante sería un coloso disforme, que su propio peso
desplomaría a la menor convulsión.
M. de Pradt ha
dividido sabiamente a la América en quince a diecisiete estados independientes
entre sí, gobernados por otros tantos monarcas. Estoy de acuerdo en cuanto a lo
primero, pues la América comporta la creación de diecisiete naciones; en cuanto
a lo segundo, aunque es más fácil conseguirlo, es menos útil, y así no soy de
la opinión de las monarquías americanas. He aquí mis razones: el interés bien
entendido de una república se circunscribe en la esfera de su conservación,
prosperidad y gloria. No ejerciendo la libertad imperio, porque es precisamente
su opuesto, ningún estimulo excita a los republicanos a extender los términos
de su nación, en detrimento de sus propios medios, con el único objeto de hacer
participar a sus vecinos de una constitución liberal. Ningún derecho adquieren,
ninguna ventaja sacan venciéndolos; a menos que los reduzcan a colonias,
conquistas o aliados, siguiendo el ejemplo de Roma. Máximas y ejemplos tales,
están en oposición directa con los principios de justicia de los sistemas
republicanos; y aun diré más, en oposición manifiesta con los intereses de sus
ciudadanos: porque un estado demasiado extenso en sí mismo o por sus
dependencias, al cabo viene en decadencia y convierte su forma libre en otra
tiránica; relaja los principios que deben conservarla y ocurre, por último, al
despotismo. El distintivo de las pequeñas repúblicas es la permanencia, el de
las grandes es vario; pero siempre se inclina al imperio. Casi todas las
primeras han tenido una larga duración; de las segundas sólo Roma se mantuvo algunos
siglos, pero fue porque era república la capital y no lo era el resto de sus
dominios, que se gobernaban por leyes e instituciones diferentes.
Muy contraria es
la política de un rey cuya inclinación constante se dirige al aumento de sus
posesiones, riquezas y facultades: con razón, porque su autoridad crece con
estas adquisiciones, tanto con respecto a sus vecinos como a sus propios
vasallos, que temen en él un poder tan formidable cuanto es su imperio, que se
conserva por medio de la guerra y de las conquistas. Por estas razones pienso
que los americanos ansiosos de paz, ciencias, artes, comercio y agricultura,
preferirían las repúblicas a los reinos, y me parece que estos deseos se
conforman con las miras de la Europa.
No convengo en el
sistema federal entre los populares y representativos, por ser demasiado
perfecto y exigir virtudes y talentos políticos muy superiores a los nuestros;
por igual razón rehuso la monarquía mixta de aristocracia y democracia, que
tanta fortuna y esplendor ha procurado a la Inglaterra. No siéndonos posible
lograr entre las repúblicas y monarquías lo más perfecto y acabado, evitemos
caer en anarquías demagógicas, o en tiranías monócratas. Busquemos un medio
entre extremos opuestos, que nos conducirían a los mismos escollos, a la
infelicidad y al deshonor. Voy a arriesgar el resultado de mis cavilaciones
sobre la suerte futura de la América: no la mejor sino la que sea más
asequible.
Por la naturaleza
de las localidades, riquezas, poblaciones y carácter de los mexicanos, imagino
que intentarán al principio establecer una república representativa, en la cual
tenga grandes atribuciones el poder ejecutivo, concentrándolo en un individuo
que si desempeña sus funciones con acierto y justicia, casi naturalmente vendrá
a conservar su autoridad vitalicia. Si su incapacidad o violenta administración
excita una conmoción popular que triunfe, este mismo poder ejecutivo quizás se
difundirá en una asamblea. Si el partido preponderante es militar o
aristocrático, exigirá probablemente una monarquía que al principio será
limitada y constitucional, y después inevitablemente declinará en absoluta;
pues debemos convenir en que nada hay más difícil en el orden político que la
conservación de una monarquía mixta; y también es preciso convenir en que sólo
un pueblo tan patriota como el inglés es capaz de contener la autoridad de un
rey, y de sostener el espíritu de libertad bajo un cetro y una corona.
Los estados del
istmo de Panamá hasta Guatemala formarán quizá una asociación. Esta magnifica
posición entre los dos grandes mares podrá ser con el tiempo el emporio del
universo; sus canales acortarán las distancias del mundo; estrecharán los lazos
comerciales de Europa, América y Asia; traerán a tan feliz región los tributos
de las cuatro partes del globo. ¡Acaso sólo allí podrá fijarse algún día la
capital de la tierra como pretendió Constantino que fuese Bizancio la del
antiguo hemisferio!
La Nueva Granada
se unirá con Venezuela, si llegan a convenirse en formar una república central,
cuya capital sea Maracaibo, o una nueva ciudad que, con el nombre de Las Casas,
en honor de este héroe de la filantropía, se funde entre los confines de ambos
países, en el soberbio puerto de Bahía-honda. Esta posición, aunque
desconocida, es más ventajosa por todos respectos. Su acceso es fácil y su
situación tan fuerte que puede hacerse inexpugnable. Posee un clima puro y
saludable, un territorio tan propio para la agricultura como para la cría de
ganado, y una grande abundancia de maderas de construcción. Los salvajes que la
habitan serian civilizados y nuestras posesiones se aumentarían con la
adquisición de la Goagira. Esta nación se llamaría Colombia, como un tributo de
justicia y gratitud al creador de nuestro hemisferio. Su gobierno podrá imitar
al inglés; con la diferencia de que en lugar de un rey, habrá un poder
ejecutivo electivo, cuando más vitalicio, y jamás hereditario, si se quiere
república; una cámara o senado legislativo hereditario, que en las tempestades
políticas se interponga entre las olas populares y los rayos del gobierno, y un
cuerpo legislativo, de libre elección, sin otras restricciones que las de la
cámara baja de Inglaterra. Esta constitución participaría de todas las formas,
y yo deseo que no participe de todos los vicios. Como ésta es mi patria tengo
un derecho incontestable para desearle lo que en mi opinión es mejor. Es muy
posible que la Nueva Granada no convenga en el reconocimiento de un gobierno
central, porque es en extremo adicta a la federación; y entonces formará, por
sí sola, un estado que, si subsiste, podrá ser muy dichoso por sus grandes
recursos de todo género.
Poco sabemos de
las opiniones que prevalecen en Buenos Aires, Chile y el Perú; juzgando por lo
que se transluce y por las apariencias, en Buenos Aires habrá un gobierno
central, en que los militares se lleven la primacía por consecuencia de sus
divisiones internas y guerras externas. Esta constitución degenerará necesariamente
en una oligarquía, o una monocracia con más o menos restricciones, y cuya
denominación nadie puede adivinar.
Sería doloroso
que tal cosa sucediese, porque aquellos habitantes son acreedores a la más
espléndida gloria.
El reino de Chile
está llamado por la naturaleza de su situación, por las costumbres inocentes y
virtuosas de sus moradores, por el ejemplo de sus vecinos, los fieros
republicanos del Arauco, a gozar de las bendiciones que derraman las justas y
dulces leyes de una república. Si alguna permanece largo tiempo en América, me
inclino a pensar que será la chilena. Jamás se ha extinguido allí el espíritu
de libertad; los vicios de la Europa y del Asia llegarán tarde o nunca a
corromper las costumbres de aquel extremo del universo. Su territorio es
limitado; estará siempre fuera del contacto inficionado del resto de los
hombres; no alterará sus leyes, usos y prácticas; preservará su uniformidad en
opiniones políticas y religiosas; en una palabra, Chile puede ser libre.
El Perú, por el
contrario, encierra dos elementos enemigos de todo régimen justo y liberal: oro
y esclavos. El primero lo corrompe todo; el segundo está corrompido por sí
mismo. El alma de un siervo rara vez alcanza a apreciar la sana libertad: se
enfurece en los tumultos o se humilla en las cadenas.
Aunque estas
reglas serían aplicables a toda la América, creo que con más justicia las
merece Lima, por los conceptos que he expuesto y por la cooperación que ha
prestado a sus señores contra sus propios hermanos, los ilustres hijos de
Quito, Chile y Buenos Aires. Es constante que el que aspira a obtener la
libertad a lo menos lo intenta. Supongo que en Lima no tolerarán los ricos la
democracia; ni los esclavos y pardos libertos la aristocracia: los primeros
preferirán la tiranía de uno solo, por no padecer las persecuciones
tumultuarias y por establecer un orden siquiera pacífico. Mucho hará si
consigue recobrar su independencia.
De todo lo
expuesto podemos deducir estas consecuencias: las provincias americanas se
hallan lidiando por emanciparse; al fin obtendrán el suceso; algunas se
constituirán de un modo regular en repúblicas federales y centrales; se
fundarán monarquías casi inevitablemente en las grandes secciones, y algunas
serán tan infelices que devorarán sus elementos ya en la actual ya en las futuras
revoluciones, que una gran monarquía no será fácil consolidar, una gran
república, imposible.
Es una idea
grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo
vinculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen,
una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un
solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse; mas
no es posible, porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos,
caracteres desemejantes, dividen a la América. ¡Qué bello sería que el Istmo de
Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que
algún ida tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los
representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre
los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras
partes del mundo. Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época
dichosa de nuestra regeneración; otra esperanza es infundada, semejante a la
del abate St. Pierre, que concibió el laudable delirio de reunir un congreso
europeo para decidir de la suerte y de los intereses de aquellas naciones.
"Mutaciones
importantes y felices —continúa Vd.— pueden ser frecuentemente producidas por
efectos individuales." Los americanos meridionales tienen una tradición
que dice que cuando Quetzalcóatl, el Hermes o Buda de la América del Sur,
resignó su administración y los abandonó, les prometió que volvería después que
los siglos desiguales hubiesen pasado, y que él restablecería su gobierno y
renovaría su felicidad. ¿Esta tradición no opera y excita una convicción de que
muy pronto debe volver? ¿Concibe Vd. cuál será el efecto que producirá si un
individuo, apareciendo entre ellos, demostrase los caracteres de Quetzalcóatl,
el Buda del bosque, o Mercurio, del cual han hablado tanto las otras naciones?
¿No es la unión todo lo que se necesita para ponerlos en estado de expulsar a
los españoles, sus tropas y los partidarios de la corrompida España para
hacerlos capaces de establecer un imperio poderoso, con un gobierno libre y
leyes benévolas?
Pienso como Vd.
que causas individuales pueden producir resultados generales; sobre todo en las
revoluciones. Pero no es el héroe, gran profeta, o Dios del Anahuac,
Quetzalcóatl el que es
capaz de operar
los prodigiosos beneficios que Vd. propone. Este personaje es apenas conocido
del pueblo mexicano, y no ventajosamente, porque tal es la suerte de los
vencidos aunque sean dioses. Sólo los historiadores y literatos se han ocupado
cuidadosamente en investigar su origen, verdadera o falsa misión, sus profecías
y el término de su carrera. Se disputa si fue un apóstol de Cristo o bien
pagano. Unos suponen que su nombre quiere decir Santo Tomás; otros que Culebra
Emplumajada; y otros dicen que es el famoso profeta de Yucatán, Chilam-Balam.
En una palabra, los más de los autores mexicanos, polémicos e historiadores
profanos, han tratado, con más o menos extensión, la cuestión sobre el verdadero
carácter de Quetzalcóatl. El hecho es, según dice Acosta, que él estableció una
religión cuyos ritos, dogmas y misterios tenían una admirable afinidad con la
de Jesús, y que quizás es la más semejante a ella. No obstante esto, muchos
escritores católicos han procurado alejar la idea de que este profeta fuese
verdadero, sin querer reconocer en él a un Santo Tomás, como lo afirman otros
célebres autores. La opinión general es que Quetzalcóatl es un legislador
divino entre los pueblos paganos del Anahuac, del cual era lugarteniente el
gran Montezuma, derivando de él su autoridad. De aquí se infiere que nuestros
mexicanos no seguirían al gentil Quetzalcóatl, aunque apareciese bajo las
formas más idénticas y favorables, pues que profesan una religión la más intolerante
y exclusiva de las otras.
Felizmente los
directores de la independencia de México se han aprovechado del fanatismo con
el mejor acierto, proclamando la famosa virgen de Guadalupe por reina de los
patriotas, invocándola en todos los casos arduos y llevándola en sus banderas.
Con esto el entusiasmo político ha formado una mezcla con la religión, que ha
producido un fervor vehemente por la sagrada causa de la libertad. La
veneración de esta imagen en México es superior a la más exaltada que pudiera
inspirar el más diestro profeta.
Seguramente la
unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración. Sin
embargo, nuestra división no es extraña, porque tal es el distintivo de las
guerras civiles formadas generalmente entre dos partidos: conservadores y
reformadores. Los primeros son, por lo común, más numerosos, porque el imperio
de la costumbre produce el efecto de la obediencia a las potestades establecidas;
los últimos son siempre menos numerosos, aunque más vehementes e ilustrados. De
este modo la masa física se equilibra con la fuerza moral, y la contienda se
prolonga siendo sus resultados muy inciertos. Por fortuna, entre nosotros, la
masa ha seguido a la inteligencia.
Yo diré a Vd. lo
que puede ponernos en actitud de expulsar a los españoles y de fundar un
gobierno libre: es la unión, ciertamente; mas esta unión no nos vendrá por
prodigios divinos, sino por efectos sensibles y esfuerzos bien dirigidos. La
América está encontrada entre sí, porque se halla abandonada de todas las naciones;
aislada en medio del universo, sin relaciones diplomáticas ni auxilios
militares, y combatida por la España, que posee más elementos para la guerra
que cuantos nosotros furtivamente podemos adquirir.
Cuando los
sucesos no están asegurados, cuando el estado es débil y cuando las empresas
son remotas, todos los hombres vacilan, las opiniones se dividen, las pasiones
las agitan y los enemigos las animan para triunfar por este fácil medio. Luego
que seamos fuertes, bajo los auspicios de una nación liberal que nos preste su
protección, se nos verá de acuerdo cultivar las virtudes y los talentos que
conducen a la gloria; entonces seguiremos la marcha majestuosa hacia las
grandes prosperidades a que está destinada la América meridional; entonces las
ciencias y las artes que nacieron en el Oriente y han ilustrado la Europa,
volarán a Colombia libre, que las convidará con un asilo.
Tales son, señor,
las observaciones y pensamientos que tengo el honor de someter a Vd. para que
los rectifique o deseche, según su mérito, suplicándole se persuada que me he
atrevido a exponerlos, más por no ser descortés, que porque me crea capaz de
ilustrar a Vd. en la materia.
Soy de Vd.
Bolívar
Discurso pronunciado por el general libertador Simón Bolívar Palacios y Blanco ante el Congreso de Venezuela en Angostura, 15 de febrero de 1819
Correo del Orinoco, n.o 19, Angostura,
sábado 20 de febrero de 1819.
Señor
¡Dichoso el
Ciudadano que bajo el escudo de las armas de su mando ha convocado la Soberanía
Nacional, para que ejerza su voluntad absoluta! Yo, pues, me cuento entre los
seres más favorecidos de la Divina Providencia, ya que he tenido el honor de
reunir a los Representantes del Pueblo de Venezuela en este Augusto Congreso, fuente
de la Autoridad legítima, depósito de la voluntad soberana y árbitro del Destino
de la Nación.
Al transmitir a
los Representantes del Pueblo el Poder Supremo que se me había confiado, colmo
los votos de mi corazón, los de mis Conciudadanos y los de nuestras futuras
generaciones, que todo lo esperan de vuestra sabiduría, rectitud y prudencia.
Cuando cumplo con este dulce deber, me liberto de la inmensa autoridad que me agobiaba
como de la responsabilidad ilimitada que pesaba sobre mis débiles fuerzas.
Solamente una necesidad forzosa unida a la voluntad imperiosa del Pueblo me
habría sometido al terrible y peligroso encargo de Dictador Jefe Supremo de la
República. Pero ya respiro devolviéndoos esta autoridad, que con tanto riesgo,
dificultad y pena he logrado mantener en medio de las tribulaciones más
horrorosas que pueden afligir a un cuerpo social.
No ha sido la
época de la República, que he presidido, una mera tempestad política, ni una
guerra sangrienta, ni una anarquía popular, ha sido, sí, el desarrollo de todos
los elementos desorganizadores: ha sido la inundación de un torrente infernal
que ha sumergido la tierra de Venezuela. Un hombre ¡y un hombre como yo! ¿qué
diques podría oponer al ímpetu de estas devastaciones?
En medio de este
piélago de angustias no he sido más que un vil juguete del huracán
revolucionario que me arrebata como una débil paja. Yo no he podido hacer ni
bien ni mal. Fuerzas irresistibles han dirigido la marcha de nuestros sucesos.
Atribuírmelos no sería justo y sería darme una importancia que no merezco
¿Queréis conocer los autores de los acontecimientos pasados y del orden actual?
Consultad los anales de España, de América, de Venezuela: examinad las leyes de
Indias, el régimen de los antiguos mandatarios, la influencia de la religión y
del dominio extranjero: observad los primeros actos del Gobierno Republicano,
la ferocidad de nuestros enemigos y el carácter nacional. No me preguntéis
sobre los efectos de estos trastornos para siempre lamentables, apenas se me
puede suponer simple instrumento de los grandes móviles que han obrado sobre Venezuela.
Sin embargo, mi vida, mi conducta, todas mis acciones públicas y privadas están
sujetos a la censura del pueblo.
¡Representantes!
Vosotros debéis juzgarlas. Yo someto la historia de mi mando a vuestra
imparcial decisión, nada añadiré para excusarla: ya he dicho cuanto puede hacer
mi apología. Si merezco vuestra aprobación habré alcanzado el sublime título de
buen Ciudadano, preferible para mí al de Libertador que me dio Venezuela, al de
Pacificador que me dio Cundinamarca, y los que el mundo entero puede darme.
¡Legisladores! Yo
deposito en vuestras manos el mando Supremo de Venezuela. Vuestro es ahora el
augusto deber de consagraros a la felicidad de la República: en vuestras manos
está la balanza de nuestros destinos, la medida de nuestra gloria: ellas
sellarán los Decretos que fijen nuestra libertad. En este momento el Jefe
Supremo de la República no es más que un simple Ciudadano, y tal quiere quedar
hasta la muerte. Serviré sin embargo en la carrera de las armas mientras haya
enemigos en Venezuela. Multitud de beneméritos hijos tiene la Patria capaces de
dirigirla: talentos, virtudes, experiencia y cuanto se requiere para mandar a
hombres libres, son el patrimonio de muchos de los que aquí representan el
Pueblo, y fuera de este soberano Cuerpo se encuentran Ciudadanos que en todas
épocas han mostrado valor para arrostrar los peligros, prudencia para
evitarlos, y el arte en fin de gobernarse y de gobernar a otros. Estos ilustres
Varones merecerán, sin duda, los sufragios del Congreso y a ellos se encargará
del Gobierno, que tan cordial y sinceramente acabo de renunciar para siempre.
La continuación
de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los
Gobiernos Democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas
populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en
un mismo Ciudadano el Poder. El Pueblo se acostumbra a obedecerle, y él se
acostumbra a mandarlo, de donde se origina la usurpación y la tiranía. Un justo
celo es la garantía de la Libertad Republicana, y nuestros Ciudadanos deben
temer con sobrada justicia que el mismo Magistrado, que los ha mandado mucho
tiempo, los mande perpetuamente.
Ya, pues, que por
este acto de mi adhesión a la Libertad de Venezuela puedo aspirar a la gloria
de ser contado entre sus más fieles amantes; permitidme, Señor, que exponga con
la franqueza de un verdadero Republicano mi respetuoso dictamen en este
Proyecto de Constitución, que me tomo la libertad de ofreceros en testimonio de
la sinceridad y del candor de mis sentimientos. Como se trata de la salud de
todos, me atrevo a creer que tengo derecho para ser oído por los Representantes
del Pueblo. Yo sé muy bien que vuestra sabiduría no ha menester de consejos, y
sé también que mi Proyecto acaso os parecerá erróneo, impracticable. Pero,
Señor, aceptad con benignidad este trabajo, que más bien es el tributo de mi
sincera sumisión al Congreso que el efecto de una levedad presuntuosa.
Por otra parte,
siendo vuestras funciones la creación de un cuerpo político, y aún se podría
decir la creación de una sociedad entera, rodeada de todos los inconvenientes
que presenta una situación la más singular y difícil, quizás el grito de un Ciudadano
puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido.
¡Legisladores!
Por el Proyecto de Constitución que reverentemente someto a vuestra sabiduría,
observaréis el espíritu que lo ha dictado. Al proponeros la división de los
Ciudadanos en activos y pasivos, he pretendido excitar la prosperidad nacional
por las dos más grandes palancas de la industria, el trabajo y el saber.
Estimulando estos dos poderosos resortes de la sociedad, se alcanza lo más
difícil entre los hombres, hacerlos honrados y felices. Poniendo restricciones
justas y prudentes en las Asambleas Primarias y Electorales, ponemos el primer
Dique a la licencia popular, evitando la concurrencia tumultuaria y ciega que
en todos tiempos ha imprimido el desacierto en las Elecciones, y ha ligado, por
consiguiente, el desacierto a los Magistrados, y a la marcha del Gobierno; pues
este acto primordial, es el acto generativo de la Libertad, o de la Esclavitud
de un Pueblo.
Aumentando en la
balanza de los poderes el peso del Congreso por el número de los Legisladores,
y por la naturaleza del Senado, he procurado darle una base fija a este primer
Cuerpo de la Nación, y revestirlo de una consideración importantísima para el
éxito de sus funciones soberanas.
Separando con
límites bien señalados la Jurisdicción Ejecutiva, de la Jurisdicción
Legislativa, no me he propuesto dividir sino enlazar con los vínculos de la
armonía que nace de la Independencia, estas potestades Supremas cuyo choque
prolongado jamás ha dejado de aterrar a uno de los contendientes. Cuando deseo
atribuir al Ejecutivo una suma de facultades superior a la que antes gozaba, no
he deseado autorizar un Déspota para que tiranice la República, sino impedir que
el despotismo deliberante no sea la causa inmediata de un círculo de
vicisitudes despóticas en que alternativamente la anarquía sea reemplazada por
la oligarquía y por la monocracia. Al pedir la estabilidad de los Jueces, la
creación de jurados y un nuevo código, he pedido al Congreso la garantía de la
Libertad Civil, la más preciosa, la más justa, la más necesaria, en una palabra,
la única Libertad, pues que sin ella las demás son nulas. He pedido la
corrección de los más lamentables abusos que sufre nuestra Judicatura, por su
origen vicio o de ese piélago de Legislación española que semejante al tiempo que
recoge de todas las edades, y de todos los hombres, así las obras de la
demencia como las del talento, así las producciones sensatas como las
extravagantes, así los monumentos del ingenio como los del capricho. Esta
Enciclopedia Judiciaria, Monstruo de diez mil cabezas, que hasta ahora ha sido
el azote de los pueblos Españoles, es el suplicio más refinado que la cólera
del Cielo ha permitido descargar sobre este desdichado Imperio.
Meditando sobre
el modo efectivo de regenerar el carácter y las costumbres que la tiranía y la
guerra nos han dado, me he sentido la audacia de inventar un Poder Moral,
sacado del fondo de la obscura antigüedad, y de aquellas olvidadas leyes que
mantuvieron, algún tiempo, la virtud entre los Griegos y los Romanos. Bien
puede ser tenido por un cándido delirio más no es imposible, y yo me lisonjeo que
no desdeñaréis enteramente un pensamiento que, mejorado por la experiencia y
las luces, puede llegar a ser muy eficaz.
Horrorizado de la
divergencia que ha reinado y debe reinar entre nosotros por el espíritu sutil
que caracteriza al Gobierno Federativo, he sido arrastrado a rogaros para que
adoptéis el Centralismo y la reunión de todos los Estados de Venezuela en una
República sola e indivisible. Esta medida, en mi opinión, urgente, vital,
redentora, es de tal naturaleza, que, sin ella, el fruto de nuestra regeneración
será la muerte.
Mi deber es,
Legisladores, presentaros un cuadro prolijo y fiel de mi Administración
Política, Civil y Militar, más sería cansar demasiado vuestra importante
atención y privaros en este momento de un tiempo tan precioso como urgente. En
consecuencia, los Secretarios de Estado darán cuenta al Congreso de sus
diferentes Departamentos exhibiendo al mismo tiempo los Documentos y Archivos
que servirán de ilustración para tomar un exacto conocimiento del estado real y
positivo de la República.
Yo no os hablaría
de los actos más notables de mi mando, si estos no incumbiesen a la mayoría de
los Venezolanos. Se trata, Señor, de las resoluciones más importante de este
último período. La atroz e impía esclavitud cubría con su negro manto la tierra
de Venezuela, y nuestro Cielo se hallaba recargado de tempestuosas Nubes que amenazaban
un diluvio de fuego. Yo imploré la protección del Dios de la humanidad, y luego
la redención disipó las tempestades. La esclavitud rompió sus grillos, y
Venezuela se ha visto rodeada de nuevos hijos, de hijos agradecidos que han
convertido los instrumentos de su cautiverio en armas de Libertad. Sí, los que
antes eran Esclavos, ya son libres: los que antes eran enemigos de una
madrastra, ya son defensores de una patria. Encareceros la Justicia, la
necesidad, y la beneficencia de esta medida, es superfluo cuando vosotros
sabéis la historia de los Ilotas, de Espartaco, y de Haití; cuando vosotros sabéis
que no se puede ser Libre y Esclavo a la vez, sino violando a la vez las Leyes
naturales, las Leyes políticas, y las Leyes civiles. Yo abandono a vuestra
soberana decisión la reforma o la revocación de todos mis Estatutos y Decretos;
pero yo imploro la confirmación de la Libertad absoluta de los Esclavos, como
imploraría mi vida y la vida de la República.
Representaros la
historia Militar de Venezuela, sería recordaros la historia del heroísmo
republicano entre los Antiguos; sería deciros que Venezuela ha entrado en el
gran cuadro de los Sacrificios hechos sobre el Altar de la Libertad. Nada ha
podido llenar los nobles pechos de nuestros generosos guerreros, sino los
honores sublimes que se tributan a los bienhechores del género humano. No
combatiendo por el poder, ni por la fortuna, ni aún por la gloria, sino tan
solo por la Libertad, títulos de Libertadores de la República, son sus dignos
galardones. Yo, pues, fundando una sociedad sagrada con estos ínclitos Varones,
he instituido el orden de los Libertadores de Venezuela.
¡Legisladores! A
vosotros pertenece las facultades de conceder honores y decoraciones, vuestro
es el deber de ejercer este acto augusto de la gratitud nacional. Hombres que
se han desprendido de todos los goces, de todos los bienes que antes poseían,
como el producto de su virtud y talentos; hombres que han experimentado cuanto
es cruel en una guerra horrorosa, padeciendo las privaciones más dolorosas y
los tormentos más acerbos; hombres tan beneméritos de la Patria, han debido
llamar la atención del Gobierno; en consecuencia, he mandado recompensarlos con
los bienes de la Nación. Si he contraído para con el pueblo alguna especie de
mérito, pido a sus Representantes oigan mi súplica como el premio de mis
débiles servicios. Que el Congreso ordene la distribución de los Bienes
Nacionales, conforme a la ley que a nombre de la República he decretado a
beneficio de los Militares Venezolanos.
Ya que por
infinitos triunfos hemos logrado anonadar las huestes Españolas, desesperada la
Corte de Madrid ha pretendido sorprender vanamente la conciencia de los
magnánimos Soberanos que acaban de extirpar la usurpación y la tiranía en
Europa, y deben ser los protectores de legitimidad y de la Justicia de la Causa
Americana. Incapaz de alcanzar con sus armas nuestra sumisión recurre la España
a su política insidiosa: no pudiendo vencernos ha querido emplear sus artes
suspicaces. Fernando se ha humillado hasta confesar que ha menester de la
protección extranjera para retornarnos a su ignominioso yugo ¡a un yugo que
todo poder es nulo para imponerlo!
Convencida
Venezuela de poseer las fuerzas suficientes para repeler a sus opresores, ha
pronunciado por el órgano del Gobierno su última voluntad de combatir hasta
expirar por defender su vida política, no solo contra la España, sino contra
todos los hombres; si todos los hombres se hubiesen degradado tanto que
abrazasen la defensa de un Gobierno devorador cuyos únicos móviles son una
Espada exterminadora y las llamas de la inquisición. Un Gobierno que ya no
quiere dominios, sino desiertos; ciudades, sino ruinas; vasallos, sino tumbas.
La Declaración de la República de Venezuela es el acta más gloriosa, más
heroica, más digna de un Pueblo Libre; es la que con mayor satisfacción tengo
el honor de ofrecer al Congreso ya sancionada por la expresión unánime del
Pueblo Libre de Venezuela.
Desde la segunda
época de la República nuestro ejército carecía de elementos militares: siempre
ha estado desarmado, siempre le han faltado municiones, siempre ha estado mal
equipado. Ahora los Soldados Defensores de la Independencia no solamente están
armados de la Justicia, sino también de la fuerza. Nuestras tropas pueden
medirse con las más selectas de Europa ya que no hay desigualdad en los medios
destructores. Tan grandes ventajas las debemos a la liberalidad sin límites de
algunos generosos extranjeros que han visto gemir la humanidad y sucumbir la
causa de la razón; y no la han visto tranquilos espectadores sino que han
volado con sus protectores auxilios y han prestado a la República cuanto ella necesitaba
para hacer triunfar sus principios filantrópicos.
Estos amigos de
la humanidad son los genios custodios de América y a ellos somos deudores de un
eterno reconocimiento como igualmente de un cumplimiento religioso a las
sagradas obligaciones que con ellos hemos contraído. La deuda Nacional
Legisladores es el depósito de la fe del honor y de la gratitud de Venezuela.
Respetadla como el arca santa que encierra no tanto los derechos de nuestros
bienhechores cuanto la gloria de nuestra fidelidad. Perezcamos primero que
quebrantar un empeño que ha salvado la Patria y la vida de sus hijos.
La reunión de
Nueva Granada y Venezuela en un grande Estado ha sido el voto uniforme de los
pueblos y Gobierno de estas Repúblicas. La suerte de la guerra ha verificado
este enlace tan anhelado por todos los colombianos; de hecho estamos
incorporados. Estos pueblos hermanos ya os han confiado sus intereses sus
derechos y sus destinos. Al contemplar la reunión de esta inmensa comarca mi
alma se remota a la eminencia que exige la perspectiva colosal que ofrece un
cuadro tan asombroso.
Volando por entre
las próximas edades mi imaginación se fija en los siglos futuros y observando
desde allá con admiración y pasmo la prosperidad el esplendor y la vida que ha
recibido esta vasta región me siento arrebatado y me parece que ya la veo en el
corazón del universo extendiéndose sobre sus dilatadas costas entre esos
océanos que la naturaleza había separado y que nuestra Patria reúne con
prolongados y anchurosos canales. Ya la veo servir de lazo centro emporio a la
familia humana. Ya la veo enviando a todos los recintos de la tierra los
tesoros que abrigan sus montañas de plata y oro. Ya la veo distribuyendo por
sus divinas plantas salud y vida a los hombres dolientes del antiguo universo.
Ya la veo
comunicando sus preciosos secretos a los sabios que ignoran cuán superior es la
suma de las luces a la suma de las riquezas que le ha prodigado la naturaleza.
Ya la veo sentada sobre el Trono de libertad empuñando el cetro de Justicia
coronada por Gloria mostrando al mundo antiguo la majestad del mundo moderno.
Dignaos
legisladores acoger con indulgencia la profesión de mi conciencia
política; los últimos votos de mi corazón y los ruegos
fervorosos que a nombre del pueblo me atrevo a dirigiros. Dignaos conceder
a Venezuela un Gobierno eminentemente popular eminentemente justo eminentemente
moral que encadene la opresión anarquía y culpa. Un Gobierno que haga
reinar inocencia humanidad y paz. Un Gobierno que haga triunfar bajo el
imperio Leyes inexorables igualdad y libertad.
“Señor empezad vuestras funciones yo he terminado las mías.”
Nuestra América:
“Quien tenga Patria que la honre, quien no la tenga que la conquiste”...
(Publicado en La Revista Ilustrada de Nueva York, Estados
Unidos, el 10 de enero de 1891, y en El Partido Liberal, México, el 30 de enero
de 1891)
Por Lic. José Martí Pérez.
Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y
con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la
novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden
universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le
pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van
por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de
despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo en la cabeza,
sino con las armas en la almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las
armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que
trincheras de piedra.
No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica,
flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio
final, a un escuadrón de acorazados. Los pueblos que no se conocen han de darse
prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que enseñan los
puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa
chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean
una, las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron,
con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano
vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren que les
llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las deudas del
honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no podemos
ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor,
restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y
talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila para que no pase el
gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y
hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.
A los sietemesinos sólo les faltará el valor. Los que no
tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a
ellos, se lo niegan a los demás. No les alcanza al árbol difícil el brazo
canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y
dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar los barcos de esos
insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre. Si son
parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles, o vayan al Tortoni, de
sorbetes. ¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea
carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan
delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan, ¡bribones!, de la madre
enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades! Pues, ¿quién es el
hombre? ¿El que se queda con la madre, a curarle la enfermedad, o el que la
pone a trabajar donde no la vean, y vive de su sustento en las tierras podridas
con el gusano de corbata, maldiciendo del seno que lo cargó, paseando el
letrero de traidor en la espalda de la casaca de papel? ¡Estos hijos de nuestra
América, que ha de salvarse con sus indios, y va de menos a más; estos
desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahoga
en sangre a sus indios, y va de más a menos! ¡Estos delicados, que son hombres
y no quieren hacer el trabajo de hombres! Pues el Washington que les hizo esta
tierra, ¿se fue a vivir con los ingleses, a vivir con los ingleses en los años
en que los veía venir contra su tierra propia? ¡Estos “increíbles” del honor,
que lo arrastran por el suelo extranjero, como los increíbles de la Revolución
francesa, danzando y relamiéndose, arrastraban las erres!
¿Ni en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en
nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de
indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos
de un centenar de apóstoles? De factores tan descompuestos, jamás, en menos
tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas. Cree el
soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal, porque tiene la
pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irremediable a su
república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el
mundo de gamonal famoso, guiando jacas de Persia y derramando champaña. La
incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y
grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición
singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en
los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un
decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una
frase de Sieyès no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que
es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen
gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el
francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir
guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país
mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y
disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo
que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer
del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma de gobierno
ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el
equilibrio de los elementos naturales del país.
Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el
hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales.
El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización
y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. El hombre natural
es bueno, y acata y premia la inteligencia superior, mientras esta no se vale
de su sumisión para dañarle, o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que
no perdona el hombre natural, dispuesto a recobrar por la fuerza el respeto de
quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés. Por esta
conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los tiranos de
América al poder; y han caído en cuanto les hicieron traición. Las repúblicas
han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos
verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con
ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador.
En pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los
incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con su mano,
allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es
perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere que la gobiernen
bien; pero si el gobierno le lastima, se lo sacude y gobierna ella. ¿Cómo han
de salir de las universidades los gobernantes, si no hay universidad en América
donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de
los elementos peculiares de los pueblos de América? A adivinar salen los
jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o francesas, y aspiran a dirigir un
pueblo que no conocen. En la carrera de la política habría de negarse la
entrada a los que desconocen los rudimentos de la política. El premio de los
certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los
factores del país en que se vive. En el periódico, en la cátedra, en la
academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores reales del país.
Conocerlos basta, sin vendas ni ambages; porque el que pone de lado, por
voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le
faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella.
Resolver el problema después de conocer sus elementos, es más fácil que
resolver el problema sin conocerlos. Viene el hombre natural, indignado y
fuerte, y derriba la justicia acumulada de los libros, porque no se administra
en acuerdos con las necesidades patentes del país. Conocer es resolver. Conocer
el país, y gobernarlo conforme al conocimiento es el único modo de librarlo de
tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La
historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se
enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia
que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de
reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo;
pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido;
que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras
dolorosas repúblicas americanas.
Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo
pinto de indio y criollo, venimos, denodados, al mundo de las naciones. Con el
estandarte de la Virgen salimos a la conquista de la libertad. Un cura, unos
cuantos tenientes y una mujer alzan en México la república, en hombros de los
indios. Un canónigo español, a la sombra de su capa, instruye la libertad
francesa a unos cuantos bachilleres magníficos, que ponen de jefe de Centro
América contra España al general de España. Con los hábitos monárquicos, y el
Sol por pecho, se echaron a levantar pueblos los venezolanos por el Norte y los
argentinos por el Sur. Cuando los dos héroes chocaron, y el continente iba a
temblar, uno, que no fue el menos grande, volvió riendas. Y como el heroísmo en
la paz es más escaso, porque es menos glorioso que el de la guerra; como al
hombre le es más fácil morir con honra que pensar con orden; como gobernar con
los sentimientos exaltados y unánimes es más hacedero que dirigir, después de
la pelea, los pensamientos diversos, arrogantes, exóticos o ambiciosos; como
los poderes arrollados en la arremetida épica zapaban, con la cautela felina de
la especie y el peso de lo real, el edificio que habían izado, en las comarcas
burdas y singulares de nuestra América mestiza, en los pueblos de pierna
desnuda y casaca de París, la bandera de los pueblos nutridos de savia
gobernante en la práctica continua de la razón y de la libertad; como la
constitución jerárquica de las colonias resistía la organización democrática de
la República, o las capitales de corbatín dejaban en el zaguán al campo de bota
y potro, o los redentores bibliógenos no entendieron que la revolución que
triunfó con el alma de la tierra había de gobernar, y no contra ella ni sin
ella, entró a padecer América, y padece, de la fatiga de acomodación entre los
elementos discordantes y hostiles que heredó de un colonizador despótico y
avieso, y las ideas y formas importadas que han venido retardando, por su falta
de realidad local, el gobierno lógico. El continente descoyuntado durante tres
siglos por un mando que negaba el derecho del hombre al ejercicio de su razón,
entró, desatendiendo o desoyendo a los ignorantes que lo habían ayudado a
redimirse, en un gobierno que tenía por base la razón; la razón de todos en las
cosas de todos, y no la razón universitaria de unos sobre la razón campestre de
otros. El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el
cambio de espíritu.
“Éramos charreteras y togas, en
países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la
cabeza.”
Con los oprimidos había que hacer una causa común, para
afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los
opresores. El tigre, espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la
presa. Muere echando llamas por los ojos y con las zarpas al aire. No se le oye
venir, sino que viene con zarpas de terciopelo. Cuando la presa despierta,
tiene al tigre encima. La colonia continuó viviendo en la república; y nuestra
América se está salvando de sus grandes yerros –de la soberbia de las ciudades
capitales, del triunfo ciego de los campesinos desdeñados, de la importación
excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del desdén inicuo e impolítico de la
raza aborigen–, por la virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la
república que lucha contra la colonia. El tigre espera, detrás de cada árbol,
acurrucado en cada esquina. Morirá, con las zarpas al aire, echando llamas por
los ojos.
Pero “estos países se salvarán”, como anunció Rivadavia el
argentino, el que pecó de finura en tiempos crudos; al machete no le va vaina
de seda, ni el país que se ganó con lanzón se puede echar el lanzón atrás,
porque se enoja y se pone en la puerta del Congreso de Iturbide “a que le hagan
emperador al rubio”. Estos países se salvarán porque, con el genio de la
moderación que parece imperar, por “Éramos charreteras y togas, en países que
venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza.” la
armonía serena de la Naturaleza, en el continente de la luz, y por el influjo
de la lectura crítica que ha sucedido en Europa a la lectura de tanteo y
falansterio en que se empapó la generación anterior, le está naciendo a
América, en estos tiempos reales, el hombre real.
Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de
petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de
Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de
España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la
cumbre del monte, a bautizar a sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche
la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El
campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad
desdeñosa, contra su criatura. Éramos charreteras y togas, en países que venían
al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. El genio
hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de
los fundadores, la vincha y la toga; en desestancar al indio; en ir haciendo
lado al negro suficiente; en ajustar la libertad al cuerpo de los que se
alzaron y vencieron por ella. Nos quedó el oidor, y el general, y el letrado, y
el prebendado. La juventud angélica, como de los brazos de un pulpo, echaba al
Cielo, para caer con gloria estéril, la cabeza, coronada de nubes. El pueblo
natural, con el empuje del instinto, arrollaba, ciego de triunfo, los bastones
de oro. Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma
hispanoamericano. Se probó el odio, y los países venían cada año a menos.
Cansados del odio inútil de la resistencia del libro contra la lanza, de la
razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de
las castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa e inerte, se
empieza, como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los pueblos, y se
saludan. “¿Cómo somos?” se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son.
Cuando aparece en Cojímar un problema, no van a buscar la solución a Dantzig.
Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de
América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en
la masa, y la levantan con la levadura del sudor. Entienden que se imita
demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de
esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino! Se
entiende que las formas de gobierno de un país han de acomodarse a sus
elementos naturales; que las ideas absolutas, para no caer por un yerro de
forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para ser viable,
tiene que ser sincera y plena; que si la república no abre los brazos a todos y
adelanta con todos, muere la república. El tigre de adentro se echa por la
hendija, y el tigre de afuera. El general sujeta en la marcha la caballería al
paso de los infantes. O si deja a la zaga a los infantes, le envuelve el
enemigo la caballería. Estrategia es política. Los pueblos han de vivir criticándose,
porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente.
¡Bajarse hasta los infelices y alzarlos en los brazos! ¡Con el fuego del
corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar, bullendo y rebotando, por las
venas, la sangre natural del país! En pie, con los ojos alegres de los
trabajadores, se saludan, de un pueblo a otro, los hombres nuevos americanos.
Surgen los estadistas naturales del estudio directo de la Naturaleza. Leen para
aplicar, pero no para copiar. Los economistas estudian la dificultad en sus
orígenes. Los oradores empiezan a ser sobrios. Los dramaturgos traen los
caracteres nativos a la escena. Las academias discuten temas viables. La poesía
se corta la melena zorrillesca y cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado.
La prosa, centelleante y cernida, va cargada de idea. Los gobernadores, en las
repúblicas de indios, aprenden indio.
De todos sus peligros se va salvando América. Sobre algunas
repúblicas está durmiendo el pulpo. Otras, por la ley del equilibrio, se echan
a pie a la mar, a recobrar, con prisa loca y sublime, los siglos perdidos.
Otras, olvidando que Juárez paseaba en un coche de mulas, ponen coche de viento
y de cochero a una pompa de jabón; el lujo venenoso, enemigo de la libertad,
pudre al hombre liviano y abre la puerta al extranjero. Otras acendran, con el
espíritu épico de la independencia amenazada, el carácter viril. Otras crían,
en la guerra rapaz contra el vecino, la soldadesca que puede devorarlas. Pero
otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la
diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores
continentales, y es la hora próxima en que se le acerque, demandando relaciones
íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña. Y como
los pueblos viriles, que se han hecho de sí propios, con la escopeta y la ley,
aman, y sólo aman, a los pueblos viriles; como la hora del desenfreno y la
ambición, de que acaso se libre, por el predominio de lo más puro de su sangre,
la América del Norte, o en que pudieran lanzarla sus masas vengativas y
sórdidas, la tradición de conquista y el interés de un caudillo hábil, no está
tan cercana aún a los ojos del más espantadizo, que no dé tiempo a la prueba de
altivez, continua y discreta, con que se la pudiera encarar y desviarla; como
su decoro de república pone a la América del Norte, ante los pueblos atentos
del Universo, un freno que no le ha de quitar la provocación pueril o la
arrogancia ostentosa o la discordia parricida de nuestra América, el deber
urgente de nuestra América es enseñarse cómo es, una en alma e intento,
vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada sólo con sangre de abono que
arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron
picadas nuestros dueños. El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es
el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está
próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe.
Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos. Se ha de
tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar
ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo
peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a
odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad.
No hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la Naturaleza, donde resalta en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la Humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas. Pero en el amasijo de los pueblos se condensan, en la cercanía de otros pueblos diversos, caracteres peculiares y activos, de ideas y de hábitos, de ensanche y adquisición, de vanidad y de avaricia, que del estado latente de preocupaciones nacionales pudieran, en un período de desorden interno o de precipitación del carácter acumulado del país, trocarse en amenaza grave para las tierras vecinas, aisladas y débiles, que el país fuerte declara perecederas e inferiores. Pensar es servir. Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos, ni se nos parece en sus lacras políticas, que son diferentes de las nuestras; ni tiene en mucho a los hombres biliosos y trigueños, ni mira caritativo, desde su eminencia aún mal segura, a los que, con menos favor de la Historia, suben a tramos heroicos la vía de las repúblicas; ni se han de esconder los datos patentes del problema que puede resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental. ¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!
EL GENERAL SIMÓN BOLÍVAR PALACIOS Y BLANCO
Por Lic. José
Martí Pérez. Maestro Libertario de la Patria Continente América Latina y el
Caribe.
Todos los
americanos deben querer a Bolívar como un padre. A Bolívar, y a todos los que lucharon como
él, porque la América fuese del hombre americano. A todos: al héroe famoso, y al último soldado, que es un héroe desconocido.
Bolívar era
pequeño de cuerpo. Era su país, Venezuela oprimida, que le pesaba en el corazón, y no le dejaba
vivir en paz. La América entera
estaba como despertando. Un hombre
sólo no vale nunca más que un pueblo entero. Pero hay hombres que no se
cansan, cuando su pueblo se cansa,
y se deciden ir a la guerra antes que los pueblos, porque
no tienen que consultar a nadie más que a sí mismos. Ese fue el mérito de Bolívar que no se cansó
de luchar por la libertad de Venezuela, cuando parecía que Venezuela se
cansaba. Le habían vencido los
españoles; le habían echado del país. El se fue a una isla a ver su tierra de
cerca, a pensar en su tierra.
Un afroamericano
generoso le ayudó, cuando ya no le quería ayudar nadie. Volvió un día a luchar
con 300 héroes. Con los 300 libertadores. Libertó a Venezuela. Libertó a
la Nueva Granada. Libertó al Ecuador.
Liberto al Perú, y fundó una nación nueva, la Nación de Bolivia. Ganó batallas
con soldados descalzos y medio desnudos. Todos se llenaba de luz a su
alrededor. Los generales luchaban a su lado con valor sobrenatural. Era un
ejército de jóvenes, Jamás se luchó tanto, ni se luchó mejor por la libertad.
Bolívar defendió con fuego el derecho de América a ser libre. Murió
de pesar del corazón, más que de mal del cuerpo, en la casa de un español en
Santa Marta. Murió pobre, y dejó una familia de pueblos.
Cuentan que un
viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni dormía, sino como se iba a
donde estaba la estatua de Bolívar. Y
cuentan que el viajero, sólo con los
árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía
que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo. El viajero hizo bien, porque todos los
americanos tienen que querer a Bolívar como a un padre.
A Bolívar y a
todos los que pelearon como él, porque la américa fuese del hombre americano. A todos: al héroe
famoso, y al último soldado, que es un
héroe desconocido. Hasta hermosos de cuerpo se vuelven los hombres que pelean
por ver libre a su patria.
La Libertad es el derecho que todo ser humano tiene a ser honrado, pensar y a hablar sin hipocresía. En América no se podía ser honrado ni
pensar ni hablar. Una persona que obedece a un mal gobierno, sin trabajar
para que el gobierno sea bueno, no es
una persona honrada. Una
persona que se conforma con
obedecer a leyes injustas, y permite que
pisoteen el país en que nació, que los hombres se lo maltraten, no es una persona honrada.
El niño desde que
puede pensar, debe pensar en todo lo que
ve, debe padecer por todos los que no pueden vivir con honradez, debe
trabajar porque puedan ser honradas todas las personas, y debe ser
una persona honrada. El niño que no piensa en lo que sucede a su
alrededor, y se contenta con vivir, sin saber
si vive honradamente, es como un
individuo que vive del trabajo de un
bribón, y está en camino de ser bribón.
Hay hombres que
son peores que las bestias, porque las
bestias necesitan ser libres para vivir
dichosas: el elefante no quiere tener
hijos cuando vive preso, la llama del Perú se echa en la tierra , se muere,
cuando el indígena le habla con rudeza o
le pone más carga de la que puede
soportar.
La persona debe ser, por lo menos, tan decorosa como el
elefante y como la llama. En América se
vivía antes de la libertad como la llama que tiene mucha carga encima. Era
necesario quitarse la carga o morir.
Hay individuos
que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en
agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de
decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin
decoro, hay también otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Estos
son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los
pueblos su Libertad, que es robarles a las personas su decoro. En esos hombres
van miles de hombres, va un pueblo entero, va la Dignidad humana. Esos seres
humanos son sagrados.
Se les debe
personar sus errores, porque el bien que hicieron fue más que sus faltas. Los hombres no pueden ser más perfectos que
el sol. El sol quema con la misma luz
con que calienta, el sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de
las manchas. Los agradecidos hablan de la luz.
Un escultor es admirable, porque saca una figura de la piedra bruta, pero esos
seres humanos que hacen pueblos son algo más que hombres. Quisieron algunas
veces lo que no debían querer, pero ¿qué no le perdonará un hijo a su padre?
El corazón se
llena de ternura al pesar en esos gigantescos fundadores. Esos son héroes, los que pelean para hacer a los pueblos
libres, o los que padecen en pobreza y
desgracia por defender una gran verdad...
Traducción al
alemán, francés e inglés por la Señora Gerda Böttcher, directora de la
Revista Latinoamérica Un Pueblo Continente.
Berlín/DDR. 14/9/1980.
Esto es
español/texto de estudio Landerkunde lateinamerikas
Primera edición/erste
auflage/Berlín, 1980, Republica Democrática Alemana
Primera edición/ erste
auflage/ Berlín, 1984, República Federal alemana.
Autor Prof. Hugo
Moreno Peralta.
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