La “crisis” global del capitalismo salvaje bajo la egida de Estados Unidos y la Unión Europea.
Por Diego Olivera Evia/escritor, comunicador social, analista internacional
/Barómetro Latinoamericano/ADDHEE.ONG
Luego de
décadas de propuestas de los Estados nacionales, surgen los monopolios y las
trasnacionales como centro de poder, relacionados con Estados Unidos y
la Unión Europea, estos mecanismo de dominación han creado no solo una catástrofe
capitalista salvaje, sino que han ampliado el carácter guerrerista de la
expansión, creando un concepto de un poder imperial, claramente esta realidad
se refleja en América Latina, con la obsecuencia de los líderes de derecha y la
sumisión a Estados Unidos, manejados por el presidentes de Estados
Unidos, Donald Trump, para crear regímenes títeres capaces de
destruir las naciones Estado, tratando de borrar los avances en varias etapas
del progresismo.
Pero en
esta nueva década del fascismo, surgen los estados capitalistas, en una máquina
de explotación y una catástrofe social, política en las ex naciones
Argentina, Chile, Brasil, Perú, Colombia, Panamá, Ecuador, creando una catástrofe
en los trabajadores, obreros y jubilados.
En un
ensayo los analistas Pedro Ramiro y Erika González Por su parte han analizado
al capitalismo salvaje global y los ex Estados-nación han venido
cediendo parte de su soberanía en cuanto a las decisiones socioeconómicas, las
empresas transnacionales han logrado ir consolidando y ampliando su creciente
dominio sobre la vida en el planeta. Especialmente, en las tres últimas
décadas, ya que el avance de los procesos de globalización económica y la
expansión de las políticas neoliberales salvajes han servido para
construir un entramado político, económico, jurídico y cultural, a escala
global, del que las grandes corporaciones han resultado ser las principales
beneficiarias.
Las compañías
multinacionales han pasado a controlar la mayoría de los sectores estratégicos
de la economía mundial: la energía, las finanzas, las telecomunicaciones, la
salud, la agricultura, las infraestructuras, el agua, los medios de
comunicación, las industrias del armamento y de la alimentación. Y la catástrofe
capitalista que hoy vivimos no ha hecho sino reforzar el papel económico y la
capacidad de influencia política de las grandes corporaciones, que tan pronto
hacen negocio con los recursos naturales, los servicios públicos y la
especulación inmobiliaria, como con los mercados de futuros de energía y
alimentos, las patentes sobre la vida o el acaparamiento de tierras.
Las
enormes ganancias acumuladas por las empresas depredadoras
transnacionales tienen su origen en los mecanismos de extracción y apropiación
de la riqueza económica que están en la base del funcionamiento del capitalismo
salvaje globalizado. La creciente explotación de trabajadores y
trabajadoras y la constante devaluación salarial, la presión ilimitada sobre el
entorno en busca de materias primas y recursos naturales, la especulación
financiera tanto con el excedente obtenido como con todo aquello que pueda ser
comprado y vendido, la mercantilización de cada vez más esferas de las
actividades humanas y la absoluta prioridad de la que gozan los mecanismos de
reproducción del capital frente a los procesos que permiten el sostenimiento de
la vida han servido, efectivamente, para que los principales directivos y
accionistas de las grandes corporaciones se conviertan en multimillonarios.
Pero, del
mismo modo que Amancio Ortega es el tercer hombre más rico del mundo a la vez
que Inditex produce sus prendas en fábricas textiles con pésimas condiciones
laborales en Bangladesh y en talleres que utilizan trabajo esclavo en Brasil y
Argentina, estos extraordinarios beneficios empresariales no serían posibles
sin la generación de toda una serie de impactos socioambientales que afectan
directamente a las poblaciones y los ecosistemas de todo el planeta.
Dice David
Harvey que, en el nuevo imperialismo, “para mantener abiertas oportunidades
rentables es tan importante el acceso a inputs más baratos como el acceso a
nuevos mercados”. Por eso, en los últimos años, ante la caída de los niveles de
consumo, el progresivo agotamiento de los combustibles fósiles y la rebaja de
las tasas de ganancia del capital transnacional en los países centrales, las
grandes corporaciones han puesto en marcha una fuerte estrategia de reducción
de costes y, a la vez, han intensificado su ofensiva para lograr el acceso a
nuevos negocios y nichos de mercado.
Es lo que
el geógrafo británico ha denominado acumulación por desposesión: “Muchos
recursos que antes eran de propiedad comunal, como el agua, están siendo
privatizados y sometidos a la lógica de la acumulación capitalista; desaparecen
formas de producción y consumo alternativas; se privatizan industrias
nacionalizadas; las granjas familiares se ven desplazadas por las grandes
empresas agrícolas; y la esclavitud no ha desaparecido” En este agresivo
contexto, como no podía ser de otra manera, los conflictos socio ecológicos y
las violaciones de los derechos humanos se han multiplicado por todo el globo,
con el consiguiente crecimiento de las luchas sociales frente a todos estos
impactos empresariales.
Caracterizando los impactos socio ecológicos de las multinacionales
Las
escuelas de negocios y los think tanks vinculados a las compañías depredadoras
multinacionales, por su parte, han elaborado estudios y análisis para vincular
la presencia internacional de las empresas transnacionales con el logro de los
objetivos de desarrollo y bienestar que se prometieron para justificar su
llegada a los países periféricos. Ante el aumento de la pobreza y las
desigualdades a nivel mundial y el creciente rechazo social que han ido
generando, las grandes corporaciones pretenden construir un relato con el que
no pueda cuestionarse su centralidad en la economía global: “Estoy convencido
de que las empresas más que parte del problema son parte de la solución. En
términos generales, las empresas depredadoras, más que los gobiernos y
la sociedad civil, están mejor preparadas para ser catalizadoras de innovación
y transformación hacia un mundo sostenible”, afirma el presidente del BBVA.
Así, con
objeto de aumentar su legitimación social y posicionarse como un actor
imprescindible para “salir de la catástrofe”, presentan teorías
revestidas de objetividad y neutralidad que pretenden demostrar los impactos
positivos de sus actividades en aspectos como la transferencia de tecnología,
la mejora de la provisión de bienes públicos y privados, el incremento del
empleo, el acceso de las mujeres al mercado de trabajo y el fomento de la
inversión como motor de desarrollo.
Primero,
que las empresas depredadoras transnacionales no han contribuido a una
mejora de la cantidad y la calidad del empleo, ni tampoco de la prestación de
los servicios que ofrecen, prácticamente no han realizado inversiones en
mantenimiento, apenas han favorecido los procesos de transferencia tecnológica
y, al fin y al cabo, no han traído de la mano el progreso y el bienestar para
las poblaciones de la región, que era lo que se prometía con su llegada después
de las privatizaciones y las reformas neoliberales de los años ochenta y
noventa.
Segundo,
que junto con las consideraciones económicas hay toda una lista de graves
efectos sociales, políticos, ambientales y culturales que van asociados a la
internacionalización de los negocios de estas empresas.
Y, en
tercer lugar, que quienes han salido ganando con ello no han sido precisamente
las clases trabajadoras y las mayorías sociales, sino los dueños de esas
compañías, los beneficiarios de las rentas del capital y los políticos y
empresarios que se han hecho de oro atravesando las puertas giratorias que
conectan el sector público y el mundo empresarial.
Como colofón:
Este
análisis no lleva a englobar no solo la catástrofe capitalista, que ha
mostrado su peor versión sobre el planeta Tierra, el desconocimiento del clima
por Estados Unidos, a través de Donald Trump, muestra la mayor
ignorancia de los efectos del Niño, que, con lluvias y cambios continuos del
clima, actualmente afectan a los países del Cono Sur de América, generando una catástrofe
económica en Uruguay, Brasil, Argentina, en el turismo, parte fundamental de
las economías de estas naciones. Los mismos huracanes y ciclones son parte de
manipulaciones, del clima por Estados Unidos en sus experimentos, como
intentar crear extraer el petróleo, con bombeos de agua en altas presión,
destruyendo el manto de las capas del terreno, dañando una vez más el clima.
Ante esta
realidad la sociedad humana sufre la agresión en las empresas depredadoras trasnacionales,
de la misma las guerras coloniales, fenómenos creados por las naciones
imperiales, siguen creando guerras en Afganistán, Iraq, Siria, la destrucción
de Libia, las agresiones de Estados Unidos a Rusia y China, por el
control de los mercados, es también parte de una crisis moral y ética de Trump
y su combo de funcionarios terroristas.
Esta
realidad se ve afectada en la mayoría de los Continentes, la destrucción del
eco sistema del Amazonas, atreves de la inmoralidad del presidente del Brasil Bolsonaro, en una nueva campaña de
asesinatos de indígenas del Amazonas, para destruir el pulmón de América
Latina, para vender las tierras a los oligarcas empresarios del
capital buitre foráneo, de la misma manera sacar a los Sin tierra, la misma
expresión del fascista Bolsonaro, que manifestó que los pueblos originarios son
sucios y no hablan portugués, son objeto de abuso y muerte, para ampliar una
mayor crisis ecológica, similar a la de Paraguay en la destrucción de los
sojeros, de las tierras creando un tierra muerta, por los agro tóxicos de
Monsanto, creando una soja transgénica con efecto perniciosos para los seres
humanos, una realidad de multimillonarios explotando y destruyendo el planeta
Tierra.
lo
subrayado es nuestro.
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