Estados Unidos amenaza con abandonar la Organización de Estados Americanos si no sigue sus órdenes: ¿es el Emperador, o no?
Por Álvaro Verzi Rangel/escritor
y analista internacional/CLAE
El gobierno Estados Unidos sacudió la Asamblea General
de la Organización de los Estados Americanos (OEA) al amenazar con abandonar el
organismo, alegando su «incapacidad» para abordar las crisis en Venezuela y
Haití. Más allá de la importancia política del único foro panamericano, Estados
Unidos es el principal donante económico de la OEA y sus aportes representan la
mitad del presupuesto del organismo.
El argumento de Landau se basa en que EEUU financia el
cincuenta por ciento del presupuesto anual de la organización y no
influye en su agenda geopolítica.
La amenaza cobra mayor dramatismo habiendo cuenta que la
Administración de Trump no ha pagado todavía su cuota correspondiente a 2025.
Pese a sus críticas al multilateralismo y sus recortes presupuestarios a
Naciones Unidas y otros organismos mundiales, el gobierno de Trump no había
sido hasta ahora tan abiertamente crítico con la OEA. Ni siquiera lo fue en
marzo pasado, cuando una alianza entre países caribeños y gobiernos
progresistas logró nombrar como nuevo secretario general al
surinamés Albert Ramdin, quien apuesta por el «diálogo» con Venezuela.
El número dos de la diplomacia estadounidense, Christopher
Landau, quien participó en el foro celebrado en Antigua y Barbuda con un duro
discurso ante los cancilleres y representantes de los Estados miembros en
representación del secretario de Estado, Marco Rubio, fue quien expresó la
amenaza. Criticó duramente a la OEA por no haber hecho «nada sustancial» ante
lo que calificó como un «descarado fraude electoral» cometido por Nicolás
Maduro, quien asumió un nuevo mandato pese a las denuncias por parte de la
oposición, aupada y financiada por su gobierno.
Landau advirtió que el Departamento de Estado está
evaluando, por orden del propio Trump, la permanencia de Estados Unidos en
diversos organismos internacionales, incluida la OEA. «Para ser sincero, no
tengo claro cómo terminará esta revisión», avisó el subsecretario de Estado.
“Si somos incapaces
de responder o remediar una situación en la que un régimen ignora abiertamente
las normas internacionales y amenaza la integridad territorial de su vecino
(Guyana), entonces debemos preguntarnos: ¿Qué sentido tiene esta
organización?», cuestionó Landau al acusar a Venezuela. También se refirió a la
crisis en Haití, sumido en la violencia de las bandas criminales y con un gobierno
de transición paralizado por disputas internas y acusaciones de corrupción.
«Si la OEA no está dispuesta o no puede desempeñar un papel
constructivo en Haití, nos preguntamos seriamente ¿Por qué existe?», insistió,
en un discurso pleno de amenazas, donde dejó el mensaje de que la Casa Blanca
no financiará un organismo multilateral que no respeta su agenda
geopolítica regional
“Como ustedes sabrán, el presidente Trump emitió una orden
ejecutiva en los primeros días de esta Administración indicando al Secretario
de Estado que, en seis meses, revisará todas las organizaciones
internacionales de las que EEUU es miembro para determinar si dicha
membresía está en los intereses del país y si dichas organizaciones pueden ser
reformadas. Al concluir esa revisión, el Secretario debe informar sus
conclusiones al Presidente y recomendar si Estados Unidos debe retirarse de
alguna de esas organizaciones. Esa revisión sigue en curso, y obviamente
la OEA es una de las organizaciones que estamos revisando», recordó Landau.
«El secretario Rubio y yo debemos poder decirle a nuestro
Presidente y a nuestro pueblo que nuestra inversión sustancial en esta
organización beneficia a nuestro país», añadió. El secretario General de
la OEA, Albert Ramdin, quien ya recibió presiones puntuales por parte de Marcos
Rubio, se niega a caracterizar al gobierno de Nicolás Maduro como una
dictadura.
Ramdin sucedió a Luis Almagro, que tenía una posición sin
fisuras acorde a las política estadounidenses y sobre Maduro, pese a los
cuestionamientos constantes de los presidentes Lula da Silva, Claudia Sheinbaum
y Gustavo Petro. Desde su llegada a la cúpula de la organización, en 2015,
el uruguayo Almagro se esforzó en restablecer la hegemonía estadounidense
en la región.
Las palabras de presión de Landau no llegaron solas:
estuvieron acompañadas de una solicitud concreta: instó a los Estados miembros
a respaldar a la candidata de Estados Unidos para integrar la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), la disidente cubana Rosa María Payá,
ferviente crítica del gobierno cubano, hija del también disidente Oswaldo Payá,
quien murió en 2012 en un accidente de tráfico.
El progresismo y a izquierda latinoamericana y caribeña
perciben a la OEA como el “Ministerio de las Colonias de Estados Unidos”. lL
sede del Consejo Permanente de la OEA es un imponente edificio de
mármol –donado por Andrew Carnegie, el gran barón de la siderurgia, a la Unión
Panamericana (antecesora de la OEA)– situado a menos de un kilómetro de la
Casa Blanca.
Tras el discurso de Landau, la canciller colombiana Laura
Sarabia respondió al posicionamiento de Estados Unidos afirmando que la
OEA es el espacio adecuado para debatir los desafíos de la región, y subrayó
que tanto Venezuela como Haití «deben participar» en la búsqueda de soluciones
a las crisis que atraviesan. “Necesitamos fortalecer la organización, necesitamos
fortalecer la unidad de la región, y estamos de acuerdo en que este es el
escenario donde debemos discutir los desafíos que tenemos como región”, apuntó.
¿y tomar decisiones?
En pocas ocasiones los países de América Latina y el Caribe
han logrado constituir una mayoría en el Consejo Permanente con el objeto de
sublevarse contra las posiciones de Washington, como sucedió con los conflictos
marítimos que enfrentaron a Estados Unidos con Perú y Ecuador a finales de los
años 1960, durante la Guerra de las Malvinas, en 1982, o en el momento de la
invasión estadounidense de Panamá, en 1989-1990. Pero incluso en estas
situaciones, Washington ha ignorado las resoluciones de los Estados miembro y
ha actuado de manera unilateral.
Ahora, el Consejo Permanente aprobó por consenso mantener
para 2026 las cuotas de recaudación de los Estados miembros en 93 millones de
dólares, la misma cifra que el año anterior. Asimismo, se aprobó la elaboración
de un plan para atender la “crisis de salud mental” en la región, se elogió el
legado del fallecido papa Francisco, y se acordó conmemorar los 250 años de la
independencia de Estados Unidos, así como el bicentenario de Bolivia y Uruguay.
*Sociólogo y analista internacional, Codirector del
Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro
Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
Trump desprecia una América Latina balcanizada
Desprecio y castigo, son las bases de la política punitiva
del gobierno de Donald Trump hacia América Latina y el Caribe, profundizando
una lógica de hostigamiento, basada en sanciones, deportaciones masivas,
amenazas de anexión territorial, aplicación de aranceles y recortes de ayuda a
quienes no se alineen directamente a su gestión.
Y el trabajo se le facilita: no existe una posición regional
ante EEUU porque vivimos la mayor fragmentación y fractura política de América
Latina desde la década de 1960. América Latina está totalmente balcanizada.
Nuestros mecanismos asociativos no funcionan: el Mercosur vive empantanado, la
Alianza del Pacífico dejó de existir y la Celac no llega a consensos. EEUU, con
Trump, siempre va a combinar incentivos y sanciones, no solo coerción.
Mike Hammer, principal diplomático de Estados Unidos en La
Habana, anunció que Washington tiene previsto endurecer su política de
aniquilación de la economía cubana, en continuidad a las medidas tomadas por el
presidente Donald Trump desde su regreso a la Casa Blanca, como la reinclusión
de la isla en la lista estadounidense de Estados Patrocinadores del Terrorismo,
el endurecimiento de las normas sobre remesas y la cancelación de programas
migratorios de la era Biden.
El régimen de Donald Trump quiere que las naciones de
América Latina y el Caribe aporten las tropas para intervenir en Haití,
mientras que Estados Unidos se encargaría del financiamiento. El objetivo es
acallar la violencia que se vive en Haití, el país más pobre del hemisferio y,
eventualmente, sustentar el poder de Washington en el cada vez más convulso Mar
Caribe.
Inició conversaciones informales con miembros de la
Organización de los Estados Americanos (OEA) para que en su nombre su haga la
operación, en la suposición de que, al tratarse de una problemática regional,
debería ser desde este organismo internacional que se ensaye una respuesta
armada responsable de combatir al crimen organizado y armado desde EEUU, que se
ha adueñado de la nación caribeña.
Más allá del objetivo declarado de combatir a la
inseguridad, Estados Unidos obtendría otro tipo de ganancia: volver a situar
bajo su control a la OEA luego de la elección de sus recientes autoridades (el
surinamés Albert Ramdin como Secretario General y la colombiana Laura Gil como
su adjunta). Y EEUU recuperaría su dominio sobre el Mar Caribe, su tradicional
“Mare Nostrum”, en el que conviven diversas expresiones críticas al poder
hegemónico.
Controlar el patio
trasero
El segundo régimen de Donald Trump ha convertido América
Latina y el Caribe en un «laboratorio de control» de la política internacional
MAGA (Make America Great Again). Es importante tener en cuenta la
particularidad de América Latina y el Caribe como una amalgama de 33 países que
geopolíticamente constituye la zona de proyección inmediata de Estados Unidos.
Se trata de una fórmula singular ya que la región es su zona
de influencia histórica, donde Washington busca poner a prueba su capacidad de
mando, subordinación y extorsión a partir de agendas específicas como
migración, seguridad, control fronterizo, defensa, comercio e inversión,
suprimiendo temáticas vinculadas a medio ambiente, transición energética,
cooperación internacional y tecnología.
América Latina y el Caribe adquirieron una importancia indiscutible
por el rápido y sostenido avance comercial, financiero, tecnológico y de
infraestructura de China en la región. En 2024, las transacciones comerciales
entre ambas partes alcanzaron los 518.465 millones de dólares, con la
expectativa de que podrán llegar a 700 mil millones en 2035.
Hay analistas que advierten que Trump llega frustrado con
América Latina por lo que no logró en su primer mandato. y ya ha dejado a la
intemperie esa mezcla de desinterés y furia. Estados Unidos atraviesa un estado
calamitoso, una suerte de impotencia, que él resuelve con una prepotencia
total.
Dice que va a recuperar a Estados Unidos, pero lo hace desde
la debilidad que él mismo plantea. Para Trump –el de 2016 y el ahora- todo lo
referido a América Latina era parte de una agenda negativa: criminalidad,
narcotráfico, migración. América Latina no tenía ningún valor positivo.
Considera que la región es irrelevante para Estados Unidos
y, a su vez, le dice que debe comportarse de una manera determinada para ser
merecedora de algo positivo. La imagen de América Latina como dependiente cruza
a muchas administraciones, más allá de Trump, pero con él se vuelve algo
recargado, que tiene además un componente de revancha.
El libro de su último secretario de Defensa, Mark Espert, A
Sacred Oath: Memoirs of a Secretary of Defense During Extraordinary Times,
cuenta que lo que Trump quería era incrementar el bloqueo total a Cuba, iniciar
una política de ataque en laboratorios de fentanilo en México y derrocar a
Nicolás Maduro en Venezuela. Trump sigue teniendo, en parte, esa agenda, además
de apoderarse del Canal de Panamá. Pero llega frustrado con América Latina por
lo que no logró en su primer mandato.
Estados Unidos
controló el canal hasta 1977, cuando por un acuerdo entre Jimmy Carter y Omar
Torrijos ordenó la devolución de su jurisdicción, de manera gradual, hasta
completarla en 1999. Este acuerdo incluyó una cláusula de neutralidad en su
operación. Trump se basó en ello para denunciar el manejo chino del canal e
intentar apoderarse de él.
Cabe recordar que su nivel de desinterés en la región en su
primer régimen fue total. Fue el primer presidente, en más de 60 años,
en no hacer ninguna visita oficial a un país latinoamericano, ya que solo
asistió a la cumbre del G20 en Argentina, en 2018.
“Amerika para los amerikanos/yanquis”
Trump retoma la Doctrina Monroe, pero con un matiz. Ahora,
en el caso de la influencia de China, no hay ninguna expansión militar china
sino que, lo que vemos, es que hay un actor que ingresa y se proyecta en
América Latina con recursos, inversión, asistencia, presencia.
Estados Unidos exige compromisos sin recursos. Es decir,
quiere que los países de América Latina lo sigan sin poner un dólar, lo que es
absolutamente equívoco y puede hacer mucho daño. En la medida en que la brecha
entre menos recursos y más compromisos sea más grande, Washington se va a
volver más retaliatoria, va a recurrir más a la amenaza de la fuerza y va a jugar
en el límite del chantaje.
¿Le importa América
Latina?
En su primer régimen no realizó ni una visita oficial
a algún país de la región. Ni siquiera estuvo presente en la Cumbre de las
Américas de Perú ese mismo 2018. Pero en este período Trump parece decidido a
patear el tablero. Cortar la inercia del siglo XXI que evidencia un crecimiento
de la importancia de China en la región y volver a poner a Estados Unidos en el
centro de la escena, son puntos fundamentales de su mirada hemisférica.
Tal como lo esbozó en su campaña presidencial, Trump viene
aplicando su cruzada contra los millones de inmigrantes ilegales del país.
Prometió llevar adelante la mayor operación de deportación masiva en la
historia del país, con un millón de personas deportadas por año, y,
lamentablemente, lo va cumpliendo.
Trump “vuelve” a la región con un propósito básico: intenta
recuperar y afianzar la condición distintiva de América Latina como esfera de
influencia excluyente. Joe Biden había puesto atención a Latinoamérica sin
hacerla su prioridad y había designado a su vicepresidenta, Kamala Harris, como
la encargada de gestionar las causas de la migración desde el llamado Triángulo
Norte (conformado por Guatemala, Honduras y El Salvador), aunque sin mayores
logros.
De todas maneras, durante su mandato logró el récord de más
de cuatro millones de deportados, aunque sin hacer mucho alarde de ello, como
sí lo pretende Trump.
Trump ha cerrado, con intención de eliminarla, la Agencia de
los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en
inglés). Esta entidad contaba con un presupuesto de miles de millones de
dólares, destinados al financiamiento para programas sociales y sanitarios a lo
largo y ancho de todo el planeta (y por ende también en América Latina).
Además de dejar de involucrarse en esos programas, otra
acción subyacente de la USAID era promover los valores estadounidenses en
terceros países, por ejemplo, mediante su accionar con medios de comunicación,
organizaciones de derechos humanos y otras que luchaban contra la corrupción.
Es decir, ejercía como un canalizador de los intereses de Estados Unidos en
otras latitudes, desplegando presión principalmente sobre algunos régimens
que no comulgaban con Estados Unidos.
Esta situación abre un nuevo interrogante sobre la capacidad
de influir de Estados Unidos en América Latina ¿El corte de fondos para USAID y
otros programas del estilo facilitará la penetración de China ocupando esos
lugares? No es menor considerar que China ha aumentado su presencia en temas
culturales en países latinoamericanos (por ejemplo, difundiendo Institutos
donde se expresa la cultura china, generando acuerdos con universidades, entre
otras medidas).
¿Qué estrategia tendrá el régimen de Trump para
frenar el avance chino y volver a apuntalar a Estados Unidos como la potencia
hegemónica por excelencia en América Latina? ¿Buscando profundizar vínculos,
inversiones y ofertas comerciales o mediante la imposición por la fuerza y amenazas,
mediante subordinación?
La aplicación de aranceles al resto de los países del mundo,
incluyendo los latinoamericanos, abre un nuevo escenario de las relaciones
entre ambas partes. Parece difícil vislumbrar un mayor acercamiento entre los
Estados de la región con una potencia que decide refugiarse en su producción
interna, poniendo trabas a vínculos comerciales que llevan alrededor de dos
siglos de existencia, y amenazando con sanciones a quien ose cuestionar estas
medidas.
Trump insinuó que
puede dejar de comprar petróleo a Venezuela porque «no lo necesita». Falso:
Venezuela es el cuarto exportador de petróleo de Estados Unidos. Decir que su
petróleo es irrelevante es relativo. Ya en su primer régimen intentó un
bloqueo que desfinanció a Venezuela.
Otro aspecto relevante es el acercamiento a presidentes
ultraderechistas que adulan su figura y su construcción política. A Nayib
Bukele, presidente de El Salvador, la gira del secretario de Estados Marco
Rubio le sirvió para acercar posiciones con el presidente estadounidense, a
quien le ofreció la famosa “megacárcel” de su país para recibir deportados.
Mientras, el ultraconservador presidente argentino
Javier Milei, se esfuerza por ser el de mayor seguidismo a las posturas de
Trump hacia la región, participando activamente los encuentros de la CPAC
(Conferencia de Acción Política Conservadora). A sus votos en las resoluciones
de Naciones Unidas, se le sumó la propuesta para buscar un Tratado de Libre
Comercio de Argentina con Estados Unidos (lo que podría significar romper
vínculos con sus socios del Mercosur).
Daniel Noboa, reelecto presidente de Ecuador, es otro
seguidor de Trump, e incluso ha propuesto reabrir la base militar que Estados
Unidos operaba en la ciudad de Manta (cerrada en 2009 por el entonces mandatario
Rafael Correa), así como también acercar vínculos con grupos estadounidenses
con el pretexto de la necesidad de colaboración para enfrentar el aumento de la
violencia criminal en el país en los últimos años (incluso contratando a los
mercenarios de Blackwater).
Su libreto exige enfrentarse a los díscolos gobernantes de
América latina, la que él, como muchos de sus antecesores, considera el patio
trasero de Estados Unidos .En la primera semana de régimen Trump se
enfrentó a su homólogo de Colombia, Gustavo Petro, por las deportaciones de
migrantes y ahora, a través de su Secretario de Estado, Marco Rubio, trata de
desestabilizar el régimen.
En la segunda semana, atacó la presidenta de México, Claudia
Sheinbaum, por el control de la frontera y hasta hoy mantiene tensiones. Le
cuesta asumir que se tratan de países independientes. La tensión con México
comenzó cuando Trump dijo que iba a imponer aranceles del 25% a los productos
mexicanos a partir del primero de febrero. Pero, luego de dialogar con Sheinbaum,
esa suba arancelaria fue pausada durante treinta días, a cambio de que México
desplegara diez mil efectivos en la frontera para controlar la migración y el
tráfico de fentanilo.
En su gira centroamericana el secretario de Estado Marco
Rubio, logró acuerdos con El Salvador y Guatemala para acelerar deportaciones
desde el norte. Mientras para consumo periodístico interno y externo Trump
sigue con sus peroratas contra los países latinoamericanos, y marca un cambio
en el posicionamiento estadounidense y del propio Trump para con Venezuela.
En su anterior régimen había reconocido al títere
Juan Guaidó como “Presidente encargado”. Ahora pareciera esgrimir una postura
más pragmática, ya que sin reconocer oficialmente al régimen de Nicolás
Maduro, entabló algunas negociaciones a través de su enviado especial, Richard
Grenell, quien negoció la liberación de ocho ciudadanos estadounidenses
detenidos en Venezuela a cambio de recibir deportados en su país.
Trump juega en este mandato con una ventaja: los organismo
de integración y coordinación regionales no funcionan: Estados Unidos y la
ultraderecha gobernante en algunos de nuestros países han logrado
desarticularlos.
Colectivo del
Observatorio en Comunicación y Democracia (Comunican), Fundación para la Integración
Latinoaamericana (FILA)
Lo subrayado/interpolado es nuestro




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