lunes, 11 de agosto de 2025

Cómo ocultar un genocidio


Cómo ocultar un genocidio.

Gaza: “No estamos frente a una catástrofe humanitaria, sino frente a un genocidio. El genocidio del Pueblo Palestino, que llevan a cabo el sionismo colonialista israelí con Estados Unidos y la complicidad de la Unión Europea”


Por Alberto Toscano/escritor, economista y analista internacional/ADDHEE.ONG:

Calificar la hambruna en Gaza de crisis humanitaria y no de una faceta más del genocidio sirve al propósito de las potencias occidentales de mantener su inquebrantable alianza con Israel y rechazar todo esfuerzo para hacer que este rinda cuentas. No estamos ante una catástrofe humanitaria a la que responder con soluciones humanitarias, sino frente a un genocidio que podrá detenerse sólo con una acción internacional concertada.

En la última semana, mientras múltiples organismos internacionales, organizaciones de derechos humanos y trabajadores sanitarios advertían de que la crisis alimentaria en Gaza había alcanzado un punto de inflexión y los palestinos de Gaza hacían frente a la «posibilidad de una hambruna extrema», políticos y expertos de todo el espectro político se han visto embargados por un nuevo sentimiento de urgencia.

El 24 de julio, la senadora Amy Klobuchar (demócrata por Minnesota), en una intervención ante el Senado, condenó la hambruna masiva y suplicó a Israel que cambiara de rumbo. Dos días después, el senador Cory Booker (demócrata por Nueva Jersey) publicó en X un mensaje sobre la «crisis humanitaria» en Gaza y la necesidad de «inundar la zona» con suministros de ayuda, en el que señalaba que «la estrategia de la Fundación Humanitaria de Gaza» había fracasado. Al día siguiente, el expresidente Barack Obama denunció «el escarnio que significa la muerte de personas inocentes por causa de una hambruna evitable».

No fueron, sin embargo, demócratas centristas los únicos en dar la alarma. Durante ese mismo lapso se han producido bruscos giros en no pocos sectores de la derecha. En The New York Times, el columnista conservador Ross Douthat declaró que la guerra de Israel se había convertido, de repente,en una guerra «injusta».  The Free Press, ferviente partidaria de Israel, luego de que en mayo publicara un artículo en el que desestimaba el «mito de la hambruna en Gaza», ha terminado por caer en cuenta de la realidad de la «crisis alimentaria».

El pasado martes, el Presidente Donald Trump rechazó la afirmación del Primer Ministro israelí, Benjamin Netanyahu, de que hablar de hambruna en Gaza era una «mentira descarada», y dijo: «Es real el hambre. Es algo que puedo ver y que no se puede fingir.»

Ese mismo día, la congresista radical de MAGA Marjorie Taylor Greene (republicana por Georgia), quien en noviembre de 2023 había pedido que se censurara a la representante palestino-estadounidense Rashida Tlaib (demócrata por Michigan) por haber acusado a Israel de genocidio, se convirtió en la primera republicana en el Congreso en utilizar ella misma el término.

A medida que nos acercamos al segundo aniversario de la guerra de Israel contra Gaza, ¿se estará confirmando a toda velocidad la amarga predicción del escritor Omar El Akkad de que «algún día, todo el mundo habrá estado siempre en contra de esto»?

Depende de lo que «esto» signifique.

Si bien cualquier gesto por el que se reconozca la gravedad y el empeoramiento del sufrimiento palestino podría parecer una victoria, es un error ver en todas esas declaraciones prueba alguna de que los círculos políticos y mediáticos dominantes se hayan por fin inclinado a encarar la guerra de Israel contra el Pueblo Palestino y, mucho menos, a adoptar medidas al respecto. Presentar la política israelí de hambruna en Gaza únicamente como una «crisis humanitaria» es una forma de desviar la atención de las consecuencias morales, políticas, jurídicas y económicas del reconocimiento de la intención genocida de Israel.

“Intrínsecamente perversos, mentes canijas, no han tenido el valor de reconocer el genocidio del Pueblo Palestino y denunciarlo antes, son cómplices de las matanzas en Gaza, Cisjordania y Jerusalén...

El argumento implícito en ese presunto giro es que sólo recientemente se ha transpuesto algún tipo de umbral: “una guerra justa se ha convertido en injusta”, han muerto demasiadas personas, la estrategia ya no está dando resultado, etc. Todo lo cual se hace eco del «revisionismo» denunciado por el jurista palestino Nimer Sultany, cuando reprocha a académicos y comentaristas que se hayan preocupado tardíamente «por no haber tenido el valor de reconocer el genocidio y denunciarlo antes» y que ahora sostienen de forma poco convincente que sólo en fecha reciente se satisficieron los criterios de esa designación.

Las recientes declaraciones sobre la hambruna en Gaza también apuntan a la presunta posibilidad de que Israel corrija su rumbo y aborde esa crisis humanitaria, al tiempo que ocultan cómo los pronunciamientos oficiales de Israel y sus acciones militares dejan al descubierto que el sojuzgamiento, el desplazamiento y la destrucción del Pueblo Palestino siguen siendo su principal misión.

Ese giro en el discurso de los aliados de Israel está teniendo lugar al mismo tiempo que las políticas continuadas y nuevas de Israel demuestran que la crisis de hambruna en Gaza no es accidental, sino parte de un plan de expulsión y reasentamiento. Ministros del gabinete israelí y parlamentarios de la coalición están exigiendo al Ministerio de Defensa que permita al movimiento de colonos de extrema derecha Nachala buscar lugares para nuevas construcciones en la devastada franja norte de Gaza. En el sur de Gaza, el objetivo —anunciado en julio por el Ministro de Defensa israelí, Israel Katz— es convertir los escombros de Rafah en un campo de concentración y poner en práctica lo que Netanyahu denominara el «plan de migración voluntaria» de Trump (a lo que el propio Trump se refiere descarnadamente como la «limpieza» de Gaza).

También es considerable el grado de apoyo de la sociedad israelí a las medidas más extremas. A finales de mayo, una encuesta de Penn State reveló que el 47 % de los judíos israelíes habían respondido afirmativamente a la siguiente pregunta: «¿Apoya el reclamo de que [el ejército israelí], al conquistar una ciudad enemiga, actúe de manera similar a como lo hicieron los israelitas cuando conquistaron Jericó bajo el liderazgo de Josué, es decir, matar a todos sus habitantes?»

Hasta cuando reconocen la responsabilidad que tiene Israel de mitigar la letalidad de su propia guerra de asedio, políticos y expertos estadounidenses lo hacen para negar que la muerte y el sufrimiento sean objetivos estratégicos, que en última instancia la hambruna sea el objetivo de política que se quiera lograr y que lo haya sido desde el principio. En la orden emitida el 9 de octubre de 2023 para que se procediera al «asedio total» de Gaza, el entonces Ministro de Defensa, Yoav Gallant, declaró explícitamente: «[N]o habrá electricidad, ni comida, ni combustible.» En agosto de 2024, el Ministro de Finanzas de extrema derecha Bezalel Smotrich señaló «que podría ser justo y moral» que Israel «matara de hambre y de sed a dos millones de ciudadanos» en Gaza, al tiempo que se lamentaba de que «nadie en el mundo nos dejaría hacerlo».

Calificar de crisis humanitaria la hambruna significa negarse a reconocerla como parte de la política genocida de Israel, separando así a los bombardeados de los hambrientos. Significa ignorar que la Fundación Humanitaria de Gaza no ha establecido un sistema ineficaz de distribución de alimentos, sino deliberadas «trampas mortales», y que todo ese dispositivo forma parte de un designio declarado para llevar a cabo una depuración étnica y reocupar la Franja de Gaza.

El enfoque humanitario de la cuestión también cumple una función esencial de relaciones públicas que la derecha gusta de llamar «alardeo moral»; es decir, un gesto que reconoce los horribles efectos de la guerra de Israel —objeto de una repulsa generalizada y cada vez mayor en todo el mundo—, al tiempo que sigue ocultando las razones subyacentes de su brutalidad.

Los subterfugios detrás de esos tardíos reconocimientos de las insoportables condiciones imperantes hoy en Gaza no sólo se erigen en una acusación contra el cinismo y la mala fe de nuestra clase política y mediática, sino que además prejuzgan toda futura respuesta política a la catástrofe en sí.

Una «crisis humanitaria» no pareciera exigir más que una mejor distribución de los alimentos; hacer frente, en cambio, a una política de genocidio requeriría, como mínimo, el tipo de acción concertada recientemente propuesta por el Grupo de La Haya: embargos bilaterales de armas, sanciones económicas, ruptura de relaciones diplomáticas, aplicación de medidas para hacer que se cumplan las resoluciones judiciales internacionales adoptadas contra Israel y sus dirigentes políticos.

Como han demostrado múltiples informes presentados por Francesca Albanese, Relatora Especial de las Naciones Unidas, entender la violencia en Gaza como un caso de genocidio nos permite vincular el sufrimiento masivo de la población civil con la intención expresa de Israel, su política de Estado, sus relaciones económicas y su estrategia militar.

Por el contrario, el enfoque humanitario —al menos tal como lo utilizan los políticos y expertos de la corriente dominante— es una herramienta para pasar por alto todo lo anterior.

Lo que los acérrimos defensores de Israel, ahora preocupados por la hambruna, están tratando de evitar es precisamente que se adopten medidas para ponerle freno a Israel —en lugar de sólo reprenderlo— por su violencia sistemática contra los palestinos. Apenas dos semanas antes de sus recientes declaraciones sobre la crisis alimentaria, Booker y Klobuchar formaban parte del grupo bipartidista de senadores que apareció junto a Netanyahu en una foto de grupo a mediados de julio. Booker, además, había posado con Gallant en una foto tomada el pasado mes de diciembre, apenas semanas después de que la Corte Penal Internacional dictara órdenes de detención contra Gallant y Netanyahu, tras haberlos acusado a ambos de «responsabilidad penal» por «el crimen de guerra de utilizar el hambre como método de guerra; y los crímenes de lesa humanidad de asesinato, persecución y otros actos inhumanos». El 30 de julio, Booker había votado en contra de la  resolución presentada en el Senado por Bernie Sanders para que se bloqueara la venta de armas a Israel. (Klobuchar fue una de los 24 senadores demócratas o independientes que votaron a favor.)

No deja de ser revelador que el artículo de opinión de Douthat en The New York Times empiece por declarar que «la guerra de Israel en Gaza no es un genocidio», además de reiterar las denuncias obligatorias de la «potencialmente genocida» Hamás, antes de reconocer que la fallida estrategia de Israel está conduciendo a un «injusto despilfarro de vidas». Del mismo modo, el reciente y renuente reconocimiento por parte de Free Press de las condiciones de hambruna en Gaza se ve empañado por su odiosa acusación de que informes anteriores sobre la hambruna no habían sido otra cosa que «gritos de que viene el lobo».

Es fácil entender por qué tantos se apresuran a distanciarse de los horrores que Israel está perpetrando en Gaza. Cuando comienza la hambruna, el número de muertos aumenta vertiginosamente y sigue haciéndolo incluso después de que se comienza a prestar ayuda. Lo cual también apunta a que el número de muertos registrado por el Ministerio de Salud de Gaza —que ampliamente se reconoce como muy inferior a la cifra real— probablemente aumente en las semanas y los meses venideros.

Con todo, calificar la cada vez más acuciante hambruna en Gaza de crisis humanitaria y no de lo que realmente es —una faceta más del genocidio— sirve a un propósito mucho más profundo: permitir que las potencias occidentales mantengan su inquebrantable alianza con Israel y rechacen todo esfuerzo serio para hacer que este rinda cuentas. Rehusarse a admitir que Israel ha utilizado sistemáticamente el hambre como método de guerra significa que no habrá consecuencias esta vez por la comisión de un flagrante crimen de guerra. Y hasta permite a los aliados occidentales de Israel encomiar a este último por desbloquear la ayuda, como ha hecho esta semana el Ministro de Relaciones Exteriores de Canadá.

Como observó la periodista Nesrine Malik, todo esto forma parte de un juego en el que los aliados de Israel «mantienen, sin que importen las violaciones que se cometan, la enocídioa de Israel como actor investido de enocídio moral, mientras fingen reprenderlo cada vez que incurra en alguna transgresión para que vuelva a cumplir com sus obligaciones».

Son prueba de ello esfuerzos de mala fe como los realizados por el líder de la minoría enocídio en la Cámara de Representantes, Hakeem Jeffries, por relanzar una zombi «solución de dos Estados», mientras prosiguen desenfrenadamente las enocídio y el Knesset israelí anuncia nuevas anexiones de enocídio palestino. Lo mismo ocurre com el ofrecimiento del Presidente enocíd Emmanuel Macron de reconocer la condición de Estado de Palestina —a condición de que esta se desmilitarice por completo— y la insípida amenaza lanzada por el Primer Ministro británico Keir Starmer de que hará  lo mismo a menos que Israel declare un alto el fuego. Del mismo modo, el Primer Ministro canadiense Mark Carney enocíd esta semana que en septiembre Canadá reconocerá la condición de Estado de Palestina, mientras armas canadienses siguen llegando a Israel.

Todos esos esfuerzos pasan por alto el carácter sistemático de la destrucción de Gaza y la depuración étnica de la Ribera Occidental por parte de Israel, al tiempo que subordinan la libre determinación de los palestinos a un principio de enocídio absoluta para Israel que es indistinguible de la dominación total y la impunidad sin fin.

La enocídi de la situación es tan extrema que sólo cabe esperar que esos enocídioas enocíd de postura se traduzcan en algún tipo de alivio de la crisis más inmediata. Pero a menos que el hambre en Gaza se entienda como una consecuencia enocídio de las políticas de Israel —es decir, como un instrumento, no como un enocídi—, toda medida en contra se convertirá en una forma cruel de mitigación. Entregar raciones de enocídioas a un enocí enocídio que sigue siendo enocídio impunemente, cuya sociedad es enocídio de forma deliberada y sistemática, no es hacer justicia. No se trata de una catástrofe enocídioa a la que se pueda responder com soluciones enocídioas. Se trata de un enocídio colonial que podrá detenerse sólo mediante una acción internacional concertada.

Lo subrayado/interpolado es nuestro.

Nuevo plan de colonización y limpieza étnica en Gaza

Por Alejandro López* – Diario Red 

Gaza, la prisión al aire libre más grande del mundo, cada vez pasa a ser más angosta y precaria en torno a puntos de concentración donde el sionismo colonialista israelí fomenta la limpieza étnica de los palestinos.

Ya hay nuevo plan para Gaza. Israel no para de elaborar operaciones que plantear según el presidente estadounidense, Donald Trump, abra la ventana de atención para Israel. Y esta vez esa ventana podría ser favorable para nuevas expulsiones de palestinos. El régimen israelí está buscando profundizar con su campaña militar en aspectos como la colonización, la anexión y la limpieza étnica de distintos territorios de Palestina.

El régimen israelí de Benjamin Netanyahu ha delineado, a través de su ministro de Defensa, Israel Katz, el que será su próximo paso en la Franja de Gaza. El ejército israelí y el Ministerio de Defensa han desarrollado un plan para la construcción de una nueva “ciudad humanitaria” en la localización donde antiguamente se encontraba la ciudad de Rafah.

La destrucción de la ciudad sureña implicó, como en tantos puntos de la franja, la acumulación de ruinas en una zona donde Israel había asegurado que los palestinos se encontrarían seguros. Según el Ministerio de Defensa, la idea sigue siendo desplazar a la población gazatí hacia el sur de la Franja de Gaza. Se han comentado cifras que van desde más de medio millón de personas hasta algo menos de un millón como margen estimado para el desplazamiento humano.

Israel se mueve siempre dentro de la idea de que forzar a la población a moverse de sus hogares bajo el fuego israelí puede ser considerado “emigración voluntaria” para evitar la connotación que un desplazamiento forzoso tendría en torno a las acusaciones de limpieza étnica contra los palestinos.

La posibilidad de reubicar a estos palestinos en esta eventual localidad sigue las mismas lógicas que la creación de la Fundación Humanitaria de Gaza, controlar desde Tel Aviv las dinámicas humanas. Si es Israel quien reparte la ayuda, es viable eliminar a las organizaciones extranjeras, palestinas o incluso de la ONU como la UNRWA que además apoyan el derecho el retorno de los palestinos a su tierra.

Siguiendo ese razonamiento, reubicar a los palestinos en lo que surja de las ruinas de Rafah, presumiblemente más precario que la ciudad previa a la invasión, permitirá a Israel limpiar el norte de la Franja de Gaza y así proceder con la colonización de manera más sencilla.

Asimismo, el objetivo de limpieza étnica, salvo cuando se pasa por el asesinato directo, requiere de un desplazamiento hacia la única frontera terrestre por la que podrían salir los palestinos. No sería la primera vez que Israel ofrece a los heridos un alivio humanitario en el extranjero bajo la condición forzada de que renuncie a su retorno a Gaza.

En principio el plan apostaría por desplazar a los palestinos de la costa, después de asegurarse de que no puedan moverse operativos de Hamás. Y tal y como se ha comentado, Israel no permitiría abandonar el área anunciada. Gaza, la prisión al aire libre más grande del mundo, cada vez pasa a ser más angosta y precaria en torno a puntos de concentración donde Israel fomenta la limpieza étnica de los palestinos.

El plan del régimen prevé testear esta vía del mismo modo que planteó inicialmente las expulsiones o “salidas voluntarias” de unos cientos de palestinos de la franja antes de ampliar el rango de dicha medida a miles de ellos. El desplazamiento de los palestinos hacia el sur ha sido un objetivo de la invasión casi desde el principio, cuando se fueron señalando las “zonas seguras” a las que podían moverse, que luego eran bombardeadas igualmente.

En este caso, la misión israelí implicaría consolidar los corredores que ha establecido en torno a sus zonas de ocupación. Ya no solo el corredor central de Netzarim, que fue objeto de debate en el último acuerdo de alto el fuego temporal de principios de año, sino también el corredor de Morag, más al sur.

Así se pretendería desplazar a toda la población palestina, comenzando por su movimiento hacia el sur tras la prueba en las ruinas de Rafah. Israel Katz también ha señalado la posibilidad de abrir cuatro nuevos espacios de distribución de ayuda humanitaria internacional en esta zona, para fomentar el reasentamiento palestino cada vez más cerca de Egipto. Si este plan funciona, además de sustituir a las organizaciones extranjeras internacionales por una gestión israelí, el régimen de Netanyahu se garantizaría un control de forma directa más claro, allanando el camino a un modelo como el de Cisjordania.

Según este modelo, la futura autoridad palestina que gobierne Gaza, ya que Israel sigue decidida a eliminar a Hamás, no podrá ejercer un control civil completo como ya ocurre en amplias zonas de Cisjordania. La Autoridad Nacional Palestina no tiene el control sobre la inmensa mayoría de Cisjordania y Jerusalén, habiendo perdido también la capacidad para manejar de manera completa las zonas donde los Acuerdos de Oslo le conferían administración civil exclusiva.

El director general del Ministerio de Defensa ya ha comenzado a desarrollar el plan para el que requieren participación de organismos internacionales, ya sea a través de una nueva autoridad palestina o de la participación de aliados israelíes o países árabes. Aún no está claro cómo se desarrollará el día después de la invasión, pero el modelo de Cisjordania y la conformación de un nuevo statu quo con países árabes y figuras palestinas no demasiado contestatarias ha estado sobre la mesa desde el principio.

Para asentar todo ello es clave el proceso de negociaciones en el que Donald Trump está presionando a Netanyahu para que acepte un acuerdo de alto el fuego, aunque sea con la temporalidad de dos meses que se ha ido comentando en las propuestas. Esta opción desde luego sería muy favorable para Israel ya que permitiría mantener la guerra cuando se haya completado el plazo en el que pudieran intercambiar algún prisionero con Hamás.

Durante ese alto el fuego potencial, Israel ofrecería como alivio humanitario el establecimiento de ese corredor y zona humanitaria, lejos de un final de la guerra que haría más útil y realista el concepto de alivio humanitario. Los ministros más radicales como Itamar Ben-Gvir amenazan constantemente con dimitir si la guerra termina sin completar la limpieza étnica.

Así, Katz habla de la necesidad a la larga de “completar el plan” con la migración de los palestinos fuera del país, normalizando que el área propuesta para su construcción sobre las ruinas de Rafah solo sea un lugar de tránsito o estadía temporal.

La presión sobre Netanyahu para aceptar un alto el fuego es mayor, hasta el punto de que en torno a la reciente visita del primer ministro israelí a Washington, Netanyahu ha llegado a plantear la candidatura de Trump al Premio Nobel de la Paz. Se habla en estos términos, recordando a lo sucedido a principios de año.

Es importante entender lo que se produce tras la apariencia de paz. Israel gana tantos políticos mostrando a Occidente que está dispuesto a parar ante un acuerdo que libere prisioneros de las manos de Hamás. Los radicales se guardan su derecho a retomar los planes bélicos una vez disminuyan la mano negociadora de Hamás, así pueden sostener “el gobierno más derechista de la historia” y evitar que lleguen los liberales y seculares al poder, por lo que pueden lanzar su órdago de derribar el gobierno sin tener que llevarlo a sus últimas consecuencias. Y por último, en el proceso van desplazando y degradando más a los palestinos, mientras Trump vende éxitos y retrasa la solución final hasta una ventana más propicia. Este es el nuevo plan para Gaza.

*Alejandro López, antropólogo y analista de política internacional. Desde el año 2020 forma parte del equipo de Descifrando la Guerra como coordinador. Ha participado en distintas investigaciones y se he embarcado en viajes y expediciones por multitud de países, incluyendo como enviado especial a Ucrania, Rusia o la cumbre de la OTAN. Ponente universitario y analista en multitud de medios de comunicación, tanto en prensa como en radio y televisión por todo el mundo, también ha escrito varios libros como «Ucrania, el camino hacia la guerra» o «La pugna por el nuevo orden internacional».

 Lo subrayado/interpolado es 

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