Cómo
ocultar un genocidio.
Gaza: “No estamos frente a una catástrofe humanitaria,
sino frente a un genocidio. El genocidio del Pueblo Palestino, que llevan a cabo
el sionismo colonialista israelí con Estados Unidos y la complicidad de la Unión
Europea”
Por Alberto Toscano/escritor,
economista y analista internacional/ADDHEE.ONG:
Calificar la hambruna en Gaza de crisis humanitaria y no de
una faceta más del genocidio sirve al propósito de las potencias occidentales
de mantener su inquebrantable alianza con Israel y rechazar todo esfuerzo para
hacer que este rinda cuentas. No estamos ante una catástrofe humanitaria a la
que responder con soluciones humanitarias, sino frente a un genocidio que podrá
detenerse sólo con una acción internacional concertada.
En la última semana, mientras múltiples organismos
internacionales, organizaciones de derechos humanos y trabajadores sanitarios
advertían de que la crisis alimentaria en Gaza había alcanzado un punto de
inflexión y los palestinos de Gaza hacían frente a la «posibilidad de una
hambruna extrema», políticos y expertos de todo el espectro político se han
visto embargados por un nuevo sentimiento de urgencia.
El 24 de julio, la senadora Amy Klobuchar (demócrata por
Minnesota), en una intervención ante el Senado, condenó la hambruna masiva y
suplicó a Israel que cambiara de rumbo. Dos días después, el senador Cory
Booker (demócrata por Nueva Jersey) publicó en X un mensaje sobre la «crisis
humanitaria» en Gaza y la necesidad de «inundar la zona» con suministros de
ayuda, en el que señalaba que «la estrategia de la Fundación Humanitaria de
Gaza» había fracasado. Al día siguiente, el expresidente Barack Obama denunció
«el escarnio que significa la muerte de personas inocentes por causa de una
hambruna evitable».
No fueron, sin embargo, demócratas centristas los únicos en
dar la alarma. Durante ese mismo lapso se han producido bruscos giros en no
pocos sectores de la derecha. En The New York Times, el columnista conservador
Ross Douthat declaró que la guerra de Israel se había convertido, de repente, en una guerra «injusta». The Free Press, ferviente partidaria de
Israel, luego de que en mayo publicara un artículo en el que desestimaba el «mito de la hambruna en
Gaza», ha
terminado por caer en cuenta de la realidad de la «crisis alimentaria».
El pasado martes, el Presidente Donald Trump rechazó la
afirmación del Primer Ministro israelí, Benjamin Netanyahu, de que hablar de
hambruna en Gaza era una «mentira descarada», y dijo: «Es real el hambre. Es
algo que puedo ver y que no se puede fingir.»
Ese mismo día, la congresista radical de MAGA Marjorie
Taylor Greene (republicana por Georgia), quien en noviembre de 2023 había
pedido que se censurara a la representante palestino-estadounidense Rashida
Tlaib (demócrata por Michigan) por haber acusado a Israel de genocidio, se
convirtió en la primera republicana en el Congreso en utilizar ella misma el
término.
A medida que nos acercamos al segundo aniversario de la
guerra de Israel contra Gaza, ¿se estará confirmando a toda velocidad la amarga
predicción del escritor Omar El Akkad de que «algún día, todo el mundo habrá
estado siempre en contra de esto»?
Depende de lo que «esto» signifique.
Si bien cualquier gesto por el que se reconozca la gravedad
y el empeoramiento del sufrimiento palestino podría parecer una victoria, es un
error ver en todas esas declaraciones prueba alguna de que los círculos
políticos y mediáticos dominantes se hayan por fin inclinado a encarar la
guerra de Israel contra el Pueblo Palestino y, mucho menos, a adoptar medidas
al respecto. Presentar la política israelí de hambruna en Gaza únicamente como
una «crisis humanitaria» es una forma de desviar la atención de las
consecuencias morales, políticas, jurídicas y económicas del reconocimiento de
la intención genocida de Israel.
“Intrínsecamente perversos,
mentes canijas, no han tenido el valor de reconocer el genocidio del Pueblo
Palestino y denunciarlo antes, son cómplices de las matanzas en Gaza,
Cisjordania y Jerusalén...
El argumento implícito en ese presunto giro es que sólo
recientemente se ha transpuesto algún tipo de umbral: “una guerra justa se ha convertido en injusta”, han muerto
demasiadas personas, la estrategia ya no está dando resultado, etc. Todo lo
cual se hace eco del «revisionismo» denunciado por el jurista palestino Nimer
Sultany, cuando reprocha a académicos y comentaristas que se hayan preocupado
tardíamente «por no haber tenido el valor de reconocer el genocidio y
denunciarlo antes» y que ahora sostienen de forma poco convincente que sólo en
fecha reciente se satisficieron los criterios de esa designación.
Las recientes declaraciones sobre la hambruna en Gaza
también apuntan a la presunta posibilidad de que Israel corrija su rumbo y
aborde esa crisis humanitaria, al tiempo que ocultan cómo los pronunciamientos
oficiales de Israel y sus acciones militares dejan al descubierto que el
sojuzgamiento, el desplazamiento y la destrucción del Pueblo Palestino siguen
siendo su principal misión.
Ese giro en el discurso de los aliados de Israel está
teniendo lugar al mismo tiempo que las políticas continuadas y nuevas de Israel
demuestran que la crisis de hambruna en Gaza no es accidental, sino parte de un
plan de expulsión y reasentamiento. Ministros del gabinete israelí y
parlamentarios de la coalición están exigiendo al Ministerio de Defensa que
permita al movimiento de colonos de extrema derecha Nachala buscar lugares para
nuevas construcciones en la devastada franja norte de Gaza. En el sur de Gaza,
el objetivo —anunciado en julio por el Ministro de Defensa israelí, Israel
Katz— es convertir los escombros de Rafah en un campo de concentración y poner
en práctica lo que Netanyahu denominara el «plan de migración voluntaria» de
Trump (a lo que el propio Trump se refiere descarnadamente como la «limpieza»
de Gaza).
También es considerable el grado de apoyo de la sociedad
israelí a las medidas más extremas. A finales de mayo, una encuesta de Penn
State reveló que el 47 % de los judíos israelíes habían respondido
afirmativamente a la siguiente pregunta: «¿Apoya
el reclamo de que [el ejército israelí], al conquistar una ciudad enemiga,
actúe de manera similar a como lo hicieron los israelitas cuando conquistaron
Jericó bajo el liderazgo de Josué, es decir, matar a todos sus habitantes?»
Hasta cuando reconocen la responsabilidad que tiene Israel
de mitigar la letalidad de su propia guerra de asedio, políticos y expertos
estadounidenses lo hacen para negar que la muerte y el sufrimiento sean
objetivos estratégicos, que en última instancia la hambruna sea el objetivo de
política que se quiera lograr y que lo haya sido desde el principio. En la
orden emitida el 9 de octubre de 2023 para que se procediera al «asedio total»
de Gaza, el entonces Ministro de Defensa, Yoav Gallant, declaró explícitamente:
«[N]o habrá electricidad, ni comida, ni combustible.» En agosto de 2024, el Ministro de Finanzas de extrema derecha Bezalel
Smotrich señaló «que podría ser justo y moral» que Israel «matara de hambre y
de sed a dos millones de ciudadanos» en Gaza, al tiempo que se lamentaba de que
«nadie en el mundo nos dejaría hacerlo».
Calificar de crisis humanitaria la hambruna significa
negarse a reconocerla como parte de la política genocida de Israel, separando
así a los bombardeados de los hambrientos. Significa ignorar que la Fundación
Humanitaria de Gaza no ha establecido un sistema ineficaz de distribución de
alimentos, sino deliberadas «trampas mortales», y que todo ese dispositivo
forma parte de un designio declarado para llevar a cabo una depuración étnica y
reocupar la Franja de Gaza.
El enfoque humanitario de la cuestión también cumple una
función esencial de relaciones públicas que la derecha gusta de llamar «alardeo
moral»; es decir, un gesto que reconoce los horribles efectos de la guerra de
Israel —objeto de una repulsa generalizada y cada vez mayor en todo el mundo—,
al tiempo que sigue ocultando las razones subyacentes de su brutalidad.
Los subterfugios detrás de esos tardíos reconocimientos de
las insoportables condiciones imperantes hoy en Gaza no sólo se erigen en una
acusación contra el cinismo y la mala fe de nuestra clase política y mediática,
sino que además prejuzgan toda futura respuesta política a la catástrofe en sí.
Una «crisis humanitaria» no pareciera exigir más que una
mejor distribución de los alimentos; hacer frente, en cambio, a una política de
genocidio requeriría, como mínimo, el tipo de acción concertada recientemente
propuesta por el Grupo de La Haya: embargos bilaterales de armas, sanciones
económicas, ruptura de relaciones diplomáticas, aplicación de medidas para
hacer que se cumplan las resoluciones judiciales internacionales adoptadas
contra Israel y sus dirigentes políticos.
Como han demostrado múltiples informes presentados por
Francesca Albanese, Relatora Especial de las Naciones Unidas, entender la
violencia en Gaza como un caso de genocidio nos permite vincular el sufrimiento
masivo de la población civil con la intención expresa de Israel, su política de
Estado, sus relaciones económicas y su estrategia militar.
Por el contrario, el enfoque humanitario —al menos tal como
lo utilizan los políticos y expertos de la corriente dominante— es una
herramienta para pasar por alto todo lo anterior.
Lo que los acérrimos defensores de Israel, ahora preocupados
por la hambruna, están tratando de evitar es precisamente que se adopten
medidas para ponerle freno a Israel —en lugar de sólo reprenderlo— por su
violencia sistemática contra los palestinos. Apenas dos semanas antes de sus
recientes declaraciones sobre la crisis alimentaria, Booker y Klobuchar
formaban parte del grupo bipartidista de senadores que apareció junto a
Netanyahu en una foto de grupo a mediados de julio. Booker, además, había
posado con Gallant en una foto tomada el pasado mes de diciembre, apenas
semanas después de que la Corte Penal Internacional dictara órdenes de
detención contra Gallant y Netanyahu, tras haberlos acusado a ambos de
«responsabilidad penal» por «el crimen de guerra de utilizar el hambre como
método de guerra; y los crímenes de lesa humanidad de asesinato, persecución y
otros actos inhumanos». El 30 de julio, Booker había votado en contra de
la resolución presentada en el Senado
por Bernie Sanders para que se bloqueara la venta de armas a Israel. (Klobuchar
fue una de los 24 senadores demócratas o independientes que votaron a favor.)
No deja de ser revelador que el artículo de opinión de
Douthat en The New York Times empiece por declarar que «la guerra de Israel en
Gaza no es un genocidio», además de reiterar las denuncias obligatorias de la
«potencialmente genocida» Hamás, antes de reconocer que la fallida estrategia
de Israel está conduciendo a un «injusto despilfarro de vidas». Del mismo modo,
el reciente y renuente reconocimiento por parte de Free Press de las
condiciones de hambruna en Gaza se ve empañado por su odiosa acusación de que
informes anteriores sobre la hambruna no habían sido otra cosa que «gritos de
que viene el lobo».
Es fácil entender por qué tantos se apresuran a distanciarse
de los horrores que Israel está perpetrando en Gaza. Cuando comienza la
hambruna, el número de muertos aumenta vertiginosamente y sigue haciéndolo
incluso después de que se comienza a prestar ayuda. Lo cual también apunta a
que el número de muertos registrado por el Ministerio de Salud de Gaza —que
ampliamente se reconoce como muy inferior a la cifra real— probablemente
aumente en las semanas y los meses venideros.
Con todo, calificar la cada vez más acuciante hambruna en
Gaza de crisis humanitaria y no de lo que realmente es —una faceta más del
genocidio— sirve a un propósito mucho más profundo: permitir que las potencias
occidentales mantengan su inquebrantable alianza con Israel y rechacen todo
esfuerzo serio para hacer que este rinda cuentas. Rehusarse a admitir que Israel
ha utilizado sistemáticamente el hambre como método de guerra significa que no
habrá consecuencias esta vez por la comisión de un flagrante crimen de guerra.
Y hasta permite a los aliados occidentales de Israel encomiar a este último por
desbloquear la ayuda, como ha hecho esta semana el Ministro de Relaciones
Exteriores de Canadá.
Como observó la periodista Nesrine Malik, todo esto forma
parte de un juego en el que los aliados de Israel «mantienen, sin que importen
las violaciones que se cometan, la enocídioa de Israel como actor investido de
enocídio moral, mientras fingen reprenderlo cada vez que incurra en alguna
transgresión para que vuelva a cumplir com sus obligaciones».
Son prueba de ello esfuerzos de mala fe como los realizados
por el líder de la minoría enocídio en la Cámara de Representantes, Hakeem
Jeffries, por relanzar una zombi «solución de dos Estados», mientras prosiguen
desenfrenadamente las enocídio y el Knesset israelí anuncia nuevas anexiones de
enocídio palestino. Lo mismo ocurre com el ofrecimiento del Presidente enocíd
Emmanuel Macron de reconocer la condición de Estado de Palestina —a condición
de que esta se desmilitarice por completo— y la insípida amenaza lanzada por el
Primer Ministro británico Keir Starmer de que hará lo mismo a menos que Israel declare un alto
el fuego. Del mismo modo, el Primer Ministro canadiense Mark Carney enocíd esta
semana que en septiembre Canadá reconocerá la condición de Estado de Palestina,
mientras armas canadienses siguen llegando a Israel.
Todos esos esfuerzos pasan por alto el carácter sistemático
de la destrucción de Gaza y la depuración étnica de la Ribera Occidental por
parte de Israel, al tiempo que subordinan la libre determinación de los
palestinos a un principio de enocídio absoluta para Israel que es
indistinguible de la dominación total y la impunidad sin fin.
La enocídi de la situación es tan extrema que sólo cabe
esperar que esos enocídioas enocíd de postura se traduzcan en algún tipo de
alivio de la crisis más inmediata. Pero a menos que el hambre en Gaza se
entienda como una consecuencia enocídio de las políticas de Israel —es decir,
como un instrumento, no como un enocídi—, toda medida en contra se convertirá
en una forma cruel de mitigación. Entregar raciones de enocídioas a un enocí
enocídio que sigue siendo enocídio impunemente, cuya sociedad es enocídio de forma
deliberada y sistemática, no es hacer justicia. No se trata de una catástrofe
enocídioa a la que se pueda responder com soluciones enocídioas. Se trata de un
enocídio colonial que podrá detenerse sólo mediante una acción internacional
concertada.
Lo
subrayado/interpolado es nuestro.
Nuevo plan de colonización y limpieza étnica en Gaza
Por
Alejandro López* – Diario Red 
Gaza, la prisión al
aire libre más grande del mundo, cada vez pasa a ser más angosta y precaria en
torno a puntos de concentración donde el sionismo colonialista israelí
fomenta la limpieza étnica de los palestinos.
Ya hay nuevo plan para Gaza. Israel no para de elaborar
operaciones que plantear según el presidente estadounidense, Donald Trump, abra
la ventana de atención para Israel. Y esta vez esa ventana podría ser favorable
para nuevas expulsiones de palestinos. El régimen israelí está buscando
profundizar con su campaña militar en aspectos como la colonización, la anexión
y la limpieza étnica de distintos territorios de Palestina.
El régimen israelí de Benjamin Netanyahu ha
delineado, a través de su ministro de Defensa, Israel Katz, el que será su
próximo paso en la Franja de Gaza. El ejército israelí y el Ministerio de
Defensa han desarrollado un plan para la construcción de una nueva “ciudad
humanitaria” en la localización donde antiguamente se encontraba la ciudad de
Rafah.
La destrucción de la ciudad sureña implicó, como en tantos
puntos de la franja, la acumulación de ruinas en una zona donde Israel había
asegurado que los palestinos se encontrarían seguros. Según el Ministerio de
Defensa, la idea sigue siendo desplazar a la población gazatí hacia el sur de
la Franja de Gaza. Se han comentado cifras que van desde más de medio millón de
personas hasta algo menos de un millón como margen estimado para el
desplazamiento humano.
Israel se mueve siempre dentro de la idea de que forzar a la
población a moverse de sus hogares bajo el fuego israelí puede ser considerado
“emigración voluntaria” para evitar la connotación que un desplazamiento
forzoso tendría en torno a las acusaciones de limpieza étnica contra los
palestinos.
La posibilidad de reubicar a estos palestinos en esta
eventual localidad sigue las mismas lógicas que la creación de la Fundación
Humanitaria de Gaza, controlar desde Tel Aviv las dinámicas humanas. Si es
Israel quien reparte la ayuda, es viable eliminar a las organizaciones
extranjeras, palestinas o incluso de la ONU como la UNRWA que además apoyan el
derecho el retorno de los palestinos a su tierra.
Siguiendo ese razonamiento, reubicar a los palestinos en lo
que surja de las ruinas de Rafah, presumiblemente más precario que la ciudad
previa a la invasión, permitirá a Israel limpiar el norte de la Franja de Gaza
y así proceder con la colonización de manera más sencilla.
Asimismo, el objetivo de limpieza étnica, salvo cuando se
pasa por el asesinato directo, requiere de un desplazamiento hacia la única
frontera terrestre por la que podrían salir los palestinos. No sería la primera
vez que Israel ofrece a los heridos un alivio humanitario en el extranjero bajo
la condición forzada de que renuncie a su retorno a Gaza.
En principio el plan apostaría por desplazar a los
palestinos de la costa, después de asegurarse de que no puedan moverse
operativos de Hamás. Y tal y como se ha comentado, Israel no permitiría
abandonar el área anunciada. Gaza, la prisión al aire libre más grande del
mundo, cada vez pasa a ser más angosta y precaria en torno a puntos de
concentración donde Israel fomenta la limpieza étnica de los palestinos.
El plan del régimen prevé testear esta vía del mismo
modo que planteó inicialmente las expulsiones o “salidas voluntarias” de unos
cientos de palestinos de la franja antes de ampliar el rango de dicha medida a
miles de ellos. El desplazamiento de los palestinos hacia el sur ha sido un
objetivo de la invasión casi desde el principio, cuando se fueron señalando las
“zonas seguras” a las que podían moverse, que luego eran bombardeadas
igualmente.
En este caso, la misión israelí implicaría consolidar los
corredores que ha establecido en torno a sus zonas de ocupación. Ya no solo el
corredor central de Netzarim, que fue objeto de debate en el último acuerdo de
alto el fuego temporal de principios de año, sino también el corredor de Morag,
más al sur.
Así se pretendería desplazar a toda la población palestina,
comenzando por su movimiento hacia el sur tras la prueba en las ruinas de
Rafah. Israel Katz también ha señalado la posibilidad de abrir cuatro nuevos
espacios de distribución de ayuda humanitaria internacional en esta zona, para
fomentar el reasentamiento palestino cada vez más cerca de Egipto. Si este plan
funciona, además de sustituir a las organizaciones extranjeras internacionales
por una gestión israelí, el régimen de Netanyahu se garantizaría un
control de forma directa más claro, allanando el camino a un modelo como el de
Cisjordania.
Según este modelo, la futura autoridad palestina que
gobierne Gaza, ya que Israel sigue decidida a eliminar a Hamás, no podrá
ejercer un control civil completo como ya ocurre en amplias zonas de
Cisjordania. La Autoridad Nacional Palestina no tiene el control sobre la
inmensa mayoría de Cisjordania y Jerusalén, habiendo perdido también la
capacidad para manejar de manera completa las zonas donde los Acuerdos de Oslo
le conferían administración civil exclusiva.
El director general del Ministerio de Defensa ya ha comenzado
a desarrollar el plan para el que requieren participación de organismos
internacionales, ya sea a través de una nueva autoridad palestina o de la
participación de aliados israelíes o países árabes. Aún no está claro cómo se
desarrollará el día después de la invasión, pero el modelo de Cisjordania y la
conformación de un nuevo statu quo con países árabes y figuras palestinas no
demasiado contestatarias ha estado sobre la mesa desde el principio.
Para asentar todo ello es clave el proceso de negociaciones en
el que Donald Trump está presionando a Netanyahu para que acepte un acuerdo de
alto el fuego, aunque sea con la temporalidad de dos meses que se ha ido
comentando en las propuestas. Esta opción desde luego sería muy favorable para
Israel ya que permitiría mantener la guerra cuando se haya completado el plazo
en el que pudieran intercambiar algún prisionero con Hamás.
Durante ese alto el fuego potencial, Israel ofrecería como
alivio humanitario el establecimiento de ese corredor y zona humanitaria, lejos
de un final de la guerra que haría más útil y realista el concepto de alivio
humanitario. Los ministros más radicales como Itamar Ben-Gvir amenazan
constantemente con dimitir si la guerra termina sin completar la limpieza
étnica.
Así, Katz habla de la necesidad a la larga de “completar el
plan” con la migración de los palestinos fuera del país, normalizando que el
área propuesta para su construcción sobre las ruinas de Rafah solo sea un lugar
de tránsito o estadía temporal.
La presión sobre Netanyahu para aceptar un alto el fuego es
mayor, hasta el punto de que en torno a la reciente visita del primer ministro
israelí a Washington, Netanyahu ha llegado a plantear la candidatura de Trump
al Premio Nobel de la Paz. Se habla en estos términos, recordando a lo sucedido
a principios de año.
Es importante entender lo que se produce tras la apariencia
de paz. Israel gana tantos políticos mostrando a Occidente que está dispuesto a
parar ante un acuerdo que libere prisioneros de las manos de Hamás. Los
radicales se guardan su derecho a retomar los planes bélicos una vez disminuyan
la mano negociadora de Hamás, así pueden sostener “el gobierno más derechista
de la historia” y evitar que lleguen los liberales y seculares al poder, por lo
que pueden lanzar su órdago de derribar el gobierno sin tener que llevarlo a
sus últimas consecuencias. Y por último, en el proceso van desplazando y
degradando más a los palestinos, mientras Trump vende éxitos y retrasa la
solución final hasta una ventana más propicia. Este es el nuevo plan para Gaza.
*Alejandro López, antropólogo y analista de política
internacional. Desde el año 2020 forma parte del equipo de Descifrando la
Guerra como coordinador. Ha participado en distintas investigaciones y se he
embarcado en viajes y expediciones por multitud de países, incluyendo como
enviado especial a Ucrania, Rusia o la cumbre de la OTAN. Ponente universitario
y analista en multitud de medios de comunicación, tanto en prensa como en radio
y televisión por todo el mundo, también ha escrito varios libros como «Ucrania,
el camino hacia la guerra» o «La pugna por el nuevo orden internacional».



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