Alaska, algunos acuerdos y muchas señales.
La reciente
reunión entre los presidentes de Rusia y Estados Unidos en Alaska tiene
connotaciones que superan las relaciones bilaterales y se adentran en una
perspectiva de interés global. Vale decir para comenzar este análisis que el
solo hecho de que los mandatarios de las dos principales potencias nucleares se
reúnan cara a cara para dirimir diferencias, encontrar puntos en común y buscar
solución a los conflictos, transmite cierto sosiego a nuestro atribulado
planeta.
Es menester
recordar que no estamos en la guerra fría cuando en el marco de un sistema
internacional bipolar, las victorias de uno significaban derrotas del otro y
viceversa. De ahí que el hecho de
retomar el diálogo y la negociación como métodos de tramitación de las
controversias, debe ser saludado y aplaudido.
Previo al
encuentro propiamente tal de los presidentes, hubo una serie de asuntos de
carácter simbólico que fueron creando una atmósfera positiva para este. En
primer lugar, la decisión del presidente Putin de hacer una escala en la ciudad
de Magadán en el extremo oriente ruso para rendir homenaje a los “Héroes de
Alsibe” (Alaska-Siberia), pilotos soviéticos y estadounidenses que cooperaron
durante la 2da. Guerra Mundial, enviaba una señal amistosa horas antes de la
reunión. Putin depositó una ofrenda floral en el monumento a la cooperación de
los dos países para enfrentar el expansionismo japonés en el Pacífico y el Asia
Oriental durante la conflagración de mediados del siglo XX.
Putin voló 11
horas y atravesó 8 husos horarios para llegar a Magadán y estuvo listo para
llegar a Anchorage -ciudad de Alaska donde se desarrollaría la reunión- casi
simultáneamente con Trump. Ya estaba más cerca. Magadán y Anchorage están a
cuatro horas de vuelo. Trump también hizo lo suyo. Voló 8 horas desde
Washington y, como anfitrión, llegó un poco más temprano que su invitado. Sin
que fuera necesario, ordenó a su protocolo desplegar una alfombra roja, símbolo
de majestuosidad y también sin que el ceremonial lo indicara, esperó a su
colega ruso en la propia loza del aeropuerto. Se había creado un ambiente de
confianza y armonía que contrastaba con la tirantez y el espíritu
confrontacional del pasado reciente.
No finalizaron
ahí las muestras de camaradería. Putin saludó a Trump diciéndole “Buenos días,
vecino”. Estaba aludiendo a que en el Estrecho de Bering la distancia entre las
islas Diomedes Mayor, rusa y Diomedes Menor, estadounidense, es de solo 3.8 Km.
Por su parte entre el distrito autónomo de
Chukotka extremo
oriental del continente asiático ruso y el borde occidental del continente
americano estadounidense en Alaska, hay solo 85 km. Extrañamente, aunque
la distancia entre las dos islas es pequeña, hay una diferencia horaria de 21
horas entre ellas. Por eso Putin salió del territorio de su país alrededor de
las 8 de la mañana del día 16 y llegó a Alaska pocos minutos después, cuando en
el lugar de la reunión eran alrededor de las 11 de la mañana del día 15.
El presidente
ruso agradeció al estadounidense por el extremo cuidado que han tenido las
autoridades de Alaska en conservar el cementerio donde reposan los restos de
nueve pilotos, dos militares y dos civiles soviéticos que cooperaron con
Estados Unidos en la “Operación Préstamo y Arriendo” mediante la cual Estados
Unidos ayudó a la Unión Soviética durante la guerra.
Como hecho
curioso, es importante conocer que fue Rusia la que propuso que el encuentro
fuera en Alaska cuando hubiera sido natural que la reunión se efectuara en
territorio neutral. He ahí una señal de confianza de Putin hacia Trump, lo cual
entrañaba sin embargo una importante concesión de Estados Unidos a Rusia,
habida cuenta que Putin tiene orden de captura de la Corte Penal Internacional.
Esta reunión
en lo inmediato, ha significado que además de las invitaciones a Putin ya
confirmadas para visitar India a finales de este mes y China a comienzos de
septiembre, se ha sumado la de Corea del Sur para participar en la Cumbre de Foro
de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) a realizarse en la ciudad de
Gyeongju del 31 de octubre al 1° de noviembre de este año
Alaska fue
territorio soberano de Rusia hasta 1867 cuando fue vendida a Estados Unidos por
el zar Alejandro II. Existe en el estado una elevada presencia cultural y
religiosa rusa cuidadosamente atendida y respetada. Decenas de templos
ortodoxos permiten la práctica de esa religión. Así mismo, la Universidad de Alaska Anchorage (UAA) además de tres importantes escuelas de esta ciudad imparten
programas de estudio de idioma ruso sin ningún tipo de contratiempos, lo cual
contrasta con la rusofobia y la persecución conservadora, reaccionaria y
degradante de Europa que expresa su natural y tradicional barbarie civilizacional
en contra de Rusia. Putin, sabía lo que hacía cuando propuso a Alaska como
lugar de reunión. No sólo no fue capturado, fue recibido con los más altos
honores de jefe de Estado en la alfombra roja del protocolo estadounidense.
Aunque en la
reunión se tocaron temas de coyuntura, lo verdaderamente importante fueron los
asuntos de carácter estructural que se debatieron, toda vez que ellos apuntan a
la construcción de un nuevo orden internacional. Originalmente la reunión
estaba pautada con la participación de cuatro integrantes por cada delegación,
además de los presidentes. Sin que se hayan dado a conocer las razones, ese
número se redujo para que los mandatarios estuvieran acompañados por solo dos
altos funcionarios.
En el viaje a
Alaska, la delegación estadounidense estaba conformada por los secretarios de
Comercio y del Tesoro, no así por el de Defensa. De esta manera había una clara
señal de Trump acerca de cuales eran los temas prioritarios. No lo era el
aspecto militar, la guerra en Ucrania incluida. Junto a Putin estaban el canciller Serguei
Lavrov y el asesor de la presidencia para política exterior Yuri Ushakov. Llamó
la atención que a Trump lo acompañaran el secretario de Estado Marco Rubio y el
enviado especial Steve Witkoff cuya investidura, es jerárquicamente inferior a
la de Rubio pero ocupó un lugar preeminente en los debates. Esta situación se
repetiría posteriormente en la reunión del lunes 18 con los líderes europeos.
No deja de ser otra señal importante lanzada por Trump.
De todas
maneras se habló de Ucrania. Aquí nuevamente Putin salió victorioso toda vez
que la principal propuesta europea, que -de alguna manera- había sido asumida
por Trump, fue definitivamente desechada: no habrá alto al fuego, si Ucrania y
Europa lo aceptan, en el futuro, lo único que cabe es un acuerdo de paz con
garantías de seguridad recíprocas o nada. Es lo único que Rusia está dispuesta
a negociar.
Sus demandas
se mantienen incólumes y hoy han sido asumidas por Estados Unidos:
desmilitarización de Ucrania, lo cual incluye desistir de la incorporación de ese
país a la OTAN y a la presencia de soldados de esta organización terrorista en su
territorio; desnazificación, eliminando las organizaciones nazi fascistas que
forman parte del Estado ucraniano y, finalmente, reconocimiento de la
incorporación de las provincias de Donetsk, Lugansk, Zaporozhie y Jersón,
además de Crimea y Sebastopol a Rusia. Eso significa el 22,5% del antiguo
territorio ucraniano o lo que es lo mismo 136.000 km²una superficie mayor que
la de Países Bajos, Bélgica, Dinamarca y Luxemburgo unidos. A cambio, Rusia
está dispuesta a devolver los 1.700 km² que ha ocupado en las provincias de
Sumi y Járkov en el norte de Ucrania con el objetivo de crear un escudo de
seguridad a sus provincias limítrofes.
De esto fue lo
que conversó Trump con Zelenski y los líderes europeos el lunes en la Casa
Blanca. Ellos, no pudieron más que limitarse a escuchar y acatar
vergonzosamente como ya es tradicional. De esta manera quedaron fuera de la
posibilidad de participar de una propuesta que ponga fin al conflicto en de
Ucrania. En caso de que Europa decida dar continuidad a la guerra, apoyando
militarmente a Kiev deberá desembolsar 100 mil millones de dólares que no tiene
para comprar armas a Estados Unidos que a su vez, no tiene capacidad de
producirlas ni en el corto ni en el mediano plazo a fin de suministrarlas a un
ejército ucraniano mermado en cuanto a sus posibilidades de reposición del
recurso humano.
Trump y los
militares estadounidenses saben que Ucrania no tiene ninguna posibilidad de
ganar este conflicto, además sus agencias de inteligencia han informado al
presidente que Rusia ha diseñado este enfrentamiento como una guerra de desgaste,
no solo de Ucrania, de toda Europa y que su continuidad seguirá debilitando la
economía del Viejo Continente, pudiendo afectar a Estados Unidos. De ahí que en
el marco de su natural pragmatismo, no vea necesario seguir apoyando a Ucrania,
país que visualiza como “un barril sin fondo”.
En el plano
estratégico que es lo que verdaderamente importante, esta Cumbre ha traído trascendentes
acuerdos. En primer lugar, se habló de discutir nuevamente lo relacionado al
control del armamento nuclear, retomando la posibilidad de firmar nuevos tratados
que den continuidad a los que se rubricaron en tiempos de la Unión Soviética
estableciendo una limitación para armas nucleares de pequeño, mediano y gran
alcance y que fueron abandonados paulatinamente por las últimas
administraciones estadounidenses, en particular por la de Biden. De confirmarse esta noticia, la Humanidad podría
dormir un poco más confiada, toda vez que se alejaría la posibilidad de una
tercera guerra mundial, que indudablemente tendría carácter termonuclear.
En segundo
plano, se discutió la posibilidad de cooperación en el Ártico donde Rusia tiene
una evidente ventaja con su gran flota de rompehielos atómicos frente a solo
dos de Estados Unidos, bastante antiguos por cierto. La posibilidad de utilizar
esta vía como ruta de transporte durante todo el año acorta los viajes en casi
dos semanas desde el lejano oriente a Europa en comparación con la ruta por el
estrecho de la Malaca, el Océano Índico y los mares Rojo y Mediterráneo, con
todos los riesgos que además tiene hoy esa ruta.
Por otra
parte, el cambio climático ha producido deshielos que han develado gran
cantidad de recursos que potencialmente podrían aportar productos minerales,
energéticos y alimenticios que existen en abundancia en el llamado “continente blanco”.
De ahí que la posibilidad de que Rusia y Estados Unidos cooperen en esta región
es una buena noticia para ellos y para la humanidad. Para Estados Unidos
además, es una necesidad vital. Eso es lo que explica toda la parafernalia
armada por Trump tras su llegada al poder y las amenazas de apoderarse de
Groenlandia e incorporar a Canadá a la unión norteamericana creando fuertes
tensiones con dos de sus principales aliados.
Otra área de
cooperación entre los dos países que se mencionó en las conversaciones está
vinculada a la posibilidad de aumentar lo que llamaron contactos
interregionales entre el Extremo Oriente ruso rico
en petróleo, gas, diamantes, madera y pesca, y la costa del Pacífico de Estados Unidos donde se
ubican Silicon Valley, centro global de alta tecnología y la ciudad de Seattle,
áreas de gigantesco potencial económico, científico, industrial y sobre todo
tecnológico por la existencia de grandes empresas
industriales tradicionales y empresas de internet y tecnología de la nueva
economía, así como empresas de servicios, diseño y tecnologías
limpias .
Esta decisión
podría estar definitivamente sepultando al Atlántico Norte como eje de la
dinámica política y económica mundial, transformando -por el contrario- al
Pacífico Norte, al igual que al gran espacio terrestre euro asiático, en los
nuevos motores de la dinámica global. Tal vez estemos asistiendo a la creación
de Organización del Tratado del Pacífico Norte de carácter económico y
comercial por oposición a la OTAN de clara orientación belicista y agresiva.
Finalmente,
esta reunión desplaza definitivamente a Europa como actor relevante en el
escenario internacional. A pesar que el conflicto ucraniano se desarrolla en
territorio europeo, las instituciones de ese continente, bajo la dirección de
una camada de líderes mediocres, ignorantes y pequeños políticamente hablando,
han sido incapaces de buscar y ofrecer soluciones al conflicto. Ahora están
limitados a escuchar y aprobar las decisiones de Estados Unidos, ya no solo en
el plano militar como miembros de la OTAN, también en lo político y económico,
sectores en los que tomaron desastrosas decisiones que han llevado a Europa a
perder su abastecimiento energético seguro y barato desde Rusia, a limitar su
desarrollo industrial y tecnológico, a someter a sus pueblos a la inflación el
desempleo, la recesión y el estancamiento económico y a debilitar sus capacidad
de defensa y seguridad, todo lo cual ahora está en manos extranjeras.
Sin ánimo de
ser tremendista, me atrevo a decir que en Alaska se firmó el acta de defunción
de Europa como actor protagónico del sistema internacional. Si líderes europeos
fueron parte activa en la consolidación del orden internacional generado tras
el fin de la segunda guerra mundial, hoy, ninguno de ellos tiene la menor
relevancia en el nuevo orden que está emergiendo. Europa participó en Yalta y
Potsdam en 1944-45. Europa no participó en Alaska 2025
Este nuevo
orden incluso “amenazaba” con dejar fuera a Estados Unidos. Trump se dio cuenta
y está tomando decisiones, claro, desde una perspectiva imperialista y
supremacista, pero sabe que ahora tiene contrapesos y tiene que negociar. Tal
vez, en su desquiciada y soberbia mentalidad egocéntrica de niño rico, haya
comprendido que estar amenazando y vociferando sandeces de todo tipo, no tiene
espacio cuando al frente tiene países serios y responsables dirigidos por
líderes que representan el honor y la dignidad de sus pueblos.
En cualquier
caso, no tengo dudas de que las decisiones tomadas en Alaska tendrán
repercusiones en toda la dinámica internacional. Mientras tanto, tras su
regreso a Moscú, el presidente Putin se apresuró a comunicarse personalmente e
informar de su reunión con Trump a sus colegas de los países BRICS originales:
China, India, Brasil y Sudáfrica. Esa es también una señal de los nuevos
tiempos.
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