TRUMP POR 187
Por Prof. Dr. Atilio A. Borón/ escritor, académico,
analista internacional/ Pica Cubarte/ ADDHEE.ONG:
La obsesión estadounidense por lograr el anhelado “cambio
de régimen” en Cuba recrudeció hasta extremos otrora inexplorados bajo la
presidencia de Donald Trump. Si la necesidad de incorporar la isla rebelde a la
jurisdicción de Estados Unidos se remonta hasta 1783, fecha de la famosa carta
enviada desde Londres por John Adams a las autoridades de las apenas
independizadas Trece Colonias urgiéndolas a actuar en consecuencia, el paso del
tiempo no hizo sino exacerbar tan maligna pretensión. Máxime cuando el 1º de
Enero de 1959, el comandante Fidel Castro Ruz y sus compañeros
consumaron la derrota del sanguinario peón a quien la Casa Blanca le había
encomendado el manejo de Cuba como una cercana y muy conveniente posesión de
ultramar, un lugar en donde el poder corporativo, el régimen de Estados
Unidos, la clase política y la mafia podían reunirse para urdir sus
planes a cara descubierta y a salvo de las leyes y los ojos de la opinión
pública estadounidense. Todo esto fue retratado con maestría en el libro de
Mario Puzo, El Padrino II, y en la estupenda versión cinematográfica de su
libro.
Pero “en eso llegó Fidel” y todo aquello se vino abajo. Desde
ese momento el régimen de Estados Unidos no cesó de conspirar un minuto
contra la Revolución Cubana. La isla “era de ellos” y no toleraron que se la
hubieran arrebatado. La frustración y la agresividad fueron acumulándose a
medida que la revolución avanzaba y se consolidaba, a escasas noventa millas de
sus costas. Para colmo de males era (y es) un pésimo ejemplo porque demuestra
que si un país subdesarrollado y escasamente dotado de recursos naturales se
libera del yugo imperialista y sus testaferros locales puede ofrecer a
su población derechos de exigibilidad universal (a la salud, la educación, la
seguridad social) que en Estados Unidos son mercancías muy costosas y que no
están alcance de todos. Año tras año las tasas de mortalidad infantil de Cuba,
comparables sólo a las de los países de mayor desarrollo social en el mundo,
son una bofetada a la arrogancia de Estados Unidos y una prueba irrefutable de
la inequidad del capitalismo salvaje. La osadía cubana, para decirlo con pocas palabras, es inadmisible e intolerable
y urge acabar con ella.
Donald Trump -un niño setentón, maleducado, caprichoso y
violento- seguramente que “oyó voces” que le decían que esa era su misión en la
historia. Fiel a esa alucinación ha lanzado un ataque sin precedentes en contra
de Cuba en un vano intento de retornar la isla a su condición colonial.
Sueña con una nueva “Enmienda Platt”, el escandaloso agregado a la
Constitución de Cuba impuesto luego de la ocupación estadounidense que
legalizaba su absoluta sumisión a Washington, y pasar a la historia con una
quimérica “Enmienda Trump” que consagre la definitiva anexión de la isla a la
jurisdicción de Estados Unidos. El pusilánime no sabe con quién se ha
metido. Rodeado de hampones y de menos que mediocres consejeros piensa que
redoblando la agresión contra Cuba hará que su pueblo caiga de rodillas y le
jure fidelidad a un personajillo como él. Parafraseando a Gyorg Lúkacs
decía que una hiena en la cima del Himalaya seguía siendo una
hiena. Sentada en el trono imperial este animal también seguiría siendo lo
que es. Lo mismo pasa con Trump.
Furioso porque es consciente de que la declinación del poderío
estadounidense es lenta pero irreversible y porque sabe que en menos de 10 años
China superará económicamente a su país (como ya en parte lo ha hecho, con la
ventaja que conquistó en la estratégica tecnología 5G); impotente para
poner en vereda al gigante asiático y a Rusia y para jugar un rol arbitral en
Oriente Medio luego del fracaso de la aventura imperial en Siria; irritado
por la tímida pero creciente desobediencia y vacilaciones de sus aliados
europeos que lo perciben como un déspota impredecible y veleidoso; fastidiado
con sus lacayos latinoamericanos que no logran extirpar al “populismo” (Vargas
Llosa dixit) de sus países o de presidentes ineptos para sostener el modelo capitalista
salvaje sin amenazantes turbulencias (Piñera en Chile, Moreno en Ecuador, o
Macri en Argentina) y necesitado de los votos de la Florida para la próxima
contienda presidencial se ha lanzado con enfermiza inquina en contra de Cuba.
Nada menos que 187 resoluciones aprobó su régimen para
hostilizar a la isla, decretando la aplicación del Capítulo III de la Ley
Helms-Burton que ningún presidente de Estados Unidos había considerado
conveniente implementar, hasta una serie interminable de sanciones económicas y
restricciones destinadas a sumir a los cubanos en penurias y privaciones con la
esperanza de que éstas desatarían un estallido social que pondría fin a la
revolución. La lista sería interminable: limitación de los vuelos de aerolíneas
estadounidenses exclusivamente a La Habana sin poder llegar a otras ciudades;
sanciones para los buque-tanques que lleven petróleo a Cuba o para los
mercantes que transporten mercancías desde o hacia la isla, luego de lo cual
durante seis meses no podrán amarrar en ningún puerto de Estados Unidos;
prohibición de hacer tierra en cualquier puerto cubano a los numerosos cruceros
que surcan el Caribe; sanciones a los bancos que intermedien en el comercio
exterior de la isla; limitación a las remesas que los cubanos residentes en
EEUU puedan enviar a sus familiares; bloqueo selectivo a la importación de
medicinas y alimentos; interdicción para alquilar a Cuba aviones que tengan más
del 10 por ciento de tecnología o insumos originarios de Estados Unidos y
presiones sobre las líneas aéreas para que reduzcan o eliminen de sus
itinerarios cualquier ciudad cubana.
Todo esto ante la complicidad de los gobiernos de los países
europeos, de la Unión Europea, supuesta reserva moral de Occidente y heredera
de la tradición kantiana de la paz y fraternidad universales que admiten, cual
si fueran republiquetas de cartón pintado (en realidad lo son) la
extraterritorialidad de las leyes estadounidenses y la agresión del “Gorbachov
americano” -como un muy lúcido amigo cubano lo bautizara- contra todos quienes
se opongan a su prepotencia, llámese Cuba, Venezuela o Nicaragua, en Nuestra
América. Seguramente que por su ignorancia Trump desconoce la historia de David
y Goliat. Los cubanos resistieron sesenta años de bloqueo del Goliat del norte,
y resistirán sesenta años más. Aprenderá esta lección en carne propia cuando,
en no mucho tiempo, emprenda su viaje sin retorno por el inodoro de la
historia.
Fuente: Cubadebate
No hay comentarios:
Publicar un comentario