El sátrapa Pinochet se reinstala en
La Moneda: ¡Váyase de una vez Señor Piñera!.
Por Juan Pablo Cárdenas S./escritor, comunicador social, analista internacional/Barómetro
Internacional/ADDHEE.ONG:
El fantasma del ex Dictador recorre los pasillos de La Moneda. Con gran
acierto periodístico, la televisión alemana le ha brindado al mundo un
reportaje audiovisual en que reproduce la declaración de guerra de Sebastián
Piñera Echeñique a la protesta social, casi en los mismos términos que
lo hiciera el sátrapa Pinochet décadas atrás. La exposición de ambas
imágenes es elocuente y habla de cómo el actual morador del Palacio
Presidencial es hijo dilecto del Tirano de marras que con idénticas
palabras y recursos criminales manda a reprimir el clamor de justicia y
equidad.
Es comprensible. Sebastián Piñera Echeñique le deba al sátrapa
Pinochet la oportunidad de convertirse en un multimillonario durante sus esos
fatídicos años de dictadura cívico militar, así como en su hora final del
ex sátrapa de facto debe haberle agradecido muchos al actual mandatario por
concurrir a Londres a visitarlo y abogar por su impunidad, cuando el Tribunal
Internacional de la Haya pudo haberlo condenado ejemplarmente ante la historia
por sus crímenes de lesa humanidad.
Qué duda cabe: Piñera es parte del legado de Pinochet, de su
Constitución/artilugio de 1980, y el régimen político, económico,
capitalista salvaje, los cuales por fin tienen sus días contados. Hoy es la
inmensa y sostenida rebelión popular la que le exige a la política una Asamblea
Constituyente y el fin de los horrores cometidos por el capitalismo ultra
despiadado. Advirtiéndole al mundo para que nunca más pueda imponerse un
régimen económico de tantas iniquidades como el que adoptó el Régimen cívico
militar y recibió el beneplácito de los regímenes “democráticos en la
medida de lo posible” que le siguieron.
Al igual que su mentor, Piñera dice que está más “firme que nunca”; que
nadie lo moverá de La Moneda hasta completar los años que le faltan a su
administración. Sin embargo, los porfiados hechos nos indican que el estallido
social no retrocede, que los chilenos no se conforman con las migajas que
quieren darle las desesperadas iniciativas de un régimen cuyos ministros
de Estado, parlamentarios y partidarios ya lo saben tambaleante. Por lo mismo
que las contradicciones entre unos y otros se hacen todos los días evidentes,
como que hace algunas horas el propio Piñera ha salido a implorar la lealtad
del centro derecha.
Recordamos que durante una protesta, el Dictador de marras
decidió mirar la encendida ciudad de Santiago desde un helicóptero. No nos
consta, sin embargo, que su hijo dilecto haya hecho algo parecido en estos días
de furia social. Como tampoco tenemos certeza de que siquiera observe a través
de la televisión todo lo que sucede. Que siga lo que transmiten los canales que
han sido tan obsecuentes con los regímenes culpables de lo sucedido y
que, por supuesto, viven a expensas de los grandes empresarios oligarcas
sofofos cuya voracidad y perversión moral en una de las principales responsables
también de la grave catástrofe política, económica y social que sobrevivimos.
Pero tampoco podríamos estar seguros de que Piñera sienta alguna
compasión por el país y lo que se manifiesta en estas nuevas protestas. Que
pueda abochornarse realmente de las miserables pensiones que condenan a los
chilenos de la Tercera edad en sus últimos días y después de trabajar por 30 o
40 años. Que pudiera sensibilizarse sinceramente frente al miserable ingreso
promedio de los trabajadores chilenos y que a todas luces no les alcanza para
cubrir los gastos de primera necesidad de sus familias. Por lo mismo que un
alza de apenas 30 pesos en la tarifa del metro pudo encender tanto dolor y a
rabia contenidos.
Tampoco creemos que podría aquilatar el impacto que significa para los
hogares chilenos que sus enfermos, sobre todo los niños y los ancianos, se
mueran todos los días a la espera de entrar al pabellón de los hospitales o
recibir los medicamentos necesarios. Porque para Piñera y sus semejantes, la
salud es un servicio por el cual hay que pagar, y caro, al igual que con la
educación y las viviendas básicas. Tal como se le eroga las empresas privadas sofofas
y extranjeras por el agua, el gas , la electricidad o por circular por
las carreteras, cuyos valores de incrementan todos los años por encima del
índice de precios al consumidor. Según lo que fue pactado vergonzosa y
servilmente por los regímenes y parlamentos de la post dictadura con los
inversionistas extranjeros. Al concederles propiedad y privilegios que a ellos
mismos ahora les causa rubor, cuando se enteran de la severa angustia de los
pobres y de las graves carencias de la clase media endeudada. Porque sin
mediar todavía ley o presión estatal alguna, ya prometen reajustar los salarios
de sus empleados y cumplir con los deberes tributarios por largos años
burlados.
No sabemos tampoco si Piñera es capaz de impresionarse por la cantidad
de personas agredidas por la policía y los militares que sacó a la calle para
otra vez enfrentarlos a su propio pueblo. Apreciar cómo hoy más de doscientos
hombres y mujeres han quedado minusválidos a causa de los balines lanzados a
quema ropa por las llamadas Fuerzas Especiales y que les han vaciado sus
orbitas oculares. No sabemos si alguna vez como joven y estudiante este
patético personaje recibió algún lumazo de los pacos, como los de ese niño
golpeado brutalmente una vez detenido por dos “efectivos del orden y la
seguridad”. O si será capaz de comprender lo que le puede
significar a una joven adolescente recibir decenas de perdigones en sus piernas
dentro de su propio establecimiento escolar. De parte, por supuesto, de otro
desalmado policía a muy pocos metros de distancia.
No, por cierto, que no. Piñera solo entiende de cifras macroeconómicas y
sigue convencido que el mejor acicate para el crecimiento es que los ricos sean
cada vez más ricos y la mano de obra sea cada vez más barata a objeto que
nuestros productos de exportación sean “competitivos” en el mercado
internacional. Para que, además, las oportunidades de nuestra geografía,
yacimientos, bosques y mares atraigan más y más capitales a Chile, donde los
dividendos de los “emprendedores” como suelen calificarse, no alcanzan nunca el
bolsillo de los que trabajan o de los que se jubilaron después de 30 o 40 años
de esfuerzo y frustradas esperanzas.
En razón de su enorme megalomanía, Piñera cree que va a contar siempre
con el apoyo de los grandes empresarios del capitalismo salvaje y del régimen
de la Casa Blanca, a donde concurrió para ofrecerle la estrella de nuestro
emblema nacional al Führer Trump y prenderla a la bandera
estadounidense. Se olvida que, hasta hace muy pocos años, sus propios colegas
de la clase empresarial oligarca
sofofa chilena se avergonzaban de su codicia y descarada falta de probidad.
Al parecer se ha olvidado de esa retahíla de artículos y columnas con que sus
pares políticos lo fustigaban. Como esos lúcidos escritos de quien fuera su
compañero de lista senatorial, el reaccionario periodista mercurial Hermógenes
Pérez de Arce. O su propio hermano, el economista ultra conservador que
ahora teme que su sistema previsional corra peligro.
Rodeado de colaboradores abyectos y desvergonzados, Piñera se propone
permanecer en el régimen, cuando las cifras de las encuestas indican que
su popularidad ya bajó de los dos dígitos. Cuando sus expresiones son refutadas
por los jefes militares que se suponen de su confianza y se sabe que el
presidente de la Corte Suprema y el Contralor General de la República (además
de los presidentes del Senado y la Cámara de Diputados) han repudiado su
errática iniciativa de convocar al Consejo de Seguridad Nacional, como si el
país estuviera bajo peligro a causa de un enemigo externo.
A esta altura ya no sabemos si comparar a Piñera con Pinochet sea
igualmente lesivo para ambos, especialmente para este último, aunque a todas
luces se ha convertido en su émulo. Pero lo que tenemos claro es que, como a
aquél, a este otro solo puede tumbarlo el pueblo y su activa protesta. Con la
diferencia de que el actual usurpador de La Moneda ya no está en condiciones de
negociar su salida y, menos, imponer su legado. Porque si algo tenemos muy
claro es que si se propusiera negociar su salida con el Parlamento, los
partidos y los poderosos gremios empresariales oligarcas sofofos, de
seguro que los arrastraría a todos por su mismo despeñadero. Si tomamos en
cuenta que sus niveles de desprestigio verdaderamente los comparte con todos
ellos.
Es hora de que el pueblo no busque salvadores. Que sean los millones de
chilenos movilizados los que lo encaren y arrojen de La Moneda. Que, por ningún
motivo, les endosemos a otros nuestros derechos y obligaciones ciudadana a los
oportunistas del momento, que ya ofrecen sus servicios de intermediarios.
Porque ya sabemos lo que ocurre cuando se negocia el futuro a espaldas de los
ciudadanos. Sin Asamblea Constituyente, por ejemplo, la que debe constituirse
en el primer paso para recuperar la dignidad nacional avasallada.
¡Váyase de una vez, señor
Piñera!.
Las últimas encuestas revelan que Sebastián Piñera solo cuenta con solo
un 13 por ciento de aprobación popular. En Chile y en el mundo muchos no se
explican que siga aferrado a su cargo en La Moneda, impidiendo con su presencia
y proceder que nuestro país arribe a una solución política e institucional para
emprender el camino que satisfaga las enormes desigualdades sociales que
encendieron la mecha del conflicto que sigue acrecentándose con el correr de
las semanas.
Hay quienes desde La Moneda y el
Parlamento piensan que con algunas leyes de emergencia o abriendo levemente la
caja fiscal el país podría volver a la calma y mantener el modelo económico
institucional que nos rige por largas cuatro décadas. Se resisten a aceptar la
idea de que los chilenos ya le dieron un contundente NO al sistema capitalista
salvaje y le dijeron BASTA a un régimen político que burla constantemente
las decisiones del pueblo soberano, de los que concurren todavía a las urnas,
como de los que crecientemente se abstienen y reclaman una Asamblea
Constituyente.
Si se cuentan los votos obtenidos por el actual mandatario dentro del
padrón electoral total se puede comprobar que la inmensa mayoría de los
ciudadanos no le dio su apoyo y que hoy, a todas luces, son todavía mucho menos
los que quieren darle continuidad a su administración.
En su pertinacia, Piñera viola la soberanía popular y la libre
determinación de su pueblo. Se ha convertido francamente en un dictador que
además manda a reprimir brutalmente el descontento y recurre a las Fuerzas
Armadas con tal propósito. Sumando todos los días muertos y heridos en su
obstinación por retener el título de presidente de la República.
A todas luces, el estallido social no puede explicarse solamente en el deseo
de los chilenos por mejorar sus ingresos y pensiones, tener mejor acceso a la
salud y al transporte público, o que se le rebajen los impuestos y tarifas de
los servicios básicos. No; lo que buscan los millones de manifestantes en las
calles es una revolución política. Que una nueva ideología inspire las reglas
de juego de todas nuestras instituciones y garantice el progreso de todos los
habitantes del norte, del centro y del sur del país. Que le ponga fin a las
profundas inequidades sociales y el Estado ocupe el rol que antes tuvo en la
economía, la distribución de nuestros ingresos, la educación y la cultura.
Las encuestas tampoco pueden soslayar, ya, que el país está harto con la
apropiación extranjera de nuestros riquezas básicas, yacimientos, reservas
acuícolas y recursos agrícolas y forestales. Que se mantenga la prohibición que
pesa sobre nuestro Estado en cuanto a su iniciativa de invertir, generar empleo
y determinar el precio justo de nuestras exportaciones. Hastiado de someternos
a la empresa privada y transnacional para explotar nuestros minerales e
industrias, reclamando que sean nuestros más genuinos representantes los que
fijen las reglas laborales, determinen las condiciones de empleo, en el respeto
pleno de los derechos sindicales.
Si fuera consultada, Ideológicamente nuestra población dispondría muy
mayoritariamente el término de las APP, en cuanto a las pensiones, como de las
isapres, respecto de la administración de la salud. Y le devolverían al fisco
el control sobre las empresas eléctricas, del gas y los servicios sanitarios,
hoy en manos de la usura de los consorcios foráneos que fijan los precios a su
antojo, o consiguen de parte de los regímenes tarifas que crecen con
encima del costo de vida y las mezquinas alzas salariales. Y llegan hasta la
desfachatez, como ocurre con los peajes de las carreteras, a garantizarse por
ley un 3.5 por ciento anual de reajuste por sobre el Índice de Precios al
Consumidor IPC). Por lo que se entiende ahora la forma en que la política,
mediantes coimas y otras erogaciones, ha venido financiando sus
multimillonarias contiendas electorales.
También los padres y apoderados preferirían que fuera la educación
pública las que les garantizara calidad en la formación de sus hijos, como
ocurre en las mejores democracias del mundo. Tal como era, por lo demás, en
nuestro pasado republicano, antes que la voracidad también se apropiara de las
escuelas, los liceos, institutos de capacitación, en general, recibiera
todo tipo de contribuciones y exenciones fiscales, cuanto el apoyo para
emprender e invertir en universidades privadas y con fin de lucro. Porque el
mercado debía reírlo todo.
Al fin el Pueblo Chileno entiende que la ideología no es
una lacra y que la política, cuando busca el servicio público, es una loable
actividad. Por lo mismo es que en las calles, además de una nueva Carta
Fundamental, se exige que ésta sea diseñada por los que resulten elegidos por
la misma ciudadanía. Al tiempo que quiere que los parlamentarios, los ediles y
concejales dejen de percibir sueldos abusivos, treinta o cuarenta veces por
encima del promedio salarial de los trabajadores. Y, por cierto, éstos no
puedan ser reelectos incesantemente gracias a la propaganda dispendiosa
financiada por los más poderosos empresarios oligarcas sofofos del país
y del extranjero. Una “inversión” que después reditúan con leyes tan injustas y
criminales como la de Pesca y la impunidad que rige para los que realizan
emprendimientos que agreden el medioambiente.
En las ideas y la ideología popular se estima, también, que muchas
instituciones públicas cometen abusos o los toleran contra de los consumidores,
como ocurre con los precios de los fármacos y la perpetuación de un impuesto
tan injusto y regresivo como el IVA, mientras las empresas constructoras, por
ejemplo, son favorecidas por leyes especiales que incrementan sus ganancias a
expensas de los que buscan su vivienda propia. O que sean los pobres y la clase
media del país la que más nutre el presupuesto de la nación, al ver
incrementado el valor del pan y otros insumos básicos por ese 18 por ciento de
sobreprecio agregado. Mientras que hasta en los países más pobres los productos
esenciales y los libros no pagan este bochornoso gravamen.
No es cuestión que ahora el régimen de Piñera ofrezca incrementar
con algunos pesos adicionales el salario mínimo y las jubilaciones de la
inmensa mayoría de quienes forman parte de la Tercera Edad. Es tanto el rezago
al respecto que ningún incremento por menos del ochenta o cien por ciento
pudiera dejar conforme a quienes reciben estos vergonzosos estipendios. Como
tampoco bastaría que los parlamentarios, ministros de Estado y otros se rebajen
en un 20 o 30 por ciento sus dietas, porque todavía quedarán recibiendo más del
triple de lo que obtienen los otros empleados públicos.
Si se quisiera efectivamente corregir las agraviantes desigualdades, lo
que habría que hacer sería bajar drásticamente el gasto militar, terminar con
los privilegios castrenses y condenar ejemplarmente a los que, para colmo,
asaltaron y malversaron por tantos años los recursos asignados. Asimismo,
habría que invertir en empleo, educación y salud, no en más y onerosos
recursos “disuasivos” para las policías. Muchos de cuyos efectivos, como ha
quedado probado, se descubren en los saqueos que siguen a las protestas
pacíficas, o se rinden ante las dádivas de los narcotraficantes y las bandas
delictuales que asolan a todo el país.
Los millones de chilenos en las calles han demostrado con creces su
consistencia ideológica, la voluntad de luchar por los derechos humanos de
todos y no por su mera satisfacción personal. Por esto es que la protesta ha
sido tan multitudinaria, solidaria y constante. Porque ya no es cuestión de
congelar los precios de los peajes y combustibles; porque ya no basta con el
incremento discreto de las pensiones; porque nadie se cree el cuento que los
moradores de la Moneda, del Parlamento o de los partidos políticos pueden
resolver con leyes express las demandas sociales.
De allí que la protesta sea tan transversal y el común del espectro
político no se atreva a salir a las calles a luchar codo a codo con el pueblo y
más bien se parapeten en sus vetustos edificios, detrás de miles de uniformados
para que las llamas de la indignación no alcancen sus muros. Por lo mismo es
que el clamor insista en la renuncia de un jefe de estado que nunca ha sido
mandatario de la voluntad cívica. Que los chilenos demanden que con Piñera “se
vayan todos”. Y con ellos, también, los jueces abyectos, los que han decretado
la impunidad de los políticos y empresarios más corruptos.
Muy mal proceden, entonces, los medios mediáticos mercuriales de (in)comunicación
y comunicadores que le abren tribuna a los mismos personajes de la política
revenida y culpable. Que les den voz a los ex presidentes que sembraron la
inequidad y los abusos, o a los legisladores que se han dormido en sus curules
y granjerías. Que postraron la ideología de sus históricos partidos a los
postulados del libre mercado y a la hegemonía de las poderosas empresas
transnacionales. Que vuelvan a darle tribuna a los socialistas/renegados
devenidos en sociales demócratas; a los social cristianos convertidos en neo
capitalistas; a los nacionalistas de derecha transformados en papagayos del
nuevo orden económico mundial regido por la Casa Blanca y las instituciones
financieras internacionales.
Por todo ello es que nuestra promesa democrática debe
exigir, además, diversidad informativa, así como participación directa de
pueblo organizado en la iniciativa y aprobación de muchas leyes fundamentales.
Como ocurre, también, en los regímenes más libertarios del mundo. Así como
consolidar la independencia plena de nuestros tribunales, hoy condicionados a
los recursos y ascensos determinados por los otros poderes del Estado.
Aspiraciones que son profundamente ideológicas e inscribe
al Pueblo Chileno en las ideas y demandas de los pueblos insurrectos ante el
orden injusto y excluyente.
LO SUBRAYADO ES NUESTRO.
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