¿Quiénes realmente son los violentistas?.
Por Juan Pablo Cárdenas S./escrito, comunicador
social, analista internacional/Barómetro Latinoamericano/ADDHEE.ONG:
Compelidos como hemos estado a condenar
“la violencia venga de donde venga”, en realidad creemos justo repudiar,
primero que todo, la violencia del régimen capitalista salvaje que
provocó el desenlace que hoy a todos nos conmueve. Es decir, aquella que se
ejerce en la cotidiana explotación de los grandes empresarios saofofos a
sus trabajadores, vulnerando sus derechos laborales; la que provoca el
desparpajo de los políticos enriquecidos y ensoberbecidos en la perpetuación de
sus cargos públicos y groseros estipendios. O la impunidad institucionalizada
en favor de los delincuentes de cuello y corbata, de los que usurpan desde las
AFP y las isapres las cotizaciones de los trabajadores.
La violencia que generan los bullados casos de
corrupción ventilados ante la opinión pública y que crónicamente deja impunes a
sus responsables y cómplices. La violenta discriminación sufrida por nuestro
principal pueblo autóctono, el digno Pueblo Mapuche, como las criminales
acciones descargadas día y noche contra sus familias y hogares. De manos,
habitualmente, de carabineros digitados por los empresarios forestales de la
Araucanía que los despojaron de tus propiedades ancestrales. Todo con la
complacencia de La Moneda, ahora, y por los gobiernos precedentes.
En efecto, violencia sistemática justificada por
los regímenes, dícese progresistas, y los políticos de derecha, dícese
católicos y amantes del “estado de derecho”.
Sin ignorar, tampoco, el saqueo fiscal y bancario
en contra de los estudiantes. De esos cientos de miles de jóvenes que seguirán
endeudados por varias décadas más, si es que no se les condona lo que deben.
Una deuda lacerante para cientos de miles de familias que fuera fomentada por
el régimen de Ricardo Lagos quien, paralelamente, le puso un abusivo
peaje al libre tránsito por las autopistas. Por quien incluso intentó pasar
como obra suya la mismísima Constitución/artilugio de 1980, de Pinochet,
con solo algunos retoques negociados con el Parlamento, para ahora tener el
cinismo de sumarse a la demanda popular por una nueva Carta Fundamental.
Cómo olvidarnos de la ultrajante
violencia que significó la negativa del presidente Frei Ruiz Tagle a
recibir durante todo su mandato a los familiares de los detenidos desaparecidos
de la Dictadura cívico militar. O la burla que le propinó al país la
señora Bachelet Jeria con su falso proceso constituyente, y su compromiso
por una reparación para las víctimas de la dictadura cívico militar. ¡Aun la
esperan!. El que, por supuesto, no condujo a nada, salvo frustrar las
esperanzas que de nuevo se agitan en las protestas, después de que le entregara
la banda presidencial por segunda vez al principal defraudador de los derechos
del pueblo. Un multimillonario engreído, insensible y sin capacidad alguna de
autocrítica y pudor. Cuya permanencia en La Moneda violenta y crispa todos los
días a la población que lo repudia tan contundentemente.
Imposible pasar por alto la violencia ejercida por
el sistema todavía vigente contra los sin casa o los deudores hipotecarios,
estrangulados todos por las entidades financieras y constructoras. La violencia
que significa que el sueldo mínimo recibido por millones de trabajadores no les
alcance para llegar a fin de mes, como lo hemos podido constatar en esos
estremecedores testimonios de ancianos, viudas, pensionados, como de tantos
jóvenes impelidos a delinquir para comer y llevar algo a casa.
Por la violenta e insensata actitud de los
principales medios mediáticos mercuriales de (in)comunicación
circundados por la farándula y la frivolidad, ignorantes de la realidad
nacional y mundial y cuyos rostros ahora lloran lágrimas de cocodrilo al
descubrir nuestro país real. Con sus noticiarios y programas tan lacerantes a
la conciencia pública, la dignidad de los pobres y de la propia clase media.
Como si no fuera terriblemente violento, también, el constante atentado en
contra de la soberanía nacional, mediante la inicua explotación de nuestros
recursos naturales, el saqueo cotidiano de millones de toneladas de cobre,
litio y otros productos desde las entrañas de nuestro territorio. O los mismos incendios provocados en nuestras
reservas forestales a fin de proveerle terreno a las empresas constructoras y a
aquellas que buscan reforestar nuestro paisaje con especies de mayor y más
rápida plus valía, sin importarles si éstas agotan los manantiales y aguas
subterráneas en desmedro de la agricultura y del agua potable en tantos pueblos
y ciudades del país.
Ciertamente que duele ver un templo en llamas o la
destrucción de monumentos patrimoniales, pero todo eso se puede volver a
reconstruir o reparar. No así nuestros vandalizados yacimientos de nuestras
riquezas del norte y de las altas cumbres cordilleranas. Pero no nos
equivoquemos: para sujetos como Piñera, la destrucción callejera puede ser
incluso una oportunidad de negocio para las empresas constructoras e
importadoras, como para las mismas compañías de seguros. Ya un hábil alcalde y
algunos “emprendedores” en cosa de horas discurrieron semáforos portátiles; de
la misma forma como algunos poderosos del retail se proponen, después de cobrar
sus pólizas por incendio, reemplazar estos hipermercados por grandes
condominios de viviendas bien cercadas y más inexpugnables.
Qué duda cabe que la promesa de un plebiscito y de
una asamblea constituyente (con leoninos quórums para aprobar cualquier cambio
sustancial de la actual Carta Magna) busca también apaciguar las demandas
sociales y convertirse en un placebo para los ansiosos de cambio. ¡Qué violento
contubernio es el ejecutado por el Ejecutivo y los parlamentarios para, en cosa
de horas, levantar un acuerdo y prometer una agenda social que ha sido burlada
o postergada por tanto tiempo! Si hasta tenían preparado aquel enorme lienzo
blanco que cubrió la plaza Baquedano para hacernos creer que la batalla
terminaba y que el orden se restablecía. Desconociendo el hecho de que la
protesta no solo se alzó contra el régimen sino contra toda la indolente
clase política.
Por ello que abandonar la calle y “volver a la
normalidad”, como se nos sugiere, sería realmente fatal para un país que merece
mayor equidad y una paz fundada en la Justicia Plena y no en la quietud
de los cementerios. ¿O es que acaso algún cambio de época y transformación de
nuestra historia no ha supuesto la ira popular y episodios inevitables de
insurrección?
Violencia nunca comparable, en todo caso, ¿con la
ejercida por los vencedores de Concón y Placilla que conspiraron contra el
presidente Balmaceda Fernández y
derivaron en la organización de turbas que salieron a saquear las casas de los
derrotados? O la de los bombardeos de La Moneda en l973, seguidos por los
campos de tortura y exterminio; como los asesinatos masivos de campesinos en
Ranquil y otras localidades rurales. Tal como años antes se ultimó en Santiago,
por instrucción presidencial, a los estudiantes en el Seguro Obrero, o en otras
masacres a centenares de mineros. Como la misma “pacificación” de la Araucanía
que ya nadie discute que se trató de un brutal genocidio contra nuestro pueblo
aborigen, el digno Pueblo Mapuche. Por cierto, impune, como otras
aberraciones.
Es inaudita la hipocresía de quienes hoy apelan a
un armisticio exigiendo que los humillados por el sistema abandonen sus
protestas, piedras y palos, mientras los policías disparan con armas letales a
los manifestantes, les arrancan los ojos a los jóvenes. Y, por supuesto, le
siguen poniendo todo tipo de cortapisas al reajuste digno de los salarios y
pensiones. Cuanto, a la misma posibilidad de una Asamblea Popular
Constituyente, donde lo que mande sea el sufragio mayoritario de sus
integrantes y no los intereses de esa minoría cobijada en un acuerdo y quórum
espurio. Convenido, como vimos, a espaldas del pueblo movilizado.
¿Es que existe algún antecedente en Chile y en el mundo en
que los acuerdos de paz se firmen solo entre los mismos aliados?
Lo subrayado es
nuestro.
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