Crimen organizado y extractivismo
Raúl
Zibechi, Montevideo, Uruguay.
Escritor,
periodista y analista internacional.
enred_sinfronteras@riseup.net/
ADDHEE.ONG.
El crimen organizado, la delincuencia paraestatal o narcotráfico, son las formas que asume la acumulación por despojo/extractivismo en la zona del no-ser, o sea en los territorios de los pueblos originarios, afroamericanos, indigenas y campesinos de América Latina. Aunque suelen presentarse por separado, como si no tuvieran ninguna relación, la violencia criminal, los estados-nación y el modelo económico/capitalista forman un mismo entramado para el despojo de los pueblos.
Esta conclusión es deudora del
trabajo del investigador Emiliano Teran Mantovani en un reciente ensayo en el
que vincula las tres modalidades señaladas*. Sabemos que el crimen organizado
despoja bienes comunes de los pueblos, rompe los tejidos comunitarios, explota
y asesina personas, además de degradar el ambiente con sus iniciativas
económicas, con el apoyo tanto de las empresas privadas como de los estados.
Lo que más me interesa del
trabajo de Teran es su análisis que considera al crimen organizado como
extractivismo, desde el desplazamiento y amedrentamiento de las poblaciones
hasta el control de minas y territorios productivos, finalizando en la gestión
de los “procesos y rutas de comercialización de los commodities”.
En su opinión, debemos pensar
el crimen organizado como una clara expresión de la política del extractivismo
en el siglo XXI, por tanto mucho, más allá de la dinámica económica que
representa. En este punto, veo una estrecha relación con el pensamiento de
Abdullah Öcalan, cuando sostiene que el capitalismo es poder, no economía. En
su fase decadente, el capitalismo es violencia armada y genocidio, por duro que
resulte aceptarlo.
En una de sus páginas más
brillantes, Teran establece una gradación del modo de actuar del crimen, que
nos remite a los albores del capitalismo descrito por Karl Polanyi: doblegar a
la población local mediante el terror; control de las formas económicas
buscando el monopolio; incorporar a una parte de la población a la economía
criminal, protección de ese sector con servicios propios, naturalización de la
violencia y, finalmente, convertir a parte de la población en máquinas de
guerra al integrarla subjetiva, cultural, territorial, económica y
políticamente a sus lógicas de violencia organizada.
Los puntos de confluencia entre
crimen organizado y extractivismo son evidentes: se enfrentan a la población
que resiste o no se pliega, se basan en la misma economía del despojo y buscan
la protección de las armas, las del Estado y las propias.
Hay algo más, muy perturbador:
el crimen organizado ha logrado ser cada vez más un factor de canalización del
descontento y el malestar popular, pudiendo además captar una parte de las
pulsiones contrahegemónicas, de sublevación, de antagonismo con el poder, y
potencialmente darle forma a esas posibles insurgencias, sostiene Teran.
Terrible, pero real. Lo que nos
debe llevar a reflexionar, a quienes aún deseamos cambios de fondo,
anticapitalistas, qué cuota de responsabilidad nos cabe en esta decisión de
tantos jóvenes de sumarse a la violencia criminal.
Una primera es romper con el
afán de enmascarar la realidad, de no querer ver que el capitalismo/salvaje
realmente existente es guerra de despojo o tercera guerra mundial, como
la nombran los zapatistas. El crimen y la violencia, para llegar a ser el
principal modo de acumulación de capital, deben contar con el apoyo y
complicidad de los Estados, que se van reconvirtiendo en Estados para el
despojo.
Por eso el problema no es la
ausencia del Estado, como dice el progresismo. Nada ganamos con ampliar su
esfera, siendo el primer responsable de la violencia contra los pueblos.
Una segunda cuestión es
comprender que los tejidos sociales son en sí mismos un campo de batalla, un
campo en disputa, como apunta Teran. El crimen, el narcoparamilitarismo
(indisociable de los aparatos armados del Estado), están empeñados en romper
las relaciones sociales para recomponerlas en función de sus intereses, de ahí
la violencia racista y los feminicidios, genocidas de los Pueblos indígenas.
Por eso se han vuelto imprescindibles las
autodefensas ancladas en las comunidades que resisten. No sólo deben defender y
cuidar la vida y la naturaleza, sino también las relaciones humanas.
Por último, no pocos
intelectuales hablan de las alternativas al extractivismo, siempre pensando en
términos tecnocráticos y que serán implementadas desde arriba. Imposible.
Hoy las alternativas reales son
las Guardias Indígenas, Cimarronas y Campesinas del Cauca colombiano, los
gobiernos autónomos y las demarcaciones autónomas de la Amazonia, las
recuperaciones de tierras mapuches; el Ejército Zapatista de Liberación
Nacional, el CNI, las fogatas de Cherán, las guardias comunitarias y las
múltiples formas de autodefensa. No hay atajos, sólo la resistencia abre
caminos.
*Emiliano Teran Mantovani,
Crimen organizado, economías ilícitas y geografías de la criminalidad: otras
claves para pensar el extractivismo del siglo XXI en América Latina, en
Conflictos territoriales y territorialidades en disputa, Clacso, 2021.
*
Periodista, escritor y pensador-activista uruguayo, dedicado al trabajo con
movimientos sociales en América Latina.
Lo
subrayado/interpolado es nuestro.
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