COLONIALIDAD/SATRAPIA IMPERIALISTA
Por Frei Betto, Teólogo de la Teología de la Liberación
Correo: entorno@listas.cubarte.cult.cu
¿Acaso la modernidad tuvo su inicio en 1492, cuando Colón
desembarcó en nuestro continente? ¿Por qué calificar de modernidad la expansión
mercantilista llevada a cabo por las flotas de España, Portugal, Inglaterra,
Francia y Holanda?
Mejor calificarla de colonialidad. Las embestidas europeas en el
Oriente, África y el Nuevo Mundo se caracterizaron por el pillaje de los bienes
naturales como el oro, la plata y las especias, y la explotación del trabajo
esclavo de indígenas y afroamericanos.
Como señala Dussel (1979), el mito de la modernidad como
progreso y luces contribuyó a “justificar una praxis irracional de violencia”.
Los pueblos dominados fueron sometidos. La empresa colonial se revistió con el
manto de la religión para legitimar la invasión “en bien de la salvación de las
almas”.
La cultura comenzó entonces a tener como eje el
eurocentrismo. A la invasión se le llamó “descubrimiento”, sometimiento de los
“bárbaros”, proceso civilizatorio; el saqueo y el genocidio eran sacrificios
inevitables para el avance del progreso.
Todavía hoy el eurocentrismo aparece estampado en los
mapamundis, en los que Europa ocupa el centro. A todos los territorios que la
rodean se les considero periferia, a la que los reinos europeos se sintieron
con el derecho de imponerle una economía mercantilista-capitalista, una
sociedad racista, una cultura excluyente y patriarcal.
La colonialidad es “la faz oculta de la modernidad”
(Mignolo 2007). Por tanto, se emprendió un proceso acelerado de
“naturalización”. Primero, de la desigualdad entre colonizador y colonizado. Se
inventó el concepto de raza, que carece de base científica, porque no se
sustenta en la estructura biológica de la especie humana. Así, los
colonizadores se denominaron “blancos” en contrapunto “natural” con los
“negros, amarillos y rojos”, considerados “de color”. Incluso entre los blancos
existía la distinción entre los nobles, poseedores de “sangre azul”, que al
evitar la exposición al sol hacían que resaltaran las venas azuladas bajo la
piel clara.
Por tanto, las supuestas diferencias biológicas
justificaron la noción de raza y la superioridad de los “civilizados” sobre los
“incivilizados. Aún hoy muchos civiles y policías están convencidos de que el
negro es siempre sospechoso, y de que los habitantes de las favelas y los
barrios periféricos son potencialmente peligrosos. La territorialidad delimita
y “naturaliza” la desigualdad social, y establece los límites entre los
“ciudadanos de bien” y los que amenazan el orden público…
Quienes asimilan esa ideología impuesta por el colonizador
ignoran, o prefieren ignorar, que el progreso de Europa Occidental y los
Estados Unidos es resultado de la explotación secular de la “periferia” del
mundo. Basta repasar la historia de las naciones africanas, de Japón y China
(la guerra del opio), de la América Latina y el Caribe. Basta averiguar el
destino de nuestras riquezas naturales e identificar en nuestras ciudades los
logos de las grandes empresas transnacionales que dominan nuestras economías,
todas con sedes en los Estados Unidos y Europa Occidental.
¿Cómo acusarnos de inferioridad cultural? ¿Hay en los actuales
países metropolitanos algo parecido a la Muralla China o las pirámides de
Egipto? ¿Dónde se escribieron la Biblia y el Corán? ¿Cómo es posible que los
habitantes del Nuevo Mundo fueran incultos si los mayas utilizaban el cero
mucho antes que los europeos y hacían pronósticos meteorológicos precisos?
Cuando invadió México en 1519, Cortés se encontró con una ciudad de 500 mil
habitantes edificado encima de un lago pantanoso. ¿Y era incivilizado por parte
de nuestros indígenas usar el oro como adorno y no como factor de codicia y
guerras? ¿Quién inventó el papel, el sismógrafo, la brújula, el alcohol y la
pólvora? Los chinos.
De ahí que convenga reexaminar nuestros conceptos de progreso,
desarrollo y civilización. Y librarnos de la cultura que nos hace ser ciegos al
entorno y nos induce a idolatrar a quienes todavía hoy nos expolian y nos
provocan el complejo de que somos seres de segunda.
Lo subrayado es
nuestro.
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