lunes, 27 de abril de 2015

El pueblo saharaui, a las puertas de una emergencia humanitaria.

…Hay que tenerle miedo a la vida?
“Hay que celebrarla, porque lo mejor
que tiene la vida es su diversidad.
El sistema que domina el planeta
nos propone una opción muy clara.
Hay que elegir,
a ver si querés morirte de hambre o de aburrimiento.
Yo no me quiero morir de ninguna de las dos”                                   Eduardo Galeano

El pueblo saharaui, a las puertas de una emergencia humanitaria

El pueblo saharaui, a las puertas de una emergencia humanitaria
Smara, Campamentos de refugiados saharauis en Tinduf (Argelia) // CARLES SENSO
26 de abril de 2015 10:28 http://www.lamarea.com/
Smara, campamentos de refugiados saharauis en Tinduf (Argelia) // Cuesta mucho encontrar la puerta adecuada de los almacenes donde se acumula esquelética la comida que abastecerá al pueblo saharaui en los próximos meses. Una pequeña portezuela configurada en una de las miles de estructuras abandonadas en medio del desierto da derecho a conocer cómo se vislumbra el futuro inmediato, el mañana. Y es que en aquel erial donde se estableció hace ya cuatro décadas la población saliente del Sáhara Occidental no crece nada que se pueda uno llevar a la boca y darse una alegría. Las temperaturas son extremas, en invierno y en verano, con cambios entre el día y la noche que no invitan a la reflexión bajo el espectáculo del cielo estrellado. Inmensamente estrellado.
El pueblo saharaui vive una emergencia humanitaria como pocas veces se ha recordado. En el año en el que se cumplen cuarenta años de la salida de la población y la configuración de los campamentos de refugiados de Tinduf, en territorio de Argelia, muchas son las carencias que vive y pocas las esperanzas que se visualizan. Los almacenes de las corporaciones internacionales que suministran material de supervivencia a la población contienen reservas hasta junio o julio a mucho pedir y los responsables no se cansan de insistirle a cualquier cooperante que por allí se acerca que deben mover tierra y aire para conseguir una mayor aportación. De lo contrario, la situación se complicará en exceso en pocos meses.
La República Árabe Democrática Saharaui ha notado enormemente la crisis económica en el llamado Occidente, tan cerca y tan lejos de ellos. Se ha repetido machaconamente que la solución para la inmigración y el terrorismo que se expande por África es la cooperación internacional, el envío de ingentes cantidades de dinero que palien en cierta medida todo lo que el mundo “civilizado” robó anteriormente al continente negro. Sin embargo, las aportaciones han caído en picado y la empatía hace tiempo que se olvidó, así como también la reparación histórica. África se ahoga (incluso por culpa de balazos policiales en el Tarajal) y el pueblo saharaui podría sufrir en breve un impacto severo en la seguridad alimentaria, que ya han visto recortada en varias ocasiones.
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Según uno de los dirigentes de las caravanas que llegan desde Europa (que habla desde un sillón acolchado que ni mucho menos se ve en la mayoría de las jaimas), ACNUR cuenta con 8 o 9 millones de euros al año para abastecer a la población, cuando, según la Media Luna Roja, hacen falta 37. Las previsiones humanitarias reparten hoy 125.000 raciones, según una contabilización de refugiados que evidentemente quedó muy lejos de la realidad. El resto es carencia, mucha hambre, necesidad acallada.
Aziz, un joven de quince años que vive en la zona de Tifariti, en Smara, recauda unas cuantas monedas para hacer la compra de varias familias y en la tienda sorprende a uno de los cooperantes internacionales con un bizcocho que normalmente no come. Uno para cada uno. Las reticencias no valen y las dos bombas de azúcar son consumidas en segundos. A cambio, aquel adolescente (que adquirió cierto inconformismo capitalista de sus experiencias durante los dos veranos que pasó en Murcia) le dirá a su tía que perdió un par de monedas por aquel trayecto de arena donde ya son irrecuperables. Forma parte de la fraternidad que el pueblo saharaui muestra a todo aquel que viaja hasta su recóndito lugar en el mundo. Es su respuesta, también su posicionamiento como persona. Tienen poco pero siempre acaban dando mucho más de lo que poseen a nivel material.
La población saharaui de los campamentos refugiados (así como también las que viven en los territorio liberados durante la guerra por el Frente Polisario) se han visto perjudicados por la proliferación de emergencias humanitarias por el mundo pero, sobre todo, por el control del relato que a nivel mundial están modificando los adinerados lobbies marroquís que se expanden por Europa y EEUU gracias al privilegiado pasaporte que ofrecen los pactos económicos. Marruecos controla hoy dos terceras partes del Sáhara Occidental pero también muchas mentes que han olvidado (por acción u omisión) a ese pueblo inmenso que vive en mitad de la nada.
Los especialistas consideran que de no aparecer aportaciones económicas nuevas, Naciones Unidas se podría ver forzada a suspender parte de la asistencia alimentaria en breve. Los canastos que ofrecen a cada familia se volverán a recortar y los más vulnerables adelgazarán sin remedio, perjudicados por la anemia (que afecta ya a dos tercios de las mujeres) y la desnutrición, que está mermando el crecimiento de los niños y jóvenes. Actualmente se reparten 2.166 kilocalorías al día por persona, con suplementos nutricionales más baratos para evitar diferentes alimentos que ya no son costeables. Con los nuevos recortes no se podrán cubrir las necesidades vitales del día a día.
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La nación saharaui cuenta hoy con un pueblo que ha situado el anhelo como motor de desarrollo allá donde la vida es una coincidencia. Son ya tres generaciones en medio del desierto, a varios días caminando de los siguientes emplazamientos humanos. En una prisión con el cielo nocturno más bello que se pueda presenciar. Allá donde siguen cerrándose sus puertas a las siete de la tarde con el toque de queda. En aquel lugar donde baja el portón del mundo con cada uno de los múltiples cortes de luz. Un sitio donde el alimento escasea, pese a que el hambre de recuperar sus tierras perdidas sólo hace  aumentar.
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