“De Venezuela a Chile. De Caldera a Boric. Un solo Chávez y un solo Salvador.”
Sergio Rodríguez
Gelfenstein.
Escritor, analista internacional/Addhee.Ong
La situación actual de
Chile se me hace cada vez más asombrosamente similar a la de comienzos de la
década de los 90 del siglo pasado en Venezuela. En ese instante, aquí –al igual
que en Chile hoy- se vivían 30 años de pos dictadura. Los dos países –en su
momento- fueron presentados como “modelo de democracia a seguir” y “ejemplo
para el mundo” a partir del “éxito” del sistema de democracia representativa
bipartidista en el que la economía se puso al servicio de un sector minoritario
de la población.
“No son treinta pesos,
son treinta años” hubieran podido exclamar las decenas de miles de
manifestantes que protagonizaron el “caracazo” del 27 y 28 de febrero de 1989,
movimiento popular de protesta que se expresó en forma masiva como expresión
del rechazo a las medidas de corte neoliberal implementadas por el presidente
Carlos Andrés Pérez. En el quinto mayor productor y exportador de petróleo del
mundo, había un 51% de pobreza. El destino de Pérez (contumaz corrupto como
quedó demostrado pocos años después) y de la falsa democracia, quedaron
sellados para siempre. Miles de muertos y desaparecidos -hasta hoy- fueron la
respuesta del gobierno a la vibrante acción popular
Pero ambas situaciones
también tienen diferencias, una de ellas muy relevante. Ante el clamor multitudinario
de la ciudadanía y la reprobación del sistema ante la inactividad, pasividad y
complicidad de los políticos, un grupo de militares patriotas, atentos a la
situación creada, produjeron dos alzamientos durante el año 1992 para
manifestar su apoyo al sentir popular. El primero de ellos, realizado el 4 de
febrero bajo la conducción de Hugo Chávez Frías, un desconocido teniente
coronel de Fuerzas Especiales, elevó el espíritu de lucha, señaló un camino
distinto y colocó a Chávez en el pedestal de las futuras batallas que habrían
de sobrevenir. Como nunca antes en la historia de Venezuela un líder asumió la
responsabilidad por un fracaso, pero esta vez, la derrota “por ahora” del movimiento le
imprimió un derrotero de victoria a lo que ese día había significado una
derrota.
Chávez y sus compañeros
fueron a la cárcel. La misma tarde de ese día en una reunión especial del
Congreso, el ex presidente Rafael Caldera emergió de las sombras para que, con
el oportunismo propio de cualquier despreciable político tradicional, y
utilizando un vibrante discurso en el que llamó a revisar las verdaderas causas
del alzamiento, se apoderara del protagonismo de la acción que había
estremecido hasta los cimientos a la sociedad venezolana. Dos años después, Caldera
era elegido presidente de Venezuela.
La similitud de la
situación de ambos países viene dada porque en Chile, a partir del 18 de
octubre de 2019 -al igual que en Venezuela durante el “caracazo” - el país se
vio estremecido por un gran movimiento popular de repudio al sistema neoliberal
continuador de la dictadura cívico militar. La protesta masiva fue expresión
del sentir de un pueblo cansado tras 30 años de exclusión y depauperación, en
particular de los sectores más humildes de la población. La respuesta del
presidente Piñera –al igual que la de Carlos Andrés Pérez treinta años atrás-
fue una brutal represión con el agravante de que aportó una nueva técnica consistente
en que las fuerzas policiales disparaban a los ojos para dejar ciegos a los
manifestantes, exponiendo así un novedoso atributo de la democracia
representativa.
Vale decir que las
balas lograron quitarle la visión física a los manifestantes heridos en sus
ojos, pero no pudieron afectar la visión política, el espíritu de lucha y el
alma pura de la mayoría, como lo demuestra la senadora Fabiola Campillai Rojas elegida con la primera mayoría en
Santiago, quien perdió la vista por la represión asesina de Piñera y la
democracia representativa. .
Cuando las protestas
estaban en el cénit y Piñera tambaleaba y cuando el pueblo había decidido
llevar adelante su movimiento hasta las últimas consecuencias ante la
“inactividad, pasividad y complicidad de los políticos”, cual Rafael Caldera
del siglo XXI, apareció Gabriel Boric, como ave fénix a salvar a su colega de
profesión Sebastián Piñera de la misma manera que éste -en salvaguarda de la
democracia representativa- había corrido a Londres a expresar su apoyo a
Pinochet que se encontraba detenido por violaciones a los derechos humanos
durante la dictadura. Así un “salvador” salvó a otro “salvador”.
El pacto de las élites
políticas del 15 de noviembre de 2019, paralizó en buena medida la protesta y
Gabriel Boric emergió como el protagonista principal de la salvación del
sistema para que dos años después –igual que Caldera- pudiera ser elegido
presidente o al menos, ser fuerte candidato a serlo cuando escribo estas
líneas.
En 1994, Caldera fue
considerado el “mal menor” ante lo que se estimaba la irrupción neoliberal en
Venezuela. Una gran cantidad de fuerzas concurrieron a apoyarlo, incluyendo el
partido comunista (PCV) en contra del candidato que en ese momento representaba
a la izquierda. Así, se constituyó el “chiripero”[1],
los comunistas por primera vez fueron gobierno desde el inicio de la democracia
representativa en 1958. Un ex guerrillero, Teodoro Petkoff, (cual Carlos
Ominami cualquiera) ultra izquierdista devenido neoliberal, se transformó en
ministro de Planificación, privatizando todo lo privatizable, incluyendo la
compañía venezolana de aviación (VIASA) quedando desempleados todos los
trabajadores menos uno: el hijo de Petkoff.
Así, la izquierda “chiripera”
devino neoliberal y privatizadora, a tal punto que el PCV se vio obligado a
abandonar el gobierno tras el “engaño” de Caldera que hizo lo opuesto a lo que
se había acordado, a fin de poner distancia con el gobierno de Carlos Andrés
Pérez. Al contrario, la administración de Caldera fue de profunda continuidad
neoliberal.
Yo no voté por Caldera,
no acepté el “mal menor” y preferí esperar una mejor situación en un momento en
que el comandante Chávez y sus compañeros aún estaban en prisión. Chávez salió
de la cárcel en 1994 y se lanzó por los caminos de Venezuela a exponer su
proyecto de país. El “caracazo” de 1989 que había tenido prolongación en 1992, había
parido un nuevo líder.
En la campaña electoral
de 1998, Chávez llamó a los venezolanos y venezolanas a participar para construir
un país distinto a partir de la aprobación de una nueva Constitución que debía
ser redactada por genuinos representantes del pueblo y avalada por éste en
referéndum constituyente. El pueblo creyó en Chávez y lo eligió presidente con
56,5% de los votos. Éste había recobrado valor, Chávez lo rescató y le dio toda
la significancia que debe tener en una democracia verdadera. Por eso, en
Venezuela la democracia, además de representativa, es participativa y goza del
protagonismo del pueblo por mandato de la Constitución que se habría de aprobar
el 15 de diciembre de 1999. Por supuesto que el proceso es imperfecto, tiene
muchos problemas porque es un modelo en construcción bajo el incesante asedio,
intervención e injerencia de los poderes imperiales estadounidenses y europeos.
Pero en 1998 valió la
pena no haberse rendido al “mal menor” de 1994. Ese mismo engaño le ha costado
a Chile 32 años de continuidad dictatorial a los que se podrían sumar otros
custro, si es que la Convención Constitucional no le pone coto, al menos en
parte. El “mal menor” es el que llevó a Biden a la presidencia de Estados
Unidos y todos hemos visto los resultados. No dudo que para el pueblo
estadounidense los demócratas significan una expectativa distinta a la que
generan los republicanos. De la misma manera, no pongo en tela de juicio que
para el pueblo chileno, Boric ofrece una opción distinta a Kast. Pero en cuanto
a política exterior, los dos prometen lo mismo: seguir manteniendo a Chile como
aliado privilegiado de Estados Unidos en particular en sus intentos de
derrocamiento de los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Tanto Boric como
Kast –por igual- caracterizan a sus gobiernos como dictaduras.
El “mal menor” chileno
para Venezuela se ha extendido a los organismos internacionales. La señora
Bachelet, expresión superlativa de ese “mal menor” sigue siendo expresión de la
política imperial a partir de informes sesgados sobre el país que retransmiten
las políticas diseñadas en Washington y qe ella acata a plenitud.
Soy chileno y
venezolano. Respeto sinceramente a todos mis amigos que en Chile van a votar
por Boric, pero yo vivo en Venezuela, no puedo votar por alguien que se ha
asumido como enemigo del país y que propugna el derrocamiento de su gobierno.
Tengo que pensar en el país, pero sobre todo en el futuro de mi familia y de mi
hijo.
El entorno
concertacionista de socialistas, pepedes y demócrata cristianos que se han
acercado recientemente a Boric para construir su política, augura un nuevo
Petkoff conduciendo la economía. Marginarán al PC hasta que este se vea
obligado -si son consecuentes con su historia- a abandonar el gobierno. Sólo es
deseable que con Boric, a los comunistas no les ocurra lo mismo que con González
Videla durante la década de los 40 del siglo pasado, a quien ayudaron a elegir
y que una vez en el gobierno, los persiguió, relegó y reprimió.
Por lo pronto, es
deseable también que la Convención Constitucional, a pesar de no ser
constituyente sea capaz de generar una nueva institucionalidad que barra con la
actual, heredada de la dictadura y que los chilenos tengan una nueva opción en
la que no estén obligados a optar por el mal menor. Tengo plena confianza en
que la sabiduría popular hará emerger otro liderazgo que traiga un nuevo
presidente/a que sí sea fiel representante de sus intereses.
Mientras ese momento
llegue, en este 2021 en Chile, como en 1993 en Venezuela, no votaré. Esperaré
que Chile tenga también un luminoso 1998 que permita “abrir las grandes
alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor” como
dijera el presidente Allende, el único verdadero Salvador que ha tenido Chile
en su historia reciente.
Twitter: @sergioro0701
[1] En Venezuela, la chiripa es una pequeña cucaracha. La referencia a
chiripero dice relación con pequeños grupos que se unieron para apoyar a
Caldera.
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