“La
alternativa de la Humanidad, el
nuevo orden mundial, de las piedras guías de Georgia 1980. Donald Trump Führer
: America (USA) First”
El eje del desolador panorama de la situación mundial está signado por
la llegada de Donald Trump al régimen de Estados Unidos. De solo pensar que si
hubiera sido Hillary Clinton, la presidenta del país más poderoso del mundo, la
situación hubiera sido mucho peor resulta espeluznante y aterrador. Pero, esa
es hoy la realidad de un sistema político que ha tenido un corrimiento hacia
posiciones ultra reaccionarias como nunca antes en la historia, llevándose como
un huracán no sólo aquellos que desde el partido republicano profesan la fe más
conservadora, también a los demócratas que en el léxico de Estados Unidos son
considerados como liberales.
La conducción política de Estados Unidos hoy asume, -en los hechos-un pensamiento claramente fascista, que solo tiene parangón ideológico en la historia, durante los prolegómenos de la segunda guerra mundial, cuando Adolfo Hitler llegó al poder en Alemania. Sin embargo, los epígonos más acuciosos de la realidad interna de Estados Unidos afirman que esta situación no se está produciendo gracias a Donald Trump, sino a pesar de Donald Trump.
Esta afirmación que
a primera vista podría causar hilaridad y sorpresa, se explica por la razón de
que en los hechos no es Trump quien administra, sino que son aquellos que
ostentan el poder real, los que están aprovechando una situación ideal
producida por la ignorancia, la idiotez y la mentalidad troglodita del
presidente estadounidense, todo lo cual en cual crea condiciones óptimas para
la imposición de una política reaccionaria guerrerista, amenazante, belicista e
intervencionista del poder real, ese que manda desde las sombras.
En el trasfondo, lo
que impera es el aparato globalizador que tiene en Estados Unidos a su eje, el
cual llegó al poder con el régimen de Obama y se mantiene aún hoy con Trump.
Éste, pensó combatirlo a partir del desarrollo de una política de
"nacionalismo económico” que proponía que la maximización de ganancias
para las grandes empresas de Estados Unidos iba a ser el motor de la
dinamización económica del país en crisis desde 2008.
Para ello, se
debería disminuir la presencia militar de Estados Unidos en el planeta y mermar
la actitud intervencionista no sólo en términos políticos, también en los
económicos. En sus semanas iniciales del régimen, Trump quiso aplicar su
programa de gobierno “Estados Unidos primero”, para lo cual era básico
disminuir y eliminar la confrontación con Rusia y hacer asumir a la OTAN parte
de los gastos de guerra pero de inmediato sufrió el efecto demoledor del
conjunto del aparato formado por Wall Street, poder financiero), el Pentágono y
las agencias de inteligencia (poder militar, de seguridad y espionaje) y las
grandes transnacionales de la comunicación (poder mediático), las que actuando
como un todo, hicieron capitular al presidente de Estados Unidos en solo seis
meses, por lo que a éste no le quedó otra opción, que actuando como el gran
bufón que es, sumarse al poder real que encarna en los hechos, el Secretario de
Defensa; James Mattis. Esto ha tenido variadas repercusiones, pero en lo que
más incumbe a América Latina y el Caribe, ha producido lo que James Petras
denomina “la militarización de la política exterior de Estados Unidos”, cuyos
efectos ya hemos comenzado a sufrir.
Esta política es
básica para soportar económicamente al país. ¿Cómo funciona? A través del
incremento del gasto militar que para el año fiscal 2018 que comienza el
próximo 1° de octubre se elevó a 692 mil millones de dólares, sin contar el
presupuesto de las agencias de inteligencia que no se incluyen en este rubro y
que hace que la cifra supere con creces el billón de dólares. El gasto militar
tiene una doble función: por una parte es la base del desarrollo de la maldita
guerra como instrumento de dominación, pero, por otra, se transforma en una
original forma de reactivar la economía. Cuando a partir de 1945, en la carrera
armamentista, ingresó el componente atómico, las cifras de la industria militar
superaron con creces a las de la economía de la mayor cantidad de países del
mundo. La posibilidad de destruir el planeta (o un país como ha amenazado Trump
refiriéndose recientemente a la República Popular Democrática de Corea), se
transformó en el instrumento de chantaje más poderoso del mundo. Esa es la
explicación de que el fin de la guerra fría no produjo una reducción en la
producción de armas nucleares, por el contrario, un incremento.
En el meollo de
este fenómeno está el hecho de que en el contexto de la economía global, las
guerras y las armas necesarias para desatarlas, son la mejor mercancía en
términos de acumulación de ganancias y riquezas para la sociedad capitalista.
Se produce además, un círculo vicioso: el incremento del gasto militar
garantiza la hegemonía global y viceversa. Así mismo, algunos objetivos
colaterales que se logran son la garantía de la solvencia económica para las
grandes empresas y la justificación para una gran inversión en ciencia y
tecnología por parte de los gobiernos (incluyendo la espacial), en beneficio de
las empresas, pero que solo sirven para el desarrollo de armamento aún más
sofisticado. A los medios mediáticos de comunicación y al cine le cabe el papel
de construir imágenes falsificadas de enemigos “que vienen de afuera”, y con
ello quiméricos héroes individuales o institucionales que salvan a Estados
Unidos de “los malos”, los cuáles generalmente son negros, indígenas, latinos,
asiáticos o musulmanes. Son oportunamente recompensadas con gigantescos
contratos de publicidad y la prioridad en la concesión de los espacios radio
electrónico para incrementar sus negocios y su ganancia, así mismo, están
liberados de transmitir la verdad, o dicho de otra manera, están exentos de
responsabilidad ética o incuso penal.
Pero, no todo está
perdido, a diferencia de lo que ocurrió en Libia, cuando inocentemente, Rusia y
China le dejaron las manos libres a la OTAN para producir la brutal
intervención militar que condujo al asesinato de Gadafi, por el control de la
producción petrolera por parte de las empresas multinacionales, el
desmembramiento del país, el despliegue de los odios tribales, la destrucción
de su sociedad y la virtual desaparición del Estado, hoy, las dos potencias han
decidido asumir su responsabilidad con la Humanidad, evitando con su accionar
diplomático e impidiendo, en el caso de Rusia, a través del despliegue de sus
fuerzas militares en Siria que los planes imperiales de Estados Unidos puedan
ejecutarse a su libre albedrío. Mientras eso siga aconteciendo y la posibilidad
de mantener el equilibrio sea una realidad, el mundo puede respirar con un
poquito de confianza
No obstante, el
peligro es permanente, es constante, es acosador, la militarización de la
política exterior de Estados Unidos y la presencia de un presidente débil desde
el punto de vista político e inestable sicológicamente, dominado por las
corporaciones (lo cual no es una novedad) y por las agencias del aparato de
poder (lo cual si es novedoso), que actúan a partir de criterios propios, en un
país donde el poder se ha hecho difuso y las decisiones ya no se toman
centralizadamente, sino que cualquiera mando medio tiene acceso a la llave que
puede iniciar el primer ataque, como ocurrió cuando se hizo estallar “la madre
de todas las bombas” en Afganistán, o como se hizo patente cuando Trump informó
que los portaviones se dirigían a Corea, cuando en realidad el Pentágono los
había enviado a Australia, da cuenta del momento más alarmante y oscuro que el
planeta haya vivido desde la crisis de los misiles de 1962.
Se ha hecho común
decir que “estamos en manos de un loco”, es peor que eso, estamos en un momento
en que la crisis del capitalismo salvaje globalizado, expresada en la debilidad
de Estados Unidos, que se manifiesta en la languidez de su moneda, el ascenso
económico de China, la fortaleza y entereza de Rusia en la defensa de sus
intereses y el desmoronamiento del aparato del poder imperial, que ya no sabe
actuar como un todo único, nos hace vivir tiempos de extrema tensión, o dicho
en otras palabras, el riesgo que significa una bestia herida lanzando zarpazos,
obliga a los seres humanos: mujeres y hombres de buena voluntad a resistir, seguir
construyendo, hacer que, a pesar de todo, este mundo pueda ser mejor, sobre
todo para los excluidos, haciendo el mayor esfuerzo para evitar la imposición
imperial, que pretende el avasallamiento a través de la fuerza y la violencia,
para aplicar sin impedimentos su lógica de guerra y de muerte.
“Si quieres la paz,
prepárate para la guerra. Una guerra nuclear que no tendrá un ganador, sino un
solo perdedor: La Humanidad…”
Lo subrayado es nuestro.
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