El
obstruccionismo democrático
Por Prof. Juan
Pablo Cárdenas Squella/escritor, periodista y analista internacional:
Es
muy corriente en todo el mundo que los gobiernos se quejen del obstruccionismo
que practican los parlamentos respecto de las iniciativas del Ejecutivo. Las
oposiciones no quieren, por lo general, el éxito de quienes están gobernando,
al grado que son capaces, incluso, de bloquear aquellos cambios que a todas
luces signifiquen un progreso para la población.
En general, esto es posible por la situación de empate
popular entre las expresiones políticas que gobiernan y las de sus adversarios.
No ocurre cuando un mandatario cuenta con un masivo apoyo ciudadano y los
gobiernos se imponen apelar constantemente al pueblo para demandar su apoyo. Es
decir, mucho tiene que ver esto con el liderazgo, la autoridad moral y, por
cierto, la concordancia de sus programas con los intereses sociales.
Siempre se anota que el presidente Salvador Allende fue
capaz de nacionalizar el cobre por la unanimidad de un Parlamento que le era
muy hostil como que, a corto andar, la mayoría de los legisladores terminaron
alentando el Golpe Militar que lo derrocó y asesino.
Habría sido imposible que una demanda soberana tan arraigada
en un pueblo activo y movilizado hubiera sido rechazada por los diputados y
senadores. Simplemente, estos no se atrevieron y buscaron el camino de la
sedición para terminar con los cambios que se proponía La Moneda.
Cuestión que ya no sería necesario por la rápida conversión
neoliberal de nuestras autoridades supuestamente vanguardistas o de izquierda.
En Europa hemos observado alianzas repugnantes entre
partidos ideológica e históricamente adversarios a objeto de compartir el
poder, repartiéndose ministerios e instituciones públicas para, en definitiva,
morigerar los objetivos planteados por los que se habían impuesto en las
elecciones.
Alemania fue una patética expresión de esto, en que
democratacristianos y socialdemócratas terminaron cogobernando y consolidándose
como una clase política en que su principal objetivo es la mantención en el
poder.
Dígase lo que se
quiera del expresidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, pero lo que
parece indiscutible es que en el ejercicio del poder acrecentó su apoyo popular
y fue capaz de lograr profundas reformas (como la judicial) una vez que el
parlamento le fue mayoritario. Lo que se explica en su perseverancia, pero
mucho en su relación cotidiana con el pueblo, sumando voluntades que finalmente
se impusieron contra el obstruccionismo de sus detractores de derecha que,
desde luego, hacían todo lo posible por desbaratar el cumplimiento de su
Programa.
Un liderazgo nada de
vociferante, pero muy efectivo si se considera su costumbre de iniciar el día
con una rueda de prensa y hacer sus planteamientos al pueblo a través de los
medios de comunicación. Al grado que culminó su administración con un
enorme apoyo entre los más de cien millones de mexicanos que decidieron darle
continuidad a sus propuestas con la elección de Claudia Sheimbaum, la primera
mujer en llegar a la Presidencia de este país.
¡Cuánto se dijo que
los audaces propósitos de su Partido Morena serían imposibles al lado de los
Estados Unidos y la influencia de las poderosas empresas nacionales y
transnacionales asentadas en todo el territorio!
No es lo que acontece con la suerte de Lula, en Brasil, por
ejemplo, donde la reconstitución del Bolsonarismo amenaza cada día más el
programa del Partido de los Trabajadores que, pese a su nombre, la verdad es
que concita un modesto apoyo ciudadano. Por el contrario, ya se ve como el
presidente argentino es capaz de alcanzar objetivos que son claramente
contrarios al interés nacional, las centrales sindicales y los poderes
fácticos. El éxito, hasta aquí, de Javier Milei, se debe al liderazgo que
concitó a propósito de denunciar tenazmente la podredumbre de la política y el
descalabro económico ocasionado por la administración de Alberto Fernández.
Hasta febril en sus propuestas, el mandatario argentino ha
hecho frente con éxito a un parlamento muy adverso, como al boicot callejero de
las entidades peronistas. Aunque en su deschavetada acción arriesgue la
posibilidad de perder el enorme poder que obtuvo, lo que podría explicarse en
su egolatría y, por cierto, débil o inexistente vocación democrática. Lo que lo
ha llevado aplaudir a Trump y destituir a su ministro de Relaciones Exteriores
por oponerse al bloqueo estadounidense a Cuba, una sanción repudiada
casi por el mundo entero. Para colmo, ahora, se echa encima a los estudiantes y
a quienes ya sospechan que su genuina voluntad es la de privatizarlo todo y
consolidar un capitalismo todavía más extremo que el de su vecino Chile.
Condenando, también a su país, a la inversión extranjera y el abuso de las
empresas transnacionales.
Se podría hacer una lista de otros gobernantes que, en aras
de programas que logran encantar a los ciudadanos, muy rápidamente renuncian
después a sus promesas y sucumben a la corrupción, el peor flagelo de la
política regional.
Escándalos transversales como el de Lava Jato, sumado a
otros graves y bullados episodios a nivel nacional, comprometen a múltiples
dirigentes políticos y partidos del continente, haciendo imposible que los
mandatarios se propongan gobernar con el pueblo y para el pueblo.
Lo subrayado
interpolado es nuestro.
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