El encuentro de Bolívar y San Martín en Guayaquil. Pilar fundacional de la integración latinoamericana.
Por Sergio Rodríguez
Gelfenstein, escritor y analista internacional /Addhee.ong
Si
usáramos términos modernos, tendríamos que decir que este 26 y 27 de julio se
ha conmemorado lo que podría
considerarse la reunión Cumbre más importante de la historia de América Latina:
la que convocó al general libertador José de San Martín Matorras, el Libertador
del sur y a nuestro Libertador y Padre de la Patria, Simón Bolívar Palacios y
Blanco.
Sin
duda estamos ante un acontecimiento de la mayor relevancia no sólo por lo que
significó en el momento de su realización, sino que –y sobre todo- por la proyección
que este hecho ha tenido a lo largo de la historia.
Si
revisamos los textos referidos al acontecimiento y escritos a través del tiempo
descubriremos que el eje fundamental del relato –en el que no hubo testigos
directos- versa sobre las diferencias en el pensamiento y las ideas que tenían
San Martín y Bolívar. Mirándolo en perspectiva histórica, hoy, ubicados en el
siglo XXI, en medio de una situación de conflictividad regional y global
extrema, ¿cree alguien en su sano juicio, que eso es lo más importante a
resaltar en el momento de recordar este acontecimiento?
Aunque
tal vez alguien me pueda acusar de estar especulando, no tengo la más mínima
duda que tras leer los documentos con que se cuenta para analizar y estudiar el
Encuentro de Guayaquil que arriba a su fecha bicentenaria se puede afirmar con
plena convicción que San Martín y Bolívar hicieron de la contradicción el instrumento catalizador para avanzar en
aquello en lo que sí estaban de acuerdo y por lo que entregaron lo mejor de sus
gloriosas vidas: la independencia y la libertad de la América española.
Es válido decir que Bolívar y San Martín llegaban al encuentro en
condiciones totalmente distintas y hasta opuestas. Esta circunstancia -de
alguna manera- influyó en el ánimo con que los Libertadores acudieron a la
entrevista y modeló los resultados de la misma.
El 13 de julio, solo unos días antes, San Martín le había escrito a
Bolívar para informarle que recibiría gustoso el auxilio que le había ofrecido
para concretar la independencia del Perú y le hace saber que navegaría hasta
Guayaquil para encontrarse con él en Quito. No sabía que el caraqueño se
hallaba en el puerto desde hacía dos días atrás, tampoco conocía los
movimientos que se habían producido en la ciudad durante las últimas jornadas.
La llegada de San Martín a Guayaquil fue sorpresiva para Bolívar. Sólo lo supo
cuando la goleta Macedonia, que transportaba a San Martín desde El Callao había
entrado por la boca del río Guayas, navegando contra la corriente y había
echado anclas en la isla de Puná.
En la cubierta de la nave, San Martín se desplazaba inquieto de
babor a estribor. En la medida que se acercaba a tierra firme, la incertidumbre
y la preocupación iban en aumento sin aún tener una explicación cierta del
sentimiento que lo acompañaba, tal vez fuera por la presión que le significaba
regresar a Lima con las manos vacías sin cumplir el objetivo propuesto, pero
también estaba conmovido por la proximidad de su encuentro con el Libertador de
nuestra América latina de quien había escuchado tantas diatribas, cuya certeza
o falsedad podría comprobar ahora.
No
podía saber que estaba a solo unas horas de que se desataran acontecimientos
que a pesar de que se desarrollarían en un plazo no mayor de 20 horas, habrían
de originar disimiles opiniones e interpretaciones que oscilan en un amplio
espectro que va desde el mito y la leyenda hasta la más pura elucubración.
He aquí que los historiadores de
la derrota y el conflicto ponen como esencia del encuentro las desaveniencias
propias de seres humanos distintos, con origen diferente, pasado disparejo y
que –como se ha dicho antes- acudían al encuentro en desigualdad de
condiciones. Es verdad que Bolívar
dio por “solucionado” el asunto de Guayaquil con la ocupación de la ciudad por
parte del ejército de Colombia, pero eso no oscurece ante la historia el
encuentro y conversación fraterna entre los dos seres humanos más grandes
nacidos en toda la historia de esta región del mundo.
Vale decir que la decisión en torno a Guayaquil
fue tomada por Bolívar por la preocupación que le generaba la debilidad
política de San Martín, quien podía estar influido por los intereses de la
aristocracia limeña muy proclive a España y que se había acercado a la
independencia por interés, no por pensamiento. Ello era premonitorio de
conflictos e inestabilidad, rasgo característico del Perú, desde entonces y
hasta ahora, 200 años después cuando una vez más la oligarquía que otea la
pérdida de sus intereses, apuesta al desequilibrio, la inseguridad y el caos.
Las preocupaciones de Bolívar iban mucho más allá
del debate por el status de Guayaquil y los avatares que pudieran generarse a
partir de las contradicciones internas que aquejaban a la provincia. Al igual
que San Martín, aunque desde una ubicación diferente, el Libertador miraba
estos acontecimientos en una perspectiva regional totalizante de cara a la
independencia de nuestra América Latina.
A partir del momento final del encuentro cumbre
entre los dos grandes Libertadores de América, lo que la historia ha recogido
entra en el terreno de las interpretaciones y también de las elucubraciones.
Ambas pueden haber sido hechas a partir de la mala voluntad o de la buena
elucidación en torno a la observación de los acontecimientos que sólo pueden
provenir de los escritos y comentarios posteriores de los protagonistas. Y en
esta materia, al recurrir a los historiadores, se encuentra una amplia gama de
opiniones que apuntan a un espacio tan grande que va desde la absoluta
contradicción y el fuerte enfrentamiento retórico entre San Martín y Bolívar
hasta el de un sano intercambio productiva en el que se pusieron de lado las
conocidas y aceptadas diferencias para centrar el debate en lo que los unía,
que era la necesidad de completar la independencia.
Ríos de tinta se han vertido para argumentar en
una y otra dirección. En ambos casos, sustantivos fundamentos dan pie para
sostener cada posición. En esta instancia, lo beneficioso es extraer lo
positivo del encuentro a fin de entregarlo como sustento para que las nuevas
generaciones reciban el influjo que estos dos grandes seres humanos nos legaron.
Tras la lectura de algunos trabajos sobre el tema,
inspirados en una vocación exclusivamente sanmartiniana desde Argentina y otra,
bolivariana desde Venezuela, ambas dotadas de una fuerte mirada purista sobre
la actuación de los dos Libertadores, considero que unas y otras entregan
visiones poco útiles para valorar en justa dimensión el encuentro. Desde ambos
lados se adivinan intereses de corte nacionalista que pretenden buscar verdades
absolutas en la actuación de uno y otro libertador. La verdad es que en ellos,
a todas luces, primó un espíritu de Patria Grande que estaba por encima de las
evidentes diferencias existentes. Concluir con la diferencia y no con la
convergencia, es propio de mentes pequeñas que no alcanzan a comprender el
servicio que hicieron y la obra que entregaron Bolívar y San Martín a todos los
iberoamericanos.
No existen posibilidades reales de hacer un
estudio pormenorizado de este hecho: las fuentes de información son múltiples y
disimiles las conclusiones obtenidas. Tratar de obtener con exactitud los
linderos entre lo verdadero y objetivo en relación con lo falso y ficticio, es
decir, con aquello imaginado a partir de la subjetividad humana, es tarea de lo
sumo difícil.
Por otro lado, sacar los hechos de contexto y de
las circunstancias en que les tocó vivir y actuar a los Libertadores no aporta
mucho a la dilucidación del acontecimiento. Desde este punto de vista, vale
hacerse cargo de los documentos originales, es decir de las fuentes directas
para que cada quien saque sus propias conclusiones.
En este sentido, es imperativo analizar el informe
que el teniente coronel José Gabriel Pérez, secretario de Bolívar, por
instrucciones de éste, envió al secretario de relaciones exteriores de Colombia
Pedro Gual el 29 de julio de 1822, dos días después de la segunda reunión entre
los Libertadores. Sólo este documento y las cartas de Bolívar a Sucre y a
Santander del mismo día, pueden aportar una idea real acerca de la opinión del
Libertador sobre el encuentro.
Desde la perspectiva de San Martín, únicamente
parecen tener validez las misivas de puño y letra que el Protector remitió al
general Miller el 19 de abril de 1827 y la que dirigiera al mariscal peruano
Ramón Castilla el 11 de septiembre de 1849
Queriendo hacer un resumen de la entrevista se
puede concluir que las diferencias entre Bolívar y San Martín estuvieron
circunscritas a dos aspectos:
1. Desde el punto de vista político, Bolívar era un
republicano convencido mientras que San Martín pensaba que un sistema de
monarquía constitucional podía garantizar estabilidad y unidad en el contexto
de las nuevas naciones que estaban emergiendo.
2. Desde el punto de vista militar, Bolívar no coincidió
con San Martín en el plan de operaciones para el Perú. El Protector opinaba que había que dividir el
ejército para atacar en dos direcciones, una desde Lima hacia el este en la
sierra de Junín, otra desde la costa sur entre Arequipa y Tarapacá hacia el
norte y noreste. El Libertador era de la idea de que se debían concentrar las
fuerzas patriotas y atacar en una sola dirección al ejército español.
Así mismo, coincidieron en la mayoría de los
aspectos tratados. Entre ellos vale resaltar:
1. La amistad mutua entre los dos Libertadores y las
repúblicas que dirigían.
2. La voluntad de trazar una delimitación fronteriza
ventajosa para ambas partes.
3. La aceptación del status de Guayaquil bajo
soberanía colombiana.
4. El acuerdo para avanzar hacia una federación absoluta
y completa, aunque fuera solo entre Perú y Colombia, con sede en Guayaquil.
5. Una negociación mancomunada con España.
6. Instar a Chile y Buenos Aires a incorporarse a la
federación.
7. Intercambiar guarniciones de los ejércitos para
que hubiera unidades militares de una república en el territorio de la otra y
viceversa.
Al revisar estas fuentes directas, se puede
concluir que fueron muchos más los puntos de acuerdo que las desavenencias
entre los Libertadores. Aún más, ninguna de las diferencias tuvo importancia en
el curso posterior de la guerra ni de los acontecimientos políticos que habrían
de signar el futuro de la América hispana. En elementos más sustanciales –que
no fueron sujeto de debate en Guayaquil- pero que habrían de tener fundamental
importancia para el devenir de las nacientes repúblicas, los dos Libertadores
eran exponentes de un pensamiento muy avanzado para su época.
Nadie puede dudar de que ambos eran poseedores de un pensamiento
que apuntaba no sólo a la independencia política, también fueron capaces de
descubrir con claridad meridiana los retos que afrontarían las repúblicas americanas
en su devenir económico ante una Europa y un Estados Unidos que ya mostraban su
voracidad y apetencia por las grandes riquezas y el enorme potencial productivo
de América.
Siendo la economía “la sustancia”
de la gestión gubernamental en cuanto a la búsqueda de la felicidad y la solución
de los problemas más acuciantes de los pueblos, es imperativo resaltar el
pensamiento de ambos Libertadores como elemento esencial de una cercanía
conceptual y práctica que de habérsele permitido, también la hubieran puesto al
servicio de los pueblos de la América meridional, de la misma manera que lo
hicieron con sus espadas en los campos de batalla.
Su encuentro en Guayaquil se inscribe como uno de
los más grandes acontecimientos en la historia de las relaciones
internacionales del continente. Han pasado doscientos años y ni el tiempo ni la
distancia pueden obnubilar la grandeza de tal evento. Debieron superar grandes
obstáculos para llegar hasta ahí, ambos hicieron gala de una perseverancia a
toda prueba, de una inaudita fuerza de voluntad y convicción para enfrentar y
vencer cualquier tipo de inconvenientes que se les presentaron en su
extraordinario esfuerzo para lograr la libertad y la independencia obtenida dos
años después en los campos de Ayacucho, en un hecho que los llenó de gloria a
pesar que ninguno de los dos participó directamente en esta batalla que
consagraría definitivamente la victoria patriota por la que dieron lo mejor de
sus admirables vidas sembrando con ello, la identidad de una América que
inexorablemente debe avanzar hacia su integración.
Lo subrayado/interpolado es nuestro.
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