El “mal menor”, la “izquierda cobarde” y algo más…
Escritor,
analista internacional/ Addhee. Ong
Frente
a la realidad que se vivía, cuando se había derrocado la monarquía para instaurar
un sistema político republicano, aquellos que se ubicaban a la derecha se
proponían salvaguardar los intereses de la nobleza y el clero, mientras que sus
antagonistas propugnaban ideas liberales y democráticas que se vinculaban a un
republicanismo que defendía mayor igualdad y fraternidad entre y para los
ciudadanos.
La
noción de la existencia de una izquierda y una derecha como elementos
aglutinadores de las ideas políticas se comenzó a dispersar fuera de Francia ya
en el siglo XIX, primero hacia Europa y después al resto del mundo. En ese
tiempo (cuarta década del siglo XIX) se comenzó a hablar de socialismo. Marx
nació en 1818 y en 1848 se publicó el Manifiesto Comunista en que establece de
manera precisa las diferencias entre socialismo y comunismo, aunque ya en 1847
en el Programa de la Liga de los Comunistas, antecesor del Manifiesto, Federico
Engels se había referido al tema.
A
la luz de los hechos actuales, resulta interesante recordar que Engels
estableció que existían tres tipos de socialistas: los primeros, a los que
denomina “socialistas reaccionarios”, eran partidarios de la sociedad feudal y
patriarcal manifestando una “fingida
compasión por la miseria del proletariado” al mismo tiempo que vierten “amargas
lágrimas […] con tal motivo”
La segunda categoría estaba constituida por los
seguidores de la sociedad burguesa, cuyos males “necesariamente provocados por
ésta inspiran temores en cuanto a la existencia de la misma”. Por tanto, se proponían
mantener dicha estructura política, aunque eliminando sus calamidades, es decir
-según Engels- en realidad lo que se planteaban era “simple beneficencia”.
Por último, un tercer grupo es aquel formado por
aquellos autodenominados “socialistas democráticos” que no apostaban por una
transformación revolucionaria de la sociedad y el Estado ni por acabar con la
miseria y las desventuras de la sociedad burguesa, a pesar de que muchos de
ellos eran proletarios incapaces de ver con claridad las circunstancias de su
propia liberación.
En estas condiciones,
sin abandonar la discusión y la crítica en torno a las discrepancias, Engels
opinó que era tarea de los revolucionarios, entenderse con los que se tuviera
algún punto en común, en el momento de las acciones “siempre que estos
socialistas no se pongan al servicio de la burguesía dominante…”.
El desarrollo de la
sociedad y las luchas populares a través de los últimos siglos estableció una
similitud engañosa entre ser de izquierda y sostener ideas socialistas. Este
hecho ha provocado tal confusión que ha llegado incluso a transformarse en
condición paralizante del accionar de las organizaciones y partidos
revolucionarios. El incorrecto análisis y utilización de las categorías
“correlación de fuerzas” y “existencia de una situación revolucionaria”, se ha
prestado para el descabezamiento y letargo del movimiento popular. En los casos
recientes de Chile y Colombia han sido fuerzas de “izquierda” las que han jugado
el papel más relevante en la paralización de las luchas sociales de vanguardia.
Por otra parte, en el
mundo de hoy, en el que la hegemonía neoliberal /capitalistase ha extendido con
la firme pretensión de ostentar el “fin de las ideologías” como expresión del
fin de la lucha de clases, estas ideas deben estudiarse en su necesaria
dimensión para ser adaptadas a las condiciones actuales como instrumento de
lucha que no ha perdido vigencia.
La ideología es
inseparable de la lucha de clases, por ello la intención de la intelectualidad
al servicio del imperio de definirlas como una antigüedad que debe ser colocada
en un museo. La idea posmoderna ha intentado hacer suponer que el socialismo
perdió toda vigencia, a fin de facilitar la imposición de un pensamiento
ambiguo, vacilante e incapaz de conducir a la toma de decisiones en favor del
pueblo y a dar fortaleza para vencer las adversidades a partir de la toma de
conciencia y la creación de un necesario liderazgo revolucionario.
Ello ha hecho surgir los
conceptos de “hacer política en la medida de lo posible” y conformarse con el
“mal menor” como vía de renuncia a la construcción de la opción revolucionaria sobre
la base de una supuesta imposibilidad que emana de condiciones objetivas
adversas que impiden cualquier avance en ese sentido. Se rechaza de esta
manera, que las condiciones subjetivas que existen y otras que deben ser
creadas, son el fundamento que permite transformar esa situación objetiva
desfavorable. He ahí la diferencia entre un tipo de socialista y otro.
Parafraseando a Engels,
podríamos decir que hoy, en general en el mundo, pero sobre todo en América,
existen tres tipos de izquierda. La primera es la revolucionaria que jamás ha
arriado las banderas del socialismo. Su resistencia le ha valido los más duros
embates del imperialismo y las fuerzas neoliberales porque adivinan en ella la
fuerza a vencer, toda vez que su voluntad indoblegable de lucha señala un
camino a seguir. Si existe izquierda en América Latina hoy, es gracias a que
estos sectores liderados por los pueblos de Cuba, Nicaragua y Venezuela han
tenido la tenacidad, entereza e intransigencia para enfrentarse a las
adversidades a pesar de los grandes riesgos y limitaciones que ello ha significado.
Una segunda izquierda,
acomodaticia, se esmera por descubrir las “cosas positivas” de la sociedad de
clases, mientras medra de ella a fin de “buscar un lugar en su parnaso” y
conseguir “un rinconcito en sus altares” a decir de Silvio. Se conforman con el
“mal menor” mientras conducen a los trabajadores y a los pueblos a la
rendición, o cuando menos a una posición subordinada en la lucha contra sus
enemigos. Es una izquierda social demócrata, “izquierda cobarde” la llamó el
presidente Maduro.
Tal vez más diáfana sea
la definición que recientemente ha hecho el ex candidato presidencial francés
Jean Luc Mélenchon cuando al referirse al presidente argentino se preguntó si
la izquierda debería seguir eligiendo a “un moderado que no asusta a nadie como
el presidente Fernández de Argentina que pasa su tiempo haciendo concesiones y
cede en los esencial”.
En esta categoría se
inscribe también la socialista Michelle Bachelet, que se ha arrogado ser de
“extremo centro”, para no asumir responsabilidades, no correr riesgos,
transitando de forma cobarde y mediocre por la vida solo con la vista puesta en
obtener los premios que Washington le ha dado para servir como chupasangre en
los organismos internacionales. Tal vez sea Bachelet, el epítome de la persona
de “izquierda” que sirve a un amo imperial para lograr su bien personal.
Finalmente, existe la
“izquierda imperialista”, especialmente la estadounidense que pulula en las
entrañas del partido Demócrata, pero también la europea, incluso una que vegeta
en ciertos partidos “comunistas” y “obreros” viviendo de asumir medidas
liberales al mismo tiempo que concede migajas mientras defiende y sostiene el
ideal neoliberal. Finalmente esta posición la lleva –sobre todo en política
internacional- a subordinarse de forma perruna y vergonzosa a las órdenes
emanadas de Washington. Se disfrazan de liberales dentro de sus países e
imperialistas e intervencionistas afuera de ellos.
A pesar de esto,
aprendiendo de Engels, se debe trabajar con todos, buscando aquellos resquicios
que puedan conducir a coincidencias, sabiendo incluso que los tiempos han
cambiado y que a diferencia de lo que ocurría en el siglo XIX, es difícil que
–finalmente- estas izquierdas dubitativas “no se pongan al servicio de la
burguesía dominante…”.
Tal vez ahí resida el
arte de la política revolucionaria de estos tiempos recordando al Comandante Fidel
Castro Ruz quien dijo que: “La revolución es el arte de sumar fuerzas”.
Lo subrayado/interpolado es nuestro
No hay comentarios:
Publicar un comentario