Por Sergio Rodríguez Gelfenstein/ Escritor, comunicador social,
analista internacional /Barómetro Internacional/ADDHEE.ONG:
La exitosa ofensiva conservadora de Estados Unidos en América Latina y
el Caribe, tiende a ocultar el fracaso de su política en otras regiones del
planeta. En semanas anteriores, hemos hablado acerca de las dificultades que
han emergido tras los graves problemas que enfrenta su economía desde hace
cuatro décadas, y en fechas más recientes de los apuros que encara para
resolver la confrontación que ha iniciado contra China, los cuales en su
devenir van a causar mayor cantidad de problemas a los ciudadanos
estadounidenses que a los del país que pretende ser afectado.
En esta ocasión, intentaremos hacer una revisión de los acontecimientos
más inmediatos acaecidos en el Medio Oriente, el norte de África y las regiones
occidentales de Asia Central, conformados por una mayoría de países árabes y
musulmanes, donde Estados Unidos tampoco ha logrado imponer exitosamente su
expediente criminal/ Depredador.
Si nos atenemos a que cualquier política y cualquier guerra -que
conceptualmente es la continuación de la política- se trazan en función del
logro de objetivos estratégicos, se tendrá que concluir necesariamente que
Estados Unidos ha fracasado estrepitosamente en la consecución de los mismos.
Las invasiones a Afganistán e Irak y las amenazas contra Irán han sido
expresión de frustraciones y reveses toda vez que los objetivos no fueron
cumplidos: la revolución islámica continúa en el poder teniendo incluso los
aprestos suficientes para apuntalar el establecimiento de un gobierno aliado en
Bagdad, tras la salida de Estados Unidos de Irak.
En el caso de Afganistán, después de 18 años de guerra, 3 presidentes,
3.564 muertos de la coalición creada para combatir al talibán (entre ellos
2.428 del país estadounidense) y 20.467 heridos, además de 841 mil
millones de dólares gastados desde 2001 hasta 2018 según cifras aportadas por
el analista del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos, Anthony
Cordesman, Estados Unidos no pudo ganar la guerra y hoy se ha visto obligado a
negociar con sus enemigos el fin del conflicto. Vale decir, que,
desde otra perspectiva, Neta Crawford, codirectora del Proyecto “Costo de
Guerras” de la Universidad Brown en Rhode Island, ha calculado que el gasto
total en esta guerra ha sido de aproximadamente dos billones de dólares.
Ante el “peligro” que significaría para su política la continuidad de
las negociaciones que el Talibán y el gobierno afgano han estado realizando
bajo auspicio de Rusia, tomando en cuenta que alrededor del 60% de las
fracciones del talibán han establecido una buena relación con Irán y que esta
organización ha instalado una Oficina en Doha, capital de Catar, Estados Unidos
se ha visto obligado a cambiar el curso de las negociaciones, imponer sus
propios planes para no verse apartado de una solución que podría dejar sus
intereses al margen del futuro del país.
Por otra parte, la larga intervención de Estados Unidos no ha logrado
proporcionar mayor seguridad a sus aliados en la región, Israel en primer
lugar, por el contrario las fuerzas que no toleran la hegemonía estadounidense
se han incrementado toda vez que ha crecido la resistencia palestina y
Hezbollah es hoy más fuerte al haber aumentado su capacidad militar tras la
experiencia de su participación en la guerra en Siria y el mejoramiento de su
potencial combativo con la adquisición de moderno material de guerra que ha
transformado a la organización libanesa en una potencia militar regional en la
frontera norte de Israel.
A todo esto se suma el fiasco de la participación de las fuerzas armadas
y las agencias de inteligencia estadounidense en Siria, el objetivo
principal: el derrocamiento del presidente Bashar el-Assad no fue logrado y con
ello fue imposible instalar un gobierno pro-occidental en el país a través del
cual se proponían obtener aprobación para construir oleoductos desde el Gofo
Pérsico hasta el Mediterráneo a fin de llevar petróleo y gas a Europa a través
de Irak, Siria y Turquía con lo cual se buscaba obtener mejores precios y
competir con el gas de Rusia que teniendo costos más bajos resulta más
beneficioso desde el punto de vista comercial para los países del Viejo
Continente. Esto obligó a Rusia a asumir una participación más efectiva en el
conflicto, lo cual derivó en la derrota del terrorismo y su expulsión casi
absoluta del territorio sirio.
En términos geopolíticos, esto encauzó una mayor presencia de Rusia en
el mar Mediterráneo, la cual se manifiesta en términos militares en los
acuerdos de fortalecimiento de sus fuerzas armadas en territorio de Siria y con
los grandes proyectos de cooperación en materia energética, tras el
descubrimiento de importantes reservas de petróleo en las costas de Siria,
Líbano, Israel y Palestina.
En el plano energético se debe entender también el incremento de la
tensión en las rutas marítimas a través de las cuales se transporta el petróleo
y sobre todo en los sensibles estrechos de Bab el Mandeb y Ormuz, en los que
Estados Unidos tampoco ha podido lograr la hegemonía para controlar dichas
áreas, estratégicas para la región y para el mundo.
En el primer caso, Arabia Saudí que creó una coalición para desatar una
guerra contra Yemen con el auspicio y apoyo de Estados Unidos y Europa, ha
malogrado su esfuerzo sin conseguir éxitos ostensibles, al contrario, la
alianza se está extinguiendo después de la deserción de los Emiratos Árabes
Unidos, tras los sensibles golpes recibidos de parte de las fuerzas armadas
yemeníes en cooperación con el movimiento Ansarolá. La alianza se ha debilitado
a tal punto que Arabia Saudiita se ha quedado sola con socios menores que no
aportan mucho en términos militares. Los ataques yemeníes al territorio saudí
han ido creciendo a partir de su capacidad para producir drones y misiles
balísticos que golpean en la retaguardia de las fuerzas armadas de la monarquía
wahabita, en la profundidad de su territorio.
Por su parte, el estrecho de Ormuz y el Golfo Pérsico están bajo control
iraní como lo demuestra el derribo por parte de sus fuerzas antiaéreas de un
dron estadounidense que había violado el espacio aéreo de la nación persa. La
incapacidad de Estados Unidos de responder a esta acción que podría traer
represalias de incalculables costos políticos, militares y económicos si Irán
atacaba a Arabia Saudí (en particular su zona de mayor producción petrolera
ubicada en el este del país y en las cercanías de Irán), a Israel e incluso a
la 5ta. Flota de de las fuerzas navales estadounidenses basificada en Bahréin,
obligó al presidente Trump a limitarse a amenazas, tras el cálculo de pérdidas
y las implicaciones estratégicas que podría ocasionar un ataque directo a Irán.
La consecuencia directa más inmediata es que los aliados de Estados
Unidos en la región comienzan a percibir que el “hermano mayor” ya no puede
garantizar su seguridad. Esto marca una diferencia sustancial con el pasado si
se considera que antes, Estados Unidos utilizaba al Estado sionista y a las
monarquías petroleras árabes para castigar a sus enemigos en la región,
mientras que hoy debe preocuparse de la seguridad de estos regímenes dado el
cambio sustancial en la correlación de fuerzas. En el momento en que esto ha
empezado a ponerse en entredicho, se manifiesta otro aspecto de la decadencia
occidental en la región.
Todo esto, sin considerar los avances medulares que ha significado para
estos países la llegada del proyecto estratégico chino del “Cinturón y la Ruta
de la Seda” que ha establecido un contacto directo de la gran potencia asiática
con Pakistán e Irán. En una mirada estratégica, China ha logrado salida al mar
Arábigo a través del puerto de Gwadar en Pakistán tras un acuerdo de largo
alcance con este país. Así mismo, a través de la Ruta de la Seda, China ha
podido firmar importantes acuerdos con Teherán que le va a permitir, además,
tener acceso a Irak y al puerto de Latakia en el Mar Mediterráneo sirio
extensible a El Líbano, utilizando para ello el proyecto ferroviario acordado
este mes entre esos países y que Estados Unidos trata de impedir con todos los
medios a su alcance.
La creciente presencia de Rusia y de China en la región aunado a las alianzas
de estas potencias con Turquía, Irán, Siria y Líbano son expresión de un gran
bloque heterogéneo basado en intereses comunes a pesar de las diferencias que
tienen, sobre todo debe considerarse la particularidad que emana de la
ubicación de este conglomerado en las fronteras de Israel, lo cual crea un
contratiempo de dimensiones colosales para la política de Estados Unidos en la
región.
¿Qué le queda a Estados Unidos en esta situación? Solo orientarse a la
búsqueda de salir de este desastre de la mejor forma posible y con la menor
cantidad de pérdidas, sabiendo que tras sí, deja menos regímenes aliados a su
política y que Europa ha comenzado a aceptar que debe construir una política
propia hacia esta región, alejada geográficamente de Estados Unidos, pero muy
cercana a su territorio, a donde emigran los
millones de desplazados por el conflicto, en esa medida han resistido el
abandono estadounidense del Plan Conjunto de Acción Comprehensiva
(JCPOA, por sus siglas en inglés) e incluso están evaluando la posibilidad de
reabrir sus embajadas en Damasco a fin de ir normalizando las relaciones, de la
misma manera que lo han hecho varios países de la Liga Árabe.
Finalmente, hay que decir que en el ámbito diplomático, Estados Unidos
tampoco ha podido mostrar éxitos en la aplicación de su política, toda vez que
tanto las iniciativas propias emprendidas como las de sus socios han terminado
en absolutos fiascos.
Por una parte, la principal asociación de aliados de Estados Unidos en
la región, el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) se ha resquebrajado y ha
perdido eficacia después del bloqueo económico que Arabia Saudí, Emiratos
Árabes Unidos y Bahréin aplicaron a Catar por su política de mantenerse
equidistante en el conflicto que la monarquía wahabita ha entablado contra
Irán. Catar ha defendido su derecho de establecer relaciones de forma soberana
y ha reiterado su decisión de mantener vínculos con el país persa. Omán y
Kuwait, también miembros del Consejo no se han plegado a las sanciones y han
apostado por mejorar sus relaciones con Irán.
De la misma manera, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos están siendo
acosados por su desastrosa participación en la guerra contra Yemen, que ha
causado el peor desastre humanitario de la actualidad en el mundo.
A eso le se suma, el desprestigio de Riad y del príncipe heredero saudí,
Muhammad bin Salman Al Saúd, que ha sido acusado de ordenar el asesinato y
posterior desaparición del periodista saudí Jamal Khashoggi en el consulado de
ese país en la ciudad turca de Estambul. En este caso, hasta el propio Senado
de Estados Unidos se distanció del presidente Trump -que ha buscado evitar una
condena a su importante aliado- y aprobó por unanimidad y de manera abierta,
una resolución no vinculante en la que señala al príncipe como
"responsable" del crimen.
En otro ámbito, hay que resaltar el estrepitoso chasco que ha
significado el proyecto fallido del presidente Trump para construir un “Acuerdo
del Siglo” con el objetivo de anular la causa palestina y favorecer a Israel,
impidiendo al mismo tiempo el retorno de los refugiados a quienes se pretendía
instalar en “una patria alternativa” en Jordania y la península egipcia de el
Sinaí.
Para esto se realizó en Manama, capital de Bahréin una conferencia entre
el 25 y el 27 de junio, que finalizó en con un descalabro absoluto, tal como
fue previsto de forma casi unánime. La reacción del banquero sionista Jared
Kushner, yerno de Trump y principal organizador del evento, fue insultar a los
líderes y grupos palestinos a los que acusó de actuar a espaldas de su pueblo,
sin tomar en cuenta las manifestaciones masivas en ambos territorios palestinos
contra el “Acuerdo” y el rechazo de todos los dirigentes y organizaciones
palestinas al mismo.
La realidad es que se trató de tomar decisiones sin consultar a los
palestinos y a la opinión pública del mundo musulmán que, a pesar de sus
contradicciones internas, en su gran mayoría sigue apoyando la causa palestina,
pese a las maquinaciones de Washington y sus aliados en la región, entre otras
razones porque Estados Unidos perdió su cualidad de mediador al apoyar
irrestrictamente a Israel.
A este respecto, Abbas Daher, analista del diario libanés El Nashra cree
que la conferencia de Manama fue planteada por Bahréin, Arabia Saudí y los
Emiratos Árabes Unidos como una oportunidad para lograr un acercamiento a
Israel a costa de los intereses del pueblo palestino. A partir de ahora, estos
tres regímenes y Estados Unidos han quedado al margen de opinar sobre la causa
palestina, por el contrario, el protagonismo internacional de la misma ha
quedado totalmente en manos del Eje de la Resistencia. Según este analista,
“…esto será una verdadera calamidad para Riad, Abu Dhabi y compañía.
De la misma manera, otra iniciativa estadounidense se verificó, durante
la cumbre de la Liga Árabe celebrada en Egipto en marzo de 2015, la cual
intentó resucitar el proyecto de una fuerza militar árabe, para hacer respetar
la soberanía y defender sus intereses, sin injerir en los asuntos internos de
ningún Estado en medio de una situación de inestabilidad general de la región
provocada por el accionar terrorista por un lado, la guerra en Yemen por el
otro, así como la desarticulación de Libia y su transformación en Estado
fallido y los intentos saudíes de hegemonizar la región.
La iniciativa que fue retomada y apoyada en primera instancia por Arabia
Saudí y los países del Golfo Pérsico en 2017, se inscribía en el viejo proyecto
de Estados Unidos de establecer una “OTAN árabe” contra Irán, pero estuvo
condenada al fracaso desde un inicio dada la inexistencia de una política común
entre estos países. El certificado de defunción de la misma fue firmado cuando
Egipto, llamado a ser la principal fuerza dentro de la nueva coalición, informó
que se retiraba y no participaría “debido a las dudas sobre la seriedad de la
iniciativa y por el peligro que puede suponer un incremento de la tensión con
Irán” según informaron las autoridades de El Cairo en el mes de abril de este
año.
Estados Unidos, una vez más no logró imponer el consenso para que los
países árabes consideraran a Irán un enemigo común, idea que solo está presente
en Arabia Saudí y sus aliados menores del Golfo Pérsico, sumando con ello una
nueva debacle a la ya naufragada política estadounidense en la región que no se
ve por donde pueda ser reflotada.
sergioro07@hotmail.com
Lo subrayado es nuestro.
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