México: Autodefensa y construcción de autonomía: el presente de lucha por la tierra y la libertad, es la lucha por la vida del Pueblo Mexicano.
“Nuestra América, sólo caminará cuando camine el
indígena”. Lic. José Martí Pérez
Lic. Benito Juárez García.
Presidente de México. |
General Emiliano Zapata.
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General Francisco Villa.
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Red Latina Sin Fronteras/ ADDHEE.ONG
Para los pueblos indígenas y los
oprimidos, para los desheredados y los desposeídos, no hay más alternativa que
la resistencia. Desde que los europeos invadieron y colonizaron esta geografía,
que ahora llamamos México, los pueblos indígenas han tenido que recurrir a una
serie de formas de combate contra los opresores. Los dominadores han tomado
distintos nombres, formas, discursos, justificaciones y nacionalidades, pero
siempre han tenido el mismo objetivo: despojarlos
de sus condiciones materiales de existencia, sus saberes, su imaginación y
experiencias, en pocas palabras, de su territorio.
La guerra ha sido la regla en la
historia de los pueblos indígenas. Por eso, para los las comunidades la regla
ha sido la lucha por tierra y libertad. Gracias a la resistencia cotidiana es
que los pueblos han logrado enfrentar las tentativas de los oligarcas
empresarios agrícolas citadinos de exterminarlos. Desde que surgió el
Estado-nación mexicano ha buscado desaparecerlos, los intenta convertir en
ciudadanos, al fragmentar las formas de posesión colectiva de la tierra para
hacerla propiedad privada, o al crear políticas racistas para desdeñar sus
costumbres y tradiciones. Sin embargo, nada de esto le ha resultado al Estado
mexicano, los indígenas siguen existiendo y resistiendo, organizándose y
luchando.
Los capitalistas los han
esclavizado y explotado; han intentado dominar su espíritu rebelde y
refractario; han pretendido dividirlos y comprarlos, pero los pueblos han
mantenido sus modos de hacer y los han recreado para resistir de manera
cotidiana, para no dejarse vencer. Han desplegado querellas legales, actos de
sabotaje de la producción de los hacendados, han recuperado-expropiado sus
territorios por la vía de los hechos y, de tanto en tanto, han recurrido a la
autodefensa armada mediante insurrecciones.
La lucha por tierra y libertad, es la lucha por la vida: un desafío revolucionario del Pueblo Mexicano.
A lo largo de siglo XIX y el XX estamos ante una
efervescencia de luchas indígenas y campesinas por todo el país, una de estas
experiencias fue el Gran Comité Comunero en 1871, organización que aglutinó a
pueblos indígenas y grupos agrarios de varios Estados de la república. En este
contexto, los pueblos indígenas se contrapusieron al Estado y a la Patria,
porque les significaba la negación de su territorio; se levantaron por la
colectivización de la tierra, la forma de posesión comunal que los pueblos
indígenas defendían frente al despojo de conquistadores, gobiernos y
hacendados.
En uno de los tantos manifiestos
que se crearon en este contexto, el Plan de la Barranca, que se presentó en 1879
durante la insurrección que abarcó varias comunidades de Querétaro y
Guanajuato, se asentó que “todos los gobiernos constituidos hoy son una rémora
para la felicidad del país, que la esclavitud es un hecho en el pueblo mexicano
a causa de los abusos de los hacendados” (Reina, 1998: 316). De este modo, la
conclusión a la que llegaron, no sólo los insurrectos de La Barranca, sino por
la experiencia que se adquirió en la multiplicidad de levantamientos armados y
la lucha que se daba cotidianamente en las comunidades, fue que el único camino
que tenían era liberase por sí mismos y por la fuerza propia que fueran capaces
de construir para llevar a cabo una revolución social.
Los indígenas y campesinos no
podían esperar ante las condiciones de explotación en las haciendas; ante el
despojo desenfrenado de sus territorios y recursos naturales convertido en
legal por la Constitución de 1857; y ante un desprecio hacia sus formas de
vida, sus costumbres y tradiciones por la pretensión de convertirlos en
ciudadanos/ mano de obra barata, lo que volvió insoportable la
sobrevivencia. De este modo, la insurrección de Chalco en 1868 es otro ejemplo
que refleja el horizonte de la lucha de los pueblos. En esta experiencia de
insurrección y con la redacción del Manifiesto a todos los pobres y oprimidos
de México y el Universo, se hizo explícita una perspectiva antiestatal y
anticapitalista. Se levantaron “contra todas las formas de gobierno”, contra
“todos los hombres que mandan […] eso que hemos dado en llamar Gobierno, y es
tiranía” (Manifiesto, 1868). Gritaron ¡ya basta! por “la infinidad de años y de
siglos [que] hemos caminado penosamente agobiados por el cansancio, por la
miseria, por la ignorancia, y por la tiranía”, ¡ya basta! contra los
latifundistas y contra el clero que “por medio de sus hipócritas misiones ha
tejido la mentira de la salvación espiritual en un lugar que no es la tierra”
(Manifiesto, 1868). Se propusieron “destruir radicalmente el vicioso estado
actual de explotación que condena a unos a ser pobres y a otros a disfrutar de las
riquezas y del bienestar”. En su horizonte estaba:
La colectivización de la tierra
para sembrar en ella pacíficamente y recoger la cosecha tranquilamente,
quitando desde luego el sistema de explotación; dejando en libertad a todos
para que siembren en el lugar que más les acomode, sin tener que pagar tributo
alguno, contando con libertad para reunirse en la forma que más… crean
conveniente, formando grandes o pequeñas sociedades agrícolas que se vigile en
defensa común, sin necesidad de un grupo de hombres que les ordene y castigue.
(Manifiesto, 1868) Su objetivo fue la “¡abolición del gobierno y de la
explotación!” (Manifiesto, 1868). Así
como lo fue para los yaquis insurrectos durante los últimos años del siglo XIX
y en el periodo de la Revolución Mexicana. Los yaquis insurrectos expresaron
que “la lucha que venimos sosteniendo por muchos años va directamente en contra
de nuestros opresores”2; en este sentido, el horizonte que construyeron fueron
las “tendencias anárquicas en pro de la clase oprimida y en contra de todo lo
que huela a Capital buitre foráneo y Gobierno”3; así, todos sus
“esfuerzos por el triunfo… [Redundarían] en beneficio de todos los oprimidos
del mundo”4. Sin embargo, los procesos de autodefensa comunitaria y de
prácticas creadoras de autonomía en antagonismo con el capital buitre foráneo
y el Estado no son algo del pasado, en la actualidad podemos destacar
algunas experiencias que van en el mismo sentido.
La Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias-Policía Comunitaria
La Coordinadora Regional de
Autoridades Comunitarias-Policía Comunitaria (CRAC-PC) surge en el Estado de
Guerrero en 1995. Su larga vida se debe a que se ha movido entre dos valores:
la legalidad y la legitimidad, valores que sirven para contraponer su modelo a
los otros que han surgido en otras regiones del estado y del país. En sus
inicios, aunque con intermitencias, la CRAC-PC contó con la anuencia estatal,
toda vez que las autoridades dieron el aval a la petición en 1995 de las
comunidades para permitirles asumir la vigilancia en sus localidades y en los
caminos entre ellas, dada la incapacidad de las corporaciones policiacas, en
esos momentos, para garantizar la seguridad en los caminos de la región ubicada
en los límites de la Costa Chica y la Montaña de Guerrero, en el municipio de
San Luis Acatlán. Eran momentos de álgidas luchas electorales y poselectorales
que hacían que los cuerpos policiacos se concentraran en las cabeceras
municipales con el fin de contener los esfuerzos democratizadores de la
población, lo anterior permitió a la delincuencia proliferar y ser cada vez más
agresiva en sus acciones, las cuales consistían básicamente en asaltos en las
brechas que conducían de las comunidades pequeñas a la cabecera municipal y que
los habitantes recorrían en camionetas de pasajeros para acudir a comprar las
mercancías que necesitaban para su consumo o para vender los productos del
campo.
El permiso del gobernador del Estado
les concedía cierta legalidad, además de que realizaban sus actividades de
acuerdo con las leyes: en primer lugar, portaban armas de bajo calibre, que se
pueden catalogar de cacería, como escopetas o rifles calibre 22 de un sólo
tiro, además pistolas de calibres .22, .25 o .380, armas que no se consideran
de uso exclusivo del ejército; en segundo lugar, solamente actuaban en el
territorio de sus comunidades, de manera que tenían una jurisdicción específica
y se limitaban a ella; en tercer lugar, sus acciones eran limitadas también
porque se constreñían a una labor preventiva, de vigilancia, y de detención de
delincuentes en flagrancia.
Así, había una legalidad relativa
que se basaba en la autorización del gobernador, pero no en una ley que
estableciera con claridad la normatividad a la que tenía que ajustarse. El
permiso para su existencia dependía de la buena voluntad del gobernante en
turno, así que podía terminarse con un cambio en las esferas gubernamentales o
con un cambio de posición al respecto. No tardó en ocurrir el cambio, pues el
gobierno federal se percató pronto del riesgo que podía representar tal
organización por el mal ejemplo que, desde su punto de vista, representaba para
otras comunidades que podrían seguir el mismo camino.
Efectivamente, ¿qué pasaría si
toda la población pudiera vigilar sus comunidades, barrios y colonias? Por un
lado, se terminaría el monopolio de la violencia legal por parte del Estado, lo
que significaría que el ejército y las policías ya no podrían actuar
impunemente contra la población porque ésta tendría capacidad de respuesta y se
podría defender de las agresiones gubernamentales. Por otro, la población
podría abatir a la delincuencia por sí misma, lo que demostraría la inutilidad
del Estado respecto del otorgamiento de seguridad en determinados territorios.
El Estado tenía ante sí dos
caminos: uno era ilegalizar completamente a los esfuerzos de seguridad
comunitaria, lo que implicaría criminalizar y perseguir a los comunitarios como
si fueran delincuentes; otro era someterla a las instituciones, convirtiéndola
en parte de alguna corporación estatal. De una u otra manera colocaría bajo su
control a las comunidades que poco a poco se fueron conociendo como territorio
comunitario. Menudearon las acciones de uno u otro tipo, en busca de la
destrucción o del sometimiento de la Policía Comunitaria. El amedrentamiento en
forma de amenazas, desarme y detenciones por parte del ejército fue frecuente;
las aprehensiones ordenadas por jueces y efectuadas por policías ministeriales
eran constantes. Ser policía comunitario era un riesgo que debía asumir quien
aceptara desempeñar ese papel. Tampoco escasearon las exigencias encaminadas a
subordinarla a las instituciones policiacas estatales y los engañosos
ofrecimientos, de armamento, uniformes y salario, destinados a vencer la
resistencia a convertir a la comunitaria en parte de las policías estatales.
La defensa de las comunidades
utilizó dos mecanismos básicos para enfrentar la agresión estatal. Uno de ellos
fue mantener su legalidad cuidándose de no violar las leyes respecto del tipo
de armas que debían portar, de actuar solamente en su territorio y de no
incurrir en acciones ilegales. Otro fue recurrir al respaldo de la comunidad
para defender a los policías cuando se les iba a detener o a para exigir su
libertad cuando eran detenidos. Esto dio paso al incremento de la importancia
de la legitimidad, el otro gran valor en que se basa su acción desde el primer
momento pero que en las circunstancias de hostigamiento era mucho más
importante porque cualquier traspié en ese ámbito ponía en riesgo todo el
esfuerzo realizado.
Ante las agresiones estatales se
observó la legitimidad de la Policía Comunitaria mediante el respaldo de la
población de las comunidades. ¿En qué se basaba la legitimidad de la
comunitaria? Básicamente en que la comunidad decidía en asamblea general lo que
podían y debían realizar los comunitarios, era quien nombraba a los policías y
a los comandantes y podía destituirlos en cualquier momento o sancionarlos si
era preciso. Esto significaba que la comunitaria se encontraba sujeta a la
comunidad, subordinada a ella, como un órgano suyo, de manera que cualquier
ataque contra la comunitaria era un ataque contra la comunidad.
Esa legitimidad le permitió
resistir la captura de algunos comandantes comunitarios por parte del ejército,
ya que hizo posible las movilizaciones de la población para conseguir la
libertad de los comunitarios detenidos. Hizo posible también que además de la
seguridad, la organización comunitaria pudiera crear mecanismos para que las
mismas comunidades juzgaran a los delincuentes, lo que significó tomar en sus
manos justicia e implicó extender la labor y el papel de la organización
comunitaria, la cual se comenzó a llamar Coordinadora Regional de Autoridades
Comunitarias-Policía Comunitaria.
Permitió también que, finalmente,
después de años de estar en el limbo jurídico sin una normatividad estatal que
reconociera su legalidad, sin ser perseguidos como en los primeros tiempos, las
autoridades estatales legalizaran por completo a la CRAC-PC, lo que ocurrió el
15 de octubre de 2011, cuando el congreso local erogó la Ley 701, de
Reconocimiento, Derechos y Cultura de los Pueblos y Comunidades Indígenas del
Estado de Guerrero, que en su artículo 37 establece que: “El Estado de Guerrero
reconoce la existencia del sistema de justicia indígena de la Costa–Montaña y
al Consejo Regional de Autoridades Comunitarias para todos los efectos legales
a que haya lugar”5. Se reconoció, además, en el Artículo 11, el derecho de los
pueblos indígenas y afromexicanos a “aplicar sus propios sistemas normativos en
la regulación y solución de sus conflictos internos”6.
Así, por fin, se consiguió la confluencia plena de la legitimidad con la legalidad. Ésta es la principal diferencia que este esfuerzo por la seguridad tiene respecto de otros realizados fuera del estado de Guerrero e incluso dentro de éste. Sin duda, un factor complementario que habría que incluir en un análisis más profundo del tema es que la organización de la Costa-Montaña de Guerrero fue temprana, de manera que la delincuencia organizada no conseguía penetrar en la zona, y su esfuerzo funcionó –sin saberlo sus impulsores– como una medida preventiva ante las empresas del narcotráfico, a diferencia de la experiencia de autodefensas en Michoacán, que se enfrentó a una delincuencia que ya había penetrado en las comunidades. Esto deja ver la importancia de la acción temprana contra la delincuencia y contra cualquier enemigo y la necesidad de la participación de la comunidad en cualquier esfuerzo autodefensivo.
La construcción de seguridad comunitaria en Michoacán
Las comunidades indígenas y
campesinas enfrentan desde lo cotidiano la guerra del capital buitre foráneo
y los intentos de despojo de su territorio. La guerra maldita se vive y
entiende como política de destrucción de la comunidad. Esta dominación ha sido
interrumpida por tres proyectos autonómicos de las comunidades michoacanas de
Nurío, Santa María Ostula y Cherán. En 2005, la comunidad purépecha de Nurío
logró gestionar sus propios recursos económicos con el municipio de Paracho, lo
que les permitió crear su policía comunitaria, la primera que se conformó en
Michoacán en el siglo XXI. En 2009, la comunidad nahua de Santa María Ostula
emitió el pronunciamiento sobre el derecho a la autodefensa indígena y creó su
guardia comunitaria para recuperar mil 200 hectáreas que estaban en manos de
pequeños propietarios vinculados con el crimen organizado; posteriormente,
vinieron años de muchas agresiones por parte de las organización mafiosa
del narcotráfico y en 2014 los comuneros desplazados lograron regresar,
reorganizar la policía comunitaria, detener la tala de maderas preciosas y
controlar de nuevo su territorio. En 2011, el pueblo de Cherán se levantó en
contra de talamontes vinculados con el crimen organizado que controlaba la
Meseta Purépecha de Michoacán. Las tres comunidades tienen una memoria de lucha
que reivindican en el aquí y el ahora, con su hacer cotidiano, que va más allá
de las irrupciones en las que emerge la rabia desde lo más profundo. Es en esa
cotidianidad desde donde se reconfigura la memoria de lucha de los pueblos y
donde también se sueña en común.
Hasta la fecha, las tres comunidades mantienen la lucha
por el territorio, en el cual imaginan un horizonte de libertad y de autonomía.
Estando ahí, comiendo, sembrando, durmiendo, amando, temiendo, jugando,
platicando, pescando, haciendo, discutiendo, imaginando, tejiendo,
organizándose, es como defienden la tierra, su historia común, su horizonte, su
vida comunitaria. En Cherán, además de la ronda comunitaria y de los
guardabosques que cuidan el territorio, día a día cientos de campesinos siguen
yendo a trabajar la tierra no sólo por un asunto de subsistencia, sino porque
tienen claro que sólo así se puede conocer, amar y defender el territorio. Lo
mismo en el caso de los resineros, los ganaderos, los trabajadores temporales
que reforestan, los miembros del gobierno comunal, las mujeres que recolectan
plantas, hongos, las que pizcan u ordeñan vacas. Todos ellos, desde su
cotidianidad, resguardan eso común que es la base material y espiritual de la
vida comunitaria. Juan Chávez, quien fue uno de los comuneros más importantes
de Nurío para su proyecto de autonomía, dijo en alguna ocasión que en su
comunidad estaban bastante ocupados trabajando en el campo, “pues seguimos
creyendo que la lucha sigue estando en sembrar la tierra”. Floriberto Díaz
decía que el punto de partida y de llegada es la tierra. “Por eso llegó a ser
la madre de todos los seres vivos: de ella somos, de ella nos alimentamos y a
ella retornamos, aceptándonos en sus entrañas. Ella es sagrada y sus hijos
también. Hay una relación materno-filial, no es algo espiritual, es real, es
una relación material”. Es así que trabajar la tierra es una forma de hacer
política desde la vida cotidiana, en la que no hay dirigentes, ni vanguardias,
ni se busca tomar el poder u ocupar el espacio del Estado, sino que es un modo
de organizarse social y políticamente. Esto ha sido fundamental para el
funcionamiento de las policías y las rondas comunitarias en los pueblos de
Cherán, Nurío y Ostula.
Los tres proyectos de seguridad
comunitaria son distintos entre sí, pero coinciden en la concepción de que el
resguardo debe hacerlo la gente de la misma comunidad, que sea honorable y
respetada por su familia y su pueblo. De Santa María Ostula, recuperamos una
frase que se comentó en una asamblea y que refleja la idea anterior: “El día a
día se resiste. Nos vamos a cuidar entre todos. Los comunitarios los cuidamos a
ustedes y ustedes a nosotros”. En Nurío, un comunero dice que ahí el pueblo es
el que cuida a su comunidad. En Cherán también hay quienes dicen que la ronda no
es nada sin el pueblo y que el pueblo no es nada sin la ronda. De hecho, no
sólo la ronda vigila, sino que toda la población está siempre atenta a quién
entra y quién sale, y si hay personas ajenas a la comunidad, investigan de
inmediato quiénes son y por qué están ahí. Es así que la concepción sobre el
resguardo de la vida no se delega, sino que entre todos deben cuidarse, aunque
en este contexto de guerra sea necesario tener una organización dedicada
exclusivamente a vigilar y resguardar el territorio, como puede ser la ronda o
la policía comunitaria. Lo relevante es que hay una organización de abajo, un
tejido que les permite actuar ante casos de emergencia. Como ejemplo están las
fogatas de Cherán, en las que se organizan los vecinos y permiten tener un
control territorial al funcionar como barricada en cada cuadra. En Santa María
Ostula funciona distinto porque su población está distribuida en 23
encargaturas y no son cabecera municipal, como Cherán, lo que complejiza el
control territorial. Por ello es que, en la reorganización de la policía
comunitaria, en marzo de 2014, se determinó que cada encargatura elegiría a sus
policías y comandantes, con el argumento de que en cada lugar saben en quién se
puede confiar.
Así, la acción es igual en las
mujeres que cocinan que en quienes andan armados para resguardar la comunidad.
Don Trinidad de la Cruz consideraba que la policía comunitaria era necesaria
para el proyecto de autonomía de Ostula, pues no se trataba de tomar las armas
de manera utilitaria, sino de organizarse para poder resistir a las agresiones
del Estado, de pequeños propietarios y de grupos paramilitares.
Tomar el control de su propia
seguridad y del territorio ha permitido a los sujetos detener el despojo,
defender la vida de la comunidad, enfrentar la guerra con un horizonte
anticapitalista y antiestatista. Los procesos de lucha han surgido desde abajo,
pero siguen siendo proyectos inacabados, en movimiento, que siguen dándose y
aún tienen el desafío de modificar todas las relaciones de dominio.
En el caso de Cherán, Ostula y
Nurío, los pueblos apuestan por la vida donde el capital buitre foráneo quiere
destrucción. Su lucha los coloca como guardianes de la tierra, de la
naturaleza, de México, del continente y del mundo. Esta lucha va para largo,
pues como dice el campesino Agustín González, de Nurío, la autonomía viene de
tan atrás que no se puede saber dónde inicia y hacia el futuro tampoco puede
verse dónde se acaba.
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