Catástrofe económica = catástrofe ecológica = catástrofe
civilizatoria global.
¡Que época y que costumbres estamos
sobreviviendo!
Por
Homar Garcés/ Barómetro latinoamericano:
Expuesta a una vulnerabilidad ascendente y extrema, a la Humanidad
entera se le plantea actualmente resolver con diligencia y sensatez los graves
problemas de contaminación ambiental causados -principalmente- por el sistema
capitalista salvaje globalizado. Algo que no se podrá obviar aunque sus
apologistas afirmen todo lo contrario. La
prueba es el cambio climático (más
bien, la catástrofe climática) que amenaza con barrer todo vestigio de vida
sobre la Tierra. Esto, no obstante, es reiteradamente negado por sus
principales beneficiarios -representados por las grandes corporaciones
transnacionales y los bancos especuladores usureros que explotan
recursos naturales de una diversidad de países y controlan a su antojo el mercado
internacional capitalista salvaje globalizado- haciendo creer que todo
ello es normal y es el precio que se ha de pagar para alcanzar y disfrutar las
bondades del progreso.
Mientras algunos dirigentes políticos, algo más conscientes que otros,
probablemente presionados por la opinión pública, consideran que sólo bastan
algunas regulaciones acordadas por los gobiernos, al estilo del Protocolo de
Kioto o la Convención sobre Cambio Climático, otros hacen gala de una completa
ignorancia respecto a dicho tema, cuyo ejemplo más inmediato es el inefable
presidente Festifeles Trump
Posiciones que no ayudan a definir con mayor claridad el meollo de este
delicado asunto, dejándolo en un segundo plano. En este caso, la solución
implica una revolución en términos absolutos que transforme por completo el modelo
civilizatorio actual, el cual -no está de más recordarlo- se basa en la lógica
capitalista y crea un cúmulo de contradicciones y de relaciones de poder que
pone en constante tensión a la mayoría de los ciudadanos, afectados, directa e
indirectamente, por éste.
Tal como lo denota Win Direckxsens en La transición hacia el
postcapitalismo: el socialismo del siglo XXI, “el incremento en la velocidad de
la rotación del capital globalizado significa una intensificación en la
explotación de recursos naturales. El ritmo de reproducción de capital globalizado
supera cada vez más el ritmo de reproducción en la naturaleza. Esta
tendencia se desarrolla a costa de la naturaleza y en detrimento del medio
ambiente, algo que ya se manifiesta a gritos a partir de los años setenta”.
Como se ve comúnmente en el caso de las naciones sudamericanas que comparten la
variada y rica extensión territorial de la Amazonía (preservada desde hace
siglos por los pueblos originarios que la habitan), la cual es blanco de la
mirada codiciosa de las grandes corporaciones transnacionales y los bancos
especuladores usureros por la biodiversidad y la gran porción de recursos
minerales estratégicos que alberga, todos indispensables para la continuidad
del estilo de vida consumista de Occidente, causante principal del alarmante
deterioro medioambiental sufrido a escala mundial.
Para muchos analistas, la catástrofe económica a nivel global se
revela paralelamente con la catástrofe ecológica suscitada, de un modo
general y constante, por el capitalismo salvaje globalizado, lo que
conduciría, a su vez, a entablar un serio cuestionamiento de lo que representa
el modelo civilizatorio actual para la sobrevivencia de todo género de vida en
la Tierra. Es vital comprender que el sistema capitalista salvaje
globalizado es víctima de la paradoja de no poder no expandirse; es decir,
si éste permanece estable, se estanca y muere, cuestión que no importara mucho
si la misma no representara un holocausto general, de incalculables
proporciones. Es imperativo que se geste
cuanto antes una justicia social y ambiental en armonía con la naturaleza. No
sólo en interés del beneficio humano.
Hacen falta, por tanto, unas nuevas o renovadas cosmovisiones que hagan
parte a los seres humanos de la naturaleza, de un modo similar a las observadas
en todos los pueblos originarios que han mantenido un estrecho vínculo con su
entorno, sin que ello se interprete como una regresión utópica automática sino
como la necesidad de emprender un nuevo rumbo civilizatorio, diferente en mucho
(o en todo) al existente.
Lo subrayado es nuestro.
Catástrofe económica = catástrofe ecológica = catástrofe
civilizatoria global.
¡Que época y que costumbres estamos
sobreviviendo!
Por
Homar Garcés/ Barómetro latinoamericano:
Expuesta a una vulnerabilidad ascendente y extrema, a la Humanidad
entera se le plantea actualmente resolver con diligencia y sensatez los graves
problemas de contaminación ambiental causados -principalmente- por el sistema
capitalista salvaje globalizado. Algo que no se podrá obviar aunque sus
apologistas afirmen todo lo contrario. La
prueba es el cambio climático (más
bien, la catástrofe climática) que amenaza con barrer todo vestigio de vida
sobre la Tierra. Esto, no obstante, es reiteradamente negado por sus
principales beneficiarios -representados por las grandes corporaciones
transnacionales y los bancos especuladores usureros que explotan
recursos naturales de una diversidad de países y controlan a su antojo el mercado
internacional capitalista salvaje globalizado- haciendo creer que todo
ello es normal y es el precio que se ha de pagar para alcanzar y disfrutar las
bondades del progreso.
Mientras algunos dirigentes políticos, algo más conscientes que otros,
probablemente presionados por la opinión pública, consideran que sólo bastan
algunas regulaciones acordadas por los gobiernos, al estilo del Protocolo de
Kioto o la Convención sobre Cambio Climático, otros hacen gala de una completa
ignorancia respecto a dicho tema, cuyo ejemplo más inmediato es el inefable
presidente Festifeles Trump
Posiciones que no ayudan a definir con mayor claridad el meollo de este
delicado asunto, dejándolo en un segundo plano. En este caso, la solución
implica una revolución en términos absolutos que transforme por completo el modelo
civilizatorio actual, el cual -no está de más recordarlo- se basa en la lógica
capitalista y crea un cúmulo de contradicciones y de relaciones de poder que
pone en constante tensión a la mayoría de los ciudadanos, afectados, directa e
indirectamente, por éste.
Tal como lo denota Win Direckxsens en La transición hacia el
postcapitalismo: el socialismo del siglo XXI, “el incremento en la velocidad de
la rotación del capital globalizado significa una intensificación en la
explotación de recursos naturales. El ritmo de reproducción de capital globalizado
supera cada vez más el ritmo de reproducción en la naturaleza. Esta
tendencia se desarrolla a costa de la naturaleza y en detrimento del medio
ambiente, algo que ya se manifiesta a gritos a partir de los años setenta”.
Como se ve comúnmente en el caso de las naciones sudamericanas que comparten la
variada y rica extensión territorial de la Amazonía (preservada desde hace
siglos por los pueblos originarios que la habitan), la cual es blanco de la
mirada codiciosa de las grandes corporaciones transnacionales y los bancos
especuladores usureros por la biodiversidad y la gran porción de recursos
minerales estratégicos que alberga, todos indispensables para la continuidad
del estilo de vida consumista de Occidente, causante principal del alarmante
deterioro medioambiental sufrido a escala mundial.
Para muchos analistas, la catástrofe económica a nivel global se
revela paralelamente con la catástrofe ecológica suscitada, de un modo
general y constante, por el capitalismo salvaje globalizado, lo que
conduciría, a su vez, a entablar un serio cuestionamiento de lo que representa
el modelo civilizatorio actual para la sobrevivencia de todo género de vida en
la Tierra. Es vital comprender que el sistema capitalista salvaje
globalizado es víctima de la paradoja de no poder no expandirse; es decir,
si éste permanece estable, se estanca y muere, cuestión que no importara mucho
si la misma no representara un holocausto general, de incalculables
proporciones. Es imperativo que se geste
cuanto antes una justicia social y ambiental en armonía con la naturaleza. No
sólo en interés del beneficio humano.
Hacen falta, por tanto, unas nuevas o renovadas cosmovisiones que hagan
parte a los seres humanos de la naturaleza, de un modo similar a las observadas
en todos los pueblos originarios que han mantenido un estrecho vínculo con su
entorno, sin que ello se interprete como una regresión utópica automática sino
como la necesidad de emprender un nuevo rumbo civilizatorio, diferente en mucho
(o en todo) al existente.
Lo subrayado es nuestro.
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