“Algunas enseñanzas para recordar. En el 40 aniversario de la guerra por Malvinas.”
Escritor, analista internacional /Addhee.Ong.
Tenía poco más de 25 años y nunca antes me había
visto obligado a enfrentar un dilema ético de tamañas dimensiones. Se trataba
de hacer un aporte a la justa aspiración argentina de rescate de la soberanía
de un territorio que por historia y por justicia le pertenece, pero también
significaba ponerse a las órdenes de una dictadura sátrapa, violadora de los
derechos humanos por lo que era repudiada por la amplia mayoría de la humanidad
decente del planeta.
Aunque la incorporación al combate del contingente
que había dado el visto bueno para su participación en la contienda no se
concretó, fue imposible evitar la controversia interna que emergió de la
necesidad de resolver la polémica que en términos morales nos acosó durante
varias semanas.
La resolución de dicho forcejeo íntimo entregó
valiosos instrumentos de manejo político de cara al futuro. Uno de ellos fue
entender que la dimensión de lo táctico siempre debe subordinarse a la
evaluación y sentido de lo estratégico. En este caso, lo estratégico era la
responsabilidad argentina y latinoamericana de recobrar las Malvinas como
imperativo de nuestra propia condición de hombres y mujeres de este tiempo.
La contradicción ética que encaraba la decisión
sobre el comportamiento más correcto a asumir en esta situación, señalaba y
señala inequívocamente que no hay impedimento alguno ni límite conocido ante la
necesidad de combatir al colonialismo y al imperialismo en todas sus
manifestaciones y con cualquier método a nuestro alcance.
Los latinoamericanos de esta época no podemos vivir
dudando del comportamiento que se debe contraer ante algunos hechos y algunas
situaciones. En este sentido, la conciencia crítica nos obliga a refutar la
imposición colonial que en América Latina ejerce todavía -en el siglo XXI- el
control sobre las Malvinas, Puerto Rico y otros países y territorios del
Caribe.
Despertarse todos los días sabiendo que la costra
colonial continúa extendida como un cáncer en algunas áreas de un continente
que decidió ser libre hace más de 200 años, circunscribe a la idea de que la
tarea aún no ha sido culminada
Durante aquella madrugada del 2 de abril de 1982,
Ronald Reagan y el General Leopoldo Galtieri, mantuvieron un tenso dialogo vía
telefónica que duró aproximadamente cincuenta minutos. El dictador
argentino no se sintió cómodo ni satisfecho una vez finalizada la entrevista
con el presidente estadounidense. Galtieri tenía la secreta esperanza de
obtener un claro respaldo de Reagan, o al menos una efectiva y cómplice
neutralidad que contribuyera a impedir una reacción británica en la que podría
emplear todo el poder de sus armas. Por el contrario, el mandatario estadounidense
había intentado en reiteradas ocasiones convencer al general que se abstuviera
de una operación bélica en las Malvinas, y le advirtió que una “agresión”, como
la calificó, provocaría una segura y enérgica respuesta de Margaret
Thatcher. Finalmente le habría ofrecido intermediar ante el inminente conflicto
internacional.
El 16 de junio del año 1982, un mes y medio
después de que Estados Unidos anunciara su apoyo irrestricto a Gran Bretaña,
Galtieri reconoció públicamente en un mensaje al país, la derrota de las tropas
argentinas a manos de las fuerzas británicas. Pocos días más tarde, el propio
Galtieri en entrevista concedida a la periodista Oriana Fallaci, entre otras
cosas admitió con amargura y decepción el papel de Estados Unidos en la derrota
llegando a calificar el proceder estadounidense como una “traición”.
En el mismo día y mes de junio, Nicanor Costa
Méndez, diplomático de carrera, inveterado anti comunista, muy cercano a
Estados Unidos y Ministro de Relaciones Exteriores del gobierno argentino, debió reconocer la capitulación que adjudicó
a la superioridad militar y tecnológica de Gran Bretaña y la Organización del
Tratado del Atlántico Norte (OTAN), aceptando con amargura la determinante participación de Estados
Unidos, que actuó más como integrante de esa alianza militar que une a los dos
países, que como miembro del Tratado Interamericano de Asistencia Reciproca (TIAR). A continuación, el canciller argentino
de manera sorprendente, anunció la desarticulación del sistema y pacto de
defensa hemisférico ante el desconocimiento de sus resoluciones por parte del
gobierno estadounidense.
La amarga y dolorosa consternación sufrida por los
generales argentinos ante el abandono estadounidense, que incluso llevó a
Galtieri a calificarlos de traidores, fue demostrativo de que su formación les
impedía entender la esencia imperialista de la política exterior de
Estados Unidos, en la que existe una prolongada historia de vínculos con los
países del sur del Río Bravo, basada invariablemente en sus intereses
económicos, de expansión y dominación,
antes de obedecer a principios y compromisos éticos y políticos.
Por primera vez en la historia de las relaciones
interamericanas se ponía a prueba la esencia del “panamericanismo” y su
supuesta concepción de defensa regional ante una potencia extra continental, en
este caso Gran Bretaña, que actuaba en contra de una de las naciones de
América. En el conflicto de las Malvinas, las complejidades de las relaciones
internacionales creadas después de la Segunda Guerra Mundial y las intenciones
de los militares por solucionar la grave situación interna a partir del justo
reclamo nacional por las Malvinas, había desestructurado un escenario
internacional largamente construido por Estados Unidos contra el comunismo y
los países del campo socialista. Para lamento estadounidense, en la Guerra de
las Malvinas no fue precisamente la flota soviética la que actuó arteramente en
el continente americano.
El conflicto de las Malvinas además de transformarse
en el acta de defunción del TIAR, cuestionó los fundamentos sobre los que se
construyó el modelo de integración para nuestro continente. La contradicción
entre la idea monroista y panamericana chocó nuevamente y de manera ostensible
con la idea bolivariana que plantea la integración de los pueblos de los
territorios que José Martí Pérez agrupó bajo el nombre de “Nuestra América”.
La pertenencia geográfica a una región del planeta
no es un elemento suficiente para generar verdaderos móviles integracionistas y
de solidaridad frente a un enemigo externo. Otros componentes, culturales,
identitarios y de complementariedad económica, concurren a la construcción de
un proceso de integración que tiene en la constitución de un mecanismo de
seguridad regional entre iguales, uno de los pilares fundamentales para mantener
la paz y garantizar una convivencia armoniosa entre los pueblos.
El TIAR debe desaparecer, al igual que la OEA porque
no representan los intereses de la región en tanto una potencia puede imponer
una hegemonía no aceptada formalmente en los documentos constitutivos de esas
organizaciones. La necesidad de dar paso a nuevos mecanismos de integración
entre los pueblos de la región al sur del río Bravo tuvo en el conflicto de las
Malvinas un punto de inflexión en el derrotero a seguir. Gobiernos y pueblos de
América Latina superando las obvias diferencias con un gobierno sátrapa y
violador de derechos humanos, acudieron en la defensa de los intereses de
Argentina que eran expresión de principios latinoamericanos de derecho los
cuales fueron pilares para la construcción de los Estados nacionales de la
región, utilizando para ello todos los instrumentos políticos, diplomáticos e incluso
militares a su alcance. Con la sola excepción de la actuación artera del régimen
dictatorial de Augusto Pinochet, el resto de los países de la región expusieron
su espíritu solidario y su vocación latinoamericanista. El grito de: “Las
Malvinas son argentinas” fue una consigna que recorrió valles y montañas, ríos
y mares envolviendo un sentimiento que sobrepasaba y sobrepasa a los argentinos
como clamor de solidaridad de todos los que nacimos y vivimos entre México y la
Patagonia.
Solo un acercamiento entre nuestros países y la
concreción de la integración en instrumentos que salvaguarden la soberanía y la
autodeterminación de los pueblos y que tengan capacidad de respuesta política,
diplomática y militar sin necesidad de recurrir a potencias extra regionales. auguran
una nueva época que no repita jamás la ignominia que la invasión imperial a las
Malvinas significó para nuestra región
Cuando eso se haya logrado, estaremos más cerca de
la verdadera Independencia y en justicia tendremos que volver la vista atrás
para recordar a esos jóvenes argentinos que en aquellos aciagos días de 1982
entregaron sus vidas por la dignidad y el honor de todos los latinoamericanos y
caribeños y que pusieron muy en alto una bandera que ondeará enhiesta por
siempre en todo el territorio de esta, Nuestra Patria Grande.
Lo subrayado /interpolado es nuestro.
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