China en nuestra América Latina
Por Dr. Adalberto Santana/ Unam/Mexico.
Uno de los elementos más relevantes en el horizonte global y particularmente en América Latina y el Caribe, es la fuerte presencia de la República Popular China en la dinámica económica, política y cultural de la región.
Si bien
se puede identificar que China para el mundo occidental (EU y Europa) es un
poderoso y enigmático país asiático, en cambio para los países latinoamericanos
es un referente de su propia historia y cultura.
Las
relaciones del mundo con China han sido capitales a lo largo de la historia.
Por ello sostiene el filósofo Alberto Saladino, que en
nuestros tiempos de los inicios del siglo XXI: “han cobrado cada día mayor
relevancia, y de manera específica entre China y América Latina a partir del
incremento de la actividad comercial iniciada a finales del siglo XVI. En la
actualidad los intercambios entre esas dos regiones de continentes vecinos pero
distantes son intensos y si bien han predominado los de carácter económico, hoy
son de variados tipos: académicos, artísticos, científicos, deportivos,
educativos, políticos, religiosos, tecnológicos, etcétera, de suerte que dicha
tradición anuncia un futuro de mayor dinamismo”.
Uno de
los elementos que más identificación se tiene en la relación entre China y
América Latina y el Caribe ha sido el proceso migratorio entre estas dos
entidades a lo largo de la historia y de la conformación de la actual cultura
latinoamericana de manera específica.
Así, en
el proceso histórico de ambas regiones figura de manera preponderante el flujo
migratorio de chinos en el llamado Nuevo Mundo. Tema que en los inicios del
siglo XXI sigue siendo un tema central de las relaciones entre estos países.
Recordemos
que China a la largo de su historia como nación imperial constantemente veía
mermando su economía cuando millones de sus ciudadanos tenían que emigrar a
otras regiones del mundo para sobrevivir en una especie de trabajo semiesclavo.
Fueron
grandes contingentes de trabajadores chinos los que construyeron el Canal de
Panamá o el ferrocarril que cruzaría de lado a lado el territorio estadunidense.
La gran diáspora china había llegado a diversos puntos del planeta. Los
migrantes asiáticos más humildes habían aportado con su trabajo y con su vida
en muchos casos al crecimiento económico y de infraestructura de una diversidad
de economías del mundo.
Así, la
región de América Latina y el Caribe no estuvo ajena a ello. Por el contrario,
a la región arribaron un destacado flujo de pobladores asiáticos en el siglo
XIX y a principios del XX. Tal como fue la llegada de miles de ciudadanos
chinos para la construcción del Canal de Panamá.
Pero
también en Cuba, donde se había prolongado la explotación del trabajo esclavo,
ahí también encontramos importantes flujos migratorios forzados después de la
independencia en la mayoría de las naciones latinoamericanas.
Al
respecto el antropólogo cubano Jesús Guanche en su libro “Componentes étnicos
de la nación cubana” ha señalado que: “En el caso particular de México figura
en Cuba la presencia de indìgenas yucatecos (mayas) desde el mismo siglo XVI
hasta fines del siglo XIX, pues aparecen en condiciones de explotación y
servidumbre junto con los esclavos africanos y criollos, así como con los
culíes chinos”.
Conviene
comprender que los llamados culíes eran aquellos trabajadores asiáticos
(chinos, filipinos e indostanos) que emigraban contratados a diversos países del
Continente Americano que eran expulsados por la superpoblación agraria y el
atraso de sus economías semifeudales prevalecientes.
Tal como
lo menciona el mismo Guanche: “El comercio de culíes, cuyo inicio está ligado a
la necesidad de fuerza de trabajo en las plantaciones coloniales de Asia
Oriental, extendió rápidamente su radio de acción hacia otras regiones, entre
ellas Cuba, donde la contradicción esclavitud-abolición había creado una grave
situación económica. No fue casual que Gran Bretaña haya sido la potencia
abanderada de este nuevo tráfico de mano de obra contratada”.
Los
trabajadores chinos en virtud del sistema de contratación, llegaron a Cuba como
a otros países latinoamericanos a mediados del siglo XIX. Así, en 1844, en
“Jamaica, Trinidad y la Guyana empezaron a recibir contingentes de culíes
hindúes y algunos chinos que se vendían de 70 a 80 pesos por cabeza”, nos dice
José Baltazar Rodríguez, en su obra “Los chinos de Cuba”.
Agregando
Jesús Guache que: “Los primeros contingentes llegaron procedentes de Manila
(Islas Filipinas), que era un reducto colonial de la España imperial en Asia. Cuando el culí era atrapado
o reclutado lo conducían a un depósito de hombres; allí era obligado a aceptar
un contrato cuyo texto había sido redactado e impreso en chino y español.
Después
de firmado el contrato, el individuo permanecía encarcelado hasta que era conducido
al buque que lo llevaría al Continente Americano. Para tratar de evitar
estadísticamente la alta mortalidad durante la travesía, y no sobrepasar el
10%, los agentes del tráfico se ponían de acuerdo con el cónsul de España en
Macao y embarcaban una cantidad mayor de chinos que los sumados.
De tal
manera que en la mayor de las Antillas junto con Perú, destacaron como los
países donde más se realizó esta migración forzada. Algunos datos como los de
Zhang Kai, en su libro “Historia de las relaciones chino-españolas”, nos
indican que en dos décadas fueron llevados y vendidos en Cuba entre los años de
1853 y 1873 un número que llegó a 132,425. Incluso se estimó que tan solo en
ese país caribeño llegaron entre contratados y los de entrada clandestina, un
estimado de 150 mil chinos.
Pero
también se ha señalado que hacia mediados del siglo XIX, entre 1860 y
1875, precedentes de California, vía México y de Nueva Orleans, llegaron a Cuba
cerca de 5,000 chinos que habían estado en los Estados Unidos empujados por la
fiebre del oro y la construcción del ferrocarril de Este a Oeste.
Estos
estuvieron ubicados principalmente en los que se refiere a labores agrícolas,
en el trabajo en los cañaverales, tabaco, cafetales y ganadería. En tanto que
aquellos emplazados en poblaciones menos rurales se dedicaban en el trabajo
doméstico o bien el comercio y la industria azucarera, pero también en la
construcción del ferrocarril.
Un dato
sobrecogedor de esta situación de la trata de estos trabajadores asiáticos
reveló según Guache, que: “En la década de 1850-1860, Cuba tuvo la más alta
tasa de suicidios a nivel mundial, debido principalmente a que los culíes
recurrían a quitarse la vida de forma masiva como un modo de evasión de la
tortuosa situación en que se encontraban”. Producto de esta situación explica
que estos trabajadores chinos durante la Guerra de los Diez Años, también se
incorporaron a la gesta libertaria.
En el
siglo XXI podemos encontrar que la relación de los países latinoamericanos con
la República Popular China avanza por nuevos derroteros, mucho más
constructivos. Si bien la presencia de migrantes chinos en la región
latinoamericana y caribeña es significativa, en el momento actual se inserta en
la nueva dinámica de un intercambio comercial, empresarial, técnico, educativo
y cultural.
Especialmente
China se ha transformado en la gran economía que en poco tiempo tendrá la
hegemonía económica pero sin intervenciones militares. Por el contrario apuesta
a la cooperación global.
De tal
suerte que en los inicios del siglo XXI, más de 150 millones de
ciudadanos chinos tienen ya los ingresos suficientes para viajar como turistas
al exterior, encontrando en nuestra América un lugar con grandes expectativas
no únicamente para el trabajo, sino también para la recreación y el paseo.
Lo
subrayado e interpolado es nuestro
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