Chile: Ataca a la Madre Naturaleza, sin derechos, pero con precio, el oráculo mercurial de la sofofa.
Por Eduardo Gudynas
Red Latina sin
fronteras/ Addhee.Ong
Fue en la constitución de Ecuador donde se concretó el
reconocimiento de los derechos de la Naturaleza. Participando en el proceso
constituyente en aquel país, hace más de diez años atrás, presencié todo tipo
de críticas y burlas contra esa innovación. Algunos la tildaban de una manía
«new age» y otros de un folklorismo propio de los «indios», algunos afirmaban
que eran inaplicables y otros los denunciaban como una imposición del norte, y
así sucesivamente.
Pero rápidamente quedó en claro que buena parte de esa
resistencia fue alimentada por intereses económicos mundanos y conocidos. En
efecto: las empresas e inversores en minería y petróleo temían que esos
derechos resultaran en proteger a la Naturaleza en serio, que realmente se
consultara a las comunidades locales, o se aplicara un ordenamiento territorial
ecológico y económico. Sabían que si eso ocurriera, muchos emprendimientos
extractivistas no serían aprobados.
En Chile, este nuevo ataque a la mera enunciación de
una Naturaleza con derechos exige evaluar si también no están en juego los
intereses económicos. Preocuparía no solamente a los extractivismos conocidos,
como el minero o forestal, sino también obligaría a reconsiderar la propiedad,
el uso y la gestión del agua.
El editorial de El Mercurio, publicado el 12 de
agosto, en realidad no apuntaría contra la aplicación de derechos a la vida
animal y vegetal o a los ambientes naturales chilenos como tal. Lo que les
alarma son las consecuencias económicas de ese reconocimiento, y ese texto está
repleto de indicaciones en ese sentido.
Se comienza por reducir a la Naturaleza a una
condición «físico-química», y que al ser cambiante, implicaría no tener una
guía para proteger sus derechos. Este es un conocido error que implica una
ceguera ecológica, porque la Naturaleza es más que un conglomerado físico-químico,
ya que alberga increíbles formas de vida animales y vegetales. Se debería
invitar al editorialista a recorrer los parques nacionales chilenos para que
comprenda sobre qué se está discutiendo.
Otro error muchas veces repetido es vincular los derechos
de la Naturaleza a la hipótesis de Gaia que está concebida a escala planetaria.
La Naturaleza es siempre es local, y por lo tanto su reconocimiento y
aplicación también es local. Los conglomerados de vida en un sitio, por ejemplo
las laderas andinas de la Araucanía son muy distintos a la de otras
localidades, como aquellos en los desiertos del norte, y los derechos son
específicos para cada comunidad de vida, cada una con sus particulares procesos
ecológicos y evolutivos.
Bajo esa ceguera ecológica El Mercurio llega al
extremo de preguntarse si estos derechos implicarían dejar arder los bosques en
Chile, buscando desacreditar la idea. Sin embargo, la dinámica de esos
incendios no tiene nada de «natural», y además ocurren en muchos ambientes muy
alterados, cercados por áreas donde los bosques originales fueron reemplazados
por plantaciones forestales. Es justamente esa alteración ecológica de los
bosques que los derechos de la Naturaleza buscan prevenir. Es más, si se
aplicara el régimen aprobado en la Constitución de Ecuador, entonces no
solamente los derechos de la Naturaleza obligarían a proteger los actuales
bosques remanentes en Chile, sino que también obliga a restaurar aquellos que
fueron degradados o destruidos.
La intención de la crítica en el editorial queda más
en evidencia en sus últimas consideraciones reclamando abandonar la idea de
derechos de la Naturaleza para reemplazarla por instrumentos económicos. En
efecto, inspirados en un reporte realizado en el Reino Unido, sostiene que lo
que se debe preservar son los servicios de los ecosistemas y aplicar análisis
de costo beneficio. Aquel reporte británico ha sido muy criticado ya que no
entiende a la Naturaleza como tal sino que la reduce a categorías del mercado,
tales como Capital Natural o bienes ecosistémicos, y lo que dentro de ella se
manifiesta no es la vida sino que es la provisión de servicios útiles para el
ser humano, todo lo cual puede ser tratado si fuera una relación de mercado.
Por lo tanto, se deberían comparar los costos y beneficios económicos, por
ejemplo entre preservar un bosque originario o suplantarlo por una plantación
para pasta de celulosa. Como ese cálculo lo hace una economía que no es capaz
de contabilizar la vida de la flora y fauna, siempre pierde el bosque original
y es más rentable la pasta de celulosa, ya que sí sabe contar el dinero de
inversiones y exportaciones.
De modo análogo, el agua deja de ser un elemento
central de la Naturaleza y es reconvertida en un servicio ambiental, y por ello
puede ser transada en el mercado y estar bajo de derechos de propiedad o uso
exclusivo.
Todo eso hace que sea muy clara la apuesta por la
mercantilización de la vida, y el reemplazo de la idea de Naturaleza por la de
capital o bienes naturales. El Mercurio expresa la opinión de los que desean
impedir que la Naturaleza tenga derechos para que así pueda tener un precio.
Esa perspectiva economicista es funcional a todas las actividades que
conocemos, desde la megaminería a los monocultivos forestales, las que son
precisamente las responsables de la actual debacle ecológica. Es por esa razón
que, al final de cuentas, la idea de los derechos de la Naturaleza despierta
tanto temor.
Eduardo Gudynas es analista en el Centro
Latino Americano de Ecología Social (CLAES) http://ecologiasocial.com/ e
investigador asociado del Observatorio Latino Americano de Conflictos
Ambientales (OLCA) https://www.olca.cl/oca/index.php .
Publicado originalmente en el portal de OLCA y en Resumen Chile, el 19 agosto
2021.
Lo subrayado/Interpolado es nuestro
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