No a la transacción para que nada cambie…
Juan Pablo Cárdenas S.,
Escritor, comunicador social, analista internacional.
Al menos en política,
siempre debieran provocarnos desconfianza los ponderados y nunca condescender
con las posiciones eclécticas. Es cuestión de observar la historia para
concluir que los que marcan huella son los empecinados, los irreductibles en
sus propósitos e ideas. Los países suben a sus pedestales a los grandes
líderes, a los que se juegan la vida por sus valores. Raramente a los que
buscan ser admirados por su ecuanimidad, tratando de ser bien vistos y tratados
por las derechas e izquierdas, más allá de los cargos que muchas veces obtienen
en su afán acomodaticio y oportunismo.
La independencia de Chile
y de América se consiguió con el arrojo de cada uno de nuestros libertadores.
La mayoría de las veces tachados de temerarios y extremistas porque se
manifestaban renuentes a contemporizar con los opresores, a poner por encima de
sus convicciones libertarias la concordia con los enemigos y los timoratos que
siempre se oponen y le demuestran pavor a los cambios. Incluso los grandes
líderes religiosos de la humanidad fueron mucho más intransigentes de lo que se
les supone. Ahí están Cristo, Mahoma y los empecinados patriarcas del judaísmo.
Así como la historia reciente reconoce a un Churchill que les ofreció a los
ingleses “sangre, sudor y lágrimas” como condición para vencer a Hitler y al
nazismo. En efecto, las vidas ejemplares siempre destacan a los rebeldes e
insurrectos.
En el Chile de hoy se
apela hipócritamente a la necesidad de dialogar para darle satisfacción a las
demandas del pueblo mapuche, de los trabajadores explotados y reprimidos, como
de un pueblo harto de no acceder a una vivienda digna, a la salud y la
educación. Muy demostrado está que los retardatarios apelan a los acuerdos con
la intención de aplazar lo más que se puedan las transformaciones y la
auténtica paz social, es decir la que siempre es hija de la justicia y no
tolera la impunidad. Se nos dice que el país está muy dividido y tensionado por
las profundas diferencias. Que es conveniente ponerle freno a las demandas
populares porque ni un gobierno de derecha o izquierda va a poder administrarlas.
No es que se opte necesariamente por el centro político, sino por ponerle
sordina al descontento, ejerciendo, incluso, la violencia policial para
reprimir las marchas y movilizaciones populares. Se dicta ahora el estado de
emergencia para “pacificar” nuevamente a la Araucanía; sin embargo, con los
militares, tanques y armas ya operando en la Región se intensifican las tomas
de terrenos y las quemas de camiones y maquinarias forestales. Porque nunca ha
sido ventajoso apagar con fuego los incendios, renunciando a buscar soluciones
que puedan aparecerles revolucionarias a los que quieren proteger sus intereses
amagados por el descontento y la protesta popular.
Lo peor de todo es que ni
derechas o izquierdas aparecen ya consecuentes cuando, pasada la efervescencia
electoral, unos y otros terminan concertándose y dispuestos a repartirse el
poder y medrar de consuno en los cargos públicos. No bastó que un ochenta por
ciento de los ciudadanos se mostrara de acuerdo con dictar una nueva
Constitución y voceara las reformas sociales para que ahora los eclécticos de
siempre (que también los hay en la Convención Constitucional) empezaran a
practicar una apacible condescendencia hacia las minorías, en la cándida
disposición de consensuar poco menos que cada una de las disposiciones de la
nueva Carta Magna. Porque les parece ahora poco democrático que los ganadores
hagan prevalecer sus ideas sobre las de los derrotados, es decir sobre los que
han hegemonizado largamente el poder en un país cruzado por las desigualdades e
injusticias. Todo el peso de la Ley se nos proclama contra los manifestantes
que delinquen en las calles. Muy de
acuerdo con ello si no fuera porque en el propio palacio de la Moneda permanece
el principal de los delincuentes del país, uno de los facinerosos que más daño
le han hecho al erario nacional y a la población, mediante sus espurias
empresas, escandalosas evasiones tributarias e ilícita concurrencia a los
llamados paraísos fiscales. Solo que estos delincuentes son de cuello y corbata.
Consideración especial se
le pide a los jueces y a la prensa respecto de los generales cuatreros que
ahora en Carabineros y la policía civil, como antes en las tres ramas de las
FFAA, se hicieron de los gastos reservados y salieron a retiro con millonarios
botines: ¿de guerra, acaso? Qué duda cabe que, por mucho menos, existen
gobiernos que hasta han condenado al cadalso a aquellos oficiales tentados por
el narcotráfico o la codicia. Porque los delitos de estos sin duda son peores y
más abusivos que los que cometen los civiles comunes y corrientes. Qué horrible
es el doble estándar que practican los gobernantes de toda la casta política
chilena cuando nos convocan a “celebrar” el 18 de septiembre como efeméride de
una Independencia que solo se lograra con las guerras contra España cuatro años
más tarde de aquella Junta de Gobierno provisional. Que ahora la prensa
uniformada y ese conjunto de desvergonzados políticos concuerden en que el 18
de octubre del 2019 solo puede ser “conmemorado”. Porque las armas y la
violencia de los patriotas solo después de doscientos años les parecen
legítimas, pero las barricadas y piedras de los jóvenes y abusados de hoy deben
ser severamente impugnadas, además de encarcelados o exterminados sus
ejecutores. ¿Es que Chile perdió el sentido común? ¿Puede creer alguien que,
abogando por el entendimiento, se va a lograr que el Estado reconozca como
justa la demanda mapuche y actúe en consecuencia? ¿Puede alguien en su sano
juicio pensar que las AFPs les van a pagar a los jubilados una pensión justa
después de tantas décadas en que se han apropiado y obtenido tan lucrativo
rédito de sus cotizaciones? ¿Se podría confiar en que los empresarios lleguen
al convencimiento de que deben pagar a los trabajadores un salario justo si se
quiere aspirar a la paz social? ¿O que las isapres, por una prodigiosa
decisión, convengan espontáneamente en un sistema público de salud, renunciando
a los enormes beneficios que les proporciona su actual administración privada?
“A Dios rogando, pero con el mazo dando” decía el cardenal Raúl Silva Henríquez
cuando decidiera crear la Vicaría de la Solidaridad en tiempos de la dictadura
cívico militar y cuando las víctimas ni
siquiera estaban en posibilidad de demandarlo. “El pueblo no se debe dejar
acribillar”, dijo el Presidente Dr. Salvador Allende Gossens antes de su
muerte, pero al mismo tiempo advirtió que más temprano que tarde, se abrirían
las grandes alamedas por donde pasen hombres y mujeres libres, para construir
una sociedad mejor.
Lo subrayado/interpolado
es nuestro.
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