Silvio Rodríguez: 75 años… y los que faltan.
Sergio
Rodríguez Gelfenstein, escritor, analista internacional/Addhee.Ong
Han
pasado más de 40 años, la vida ha seguido trazando su rumbo, los años dan
cuenta de que se está más lejos del final que del comienzo. Yo no soy cantor,
trato de hablar escribiendo y en esa medida -parafraseando a Silvio- debo decir
que le debo una crónica en el momento en que también he hecho mi testamento
acerca de las cosas que me faltan por hacer.
Lo
escribo ahora a pocos días de que Silvio cumpla 75 años. En realidad, lo debí
haber hecho un lustro atrás cuando inició su octava década de vida, pero la
intempestiva partida de Fidel nos estremeció -a él y a mi-. Se lo dije cuando
conversamos unos días después. Fue muy lacónico: “No estamos para
celebraciones”. Y así era, el dolor nos carcomía, paralizando cualquier
esfuerzo creativo. Vale entonces ahora, a modo de recuerdo, relatar algunas
anécdotas no sabidas que retratan al ser humano que yo aprecio, imbricadas con
el compositor y poeta que todos echan de ver.
Conocí
a Silvio a mediados de los años 70 cuando todavía vivía en el apartamento de
23. Aunque no teníamos encuentros frecuentes, las veces que lo hice, se producían
intensos debates acerca de mi “extraño” quehacer. Eran tiempos en los que yo
hacía los primeros pinos de mi formación militar. La rareza venía dada por mi
condición de extranjero que tenía acceso a las academias militares cubanas.
En
esas tempranas conversaciones, pude percibir la calidad de un ser excepcional.
Aunque su música comenzó a acompañarme y ha estado presente en mi vida desde
ese momento y hasta hoy, no creo que me haya acercado a él tanto por su
condición de músico inigualable como por su condición humana y su
extraordinaria sensibilidad que lo hace poseedor de un espíritu internacionalista,
dueño de un sentimiento de solidaridad inquebrantable con aquellos que luchan
“no importa dónde” porque somos sus hermanos, como señaló Camilo.
En
el trasfondo, podía adivinar que Silvio envidiaba sanamente las posibilidades
que la vida me había dado. Yo era muy joven, no era nadie (sigo siendo nadie) y
él ya era SILVIO RODRÍGUEZ, así con mayúscula aunque no le interesara en ese
entonces, ni le interesa ahora, hacérselo sentir a nadie. En esa ápoca no tenía
la capacidad retórica ni la facultad de discernimiento que proporcionan los
años, pero si podía percibir que Silvio aspiraba a desatar ese sentimiento
internacionalista con algo más que la guitarra.
Lo dice precisamente en su Testamento:
“Le debo una canción
a una bala
A un proyectil que
debió esperarme en una selva.
Le debo una canción
desesperada
Desesperada por no
poder llegar a verla”.
Posteriormente vino
la guerra y la revolución en Nicaragua. Después del triunfo del 19 de julio, en
septiembre, un amigo que a la sazón trabajaba en la transformación de la
desaparecida “Radiodifusora Nacional” en “La Voz de Nicaragua”, sabedor de que
viajaría a Cuba, me pidió que le trajera discos de la Isla porque había
recibido la tarea de crear una hemeroteca musical. Al llegar a La Habana fui a
ver a Silvio y le comenté el encargo que tenía. Me preguntó cuando regresaba a
Managua y me dijo que pasara un día antes. Al hacerlo, se había dado el trabajo
de grabar en casetes un amplio compendio de música cubana (no sólo de la suya),
que fueron parte de los primeros discos que constituyeron el acervo de la nueva
radio de la Nicaragua Revolucionaria.
Por cierto, el día
que fui a la casa de Silvio a buscar los casetes, estaba ensayando y grabando
algunas canciones en un modesto equipo en su casa. Estuve un buen tiempo
escuchándolo, casi al finalizar, cuando ya debía partir, sacó el disco del
aparato y me lo regaló. Conservé ese casete -en el que había algunas canciones
todavía hoy inéditas - por 40 años, devolviéndoselo hace algún tiempo atrás.
Unos años después,
en 1983 Silvio viajó a Nicaragua para participar en el II Festival de la
Nueva Canción Latinoamericana también
conocido como “Concierto por la
paz en Centroamérica”. Por razones que desconozco se hospedaba en un pequeño
hotel del kilómetro 9 de la carretera sur de Managua. Allí lo fui a buscar
varias veces para llevarlo al hotel Las Mercedes en las proximidades del
aeropuerto Sandino donde estaban la mayoría de los invitados. De la mano de
Silvio conocí a grandes exponentes de la música latinoamericana como Alí
Primera, Amparo Ochoa, Gabino Palomares, Mercedes Sosa y Daniel Viglietti entre
otros.
Silvio me hizo recorrer obnubilado las mesas donde compartían esa pléyade
de artistas comprometidos con los pueblos de América, a quienes me presentaba
como un amigo latinoamericano. Tal vez nunca pudo saber la emoción que me
produjo conocer de cerca a esa constelación de estrellas entre las que yo
pasaba inadvertido a pesar de mi esplendoroso uniforme verde olivo de joven
combatiente internacionalista. Esos días junto a Silvio aprendí acerca de la
grandeza y modestia de los que serán inmortales de nuestra historia, no solo
por la gloria de su música, mucho más por haberla puesto al servicio de los
pueblos, de los humildes y de la paz.
Yo pisaré las calles de Santiago nuevamente….
Quiero finalmente, relatar una curiosa anécdota que tal vez retrate a
Silvio como ninguna otra. En marzo de 1990, recién inaugurada la democracia en
Chile, viajó a ese país por primera vez desde 1972 durante el Gobierno Popular de
Salvador Allende Gossens. Por un mecanismo que habíamos establecido me lo hizo
saber con antelación, incluso inquiriendo mi opinión sobre la situación del
país y la conveniencia de realizar este viaje. Le contesté que me parecía muy
importante que lo hiciera porque transmitiría una ola de frescura popular a la
transición y sería un símbolo del regreso a Chile no solo de él sino de toda
Cuba dando a conocer –en los hechos- que su páis siempre había estado con el
pueblo chileno en los difíciles momentos de la dictadura. Así mismo, me permití
solicitarle que evaluara la posibilidad de que -sin sin que implicara
consecuencias políticas negativas para él y para Cuba- fuera a la cárcel y
visitara a los presos políticos condenados por luchar contra la dictadura
cívico militar.
Silvio recibió el mensaje. Su única respuesta fue que ojalá pudiéramos
vernos durante su estadía en Santiago. Aunque ya yo estaba legal y habíamos
iniciado un proceso de negociación de nuestra inserción en el sistema
democrático con el nuevo gobierno de Patricio Aylwin, una parte importante de
la organización continuaba siendo clandestina. Le hice saber esto, le envié una
forma de contacto, pero le dije que valorara la factibilidad real de
encontrarnos en sin que ello significara riesgo alguno para su integridad.
Lamentablemente, llegado el día, surgieron algunos contratiempos
motivados en problemas de seguridad que me llevaron a decidir que no era
conveniente producir el encuentro. Pero, cuando le envié la información a
Silvio a través de un mensajero, ya había abandonado el hotel. De acuerdo a las
“instrucciones” que le envié y que él cumplió al pié de la letra, debía
abandonar el hotel con antelación y cumplir un “plan de caminamiento” que lo
librara del seguimiento de periodistas y fans que lo esperaban en las puertas
del hotel, tenía que entrar y salir de galerías y calles hasta detectar que no
era seguido, antes de dirigirse al lugar del encuentro: un apartamento en el
que vivía una pareja de ancianos colaboradores.
Ellos estaban advertidos que recibirían un visitante al que debían
atender. Me preguntaron quien era y les dije que era una persona a quien
conocerían tan pronto lo vieran. La llegada de Silvio casi les produce un
infarto. Ya les había informado que yo no podría asistir y que por favor se lo
explicaran y le ofrecieran alguna bebida. Silvio comprendió la situación,
amablemente accedió a tomarse el café con los sorprendidos dueños de casa que
no podían salir de la sorpresa que significaba tener en su casa a uno de los
más respetados y admirados artistas de América Latina. Eso fue lo que me
dijeron. No se produjo el encuentro, pero creo que Silvio pudo saborear por
unos minutos las mieles de la tensión, emoción y pasión con que se enfrenta la
lucha popular en condiciones de clandestinidad o semi clandestinidad como era
el caso.
Unos días antes, Silvio había visitado la Cárcel Pública, donde compartió
con más de 400 presos políticos -algunos en huelga de hambre- cantando para
ellos en un concierto que tal vez ha sido uno de los más cortos y más
improvisados de su vida, pero que sembró en la mente y en el corazón de muchos
combatientes (entre ellos el mío) el respeto infinito por aquellos –como él-
que en ninguna condición dejan de enarbolar el compromiso con los que luchan,
porque “no importa donde, son nuestros hermanos”.
Feliz cumpleaños hermano querido, deseo que tras arribar a los tres
cuartos de siglo, tu vida siga siendo próspera y pura como hasta ahora, que tu
inquebrantable amor por Cuba y su pueblo continúen siendo bandera de los que
seguimos creyendo que tu patria es el faro de la libertad de América. Que tu
canto perdure para que los que tienen dudas, las superen, y los que creen, lo
sigan haciendo. Que el pedestal de amistad y solidaridad que has erigido, se
mantenga sólido e indestructible. Que tu música y tu poesía continúen sembrando
la vida, el alma, la conciencia del ser latinoamericano y caribeño. Que tu
preclaro espíritu martiano y fidelista transformados en canción, sea
inspiración de todos los que te respetamos y te queremos.
Recibe todo el afecto de un necio para otro necio. Que tengas salud y
vida por muchos años más
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