¿Quién era Jaime Guzmán Errázuriz?
Ideólogo del Opus Dei, de la dictadura cívico militar y del dictador de marras
En 1978,
Jaime Guzmán Errázuriz,
asesinado en un
atentado en 1992,
tuvo la idea
de realizar un
plebiscito con la pregunta si la ciudadanía consideraba o no
a Pinochet como legítimo Presidente de la República. Como sabemos, tal consulta
no se realizó, y en su lugar, un año y medio después se votó la constitución de
1980.
Como
también sabemos, si se hubiera realizado en 1978 aquel plebiscito, los votos
los habría contado la dictadura, sin registros de votantes ni observadores extranjeros y menos nacionales, tal como sucedió en el vergonzoso fraude que fue el “plebiscito”
para aprobar la actual Constitución, que justamente, redactó Jaime Guzmán con 6
personajes más pertenecientes a sectores extremos de la derecha fascista/ Opus
Dei.
En 1978,
en Televisión Nacional,
Guzmán fue entrevistado
por el actor
y animador Jaime
Celedón, quien sugirió
a Guzmán que era necesario “dar espacio a la oposición en la televisión”
antes de realizar esa consulta, especialmente a Eduardo Frei Montalva, quien
fuera en 1973 el más conspicuo defensor del golpe de estado por su credibilidad
como político de centro. No obstante, en ese
año 1978, Frei se había
convertido en un tenaz opositor
a la
dictadura. A la observación de
Celedón, Guzmán respondió textualmente:
Vaya
demócrata... En cuanto a su muerte,
vamos a servirnos de Shakespeare, el dramaturgo inglés autor dela conocida
tragedia "Hamlet."
Hamlet,
príncipe heredero al trono de Dinamarca, descubre que Claudio, su tío, ha
asesinado a su padre, ha seducido a su
madre, la reina,
y se ha
hecho coronar rey.
Hamlet advierte que
en su país
reina la corrupción
y la injusticia
y observa que por
ello su tío
no será jamás
juzgado; vale decir,
sus delitos quedarán
impunes. En su
conciencia, el príncipe Hamlet,
hombre justo y bueno, no podrá tener paz si no se impone la justicia, y como no
hay quien la haga, tras muchas vacilaciones, finalmente mata al usurpador. El
quid de la tragedia es que aquello que parece venganza es un genuino
acto de justicia,
puesto que ésta
no existe institucionalmente en su
país; por lo
tanto, el asesinato
de Claudio tiene esa única explicación. Desde el punto de vista de la
Filosofía del Derecho, siempre se dará la posibilidad que alguien que sufre una
injusticia haga justicia con sus propias manos, puesto que la ley y la Justicia
de Estado son inexistentes. Es, entonces, pertinente sacar a colación la
tragedia “Hamlet” en el tema del atentado y muerte de Guzmán, porque
contienen las interrogantes
que debió plantearse
el príncipe: Primero:
¿había justicia en
Chile en 1992, y
si no la
había, debería él
hacerla por cuenta
propia?; y segundo,
¿era Guzmán inocente
o culpable de los
asesinatos, torturas, farsas de juicios, desapariciones de personas y demás crímenes cometidos durante
la dictadura de Pinochet?
Respondamos
estas interrogantes:
La Concertación
no consiguió nada importante en
ese pacto, aun
luego de satisfacer
a la derecha
en su desesperada demanda por
salvar al dictador.
En verdad, ello fue, al fin de cuentas una derrota política para la gran
mayoría de chilenos que habían ganado el plebiscito de 1988, las elecciones
presidenciales de 1990 y 1994 y obtenido un mayor número de representantes en
el Parlamento hasta el arresto de Pinochet en Londres.
De
modo que a pesar de ser la Concertación mayoría, no la derecha, en 1992 el país
seguía regido por la constitución redactada por la minoritaria derecha en
dictadura e impuesta al país por la fuerza bruta, además de vergonzosamente
“aprobada” en el fraude plebiscitario de 1980.
Resulta
insólito que en 1992 siguiera vigente la “Ley de Amnistía General“ de 1978,
cuya ilegalidad era indiscutible en
tanto infringía los
pactos internacionales en
materia de Derechos
Humanos suscritos por Chile. Según
esa ley, concebida y redactada
por Jaime Guzmán, los
crímenes cometidos por la
dictadura desde el mismo día del golpe
de estado de 1973 hasta 1978 estaban amnistiados.
Vamos
ahora a la segunda interrogante, i. e., si Guzmán era o no inocente de los
crímenes y sistemáticas violaciones a los Derechos Humanos que se cometieron en
dictadura:
Aquí
es preciso recordar, como punto de partida, que en Derecho, quien encubre,
azuza o impulsa a otros a matar, es un criminal. Según ese principio, no cabe
duda que Guzmán lo fue, como vamos a probarlo.
Partamos
por conocer bien a Guzmán, a quien conocí en 1967. La vida política conocida de
Guzmán comenzó por el año 1965, en
la Universidad Católica.
En 1968, el
suscrito era profesor
de la Universidad
de Chile, en
su sede de Iquique.
Ese año, en
el mundo entero
había estallado una
rebelión de la
juventud, sobre todo
estudiantil, contra el autoritarismo político y cultural
existente. Una de las reivindicaciones de aquella juventud -en el mundo
entero-era la reforma de las universidades, en el sentido que los estudiantes,
de manera ponderada también debían participar en su gestión; explícitamente, en
la elección de sus autoridades y la planificación académica. Ese anhelo se
cumplió en todos los países democráticos del mundo, como lo era Chile. En 1968,
luego de discutirse en el Parlamento y al interior de las universidades, se
declaró el co-gobierno
universitario en todas
las universidades de
Chile, sin excepción alguna, tanto públicas
como privadas. En
efecto, este revolucionario cambio
tuvo el apoyo
del entonces Presidente
de la República Eduardo Frei
Montalva, el voto de la mayoría de los parlamentarios y, sobre todo, el
abrumador consenso de las comunidades universitarias; es decir, de sus
profesores, estudiantes y personal de apoyo. No obstante conocerse ampliamente
aquella voluntad mayoritaria, un grupo minoritario de estudiantes proveniente
de la Universidad Católica (UC) liderado por Guzmán, se opuso a la reforma.
Para impedir
la avalancha democrática
que se venía
encima en Chile
y en todo
el mundo, Guzmán
organizó sus huestes
ultra-conservadoras /Opus Dei y encabezo la toma a viva fuerza de la Casa
Central de la UC, pero sólo unos días después los reformistas de la misma
universidad la recuperaron y expulsaron de ella a los violentistas. Estudiantes
y profesores de la UC y otras universidades de Santiago y de provincias
organizaron luego un foro que tuvo lugar en la Escuela de Derecho de la UC. La
Universidad de Chile-sede Iquique fue invitada a ese evento, y tuve el honor de
representarla. Allí habló Guzmán, dándose a conocer como el líder del más
irreductible conservadurismo político y religioso de esa época en Chile.
Recuerdo partes de su discurso. En medio de las pifias que se ganó con su
intervención (la mayor parte provenientes
de estudiantes de
la misma UC),
calificó la reforma
universitaria, entre otras
denostaciones, como “un atentado al principio de autoridad” y, finalmente, “una
maniobra del marxismo internacional y de la Democracia Cristiana.” No obstante,
de aquel discurso lo que más conmovió a todos fue algo que sólo puede definirse
como una amenaza: “Chile necesita una contrarreforma universitaria, y esa contrarreforma
la conseguiremos un día.” ¿Cómo iba la ultraderecha a
llevar a cabo
esa contrarreforma si
era minoría? Unos
años después, luego
del golpe de
estado de 1973, Guzmán cumpliría
su amenaza cuando se transformó en el primer consejero ideológico de la
dictadura. Obtuvo del dictador rápidamente el bando militar que acabó con el
co-gobierno universitario, y en su lugar impuso el régimen universitario que
tenemos hoy; el de todas las universidades autoritarias, verticalizasen lo
administrativo, pagadas y funcionando como empresas comerciales auto-sustentables,
y, como resultado de ello, de dudosa o mala calidad, muy distintas a lo que
eran las universidades chilenas en nuestra antigua democracia.
Hasta
hoy sigue vigente la contrarreforma universitaria de Guzmán, impuesta al país
por la dictadura luego de anularla reforma universitaria que había sido
acordada institucional y democráticamente en democracia.
Sigamos conociendo
a Guzmán. Era miembro
de un pequeño
grupo ultraconservador juvenil / Opus Dei muy activo
en sus tiempos de estudiante
secundario del aristocrático colegio santiaguino “Sagrados Corazones”, y luego
de estudiante universitario dela Universidad Católica. Ese grupo era “Fiducia”,
cuyo ídolo era el dictador fascista español Francisco Franco, aliado
de Hitler y
Mussolini. Guzmán también
era miembro del
Opus Dei (el
sistema ideológico católico fundado por Escribá de Balaguer, que
plantea, en caso extremo, el exterminio físico de los enemigos de la fe,” que
no son otros que los militantes de la izquierda, aunque, ya muerto Escribá,
sean hoy creyentes cristianos, lo que incluye a curas obreros y a sacerdotes y
laicos que adhieren a la Teología de la Liberación.
Guzmán,
llamado por la dictadura a integrar su consejo ideológico, muy pronto consiguió
ser su principal miembro, y fue así como obtuvo la anuencia del dictador para
hacer clases y dictar conferencias en la Escuela Militar; obviamente para aleccionar
a los cadetes
de manera exclusiva
en su sistema
ideológico. Aquí cabe
preguntarse si tenemos
una democracia segura y
fuerte con una
oficialidad militar aleccionada
ideológica y políticamente
de manera unilateral; mejor dicho aun, únicamente por
agitadores políticos de ultraderecha como fue Guzmán.
Presentar a
Guzmán como un
hombre de paz,
buen católico, y
demócrata es una
falsedad. Fue el
más conspicuo ideólogo y
consejero político de una
dictadura reiteradamente declarada en su tiempo como
violadora sistemática de los Derechos
Humanos por todos
los organismos internacionales ad hoc. Así
las cosas, por
lógica, Guzmán es
co-responsable de sus crímenes. Mas, no sólo eso. Guzmán bloqueó toda
iniciativa que abriera la posibilidad de conducir a Chile
a la democracia,
se aclarara la suerte que
corrieron los detenidos desparecidos, se terminaran las torturas,
se revisaran los “juicios de guerra” tras los cuales cientos de compatriotas
fueron torturados, fusilados, encarcelados, desaparecidos y mandados al exilio. De esto que señalo
sobran los ejemplos. Veamos:
Cuando
después del golpe de 1973, por primera vez en Chile, se inició la discusión
sobre temas tan clandestinos como democracia y libertad, Guzmán fue el más
fuerte opositor a cualquier tipo de atenuación de la represión existente ya la
restauración de la democracia.
Se
opuso al “Acuerdo Nacional para la Transición a la Plena Democracia” de 1985,
que no fue convocado por la izquierda ni los demócrata-cristianos, sino por el
Cardenal Arzobispo de Santiago, Monseñor Juan Francisco Fresno; o sea,
una iniciativa de
la Iglesia Católica
que tenía por
único fin buscar
una salida pacífica
para Chile cuando arreciaban las
protestas en las
calles de Santiago
y demás ciudades del país,
con presos, muertos,
heridos, manifestantes
quemados luego de ser rociados
con bencina (Rodrigo
de Negri y
Carmen Quintana), etc.
En este principio de
acuerdo participaron, además
de representantes de
la Iglesia, políticos
de todos los
partidos, como Ricardo Lagos,
Gabriel Valdés y políticos de
derecha como Andrés
Allamand. Guzmán declaró
abiertamente su oposición a este esfuerzo
y terminó por boicotearlo. Repetía en esos mismos días:
Transformar
nuestra dictadura en ‘dicta-blanda’ sería un error de consecuencias
imprevisibles.
Al
dictador le agradó tanto el neologismo “dicta-blanda” ideado por Guzmán que lo
usó infinidad de veces como si fuera suyo en intervenciones públicas.
Sigo:
Guzmán también
se opuso a la débil
reforma constitucional de
1989, acordada entre
la derrotada dictadura
y la Concertación, que
sólo consistía en
introducir a la
Constitución de 1980
algunas reformas que
debilitaban cierto articulado
autoritario. Para el pueblo de Chile, ello podría ser el comienzo de lo que
sería una verdadera constitución política para Chile, legal y gestada en
democracia, puesto que sin esa reforma de 1978, los militares habrían tenido
mayor poder en una futura democracia, porque los nueve senadores designados se
enfrentaban a 26 elegidos (y no a 38,
como lo establecía
la reforma). Además,
de no aprobarse
esta reforma, a la que,
repito, Guzmán se
opuso públicamente sin éxito, las
Fuerzas Armadas (en las que
Guzmán basaba finalmente toda
su fuerza) habrían tenido mayoría en el
Consejo de Seguridad Nacional, y no en paridad cívico-militar, con el voto
dirimente del Presidente de ese consejo. Era poco, pero sí una esperanza que
finalmente no cristalizó en lo que quería y necesitaba el país, una nueva
Constitución.
Volviendo
a la interrogante si se justifica el asesinato de Guzmán, es preciso señalar que
no sólo matar sino impulsar a otros a hacerlo
conlleva el riesgo de
ser matado. Por
lo tanto, ese
fue el riesgo
que Jaime Guzmán, conscientemente, decidió correr.
Ergo, su muerte es el lógico resultado de sus propias acciones. No obstante,
desde el punto de vista
netamente político, la
muerte de Guzmán
favoreció a la
derecha, porque si
viviese hoy, sería
un Longueira, un Larraín,
un Allamand o
un Chadwick más,
políticos ampliamente conocidos
por su colaboración y apoyo
a la dictadura
y que hoy,
para mantenerse vigentes,
hacen todo lo
posible por desligarse de
sus crímenes. Además, la
UDI obtuvo un
símbolo muy importante,
un mártir. Era
lo que necesitaba.
Así aparecía su
fundador e inspirador político
como víctima del “marxismo,” del “comunismo internacional,” y con ello, la UDI
conseguía el empate en materia de crímenes.
En la actualidad, la
hermana de Guzmán,
también quiere lo
imposible: limpiar la
imagen política de
su hermano, asegurando que
Guzmán fue asesinado
por orden de
la DINA; o
sea, por Pinochet.
Esta aseveración sugiere que Guzmán
pudo ser víctima
de un régimen
cuyo signo sanguinario, represivo
y violento no niega ninguna
persona seria. En verdad, cómo podría ser posible ello si, sólo por dar
un ejemplo, fue Guzmán quien concibió y redactó la Ley General
de Amnistía de
1978, anulada sólo
hace unos años,
cuyo fin era
librar de castigo
a los más
abyectos asesinos de la dictadura.
En suma,
toda la gestión
de Guzmán como consejero
de la dictadura
tuvo por doctrina
el principio que no había que hacer de la dictadura una “dicta-blanda.
Vale
la pena detenerse en esta ley de 1978, ya mencionada. Fue íntegramente
concebida, propuesta a la dictadura y finalmente redactada por Guzmán. Con esa ley
Guzmán salvaba de castigo a los peores asesinos del régimen, porque
todavía regía formalmente
en Chile la
Constitución de 1925,
según la cual
esos asesinos debían
ser arrestados y juzgados. Por lo
tanto, Guzmán, abogado de
profesión, sabía perfectamente que esta
ley de amnistía
no tenía ninguna validez tanto en
virtud de las leyes vigentes en Chile en 1978, como las internacionales en
tanto amnistiaba delitos cometidos por
el Estado calificados
como “delitos de
lesa humanidad “consagrado en tratados internacionales que
Chile había suscrito
hasta esa fecha.
Al respecto, cabe
consignar, aunque es
obvio, que la dictadura, con el
objetivo de limpiar su
imagen ante el
mundo, nunca revocó haber
suscrito esos tratados, incluso mientras se cometían los
más atroces crímenes.
Según
esos tratados, sus disposiciones están por sobre toda ley nacional; por lo
tanto, al declarar que los delitos de Lesa Humanidad son imprescriptibles e
inamnistiables, la “Ley de Amnistía” de 1978, era totalmente ilegal. Tenía que
volver la democracia, aunque no íntegramente como quisiéramos, y que pasaran 40
años, para que esa ridícula aunque macabra ley fuese lanzada al tacho de la
basura. Jaime Guzmán, como digo, en tanto abogado y académico, no podía
desconocer la nula legalidad de su burdo invento; sin embargo, consiguió que,
aun ante el escándalo internacional, los asesinos quedaran libres de
polvo y paja
y pudieran, incluso,
continuar siendo miembros
de las tres
ramas de las
FF AA, y, por lo
tanto, anótese bien, seguir cometiendo crímenes.
Jaime Guzmán,
como nadie ignora,
es también, junto
a otros seis
ya fallecidos políticos
de derecha, el
autor de la Constitución de
1980. Locuaz primer vocero
de la dictadura,
proclamó por radio
y televisión nacionales
que había que “plebiscitarla” con la clara intención de
ejecutar el conocido fraude que envolvió ese acto, en aquellos aciagos tiempos
en que las libertades
públicas estaban totalmente suspendidas.
Sin embargo, el imprudente Guzmán, aunque
debió guardárselo, declaró
varias veces y sin
ambages que la
nueva constitución debía
redactarse de tal
modo que fuese imposible cambiarla.
Más
todavía:
¿Se ha
fijado el lector que cada
vez que los
dirigentes de la
UDI se refieren
a su fundador,
lo hacen con
el título de “senador”? Esto llama a otra reflexión.
A propósito
de la constitución
de 1980, esto
de la senaduría
de Guzmán, es
un chiste, una
paradoja grotesca. El anticomunista Guzmán
copió literalmente de
la Polonia de entonces el
sistema binominal para
la elección del
Poder Legislativo. Este sistema fue,
en efecto, un
invento concebido por los comunistas
polacos desde unos años antes
de la caída del Muro de Berlín y el fin
del socialismo real en Europa del Este, cuando éste ya era inminente. Al caer
el Muro, se trataba de empatar
a la oposición
con el gobierno,
cuyo jefe era el
general Wojciech Jaruselsky.
Jaruselsky aplicó el
binominalismo sabiendo lo que
hacía. Los comunistas
eran minoría, y
con este sistema
el paso de
la dictadura a la
democracia no sería una paliza electoral demasiado fuerte. Lo interesante
(tómenlo en cuenta los anticomunistas) es que pocos años después del empate que
consiguió Jaruselsky, los comunistas polacos desahuciaron el sistema binominal y
lo remplazaron por el proporcional que
Polonia exhibe hoy,
sistema propio de cualquier
país realmente democrático. De manera que la treta electoral
binominal de Jaruselsky fue programada para una sola elección, y nada más.
Guzmán, por el contrario, luego de copiarlo, lo aplicó con el objetivo de
establecer en Chile, en calidad de inmutable un anti-democrático empate político,
y así impedir
que la derecha
pudiera ser derrotada
electoralmente de manera
definitiva, y con
ello, que jamás pudiera el país
darse una nueva constitución, auténticamente
democrática que naturalmente haría de Chile un país diferente al que tenemos
hoy. Esta inmutabilidad está aún garantizada por el sistema binominal de
elecciones, que no ha desaparecido
del todo. Sólo ha
sido atenuado en los
últimos años, no
eliminado. Este es
otro resultado de los
amigables acuerdos de la
clase política. Se
maquilló el sistema
binominal de Guzmán-Jaruselsky con
nuevos distritajes y más
parlamentarios, harto costosos,
por lo demás.
Así, se ha hecho creer a
los chilenos que ahora
tenemos un sistema proporcional de
elecciones el que,repito, es
propio de toda democracia. Todavía
la elección del
Parlamento se basa
en votos por listas, y no por candidatos, y por cierto, en ninguna parte
del mundo, donde hay que elegir dos senadores, gana el que alcanzó el tercer
lugar. Este es exactamente el caso de la senaduría de Guzmán. Dicho con más
claridad, Guzmán redactó una constitución no sólo que consagrara el orden
político y económico aún vigente, sino
una que le sirviese así mismo, asegurándole tramposamente
su senaturía para
cuando se acabara
la dictadura. Calculó
bien. En la
elección parlamentaria de 1990, él sabía que no sería primero ni
segundo, sino tercero, pero igual se convirtió en senador. Para, por fin,
recabar este retrato de Jaime Guzmán, es preciso detenerse en actuaciones
concretas suyas que lo muestran de
cuerpo entero como
un individuo de
naturaleza no sólo
políticamente autoritaria, sino
desde el punto
de vista psicológico, ético y
humano, derechamente cruel y criminal. Por problemas de espacio, me referiré
sólo a un
En
ese libro, que los udistasy admiradores de Pinochet y Guzmán debieran leer, ha
quedado consignada para siempre la infame
y canallesca actuación
de Guzmán, quien
aun siendo católico y primer
consejero del dictador,
no hizo absolutamente nada por la
liberación de aquella médico inglesa.
Pero
hay más todavía sobre este caso:
En
sus primeras intervenciones radiales sobre el caso, Guzmán sostuvo que los
Derechos Humanos están subordinados a los intereses superiores del Estado. Esta
visión contradice el fondo ideológico no sólo de toda democracia, sino la
doctrina canónico-teológica y social
de la Iglesia
Católica, que considera
que los Derechos
Humanos son superiores
al Estado. Guzmán, con
anterioridad, ya había
criticado frecuente y
públicamente a la
Iglesia y al Cardenal
Silva Henríquez por haber creado
la Vicaría de la Solidaridad,
instrumento fundado por
la Iglesia para
defender a los
perseguidos y presos políticos, además
de atender económicamente a sus
viudas, esposas e hijos.
Criticó también la
presencia de curas de la
Vicaría en las cárceles y campos de concentración, que promovían iniciativas de
trabajo para las presas y presos políticos. Incluso, hasta
consiguió el arresto
de varios de
ellos, como el
presbítero Luis Gajardo,
un cura que
fue salvajemente torturado,
encarcelado y expulsado del país, siendo chileno. Este odio y fanatismo
político de Guzmán que culminó en el caso Cassidy, puso definitivamente de
frente al Cardenal y a Guzmán. Hasta Mónica Madariaga, la Ministra de Justicia
y de Educación de la dictadura,
públicamente llamó a Guzmán a “guardar respeto a nuestro Pastor.” No sirvió de
nada, y así, fue el caso de Sheila Cassidy lo que terminó con la paciencia del
Cardenal, quien ordenó a Guzmán, en su calidad de católico observante,
a retractarse de
sus ataques a
él, jefe supremo de la
Iglesia Católica de
Chile, nominado directa
y personalmente por el Papa, el Vicario de Cristo en el tierra, so pena
de ex –comunión. Silva Henríquez dio a Guzmán un plazo de
24 horas para
realizar su retractación.
Guzmán, abrumado, debió
retractarse públicamente, lo que hizo
en una brevísima nota
aparecida en una
perdida página final
del fiel pasquín de
la dictadura, el
diario “La Tercera” cuando ya mediaba el año 1975.
Saber quién
realmente era Guzmán
es clave en
la comprensión de
su muerte, como
también aquilatar bien
el fondo ideológico de los corifeos
de la ultra –derecha chilena,
muchos de ellos
ex-colaboradores directos de la
dictadura que encabezó Pinochet. Por supuesto, no tienen derecho moral
para levantar ahora la voz y hablar de justicia sobre la muerte de Guzmán.
Resumo
el espíritu de este artículo: Guzmán fue víctima natural de la política
de terror y muerte que impuso en Chile un sanguinario régimen dictatorial, del
cual él, personalmente y a conciencia
plena, fue su principal consejero ideológico y político. Su
muerte, como la de Claudio
dela tragedia Hamlet, es
sólo resultado de su personal, y
a toda conciencia, actuación criminal bajo la égida
de una de las dictaduras más crueles que
ha conocido la Humanidad.
Iquique,
abril 2021
Lo
subrayado es nuestro.
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