La historia que he vivido
El mundo que emergió́ de la Segunda Guerra Mundial tenía
una gran parte del Sur en estadio de colonias. Basta mirar a la creación de las
Naciones Unidas que, hay que recordar, es un término acuñado por el presidente
Roosevelt, al convocar en enero de 1942 una conferencia de 26 naciones, para
reafirmar el compromiso de luchar en contra del Eje Alemania, Italia, Japón
hasta al final.
Los Países Aliados (Estados Unidos, Unión Soviética,
Reino Unido y China), se juntaron en 1944, desde agosto hasta octubre, en
Dumberton Oaks, Estados Unidos, para preparar los estatutos y el diseño de las
futuras Naciones Unidas, que se presentaron en una Conferencia en San Francisco
en 1945, con 50 países participantes, que aprobaron la Carta de las Naciones
Unidas. La organización entró formalmente en vigor el 24 de octubre de 1945,
una vez que Francia, Estados Unidos, Reino Unido, Unión Soviética y China
ratificaron el tratado.
Es importante subrayar que solo los vencedores de
la Guerra Mundial fueron miembros fundadores. Y que los Cinco Grandes
retuvieron un poder de veto, como súper vencedores.
También es relevante señalar que Asia tuvo apenas dos
países participantes: China e India (que en realidad ganaría su independencia
el 15 de agosto del 1947). África, dos: África del Sur y Etiopía. Mientras
América Latina 19 países, obviamente aliados con Estados Unidos y por lo
tanto considerados ganadores.
América Latina había ganado su independencia al
comienzo del siglo XIX. Pero casi toda África y Asia habían quedado al margen
de la creación de Naciones Unidas. Las colonias habían formado unidades
militares para los ejércitos de la “madre patria”, cuyos hombres, terminado el
conflicto, volvían a ser ciudadanos de segunda clase. En las colonias, todas
las posiciones de poder en la economía, en la enseñanza, en la sanidad, en la
administración, eran ocupadas por hombres blancos que venían de la potencia
colonial.
Pero algo nuevo se iba desarrollando, especialmente
en las elites nacionales, buena parte de las cuales habían tenido acceso a
estudios superiores, frecuentemente en la metrópoli: un creciente sentido de
dignidad, de frustración y de injusticia. El colonialismo había evitado
invertir en la educación, sobre todo la superior. Se calcula que cuando Libia
obtuvo su independencia de Italia, el total de personas con nivel universitario
era de 28 hombres y ninguna mujer. Los estudios, además, eran una repetición
de los en uso en la metrópoli, sin ningún esfuerzo para incluir elementos de
la identidad cultural de la colonia, de su geografía o de su entorno natural.
El senegalés Leopold Senghor, que con el martiniqués Aimé Cesar y el
guyanés Léon Cartron Damas creó en 1934 la revista “L’Etudiant Noir”, se
mofaba de que los maestros franceses enseñaban a los niños que “nuestros
ancestros, los galos, tenían ojos azules, eran rubios y bien altos”, en contra
de toda evidencia.
Creo que en América Latina no se ha entendido lo
traumático que fue el proceso de descolonización. Si no se entiende el
sentimiento de frustración y de rebelión de las elites de las colonias, no se
puede entender el nacimiento de los no alineados. Antes que la dimensión de no
alineamiento, fue fundamental la dimensión Norte-Sur, que fue la que creó un
sentido de identidad y destino común en pueblos que no habían tenido ninguna relación entre ellos, de realidades tan diferentes
como África y Asia y, cabe recalcar, profundamente divididos en el mismo
continente, según el sistema colonial en el cual se encontraban. No había
ninguna comunicación entre África francófona, anglófona o portuguesa. Las
comunicaciones eran verticales con la metrópoli. América Latina vivió esta
experiencia hasta las guerras de independencia, ya que los varios virreinatos y
capitanías no podían intercambiar entre ellos y todo comercio se tenía que
desarrollar a través de España.
El primer vuelo entre una ciudad francófona,
Dakar, y una anglófona, Nairobi, fue con Air France en 1956, o sea casi en
tiempos contemporáneos. Fue en la metrópoli que se formaron y se encontraron
los artífices de la independencia colonial. Me recuerdo con qué emoción
Lyndey Pindling (que obtuvo la independencia de Las Bahamas en 1973) narraba
sus días de estudiante en Oxford, con muchos de los padres de la independencia
de las colonias inglesas. Entre ellos hablaban de sus países como un mundo
fantástico para los demás, que nunca habían salido de su colonia. Y que se
empeñaban, con un gran sentido de solidaridad, en ganar debates y
competiciones con los ingleses, que los trataban con un gran sentido de
superioridad. “Éramos pocos, pero descubrimos que no éramos inferiores. Y
allá todos juramos que, a la vuelta, llevaríamos nuestros pueblos a la misma
libertad que veíamos en Inglaterra.” Pero la descolonización fue un proceso
largo, conflictivo y muchas veces sangriento. Varios de sus líderes fueron
asesinados. De hecho, la pérdida de la India y su división con el Pakistán,
en 1947, fue el acontecimiento que dio a Inglaterra la conciencia de que el
proceso era inevitable. Francia tuvo conflictos muy dramáticos, como los de
Indochina (1954) y Argelia (1962). Portugal se resistió hasta la caída del
régimen de Oliveira Salazar (1974). El proceso descolonizador en Asia y
África duró desde 1956 hasta la década de los ’70, con el Caribe en los ’80.
La conferencia de Bandung, que abrió un cambio
fundamental en las relaciones internacionales, se realizó en abril del 1955,
cuando el proceso de colonización estaba lejos de terminar. A Bandung
acudieron 29 países, la mayoría de nueva independencia: el 54% de la
población mundial, en ese momento (1.500 millones). La conferencia fue de
solidaridad afro-asiática y de lucha en contra del dominio colonial. En
Bandung no se habló de la creación del no alineamiento. El tema era la
denuncia del sistema colonial y establecer como, por primera vez una alianza de
países que hasta hace poco no existían, podían trabajar juntos: algo
totalmente nuevo en la historia. Había conciencia de representar a la mayoría
de la humanidad y de que este era solo el comienzo de un proceso de dignidad y
de libertad que, durara lo que durara, cambiaría al mundo para siempre.
Yo llegué a Bandung el 10 de abril, ocho días
antes de la apertura de la conferencia. Estaba registrado como periodista, a
mis 21 años, para la revista de la Unión Nacional de Estudiantes (UNURI). Mi
contacto era la Unión de Estudiantes de Indonesia, que miraba a la conferencia
con orgullo, como una afirmación del papel internacional que su país asumía,
a los diez años de independencia. En realidad, casi nadie sabía algo sobre
países africanos participantes, como la Costa de Oro, Liberia o Sudán. Tal
como ellos no tenían idea de Indonesia, Nepal o Camboya...
En la conferencia había escasas medidas de
seguridad y el debate entre todos era muy fluido. Iraq y Arabia Saudí
presentaron una resolución para condenar a la Unión Soviética, por su
opresión con sus poblaciones musulmanas, pero este debate se evitó, sobre
todo por la intervención de China, que hasta 1960 mantuvo una alianza con la
URSS. Lo que pasó finalmente fue una resolución que “condenaba al
colonialismo en todas sus manifestaciones”, que muchos consideran como el
comienzo del movimiento de no alineados. En realidad, Bandung fue una reunión
sobre el colonialismo. La ausencia de delegaciones de América Latina
seguramente imposibilitó una visión más global. Estaban presentes también
personalidades como Tito, Ho Chi Minh, Sihanouk y U Thant, pero en sus
discursos también se concentraron sobre el tema del
colonialismo y del imperialismo.
Pero Bandung fue fundamental para el nacimiento del
Movimientos de los No Alineados (MNOAL), porque permitió el encuentro de
líderes que tenían una visión que iba más allá de la descolonización.
Zhou Enlai, en una conferencia de prensa que dio a los periodistas presentes,
juntó el colonialismo con el imperialismo y la necesidad de luchar contra los
dos, obligando a Nehru a hacer lo mismo. Entre los dos había una competencia
abierta. Nehru tenía desconfianza hacia el comunismo y se consideraba el símbolo
de la descolonización, por el tamaño de India y su primacía en el proceso.
Zhou Enlai fue mucho más modesto y había una gran simpatía hacia él. Estaba
vivo solo porque había cambiado de vuelo al último minuto, probablemente por
compromisos de trabajo. El avión en que estaba oficialmente anunciado explotó
en el aire por un sabotaje de la CIA. En el vuelo murió un periodista
austriaco con el cual teníamos planeado dividir gastos para visitar el país
después de la conferencia.
Lo que en realidad conecta Bandung con todo el proceso posterior es que se
adoptó por unanimidad una declaración para la paz y la cooperación, de diez
puntos, la Dasasila. Esta declaración, basada en la Carta de las
Naciones Unidas, fue adoptada después por el MNOAL, y sigue siendo un
documento de identidad hasta hoy. Allí se habla por primera vez de la
Cooperación Sur-Sur, que sería uno de los puntos estratégicos del Grupo de
los 77.
Dos años después hubo en Beijing, durante el Gran
Salto Adelante, una conferencia de la Unión Internacional de Estudiantes, que
reunía las organizaciones estudiantiles del bloque socialista y aliados.
Algunos países europeos decidimos participar. Cuando terminé mi
intervención, Zhou Enlai me mandó a llamar. No sé si me había reconocido.
Me preguntó qué pensaban los estudiantes italianos de China. Le dije que no
se sabía nada, ya que el país no estaba abierto a visitantes. Entonces él me
ofreció un viaje a lo largo de su país, para contar lo que había visto de vuelta
en Italia. Esta es la razón por la cual estoy vivo. Todos los demás
dirigentes tomaron un vuelo para Nom Pen, que se estrelló al salir del espacio
aéreo chino.
Al volver a Beijing después de un mes de viaje,
pedí agradecer al compañero canciller. Me recibió y me pidió decir en muy
pocas palabras mi impresión. Un enorme país de hormigas trabajadoras, todas
vestidas igual, de 600 millones de personas, no era para pocas palabras.
Respondí que era una experiencia transformadora venir de tan lejos y ver una
revolución como la china.
Zhou Enlai me fijó su mirada, con sus ojos laser,
bajo sus espesas cejas, sin decir nada por un periodo interminable. Y
finalmente me dijo: “¿Tan lejos de dónde?”. Esto destruyó para siempre todos
mis etnocentrismos. Gracias a él soy lo que soy hoy: un ciudadano global.
Es cierto que de Bandung vino la creación del
Movimiento de No Alineados. Pero, a mi entender, en realidad esto fue el año
después (1956), en la isla de Brioni, en la costa dálmata, donde Tito tenía
su casa. El convidó a Nehru y Nasser a una reunión de dos días, donde por
primera vez se pasó del tema del colonialismo y del imperialismo al amplio
diseño de crear un movimiento que abarcara a todo el Tercer Mundo, incluida
América Latina. La reunión tuvo un carácter muy personal. Los pocos
periodistas que estábamos teníamos una carpa en el jardín, y al final de sus
reuniones los tres líderes venían para una conversación más que una
conferencia de prensa. Tito era el más enfático, Nehru el más conceptual y
cauteloso y Nasser el más radical. Pero el mensaje era: no hay paz sin
seguridad global, y esto significa el fin de la dominación de un país sobre
los otros.
Tito había roto con la URSS en 1948 y un colega de
la agencia Tanjug me comentó, muy en privado, que en Yugoslavia se veía el
activismo de Tito con el Tercer Mundo (había hecho un largo viaje en India y
Birmania en 1954), como una manera de salir del aislamiento en que lo había
colocado su expulsión del Comintern. Su insistencia para equiparar Moscú y Washington fue muy explícita, mientras
Nehru fue mucho más cauto. Lo máximo que pudimos sacarle, entre muchas
generalidades diplomáticas, fue cuando Claude Julien, de Le Monde
Diplomatique, le preguntó si eran iguales de peligrosos para la paz, y Nehru
contestó: quien quiere dominar, se mete en la misma categoría.
Nasser era muy directo y el más duro con la
crítica a la dominación del mundo y dio el ejemplo del Canal de Suez, parte
del territorio egipcio explotado por Francia e Inglaterra. No se podía intuir
que iba a nacionalizarlo el año siguiente... La reunión terminó sin un
documento y a causa de ello la cobertura periodística fue de poca profundidad.
La Declaración de Brioni salió poco después y representa, a mi entender, el
verdadero momento del nacimiento de los No Alineados, aunque se suele colocarlo
en la conferencia de Belgrado, en 1961.
Belgrado fue el acto formal del nacimiento de los
NOAL. Participaron 24 países y las presencias de una excolonia europea, como
Chipre, y un país de América Latina, Cuba, dieron una dimensión global al
movimiento. Tito hizo todos los esfuerzos posibles para que la conferencia
tuviera apoyo logístico, protocolar y de seguridad para el máximo éxito. En
todos los que estábamos en Belgrado había la conciencia de participar a un
momento histórico de la marcha de la humanidad, para un camino de paz, de
reducción del peligro nuclear y de un mundo más justo y más libre.
Desde allí el MNOAL tomó su largo camino hasta el
día de hoy. A pesar de haber participado en varias de sus conferencias, en las
cuales se iban incorporando más países de América Latina, creo que para la
región vale recordar el ascenso y el declive de Cuba en el Movimiento. Castro
se había convertido en una de las principales figuras de los No Alineados,
gracias a su papel en la defensa de la independencia de Angola contra la
invasión de África del Sur. En la cumbre del MNOAL de La Habana, en
septiembre de 1979, Castro había eclipsado a todos los otros líderes. Las
figuras históricas ya no estaban: Nehru había muerto en 1964 y Nasser en
1970. Tito no pudo participar por estar seriamente enfermo (moriría en 1980).
Castro no era considerado por muchos, un alineado con Moscú. Pero, poco
después de la Conferencia de La Habana, la URSS invadió Afganistán, que era
un país miembro del movimiento. La Asamblea General de las Naciones Unidas
condenó la invasión. Una gran mayoría, 59 países no alineados, votaron en
contra de la URSS y solo nueve a favor (con 29 abstenciones). Entre los nueve
estaba Cuba. A partir de entonces Castro perdió mucho de su prestigio y en el
movimiento nunca reapareció una figura catalizadora. Y, cabe destacar, el NOAL
no fue un camino particularmente movilizador en América Latina. La componente
afroasiática fue siempre su columna histórica.
El Grupo de los 77 (G77) tuvo una identidad mucho
más latinoamericana. No solo porque las delegaciones de esos países jugaron
un papel fundador en Ginebra, en 1964, sino porque Raúl Prébisch tomó a la
organización en sus manos, después de su gran experiencia en la CEPAL.
Recuerdo que los países que no querían seguir juntándose con el grupo
occidental o con el campo soviético se contaron: y eran 77. En esa reunión
tampoco había muchos que pensaban que participaban en un momento histórico.
Yo, por mi parte, salí convencido de que era hora que todo este mundo que
nacía tuviese su propia voz, ya que el sistema informativo internacional
estaba concentrado en las manos del Norte, que no tenía ni interés ni
comprensión del desarrollo del Tercer Mundo. Cuatro agencias de prensa, las dos
estadounidenses, UPI y AP, la francesa AFP y la inglesa Reuters, controlaban el
92% del tráfico internacional de noticias. Así nació Inter Press Service,
como una cooperativa internacional de periodistas sin finalidades de lucro,
donde por estatuto los socios tenían que ser en dos terceras partes del Sur, y
los del Norte no podían trabajar fuera del Norte. IPS fue creciendo
progresivamente, pasó a ser el carrier del Pool de agencias
de los No Alineados. Fue la secretaría de ASIN, el sistema regional de intercambio de los países de América Latina y el Caribe, con
servicios en siete idiomas, casi tres mil usuarios, y la creación de un
servicio analítico que las otras agencias no tenían, ya que competían sobre
noticias. Su mensaje era dar la voz a los que no la tenían y los esfuerzos del
sistema transnacional para acallarla no tuvieron éxito.
Se debe al G77 que se materializara una vieja
aspiración que venía del proceso de descolonización: la idea de re balancear
el sistema económico internacional, que era totalmente vertical entre el Norte
y el Sur, para tener por primera vez una dimensión horizontal: la idea de un
Nuevo Orden Económico, basado en una mayor justicia internacional, la paz, la
cooperación y el respeto de los derechos de los países en desarrollo. Este
proyecto visionario de un plan de gobernabilidad mundial fue aprobado en la
Asamblea General de la ONU de 1974. Por un tiempo los países industrializados
aceptaron los compromisos económicos y políticos que el NEOI significaba.
Este momento fue el más alto de la historia de Naciones Unidas y del
multilateralismo.
Todo este mundo vio el inicio de su desaparición
en la Cumbre Norte-Sur de Cancún, de 1981. Yo había sido llamado para
cooperar en la parte informativa por el presidente de México José López
Portillo, copresidente de la cumbre con el canadiense Pierre Trudeau. Entre los
22 jefes de estados participantes estaba Ronald Reagan, recién elegido
presidente de Estados Unidos.
Reagan, con el entusiasta apoyo de la Premier
británica Margaret Thatcher, pasó a enunciar que: 1) el sistema de democracia
en que se basaba Naciones Unidas se había convertido en una camisa de fuerza
para Estados Unidos, que tenía que aceptar decisiones tomadas por una serie de
países que no eran mínimamente comparables al peso económico, militar y
demográfico de su país. 2) el comercio y la iniciativa privada tenían que
ser la base de las relaciones internacionales y que él consideraba la ayuda al
desarrollo un derroche económico y una mala costumbre para los
receptores: “Trade, not Aid”.3) eran los ciudadanos los que tenían
que actuar, y no los Estados que él consideraba un obstáculo para la
iniciativa privada, la única que funcionaba de verdad. 4) estaba en contra de
la adopción de cualquier plan de acción, ya que no reconocía a nadie tomar
decisiones por cuenta de su país, que era el único capaz de determinar cuales
eran los intereses estadounidenses.
De todo esto se hizo eco todavía más radical
Margaret Thatcher y el silencio de un Kurt Waldheim, que no sabía cómo
reaccionar, no ayudó a François Mitterrand en la defensa de la Cumbre. Así,
las intervenciones de los presidentes del Tercer Mundo fueron totalmente
ignoradas. En un coffee break, un indignado Julius Nyerere dijo en
altísima voz a una muy molesta Indira Ghandi: “Aquí se ha reunido lo peor del
colonialismo con lo peor del imperialismo, y la historia vuelve atrás...”.
En realidad, no era solo la historia que volvía
atrás. Tres jinetes del Apocalipsis se lanzaron casi simultáneamente a
cambiar el mundo. Uno fue la caída del Muro de Berlín, que autorizó a los
vencedores a considerar que el mundo sería solo y definitivamente capitalista
y se podían desmantelar todas las trabas a su libre desarrollo, impuestas por
la existencia de un campo “socialista”. En una conferencia en Milán, en 1995,
el director general de la Organización Mundial del Comercio, Renato Ruggiero,
afirmó que con la desaparición del comunismo, el mundo se reuniría progresivamente
en un único mercado común; que habría una sola moneda, el dólar, y se
eliminarían para siempre las guerras.
El otro jinete fue el Consenso de Washington, entre
el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional
y el Banco Mundial, que traspasaba todas las responsabilidades económicas y
sociales al mercado, con dramáticas consecuencias en los campos de la
educación, la salud y todo gasto público.
El tercero fue la teoría de la Tercera Vía,
lanzada por Tony Blair, apoyada por Bill
Clinton y recibida por todos los lideres socialdemócratas
de la época. Ya que la globalización neoliberal era imparable (TINA, there
is no altenative), la función de la izquierda era aceptar la teoría económica
neoliberal, pero darle una cara humana, manteniendo medidas de carácter social.
A partir de allí, empieza la deserción progresiva de los trabajadores
desempleados y de los menos favorecidos que, afectados por la globalización,
emigran hacia una derecha que se presenta como la verdadera fuerza anti elites,
que rechaza a los inmigrantes que roban los puestos de trabajo, a los acuerdos
y los organismos internacionales que han sido creados por las elites,
utilizando la xenofobia, el nacionalismo y el populismo.
Durante este periodo terminó la guerra fría, y es
significativo que los famosos “dividendos de la paz”, de los cuales tanto se
había hablado por el movimiento pacifista, no aparecieron en ningún lado. La reducción
de los gastos militares (muy inferior a lo esperado), en lugar de ir a la cooperación
internacional para la paz y el desarrollo, fue integralmente a ajustes
presupuestarios
La globalización del capital del sistema capitalista salvaje.
Los valores del desarrollo son substituidos por los
del crecimiento y de la globalización. Solo que el objetivo del proceso de
desarrollo era permitir a un hombre ser más de lo que era. El de la
globalización es para que tenga más. Es un cambio de paradigma.
La crisis del 2008, aunque vivida como un asunto
del sector de la banca, en realidad es el punto de inflexión de este cambio de
paradigma. Ya hay suficientes datos para saber que una globalización
neoliberal sin límites ha aumentado el desempleo, las desigualdades sociales.
Lo público ha sido cortado con un hacha a favor de lo privado. Todo lo que no
da rédito es improductivo. El recorte en los presupuestos de educación,
sanidad e investigación es continuo. Como demuestran muchos economistas, el
capital aumenta a cuesta del trabajo. Y el miedo sobre un futuro incierto,
utilizado por políticos populistas, cambia radicalmente la percepción de los
ciudadanos, especialmente de los jóvenes.
Antes de la crisis del 2008, en toda Europa había
un solo partido de extrema derecha con cierta vigencia: El Frente Nacional de
Le Pen en Francia. Pocos años después irrumpen en todos los parlamentos partidos
de extrema derecha. Emblemático es el caso de los Países Nórdicos y Holanda:
eran los llamados “like minded countries”, los más solidarios con
los países en desarrollo: los únicos en haber volcado el 0,7% de su Producto
Nacional Bruto a la cooperación internacional, un compromiso adoptado por
todos los países de la OCDE y nunca cumplido. En pocos años, partidos de
extrema derecha entran al gobierno o se convierten en una fuerza decisiva.
Dinamarca, un modelo de civismo, llega a confiscar todas las joyas de los
inmigrantes. Holanda, refugio de perseguidos religiosos en la historia, aprueba
una ley para quitar la nacionalidad a 82 niños nacidos en el Califato
islámico, porque han crecido en una atmósfera de terrorismo.
Una fuerte corriente de historiadores sostiene que
la codicia y el miedo son dos importantes motores de cambio de la historia. La
codicia parte con la caída del muro de Berlín, y dos décadas después llega
el miedo, con la crisis del 2008, y estamos en la segunda década...
Todo este cambio de paradigma está acompañado por
varios fenómenos que están fuera de control. Las finanzas, por ejemplo, ya no
son parte de la economía como en el pasado. Han tomado vida propia. Hoy, el
total de un día de transacciones financieras es 40 veces el total de la
producción de bienes y servicios, o sea del trabajo del hombre. No hay ningún
instrumento de regulación de las finanzas. El uso comercial de Internet ha
creado gigantescas redes sociales, también sin ninguna regla. Los logaritmos
que las rigen buscan mantener la atención del lector, privilegiando todo lo
que es excepcional y llamativo, muchas veces fake news. Y empujan a
los lectores a colocarse en sitios virtuales donde reagrupan a personas con los
mismos gustos y costumbres. El diálogo e intercambio de ideas se van
reduciendo siempre más, aumenta el sectarismo y la red es un espacio de
insultos, de las teorías y rumores más inverosímiles. Los usuarios han
pasado de ciudadanos a consumidores, y ahora de consumidores a objetos: datos
que se venden a empresas y partidos políticos. Es dramático leer los estudios
que demuestran como los jóvenes tienen un espacio de atención siempre más
reducido, leen siempre menos y registran un nivel de cultura general cada año
más bajo. Estamos entrando en una era de barbarie.
En todo esto, la llegada de nuevas tecnologías,
desde la inteligencia artificial a la info tecnología y la nano tecnología,
va a crear enormes cambios en la producción y el empleo. Todo esto en una
amenaza existencial, que es la amenaza climática. Se puede, con mucha lógica,
argumentar que problemas paradigmáticos solo tienen soluciones globales. Pero
la experiencia de la pandemia nos indica todo lo contrario. A la mitad del
segundo año, los países ricos han asegurado el 86% de las vacunas, mientras
los países pobres el 2,1%. Y es obvio para todos que una pandemia no se vence
hasta cuando todos, ricos o pobres, estén vacunados.
Vivimos en un mundo cada día más fragmentado, sea
a nivel político que cultural. Es lo que el Papa Francisco llama “una Tercera
Guerra Mundial fragmentada”. La nunca superada raíz de superioridad del
Occidente ha llevado a la patética idea de que eliminando un régimen, llegaba
automáticamente la democracia de estilo occidental. La lección de Afganistán
no ha frenado a los fracasos de Iraq, Libia, Siria: todos estos conflictos se
internacionalizan por el número de aspirantes a poder local, regional y
global. En este momento hay en Siria ocho potencias extranjeras, que están
dispuestas a luchar hasta el último sirio. Lejos están los tiempos en que
Kissinger declaraba: “La globalización es el nuevo término para la
hegemonía americana”.
En este mundo fragmentado, barbarizado, que ha
perdido valores internacionales y códigos de comunicación, vuelven con fuerza
tres antiguas trampas que la historia había depositado en el trastero: en
Nombre de Dios, en Nombre de la Nación y en Nombre del Dinero. Estos son los
nuevos motores de las relaciones internacionales. Y emergen los hombres
fuertes, los Salvadores de la Patria. Los Erdogan, los Al Sisi, los Orban, los
Kacynski, los Modi, los Duterte... todos quieren jugar un rol internacional.
Desde las confrontaciones del siglo pasado, Estados Unidos continúa con sus
pretensiones hegemónicas. Rusia no se resigna a su declive económico y
militar, y sigue actuando con una política de gran potencia. Pero, en tan poco
tiempo, ha surgido un nuevo actor que ya está acercándose al nivel de Estados
Unidos: China. Su llegada ha cambiado el tablero internacional.
China tiene un modelo político propio, que por
décadas el Occidente miró como primitivo, que con el crecimiento habría
inevitablemente evolucionado al modelo del capitalismo occidental. En unas
décadas, China ha logrado sacar de la pobreza a 700 millones de campesinos y
tener una tasa de crecimiento económico varias veces superior a la del
Occidente. Se calcula que en pocos años superará per cápita, sobre la base
al valor del poder adquisitivo, a Estados Unidos. Su tamaño hace imposible
una guerra con los Estados Unidos. En general pocos
conocen su historia milenaria, como Mao supo identificar al secretario del
Partido Comunista con la memoria histórica de los emperadores chinos, y
reparar la dignidad ofendida de un gran pueblo, tras las invasiones
extranjeras. La humillación de la primera guerra del opio (1838), que llevó
los ingleses al control del país para obligarlo a comprar la droga, que ellos
vendían para subsanar el gran déficit comercial que tenían con la China,
está todavía grabada en la psiquis nacional. Yo vi, en 1957, un jardín en el
centro de Beijing, con un cartel que decía: ”No dogs and Chinaman
admitted”. Mao fue el liberador de la despiadada ocupación japonesa. Y el
Partido Comunista ha asegurado, desde Deng, el ingreso a la prosperidad cada
año a millones de personas. Es un pacto social que ningún país ha podido
realizar.
La Segunda Guerra Fría, de que tanto se habla en
los medios, no tiene nada que ver con la Primera. Es una competición
política, económica, tecnológica, no ideológica. El mundo no está dividido
en dos bloques, sino cada día más fragmentado. Estados Unidos ya no se puede
presentar como un modelo, ya que antes de todo debe solucionar muchos problemas
internos, con extremos como Trump, que siguen vigentes. La lógica es que China
y Estados Unidos vayan compitiendo todo lo que puedan, pero tendrán un límite
insuperable: el uso de la fuerza. Y tendrán que cooperar en asuntos
planetarios, como la tragedia del clima.
Obviamente, en esta competición, se buscarán
alianzas, para tener más poder. No serán por afinidades ideológicas, como
pasó en el siglo pasado. Será por conveniencias económicas o militares. Y en
este sentido, Estados Unidos parte con la ventaja de todo un sistema creado por
él, desde la OTAN hasta el USMCA (o TLCAN 2.0). China está rápidamente
construyendo otro, desde la Ruta de la Seda al Banco Asiático de Inversión en
Infraestructura, creado como alternativa al sistema de Bretton Wood. No es
lejano el momento en que China libere el yuan como moneda internacional,
reduciendo los privilegios del dólar como divisa de reserva internacional.
¿En esta situación, como se coloca América
Latina? Está firmemente en los mecanismos interamericanos, o sea con la tutela
de Estados Unidos, desde la Organización de Estados Americanos al Banco
Interamericano de Desarrollo (donde Trump colocó un halcón de su confianza),
pasando por la Organización Panamericana de la Salud, a un sin fin de acuerdos
regionales, muchos de tipo militar. Es de prever que, con el aumento de la
confrontación con China, Estados Unidos apriete la tuerca, para asegurarse el
control de la región.
De aquí nace una pregunta fundamental: ¿le
conviene a América Latina quedar en esta camisa de fuerza de la tutela de
Estados Unidos? Lógico sería que la región se mantenga lo más alejada de la
disputa y atenta a defender sus propios intereses, para el bien de sus pueblos,
en una nueva fórmula de no alineamiento.
El problema es que América Latina no está todavía
en un real progreso de integración, y no funciona con una lógica regional. Los
intentos de crear organismos de integración son numerosos, y todos han
fracasado en una cambiante relación de fuerzas políticas. El golpe de Estado
en Chile, 1973, condujo al abortamiento del Pacto Andino, nacido de la
inspiración del canciller Gabriel Valdés en 1969, y rechazado por el naciente
neoliberalismo por el tratamiento a la inversión extranjera. El péndulo
también ha oscilado en sentido contrario. Así, el 2005, en la Conferencia de
Mar del Plata, la presencia de líderes latinoamericanos progresistas puso una
virtual lápida al Área de Libre Comercio de las Américas, el asimétrico
tratado que impulsaba Washington.
Emblemático es que hoy los presidentes de las dos
mayores economías, Brasil y Argentina, no tienen diálogo. El tema de la
unidad de América Latina está ausente en las preocupaciones de sus
ciudadanos. En el Foro Social Mundial, desde 2001, se han juntado más de un
millón de activistas de la región. Se han tenido centenares y
centenares de paneles, sobre los temas más
variados. No recuerdo ni uno sobre la integración regional. Mientras que en
los foros de África y Asia, este tema era frecuente, siendo América Latina
inmensamente más homogénea como región...
El camino pasa por una educación que asuma una
visión identitaria regional. Estamos muy lejos de esto. Es tiempo que el mundo
académico e intelectual asuma este reto.
Lo subrayado/interpolado es nuestro.
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