Miseria moral del “periodismo independiente, apolítico y
neutral”
Prof. Atilio
Boron. Buenos Aires Argentina
Del Semanario
SurAndino. Iquique
Por su gravitación
mundial el diario 'El País' de España se lleva los laureles en lo que hace a la
prostitución del periodismo.
Revisando algunos
viejos apuntes acumulados en el disco duro de mi computadora encontré una serie
de declaraciones de la Academia Nacional de Periodismo de la Argentina
manifestando su preocupación por la libertad de expresión y el ataque a
"periodistas" como Luis Majul y Daniel Santoro.
La institución de
marras la preside Joaquín Morales Solá, un señor que finge ignorar la
diferencia entre informar -y sobre la base de información confiable y chequeada
opinar- y utilizar los medios de comunicación en los que se desempeña para
operaciones propagandísticas presentadas ante su indefensa audiencia como si
fueran "periodismo independiente".
En una reciente
emisión de su programa Desde El Llano, el presidente de la ANP
"entrevistó" a la señora Elisa Carrió quien se despachó con una serie
interminable de disparates, ¡sin que el supuesto periodista atinara a balbucear
una sola repregunta! No fue una entrevista periodística sino un caso de
propaganda política subliminal, probablemente remunerada. Es decir, una estafa
a la teleaudiencia.
Lo mismo había hecho unos días antes Carlos Pagni, otro representante del "periodismo serio" en la Argentina, cuando "entrevistó" durante poco más de media hora a Juan Guaidó que, como lo haría Carrió después con Morales Solá, derramó enormes cantidades de "bullshit" ante un impasible Pagni, que no hizo el menor comentario o formuló pregunta alguna para poner a prueba los dichos de Guaidó.
El objetivo, claro
está, era brindarle al esperpento venezolano una plataforma para difundir su
proyecto político. En ambos casos un espacio supuestamente periodístico
parecería haber sido alquilado para promover la agenda política de una
autoproclamada candidata a gobernadora de la provincia de Buenos Aires,
retornada a las lides políticas pocos meses después de haber anunciado su
definitivo retiro; o la de un pelele orgulloso de haber sido designado "presidente
encargado" de su país por Donald Trump. Todo esto, repito, ante la actitud
complaciente de los aquiescentes "entrevistadores".
En resumen, gran
parte de eso que llaman "periodismo independiente" no es otra cosa
que una tapadera para que algunos mercaderes trafiquen con su espacio
comunicacional y lo subasten (ellos o sus patronos) al mejor postor. ¡Y encima
se dan el lujo de pontificar sobre la libertad de expresión, la república y la
democracia!
En fin, esta es la
dura realidad del periodismo que en nuestro tiempo se autocalifica como
"serio y profesional", y no sólo en la Argentina y Latinoamérica.
Europa o EEUU tampoco están a salvo de este flagelo que es una de las mayores
amenazas que acecha a la democracia en el mundo moderno.
La ANP salió en
defensa de dos personajes de la cloaca mediática como Luis Majul y Daniel
Santoro cuyo "periodismo de investigación" es producido por un
singular equipo cuyos puntales son los servicios de inteligencia y un manojo de
jueces y fiscales corruptos, unos y otros en abierta violación a las leyes de
este país. Esta operación no tiene nada que ver con el periodismo. Su objetivo
es obtener instrumentos y supuestas pruebas para perseguir, acosar y
eventualmente extorsionar a rivales políticos y sectores ligados en este caso
al oficialismo. Lo de la ANP no es una excepción; tampoco lo son los grandes
conglomerados mediáticos argentinos (que incluyen prensa gráfica, radio AM y
FM, televisión abierta y por cable, granja de bots, etc.) como Clarín, La
Nación o Infobae. Pero por su gravitación mundial el diario El País de España
se lleva los laureles en lo que hace a la prostitución del periodismo
convertido en un nauseabundo house organ al servicio de los ricos y poderosos
de todo el mundo. Por eso no sorprendió que a mediados del año pasado Antonio
Caño, exdirector de aquel diario entre 2014 y 2018, publicara una nota titulada
nada menos que El Error de Llamar a Assange periodista. En ella arguye que el
fundador de Wikileaks es un "impostor" porque, según él, "los
periodistas no roban información legalmente protegida, no violan las leyes de
los Estados democráticos, no distribuyen los documentos que les facilitan los
servicios secretos sin haberlos verificado", tarea que Caño confía,
corporativamente, al buen saber y entender de periodistas profesionales.
¿Periodistas
profesionales, como quiénes? Puede ser, en algunos poquísimos casos, pero ¿por
qué no confiar en gente con mayor formación específica para evaluar los datos
divulgados por Assange como politólogos, sociólogos, internacionalistas,
historiadores, semiólogos y expertos en materias militares o en inteligencia?
Pero, además,
muchos de los amigos y colegas latinoamericanos de Caño lo que hacen es
justamente eso: roban información que "debería" estar legalmente protegida,
violan a destajo las leyes de los estados democráticos, y distribuyen los
documentos que les facilitan los servicios secretos o funcionarios corruptos
del poder judicial para acosar y/o destruir a sus adversarios políticos.
En su angelical
candor, o diabólico cinismo (cuestión que las y los lectores deberán
discernir), el ex director de 'El País' dice que los periodistas profesionales
"cuidan de no causar daños innecesarios con su trabajo, les dan a las
personas aludidas la ocasión de defenderse, buscan la opinión contraria a la
que sostiene la fuente principal de una información, no actúan con motivación
política para perjudicar a un Gobierno, un partido o un individuo. Los
periodistas no defienden más causa en una sociedad democrática que la del
ejercicio de su trabajo en libertad."
Releo estas líneas
de Caño y me rectifico: no creo que sea el suyo un caso de infantil ingenuidad.
Digámoslo con todas las letras: es la sutil estratagema discursiva de un
impostor de alta gama que sabe que en el ejercicio del periodismo hegemónico,
ese que él llama "profesional", aquellas reglas tan prístinas que él
enunciara son violadas a diario con premeditación y alevosía; que los
autodenominados "periodistas independientes" causan intencionalmente
daños a las personas o instituciones víctimas de su persecución; que no les dan
ocasión de defenderse; que jamás buscan una opinión contraria a la línea que
les bajan sus jefes o patronos y nunca aceptan debatir con quienes sostienen
puntos de vista contrarios; y siempre actúan con motivación política para
perjudicar a un gobierno, partido o individuo.
El caso de Agustín
Edwards Eastman, dueño de El Mercurio de Chile es una muestra paradigmática de
lo que hacen los periodistas defendidos por Antonio Caño y por el presidente de
la ANP, Joaquín Morales Solá. Por eso después de más de cincuenta años de
prostitución periodística en buena hora el Colegio de Periodistas de Chile lo
expulsó de sus filas, precisamente por haber hecho exactamente eso que Caño
dice que los periodistas profesionales no hacen. Si en la Argentina existiera
una institución con los mismos valores y valentía de sus colegas chilenos la
cantidad de operadores políticos disfrazados de periodistas que serían
expulsados de sus filas llegaría fácilmente a medio centenar.
Justamente a causa
de esta degradación moral es que no sorprende el estruendoso silencio de la ANP
ante el caso de Julian Assange, injustamente encarcelado por haber informado al
público sobre los crímenes de guerra, la corrupción y el espionaje global del
gobierno de EE.UU.
Ni una palabra en
defensa de un verdadero campeón de la lucha por la libertad de expresión, que
mentirosamente la ANP dice defender; ni un gesto de solidaridad ante un
periodista retenido en una cárcel de máxima seguridad, en confinamiento
absoluto, sin contacto con nadie, sin ver sino por unos minutos la luz del sol
una vez a la semana, sometido a maltratos físicos y psicológicos de todo orden
pese a la precaria condición de su salud.
Pero al haber
revelado los secretos del imperio y sus mandantes -que el sicariato mediático
oculta bajo siete llaves- para la ANP Assange es un traidor, un
"impostor" como dice Caño, que no merece solidaridad alguna. El
próximo 4 de enero la jueza Vanessa Baraitser dará a conocer su sentencia en el
juicio por la extradición del australiano a EE.UU.
Pese a la debilidad
de las pruebas aportadas por el querellante el acusado fue privado de su
libertad y enviado a la cárcel. Cunde la indignación entre los periodistas de
verdad de todo el mundo, advierte el laureado cineasta y periodista británico
John Pilger, quien asegura jamás haber visto una farsa tan grotesca como el
juicio celebrado en Londres.
El lawfare se
extiende como una mancha de aceite, y de la Argentina, Brasil, Bolivia, Chile y
Ecuador ya arribó a Europa y EEUU. Pero la ANP no cree que exista tal cosa
porque, según sus dirigentes, el lawfare es una maligna invención de una
izquierda totalitaria, populista, chavista, castrista, y por lo tanto desestima
olímpicamente la denuncia de Pilger. La inmoralidad de esa institución no tiene
límites.
Este negacionismo
también se revela en relación a la situación de los periodistas en EEUU. Desde
el estallido de las protestas del Black Lives Matters con motivo del asesinato
a sangre fría de George Floyd por la policía de Minneapolis, 322 periodistas fueron
agredidos (salvo contadas excepciones, por las "fuerzas del orden");
121 fueron detenidos, a 76 les destruyeron sus equipos (cámaras fotográficas o
de video, teléfonos celulares) o instalaciones (salas de prensa) y 13 fueron
querellados y sometidos a proceso judicial.
La misma fuente
informa que en 2018 cinco periodistas fueron muertos a balazos en EEUU. Pero
esto no fue ni jamás será noticia en los medios hegemónicos, apropiadamente
caracterizados por sus críticos como la Bullshit News Corporation porque la
mayoría de la información que difunden es eso, basura; mucho menos será motivo
de preocupación o denuncia para la ANP, obediente hasta la ignominia antes los
menores deseos del amo imperial.
La institución
defiende a sus mercachifles de la comunicación, no a estos pobres diablos
acosados por el poder en EEUU que pagan con sus vidas su lealtad a la profesión
que eligieran. En cambio, si un periodista, ¡aunque sea sólo uno!, hubiera sido
detenido en Venezuela o sufrido la destrucción de su equipo de trabajo la
gritería del sicariato mediático mundial habría sido ensordecedora. Su doble
estándar moral los convierte en sujetos despreciables.
Conclusión: el
autocalificado "periodismo independiente" no es otra cosa que una
organización criminal porque, como lo recordara Gilbert K. Chesterton en
tiempos de la Primera Guerra Mundial, "los periódicos comenzaron para
decir la verdad y hoy existen para impedir que la verdad sea dicha".
Para ello cuentan
con cuatro armas principales: promover la "posverdad"; mentir y usar
las fake news a destajo; utilizar el blindaje informativo (por ejemplo, no
decir jamás nada sobre la interminable matanza que a diario desangra Colombia o
sobre las revelaciones de los Panamá Papers que involucran al expresidente
argentino Mauricio Macri) para proteger a socios y/o amigos; y el linchamiento
mediático de líderes "molestos" a las cuales es preciso satanizar
para que luego jueces y fiscales culminen el proceso enviándolos a la cárcel o
inhabilitándolos para competir por cargos públicos.
Por eso hoy esa
prensa, así de corrupta, constituye una de las principales amenazas a la
democracia, y si la sociedad no reacciona a tiempo probablemente acabe no sólo
con lo poco que resta de libertad de expresión sino que acentúe aún más la
asimetría entre una prensa hegemónica que domina sin contrapesos el espacio
mediático y el periodismo verdaderamente independiente, que sobrevive a duras
penas ante tan desigual competencia.
Pero lo que está en
juego no sólo es la libertad de expresión; también el derecho de los pueblos a
acceder a información verídica y comprobable, legalmente obtenida. Y por
supuesto, la democracia también está en peligro porque para sobrevivir requiere
que el espacio mediático sobre el que reposa sea efectivamente democrático y
plural y no esté amordazado por la dictadura del pensamiento único.
La democracia se
vacía de contenidos, se degrada y finalmente sucumbe cuando el sustrato
comunicacional sobre el que se apoya es una tiranía informativa. Evitar que
esto suceda será una de las grandes e impostergables batallas que deberemos
librar una vez derrotada la pandemia.
Lo
subrayado / interpolado, es nuestro.
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