La política bajuna del Chile Virtual en el marco de la
Constitución/artilugio de 1980.
Por Juan Pablo Cárdenas S./ escritor, comunicador social/Barómetro
Latinoamericano:
Ya se ha acreditado que la clase política chilena está en el último
lugar en cuanto a credibilidad y reputación pública. Particularmente, la Cámara
de Diputados es ahora la institución que genera más desconfianza en la
población, dentro del alarmante desprestigio que afecta a gran parte las
instituciones del país.
Muy cerca de esta pésima evaluación están las instituciones
empresariales sofofas y del conjunto de los llamados “hombres de
negocios sofofos”. Los abusos cometidos por las grandes tiendas, la
colusión de las farmacias y laboratorios, el cohecho practicado por algunos
banqueros, los atentados que cometen ciertos “emprendimientos” contra nuestro
medio ambiente y de la salud de la población han consolidado la idea de que los
grandes empresarios chilenos sofofos están reñidos con la ética y sólo
los anima acaudalar riquezas a cualquier costo: el fin justifica los medios.
También opera ahora en este descrédito la práctica de los sobornos y el
tráfico de influencias empresariales para garantizarse el favor de los
legisladores y gobernantes; delitos que están salvando impunes en los
Tribunales de Justicia, pese a los bullados casos de corrupción develados por
la prensa. Episodios en que se ha burlado a los consumidores nacionales, pero
también al propio autónomo Servicio de Impuestos Internos en lo que
respecta a prácticas como la evasión y elusión.
En todos estos largos años de post-dictadura no ha prosperado reforma
tributaria alguna que se proponga realmente una mayor equidad social, a no ser
por algunas reformas cosméticas que de todas maneras siguen descargando los
mayores impuestos en la clase media y los trabajadores, mientras que algunos
sectores vinculados, por ejemplo, a la construcción y al transporte siempre
mantienen sus agraviantes y odiosos privilegios.
Ni qué decir la forma en que el empresariado sofofo se favorece
del sistema previsional, convertido en el principal negocio del país sobre la
base del capital generado por los cotizantes de las AFPs, un puñado de
instituciones que lucran negándole a los jubilados una pensión digna. A esta
altura, es indiscutible que la política bajuna chilena se sostiene en
los aportes de la clase empresarial sofofa favorecida por el
sistema económico vigente, en personas y entidades a quienes los partidos y
candidatos pasan su patena. La que también, por supuesto, recibe aportes de los
grandes o potenciales inversionistas extranjeros – del capitalismo buitre foráneo
- animados de invertir en nuestro país y otros de la Región.
Que entienda
el que tenga la capacidad para hacerlo.
En este aspecto, algunos integrantes del Consejo Minero y de las grandes
transnacionales que han invertido en carreteras concesionadas por el Estado han
estado siempre en entredicho, dando origen a escándalos como el del MOP-Gate y
la obtención de concesiones que le han arrebatado ingentes recursos al erario
nacional con concesiones viales y obras de infraestructura que han resultado
desastrosas. Como es el caso del ya famoso puente bascular de Cau Cau que
todavía no entra plenamente en operación y que le terminará costando al
bolsillo de todos los chilenos muchísimo más del doble de su abultada cifra
original. O la hecatombe medioambiental provocada por las salmoneras en los
mares más bellos y límpidos del mundo.
Las patronales sofofas chilenas constituyen el auténtico poder
político detrás de los regímenes y poderes del Estado. Históricamente ha
sido históricamente desde aquella Guerra del Pacífico que fuera promovida y
financiada por los intereses mineros foráneos y nacionales del Desierto de
Atacama, donde Chile terminó extendiendo su territorio hacia las provincias de
Trapacá y Antofagasta que pertenecían a Perú y Bolivia. Todo el patrioterismo
inculcado en nuestras generaciones de estudiantes hoy, por fin, debe rendirse a
la realidad de lo que sucedió entonces. Verdad que ahora señalan nuevos los
nuevos textos de historia y aquellos documentados reportajes de la televisión.
A lo anterior, debemos sumar las constantes operaciones militares, como
la llamada Pacificación de la Araucanía – genocidio del pueblo mapuche -,
o las masacres de Santa María de Iquique, Ranquíl y Pampa Irigoin, que siempre
se propusieron defender los intereses de la propiedad privada, acribillando las
demandas de los mapuches, los obreros y los campesinos. En efecto, en
toda nuestra trayectoria institucional, militares y políticos lo que han hecho
es administrar el poder represivo otorgado por los dueños del Gran Capital buitre
foráneo. En quienes radica, en realidad, la soberanía, cuando ninguna de
nuestras cartas magnas ha surgido de asamblea constituyente alguna o siquiera
ha sido refrendada por el voto ciudadano. Salvo la parodia electoral montada
por el inefable dictador Pinochet para imponer el actual texto
normativo, la constitución/artilugio
de 1980.
Es ampliamente conocida la gestación del Golpe Militar de 1973, como una
conspiración urdida por los empresarios sofofos y políticos ultraderechistas
que fueron a golpear las puertas del Pentágono, del Departamento de Estadounidense
y los cuarteles militares chilenos. Para alentar a los generales asesinos y
traidores, digitar la política servil y, enseguida, hacerse de las principales
empresas nacionales, procurarse la recuperación de las tierras confiscadas por
la Reforma Agraria e instalarse en todo el sistema financiero y productivo.
A precio vil, como se sabe, y sin que ninguno de los principales
cabecillas empresariales haya sido obligado hasta hoy a devolver lo robado,
como a pagar por alta traición a la patria. Cuando ellos mismos negociaron con
los inversionistas extranjeros su enseñoramiento en nuestra industria y
comercio; en nuestros yacimientos, océano, ríos y bosques. Una impunidad
consagrada por las administraciones De la Concertación, Nueva Mayoría y de la
derecha, durante las cuales empresarios como Julio Ponce Lerou (el yerno del
Dictador) han continuado recibiendo favores políticos.
Toda una red de protección oficial que los induce actualmente a cometer
otra suerte de ilícitos. Tan graves o más que los cobijados por la Dictadura,
con el agravante, además, de que ahora estos delitos están tutelados por los
tratados de libre comercio firmados por los regímenes y refrendados por
los variopintos legisladores que, en realidad, son parte de la misma ralea
política. Tratados y acuerdos bajo la jurisdicción y los arbitrajes
internacionales prácticamente imposibles de desconocer antes de que el pueblo
chileno tome conciencia de tal despojo y abusos. Y se proponga ejerza la justa
rebelión y fuerza necesaria para recuperar su soberanía.
Consta que se trata de la alta clase empresarial sofofa que, de
emprendedora, ciertamente, tiene casi nada, cuando en los balances y cifras
macroeconómicas continuamos siendo una economía prácticamente mono exportadora,
que importa al país casi todo lo que consumimos y que hoy está a la deriva de
las confrontaciones chino estadounidense. Cuando ya se sabe que el
“mercado mundial” y los grandes referentes financieros y reguladores del
comercio mundial poco tienen de autónomos. O, más bien, son manejados
francamente por las transnacionales depredadoras y sus bancos especuladores
usureros.
Lamentablemente, muchos empresarios medios y pequeños que cumplen con
las leyes laborales y tributarias enlodan su prestigio por la soberbia y abusos
de los más poderosos. Cientos o miles de empresas que incluso son abusadas por
los poderosos consorcios sofofos que contratan sus tercerías.
Iniciativas que a diario son desplazadas o absorbidas por la concentración
económica y los hábitos monopólicos amparados por la Fiscalía Nacional
Económica y el Tribunal de la “Libre Competencia”. Una de las instituciones que
menos funciona dentro de la institucionalidad impuesta por la
dictadura fascista cívico militar, a través de la constitución/artilugio de
1980.
Lo subrayado es nuestro.
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