¡O nos salvamos todos o desapareceremos todos por igual! He ahí el dilema.
Sergio Rodríguez Gelfenstein.
Escritor y analista internacional
/Addhee.Ong
El evento reafirmó los valores de la OTAN. Uno podría preguntarse, ¿a
que se refiere? cuando pareciera que se estuvieran remitiendo a la tradicional
política de Estados Unidos para endosarle a Rusia un supuesto interés por “establecer
ámbitos de influencia y control directo a través de coacción, subversión,
agresión y anexión", agregando que "usa medios convencionales,
cibernéticos e híbridos…” como reza un comunicado publicado en el sitio web de
esa organización guerrerista, la mayor estructura terrorista del planeta.
En el caso de América Latina es muy fácil constatar la verdad: ¿cuántas
bases militares rusas o chinas hay en la región? ¿Cuántos portaviones o flotas
de esos país rondan nuestros mares? ¿Cuántos presidentes han asesinado Rusia o
China en América Latina y el Caribe? ¿Cuántas invasiones han ejecutado o
propiciado?
Suponen la estupidez, la ignorancia y el olvido de nuestros ciudadanos
para pretender que desconozcamos u olvidemos nuestra historia. ¿O tal vez creen
que todavía somos españoles, y que tenemos monarcas de pantomima, gobiernos que
solo sirven de marioneta para la diversión de sus amos y presidentes que se
sientan a la mesa de los poderosos para recoger las migajas que vomita
Washington cuando termina de comer?
Lo cierto es que Europa es un continente ocupado militarmente por
Estados Unidos desde donde planea y ejecuta su proyecto hegemónico global a
partir de acciones ofensivas contra cualquier lugar del planeta. En un reciente
artículo, el analista español Luis Gonzalo Segura lo explica con certeza y
precisión: “Nos dicen que los europeos y los estadounidenses somos socios, pero
existen hechos incuestionables que desmontan esta falacia. En suelo europeo se
encuentran desplegados por lo normal 70.000 militares estadounidenses en bases
militares distribuidas por la geografía del Viejo Continente, una cifra que se
eleva en la actualidad a más de 100.000 efectivos. Además, existe multitud de
armamento estadounidense en Europa, incluyendo armas de destrucción masiva
—pero no como las que Estados Unidos aseveró que existían en Irak, sino de las
de verdad—.
Ahora, constatado este hecho, pregúntese cuántas
bases militares europeas hay en Estados Unidos. La respuesta es
conocida por todos: ninguna.
Vayamos a las otras dos grandes potencias mundiales: China y
Rusia. ¿Cuántas bases militares chinas hay en Rusia o cuántas bases militares
rusas hay en China? Efectivamente, ninguna. No solo no hay, es que ni se les
pasa por la cabeza a ninguno de los dos países permitir que el otro instale
bases militares en su territorio.
Habrá quien pueda replicar que existe una disimetría en la
asociación entre europeos y estadounidenses, pero lo cierto es que lo que
existe es una anormalidad. Una
anormalidad si consideramos a Europa y los países europeos como soberanos e independientes,
pero una absoluta normalidad si asumimos la realidad: Europa
es un territorio militarmente sometido a Estados Unidos”.
Vista la situación en esta perspectiva, avanzamos hacia un
sistema internacional inédito, jamás antes explicado e impensado incluso en el
pasado más reciente. En un artículo en el periódico La Jornada de México, el laureado economista estadounidense
Joseph Stiglitz opina que: ”Parece que Estados Unidos ha iniciado una nueva
guerra fría”.
Pero a diferencia de la del siglo pasado en el que el elemento
ideológico era el ordenador de las relaciones internacionales, Stiglitz afirma
que ante la hipocresía estadounidense que sustenta sus puntos de vista en una
supuesta defensa de la democracia, la de ahora “…hace pensar que, al menos en
parte, lo que está en juego aquí es la hegemonía global más que una cuestión de
valores”.
La avalancha de eventos multilaterales de las últimas semanas
como las cumbres de los BRICS, de las Américas, del G-7, de la OTAN y los Foros
de San Petersburgo y Davos, entre otros, dan cuenta de la intensidad con la que
se están moviendo los principales protagonistas en el escenario internacional y
la vorágine de gestiones en las que se ven envueltos.
Vale decir que el gobierno de Venezuela ha tomado nota de esta
situación por lo que el presidente Nicolás Maduro ha buscado ensanchar la
mirada y el espacio del país, asumiendo él mismo junto a la vicepresidenta
Delcy Rodríguez la responsabilidad personal para solucionar los problemas de Venezuela
en este mundo tan caótico y en plena efervescencia en la que el imperio arrecia
su agresividad, mientras se debate en una crisis multisectorial de la que
visualizan que pueden salir solo a través de la guerra y un conflicto
permanente que le asegure incrementar sus ingresos por la vía de su principal
industria: la de la producción y venta de armas.
Así, llegamos a esta situación original y extraña enmarcada en
la posibilidad de esa nueva guerra fría de la que habla Stiglitz. Lo novedoso
es que la bipolaridad se manifiesta de manera diferente. Por una parte el polo
occidental autodenominado “comunidad internacional” configurado por el 11% de
la población del planeta, que hacia el interior funciona en términos unipolares
con Estados Unidos actuando de forma hegemónica y teniendo a Europa, Australia,
Nueva Zelanda y Japón como subordinados obedientes, incluso en desmedro de sus
propios ciudadanos.
El otro polo, configurado por la gran mayoría de la humanidad se
ha propuesto construir un gran ambiente multipolar en el que puedan participar
varios centros de poder mundial en un espacio de cooperación y ayuda que ya se
puso de manifiesto en el combate a la pandemia.
En este ámbito de confrontaciones y definiciones, se coteja la
validez y persistencia de un Derecho Internacional construido tras siglos de
búsqueda de la paz en el planeta versus la propuesta estadounidense de
establecer “un sistema internacional basado en reglas” como forma de imposición
unilateral de su lógica imperial. En este punto ya no se sabe cuál será el
papel de la ONU en el futuro. Si sigue existiendo, habrá que definir, en qué
condiciones lo hará, cuando observamos que la OTAN se ha apoderado de la
principal organización multilateral del planeta.
La situación actual es solo comparable a la que se comenzó a
vivir tras la derrota nazi en Stalingrado en febrero de 1943 que permitió
visualizar que tras la derrota de Alemania y sus aliados un nuevo mundo
sobrevendría y había que organizarlo y estructurarlo.
Pero ahora la situación es diferente y mucho peor. En las
conferencias de Teherán (28 de noviembre al 1° de diciembre de 1943), Yalta (4
al 11 de febrero de 1945) y Potsdam (17 de julio al 2 de agosto de 1945) se
moldeó la estructura del sistema internacional de la posguerra. Ahí se
reunieron los adversarios ideológicos Iósif Stalin de la URSS, Winston
Churchill de Gran Bretaña y Franklin Roosevelt de Estados Unidos (Harry Truman
en la última porque el presidente Roosevelt había fallecido en abril de ese
año). Se trataba de exterminar al nazismo y en torno a ese objetivo se habían transformado
en aliados.
En el inicio de la guerra fría del siglo XX, a pesar de todo,
ante la debacle que produjo 100 millones de muertos, primó la racionalidad y el
deseo de paz, aún siendo imposible producir acercamientos ideológicos. Por
supuesto todo cambió, cuando solo cuatro días después de finalizada la
Conferencia de Potsdam, Truman (un presidente proveniente del Partido
Demócrata) se apresuró a regresar a Washington para ordenar el lanzamiento de
una bomba atómica contra la inerme ciudad japonesa de Hiroshima. Se hizo
evidente que para Estados Unidos, la racionalidad tenía un límite si atentaba
contra sus afanes hegemónicos.
La Guerra de Ucrania con el apoyo de USA/OTAN contra Rusia ¿una
nazificación de Europa?
Curiosamente uno de los acuerdos de la Conferencia de Potsdam,
realizada dos meses después del fin de la guerra y la rendición de Berlín, fue
la desmilitarización y desnazificación de Alemania, el mismo objetivo que se propone
Rusia ahora al realizar su operación militar especial en Ucrania. Cabe
preguntarse, ¿Por qué en 1945 tenía validez y ahora no? Y otra pregunta, ¿Qué
ha pasado? O mejor dicho ¿que no ha pasado para que 77 años después, el
objetivo sea el mismo?
Hoy la situación es diferente, se impone la irracionalidad que
emerge –precisamente- del apoyo de Occidente al resurgimiento del nazismo y el
fascismo como herramientas de control hegemónico del planeta. Ya lo habían
hecho antes al crear Al Qaeda en Afganistán y el Estado Islámico en Irak y
Siria, pero esta vez tiene un alcance mayor cuando se ha puesto en cuestión toda
la estructura que ordena el sistema internacional.
Claro, ni Biden es Roosevelt, ni Johnson es Churchill ni tampoco
Macron es De Gaulle, más allá de diferencias ideológicas, no se puede dejar de
reconocer que aquellos eran estadistas, los de ahora no pasan de ser payasos
intentando la puesta en escena de un circo en el que pretenden salvarse de la
debacle. Someter a sus pueblos a dificultades indecibles solo para aplicar
sanciones a Rusia que se han revertido de manera desfavorable para sus
promotores, solo puede provenir de mentes pequeñas y mediocres que difícilmente
están pensando en la salvaguarda de la paz y la convivencia de todos en el
planeta.
De ese tamaño es el trance que enfrentamos. Pero hoy, el mundo
no puede evocar aquella suposición de que es posible que alguien sea capaz de
preservarse solo, porque ahora, o nos salvamos todos o desapareceremos todos
por igual. Que cada quien haga lo que le corresponda.
Lo subrayado/interpolado es nuestro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario