¿Hasta
cuándo querido Pueblo Peruano?
Por Sergio Rodríguez Gelfenstein: escritor,
analista internacional, Addhee.Ong
En sus “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana” José Carlos Mariátegui señala que los colonizadores españoles en el Perú destruyeron -sin poder reemplazarla- la fenomenal “máquina de producción” incaica caracterizada por la agrupación de comunas agrícolas y sedentarias que hacía que el pueblo viviera con bienestar material.
Ahí comenzó el problema, toda vez que esto
significó la disolución de la unidad de la sociedad indígena en comunidades
desperdigadas. La explotación colonial de las minas de oro y plata y de los
suelos, transformaron una economía socialista originaria en una de carácter
feudal.
Esto condujo a que un virreinato tan rico,
deviniera en una “empresa militar y eclesiástica” más que en una estructura
política y económica. Ese es el origen de la clase política peruana que en su
primer momento estuvo conformada por una ínfima población de “virreyes,
cortesanos, aventureros, clérigos, doctores y soldados”. Según Mariátegui, el
más extraordinario pensador peruano de la historia, en 1928, cuando escribió
esta colosal obra, las bases de esa economía colonial mantenían aun tal
estructura, aunque comenzaba su tránsito hacia una economía capitalista.
Decía Mariátegui: “El problema está en las raíces
mismas de este Perú hijo de la conquista. No somos un pueblo que asimila las
ideas y los hombres de otras naciones, [San Martín y Bolívar lo vivieron en
carne propia] impregnándolas de su sentimiento y su ambiente, y que de esta
suerte enriquece, sin deformarlo, su espíritu nacional. Somos un pueblo en el
que conviven, sin fusionarse aún, sin entenderse todavía, indígenas y
criollos/mestizos. La República se siente y hasta se confiesa solidaria con el
virreinato. Como el virreinato/satrapìa, la República es el Perú de los
colonizadores, más que de los regnícolas. El sentimiento de las cuatro quintas
partes de la población no juegan casi ningún rol en la formación de la
nacionalidad y sus instituciones” A casi 100 años, esta radiografía hecha por
el amauta se mantiene incólume.
Otro tanto le ocurrió a Bolívar. Tras la
instalación del Congreso y la renuncia del general San Martín en septiembre de
1822, el nuevo gobierno fue incapaz de sostener la acometida española que
pretendía reconquistar el poder. En esa circunstancia, de forma apremiante y en
varias ocasiones, se reclamó el apoyo de Colombia y la presencia del Libertador
para salvar la situación y dirigir personalmente la guerra. En enero de 1823 se
vislumbraba un horizonte crítico, en marzo Bolívar decidió enviar un gran
contingente militar al mando del general Sucre con facultades absolutas para
tratar de resolver el conflicto que emergía de la división de los peruanos y el
poder dual que de ello emanaba. Difícil tarea la de Sucre, a pesar de ofrecer
sus servicios al general Santa Cruz, boliviano al servicio del Perú, pero su
desmedida ambición y su falta de capacidad de conducción militar en el terreno
de las operaciones imposibilitaron organizar un ejército que contuviera a los
españoles.
Bolívar llegó al Perú el 1° de septiembre y el 11
el Congreso lo dotó del mando supremo y la dirección de la guerra, despertando
la ira del general peruano Riva Agüero que recibió el apoyo financiero de los
comerciantes de Lima para actuar en paralelo a las fuerzas comandadas por
Bolívar que se subordinaban al presidente Torre Tagle. Como se ha sabido, Riva
Agüero se estaba entendiendo en secreto con los españoles pretendiendo disolver
el Congreso y destruir a Bolívar, configurando una traición que seguía abonando
a una práctica que comenzaba a tornarse tradicional en el devenir de la
oligarquía peruana. Para ventura del Perú esta traición fue descubierta,
denunciada y desmontada por el coronel patriota Antonio Gutiérrez de la Fuente.
Pasaron más de cien años hasta que en la segunda
mitad del siglo XX, el 3 de octubre de 1968, un sector nacionalista y
progresista de las fuerzas armadas decidieron derrocar al inoperante gobierno
de Fernando Belaunde Terry. Bajo el mando del general Juan Velasco Alvarado se
inició un proceso de rescate de la dignidad y del patrimonio nacional,
golpeando directamente a empresas transnacionales estadounidenses que campeaban
por sus fueros en el país. Así mismo, se implementó una extensa reforma agraria
que bajo el control de cooperativas campesinas y sociedades agrícolas de
interés social comenzaron una verdadera revolución en el campo.
En 1985, de la mano de un joven político llamado
Alan García, la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) fundada sesenta
años antes por Víctor Raúl Haya de la Torre accedió por primera vez al poder.
Durante su gobierno, García implementó una serie de medidas de corte popular
bajo el lema de “el aprismo es un socialismo latinoamericano”. El gobierno del
APRA se propuso recuperar el control sobre la producción petrolera y expropiar
los bancos. Además, introdujo la novedosa medida de reducir el pago de la deuda
externa al 10% del valor de las exportaciones.
Sin embargo, la incapacidad de generar una
verdadera y profunda transformación de la sociedad con participación popular,
así como el agotamiento de los recursos financieros, el incremento de la acción terrorista de
Sendero Luminoso y la repulsa de las élites por las medidas de corte popular,
fueron mermando el apoyo del pueblo que una vez más se sintió traicionado,
abriendo paso a dos manifestaciones de
extrema derecha que buscaban reconquistar el poder y que tuvieron en
Alberto Fujimori y Mario Vargas Llosa los paladines de un retroceso iniciado en
1990 y del cual el país aún no ha podido salir.
Así, se inauguró un proceso de seis presidentes:
Alberto Fujimori, Alejandro Toledo, Alan García, Ollanta Humala, Pedro Pablo
Kuczynski y Martín Vizcarra (con la sola excepción de Valentín Paniagua en este
período) que han salido de la Casa de Pizarro para después ser juzgados y/o
encarcelados, (salvo García que prefirió recurrir al suicidio), que tienen dos
características en común: una actuación corrupta y el haber hecho campaña con
un programa para gobernar con otro distinto, traicionando el sentimiento y la
voluntad del pueblo. Es el sino maldito de la oligarquía peruana.
Vale hacer un paréntesis para señalar el detalle
del nombre del palacio presidencial peruano que evoca y honra al feroz
conquistador que después de traicionar al Inca Atahualpa, lo asesinó
brutalmente al igual que a decenas de miles de indígenas. Su hermano, Hernando,
a su vez traicionó a su socio Diego de Almagro, todo lo cual inauguró una
estirpe que tal vez aún hoy está presente en la rancia oligarquía empresarial limeña.
¿Quién puede entonces sorprenderse de lo que acaba
de ocurrir en el país? En realidad, lo que ha pasado es que dos secciones
putrefactas de la élite se han enfrentado en la búsqueda de un poder que les
permita evadir la justicia para seguir defendiendo sus intereses a través de la
corrupción, el engaño y la marginación del pueblo de la toma de decisiones, por
supuesto, todo en nombre de la democracia y la libertad.
Por cierto, otro paréntesis. Vale también mencionar
el entorno poco halagüeño del denominado “Grupo de Lima” creado en esa ciudad por
la OEA para derrocar a Nicolás Maduro que se sigue sosteniendo en el poder,
mientras tres presidentes peruanos han hecho maromas en este período a ver si
la corrupción les permite no apartarse del mismo.
Lo subrayado es nuestro
No hay comentarios:
Publicar un comentario