lunes, 14 de diciembre de 2020

“Con hambre , sed de justicia y desesperanza…”

 

“Con hambre , sed de justicia y desesperanza…”

 Por Juan Pablo Cárdenas S.: escritor/comunicador social/analista internacional/Addhee.Ong

Entre las curiosidades de la política chilena destaca la aprobación por amplia mayoría en el Congreso Nacional de leyes que casi todos estiman inconvenientes. Es lo que ha ocurrido con las dos reformas constitucionales que les permiten a los trabajadores hacer uso de sus fondos de pensiones. Dos retiros que suman el equivalente al 20 por ciento de sus ahorros previsionales, cuando ya se habla de una tercera iniciativa al respecto siempre con la intención de aliviar la situación de los millones de hogares afectados por la crisis sanitaria.

Todo esto no sería tan absurdo si se considera que uno de los grandes problemas nacionales radica en el miserable monto de la jubilaciones que pagan las usureras administradoras de fondos previsionales (AFPs)  y que con estas sustracciones podrían deteriorarse aun más. “La necesidad tiene cara de hereje” dice el refrán y explica en este caso la negativa del Gobierno de Piñera de otorgar más subsidios a los dos millones de trabajadores que continúan sin empleo e imposibilitados de cubrir siquiera sus necesidades más elementales. Un reciente informe del Banco Mundial estima que después de la Pandemia al menos 800 mil personas van a dejar de pertenecer a la clase media, reincorporándose a la ya enorme cantidad de pobres e indigentes. Muchos de los cuales, como anotan algunos expertos, padecen actualmente hambre, pierden sus bienes y se sumen en la desesperanza. Con todo lo cual, la población naturalmente se muestra iracunda y más violenta que antes.

No es que la clase política esté verdaderamente conmovida por el dolor y la impotencia que sufren tantos habitantes. Lo que pasa es que tiene miedo a que retorne el Estallido Social y que, en los próximos comicios parlamentarios, municipales y para elegir gobernadores los resultados puedan resultarles transversalmente muy adversos. Ya el reciente plebiscito, que aprobó por casi un 80 por ciento la necesidad de una nueva Constitución, tuvo como resultado agregado que todavía más electores rechazara la idea de que la futura Convención Constituyente tenga representantes del Poder Legislativo. Una manifestación muy explícita del repudio que hoy existe hacia nuestros gobernantes cuanto del deseo que la nueva Carta Fundamental sea redactada únicamente por representantes del pueblo y elegidos ad hoc por la ciudadanía.

No deja de llamar la atención que los mismos parlamentarios que pospusieran por treinta años la promesa de una nueva Constitución, dilataran por tanto tiempo la demandada reforma del sistema de pensiones, siguieran privatizando empresas públicas y estratégicas, como otorgándole a los capitales foráneos la explotación de los yacimientos, reservas acuícolas y forestales, hoy consientan en reformas que hasta pudieran parecer revolucionarias bajo un gobierno de derecha y de corte empresarial. Cuando los antecesores de Sebastián Piñera presumían de socialistas o social cristianos y se mantuvieran complacidos por el país exitista que se aparentaba.

“La derecha y la izquierda unidas nunca serán vencidas” decía sarcásticamente el poeta Nicanor Parra,  y no es que se haya producido un sincretismo ideológico y moral, sino solo el terror que le produce a todos el levantamiento popular que, como se sabe, no reconoce líderes en partido político alguno y muestra en la Araucanía y, especialmente en las concentraciones capitalinas, una ira inédita en nuestra historia republicana, donde lo que siempre se impuso es la brutal represión policial y militar. Si hasta los altos mandos castrenses le han hecho ver a las autoridades que el Chile de hoy ya no es el de 1973 y dificultan mucho que todos sus efectivos puedan hacer frente a la rebelión que avanza.  Mientras se acongojan por las “turbas” que ostentan cada vez más armas de guerra y recursos del narcotráfico, el nuevo referente que hace gala hoy en las poblaciones marginales.

Por cierto, que en el Parlamento también hay muchos que lo que más les preocupa es perder sus cargos, estipendios e influencias, en una especie de confianza ciega en que siempre los efectivos de la FFAA y de las policías serían capaces de salvarlos, poner orden y proteger sus intereses. Muchos, por supuesto, le están poniendo fichas al proceso constituyente que se abrió con el último plebiscito, sin considerar que, además del deseo de un nuevo orden institucional, lo que la inmensa mayoría exige es pan, trabajo, pensiones justas, salud, educación y libertad. Recuperación, también, de nuestras riquezas básicas y efectiva soberanía sobre los generosos recursos de nuestro territorio y mar. Más todavía cuando ya quedan en evidencia las trampas que el Ejecutivo y los parlamentarios les dejaron puestas a la libre elección de constituyentes, como los quórums establecidos para aprobar la nueva Carta Magna. De todas las zancadillas que se les están poniendo, por ejemplo, a la postulación de candidatos no militantes y del mundo social, a fin de mantener el monopolio de los partidos.

De allí que muchos quieren aprovechar este tiempo a adviento electoral para propiciar leyes que favorezcan la equidad social, terminen con los privilegios empresariales y la impunidad en los procesos de corrupción política y empresarial. Entre las múltiples demandas que exigen terminar, además, con las abusivas exenciones tributarias, el abultado gasto militar, el fin de las millonarias utilidades de la salud privada, las AFPs y hasta las elevadas tarifas de las carreteras concesionadas y del agua potable, gas, electricidad y otros servicios en manos foráneas. Ya se habla de aprovechar esta curiosa convergencia política cupular para imponer un impuesto patrimonial que grabe a los más ricos no solo para obtener recursos destinados a las víctimas de la pandemia, sino para empezar a acortar las siderales brechas existentes entre ricos y pobres.

También es curioso comprobar cómo los propios ex ministros de Hacienda y Economía de los gobiernos de la Concertación y la Nueva Mayoría descubren las groseras evasiones y elusiones tributarias que le han hecho perder al Fisco enormes recursos para enfrentar las catástrofes naturales y fomentar, entre otras inversiones la construcción de carreteras, hospitales y establecimientos educacionales. Ahora descubren ellos mismos los multimillonarios recursos en que se funda el peculio de un puñado de chilenos que forman parte de la extrema riqueza nacional. Una actitud desvergonzada si consideramos todo el tiempo de connivencia con empresarios tan abominables como un Julio Ponce Lerou y aquellos protagonistas de las colusiones para elevar los productos farmacéuticos, alimenticios y hasta del papel higiénico. Los mismos que les evitaron a los inversionistas extranjeros, además, pagar debidos royalties por la explotación de nuestros recursos no renovables.

 Lo razonable es entender que las convocatorias electorales no debieran suspender o aminorar la presión social, la presencia del pueblo en las calles de todo el país. En ningún caso dejarse ilusionar por la disposición pasajera de la política, ni por la prácticamente imposible convergencia de los sectores llamados vanguardistas, de cuyo canibalismo electoral para nada se han zafado.

La unidad debe ser, por, sobre todo, social y moral.

juanpablo.cardenas.s@gmail.com

Lo subrayado es nuestro

 

¿Una hoja en blanco?

 Por Juan Pablo Cárdenas S.: escritor, comunicador social, analista internacional, Addhee.Ong

A veces nos parece que el absurdo se ha posesionado de los debates de la clase política chilena, como que hay quienes piensan que la nueva Constitución debe escribirse en una “hoja en blanco” y se discute majadera y destructivamente sin asumir que desde la Creación del Universo nada ha partido de cero. Que todo es evolución y los hechos históricos están completamente concatenados entre sí, sus causas y efectos.

En nuestro proceso constituyente el desafío de definir una Nueva Carta Magna no puede zafarse, aunque quisiera, de las ilegítimas constituciones de 1833, 1925 y 1980, las que nunca fueron aprobadas por el pueblo y ciudadanos. La institucionalidad que ahora nos demos expresará necesariamente lo que conservemos del pasado y lo que resolvamos transformar y fundar. La famosa “hoja en blanco”, por lo tanto, es un recurso retórico de quienes esperan que Chile se transforme sustancialmente a partir de una Convención Constituyente que realmente tenga facultades soberanas y represente genuinamente nuestra diversidad, complejidad y especificidades políticas, sociales y culturales.

Desde luego, vemos poco probable que haya quienes vayan a postular un régimen monárquico o la idea de que es mejor o tener andamiaje institucional alguno. Sería impensable y absurdo definir cualquier cosa sin tener en cuenta al menos las tres últimas constituciones de nuestra República. O pasando por alto aquellos valores e intenciones claramente manifestados en el reciente plebiscito, donde casi un ochenta por ciento de la población optó en favor de una nueva Carta Magna. Tampoco sería viable que Chile se acotara a su propia trayectoria histórica, se ensimismara y dejara de mirar al mundo para ilustrarse sobre los diversos regímenes institucionales en vigencia.

Existen no pocos acuerdos compartidos. Una amplia mayoría quiere que sigamos siendo república, que edifiquemos una mejor democracia e impongamos soberanía nacional sobre nuestro territorio, recursos naturales y bienes de la más distinta índole. Casi todos, asimismo, creemos que deben prevalecer los tres poderes del Estado, aunque muchos podríamos postular la necesidad de que sean más independientes, como el establecimiento de otra instancia que consagre más explícitamente el poder de pueblo y de sus organizaciones sociales. Para que tengan igual o mayor injerencia en las decisiones del país, igual o mayor autoridad que los partidos políticos. 

En los tiempos que vivimos, parece ya consensuado que se establezca la paridad de género como razón de estado, que se reconozca efectivamente la igualdad ante la Ley y el respeto a los Derechos Humanos y el entorno ecológico establecidos internacionalmente.

“Los Derechos Humanos y los Derechos de la Madre Naturaleza son dos conceptos  y una misma dignidad.” Maestro Eduardo Galeano, de la Patria Continente América Latina y el Caribe

Pocos van a atreverse a postular la eliminación de las Fuerzas Armadas, pero seguramente se hará clamor que el Estado rebaje sustantivamente los presupuestos militares y, en especial, renuncie a la carrera armamentista. Además, sería peregrina la posibilidad de acabar con las policías, aunque lo más loable sería, como ocurre en otros países, que se sumen otras instituciones a las tareas de seguridad, atendiendo a la especificidad que exige hoy la protección de las personas, las calles y los bienes públicos y privados. Con lo cual podría restringirse el abuso policial y la corrupción de sus altos mandos.

El Estado de Derecho

De todas maneras, nuestro futuro Estado debiera perpetuar ciertos logros como la existencia de entidades autónomas como la Contraloría General de la República y las superintendencias. Así como vemos muy difícil que una Asamblea o Convención Constituyente vaya a borrar de un plumazo la educación particular o las clínicas y administradoras de salud privada, más allá de prohibir en serio el afán de lucro por administrar esto servicios públicos. Pero es muy poco probable que, conforme a lo que ha sido nuestra experiencia, vayan a continuar prosperando privatizaciones en áreas tan sentibles como el uso de las autopistas y la explotación de recursos naturales estratégicos como el agua, el cobre y el litio.

 Ojalá que nuestra constitución redefina claramente las áreas de nuestra economía, regule las concesiones y los términos de la inversión extranjera, de tal manera de evitar lo que ya es un secreto a voces: la extranjerización de lo que queda de nuestras empresas de electricidad y gas, que nos están dejando a merced de algunas superpotencias, las cuales serán prácticamente imposibles de recuperar si el interés nacional lo exigiera algún día. En la posibilidad, por ejemplo, de que las empresas sanitarias vayan a ser adquiridas por China, ¿no se haría prácticamente imposible nacionalizarlas si se considera que esta potencia asiática es nuestro principal destino para el cobre y otros productos?

Y, claro, podríamos continuar latamente exponiendo nuestras coincidencias y diferencias entre lo que quiere la inmensa mayoría de nuestra población versus una ínfima minoría que nunca ha tenido convicciones democráticas y siempre ha hecho todo en política para beneficiarse y servir a los intereses foráneos y de las más inescrupulosas empresas y entidades financieras, como las AFP y las isapres. Políticos y gerentes que le han dado reiterados manotazos a nuestra institucionalidad, que jamás han dejado de conspirar contra el orden establecido, como lo sucedido contra los presidentes Balmaceda y Allende. Instigando posteriormente la represión y el terrorismo de Estado. 

Se trata de los mismos personajes que lograron hace algunos meses, con la complicidad de casi todo el arcoíris político cupular, del Ejecutivo y el Parlamento, dejar maniatada la voluntad de quienes integren próximamente la Convención Constituyente, estableciendo un quórum de dos tercios para aprobar cualquier artículo o inciso de nuestra nueva Carta Magna. Con lo cual se proponen, descaradamente, abortar todo el proceso constituyente y encender nuevamente la ira del país a objeto de alentar un nuevo Golpe de Estado. Confiados en el apoyo, como siempre, de los militares, policías y los onerosos recursos acumulados por ese uno o dos por ciento de multimillonarios, tan representados en la actualidad en la patética figura de Sebastián Piñera.

De esta forma, es que estamos de nuevo frente a una situación extremadamente crítica, donde lo peor sería avanzar en el llamado proceso constituyente sin que, antes, se deroguen esos leoninos quórums que le impedirán al pueblo quedar bien representado en lo que debiera ser una auténtica Constituyente que defina un texto respaldado nada más que por la mayoría absoluta de sus integrantes.  Para conjurar aquel solapado Congreso Nacional Paralelo que se propone hacer muy difícil o imposible la elección de constituyentes independientes o sin partido, así como de representantes del mundo social y las diferentes etnias.

Para desbaratar estos espurios intentos, no tenemos duda que requerimos de movilización social constante, ejercer presión hacia los poderes del Estado y mantenerse el país activo en las calles y regiones del país. Exigiendo, en realidad, una ruta nítida para que la Constituyente resulte realmente ciudadana y soberana.

juanpablo.cardenas.s@gmail.com

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