viernes, 13 de noviembre de 2020

Plebiscito: Victoria del Movimiento social 18 de Octubre del Pueblo Chileno y descalabro de la clase política: Los sinvergüenzas

 


Plebiscito: Victoria del Movimiento social 18 de Octubre del Pueblo Chileno y descalabro de la clase política: Los sinvergüenzas.

Por Juan Pablo Cárdenas S.: escritor, comunicador social, analista internacional, Addhee. Ong.

Chile abrió una nueva página de su historia el 18 de octubre del año pasado. Cuando un contundente Movimiento social se verificó en las calles  y en la Plaza de la dignidad en Santiago, a lo largo de todo su territorio, exigiendo el fin de la Constitución Pinochetista y el modelo económico y social impuesto por la Dictadura cívico militar, como extendido por todos los regímenes que la sucedieron. Treinta años de espera para que por fin la clase política fuera forzada a escuchar al pueblo soberano, como allanarse a convocar a un plebiscito destinado a aquietar los encendidos ánimos de la población y salvar la institucionalidad a punto de precipitarse por las demandas democráticas, la exigencia de un régimen de equidad social y respeto a los Derechos Humanos conculcados sistemáticamente por la larga era capitalista salvaje/neoliberal que hoy da inequívocos síntomas de extinción.

Sabemos, sin embargo, que fue el obligado confinamiento a causa del Coronavirus el que ocasionó el repliegue de la protesta masiva, pero ahora estamos seguros que son muchos más los que han comprobado la horrible desigualdad nacional, el cúmulo de discriminaciones y la certeza de que eran muchos millones más los pobres e indigentes en nuestro país. Explotados por los poderes del Estado, la concentración escandalosa de la riqueza y el periodismo abyecto. De esta forma es que, en el miedo a ser derribados, de la noche a la mañana, el Ejecutivo y el Parlamento convinieron la consulta ciudadana que acaba de realizarse y cuyos resultados no alcanzaron a imaginar realmente.

Los escrutinios de este proceso electoral nos señalan que casi el ochenta por ciento de los ciudadanos quiere una nueva Carta Magna redactada únicamente por representantes elegidos por el pueblo, esto es sin presencia e intermediación alguna de las autoridades todavía en ejercicio. Los que propusieron, incluso, un mecanismo como la convención mixta en el ánimo de mitigar el ejercicio de la soberanía popular, así como para evitar aquellos acuerdos macizos en pro de un régimen institucional en dirección a una democracia participativa, la recuperación de nuestras riquezas naturales y empresas estratégicas. Además de una reforma drástica de nuestro sistema económico que signifique convertir al Estado en agente y garante principal del crecimiento y el bienestar de todos los chilenos. 

El único ganador efectivo es el pueblo que concurrió a las urnas venciendo los temores propios de la pandemia y la horrible represión descargada contra los jóvenes, los trabajadores y todos los hombres y mujeres concertados sin la tutela de los partidos políticos y los demás intereses fácticos. Ganaron, por cierto, en esta jornada cívica los trabajadores, los jóvenes, los pensionados y todos los que han sembrado por tanto tiempo la necesidad de proteger nuestros ecosistemas, ponerle freno a la economía consumista y advertirnos de la codicia y corrupción del gran empresariado.

Es decir, de ese puñado de multimillonarios empresarios sofofos que tiene cooptado a los gobernantes y legisladores dejados seducir por los grandes capitales nacionales y foráneos. Ciertamente, empoderados en nuestros yacimientos mineros, la actividad pesquera y forestal, como en aquellos servicios públicos tan estratégicos como el suministro del agua potable, la producción de energía, las concesiones viales y la banca. Porque lo que ya no tiene Chile a causa del Régimen Cívico Militar y de todos los gobiernos que le sucedieron es soberanía alguna en las altas cumbres, en el mar, en sus valles y manantiales.

Perdieron, también, los partidos políticos coludidos de derecha a izquierda para beneficiarse de los altos estipendios que dispone el mal llamado servicio público, cuyas cifras superan el ingreso de los legisladores norteamericanos y europeos. De allí que en las masivas celebraciones de la victoria del domingo siguieran ausentes las banderas, pabellones y otros distintivos, mientras de desplegaba con entusiasmo el pabellón nacional, la bandera mapuche y los emblemas de las más diversas organizaciones sociales, artísticas y culturales. Qué triste fue comprobar en estos meses la falta de coherencia ideológica de las colectividades partidistas, así como la extrema deserción de sus militantes y simpatizantes.

Ni siquiera con toda la cobertura que la prensa uniformada le dio a las cúpulas políticas, éstas lograron obtener algún dividendo electoral, teniendo que rumiar la noche del domingo su completa frustración.

Ecrasez l infame Piñera Echeñique

Atónitas todas ante los resultados, salvo, por supuesto, un cínico Sebastián Piñera, que tuvo la desvergüenza de incluir a su regimen como uno de los ganadores del Plebiscito. Postura que incluso avergonzó a los propios ministros que lo acompañaban muy bien parapetados sus rostros tras las mascarillas sanitarias que su presidente echó al bolsillo. Desparpajo que también tuvo la presidenta de la UDI que se atribuyó como apoyo a su partido ese 20 por ciento que quiso darle continuidad a la Constitución/artilugio  de 1980, en el que también concurrieron otros sectores de la ultraderecha. 

En cualquier democracia seria y real, este descalabro electoral ya tendría a gobernantes y parlamentarios desalojados del poder.  Sin embargo, aquí, cuando todavía no se cerraban todas las urnas, los derrotados ya sacaban cuentas alegres de lo que serían los próximos comicios para elegir gobernadores, integrar la Comisión redactora de la nueva Constitución y aquel nuevo plebiscito con el cual la Carta Magna será refrendada por el voto ciudadano.

Por lo mismo es que el pueblo no debe descuidarse. Deberá permanecer en las calles para impedir que nuevos conciliábulos cupulares intenten torcer la voluntad soberana, exigiendo durante los dos años que siguen la materialización de las reformas educacionales, previsionales y otras que han sido constantemente burladas por La Moneda.  Es evidente que solo la masiva expresión callejera puede obtener los cambios radicales que necesita nuestra convivencia política y social, además de ejercer la justa presión a los miembros de la Constituyente, susceptibles de ser engañados, sobornados y amenazados, como lo han sido antes los diputados y senadores, con las honrosas excepciones que confirman la transversal corrupción política.

La victoria debe ser atribuida a las viejas y nuevas generaciones de chilenos dignos y valerosos. A quienes perdieron sus vidas o quedaron mutilados con la represión policial y militar, es decir por los cancerberos del que llaman “estado de derecho”. El pueblo debe exigir con fuerza, ahora, la liberación de los centenares de presos políticos imputados por los Tribunales. Asimismo, como las demandas del Pueblo Mapuche deben ser respaldadas por todo el pueblo discriminado y abusado a lo largo del país.

Una revisión simple de los resultados nos indica quiénes son y dónde viven los que se oponen a la justicia social y ejercen sus arrogantes privilegios. Pero con esta victoria popular del pueblo unido y movilizado todos debemos proponernos conquistar a esa mitad de chilenos que se resiste a votar, que marcó de nuevo una altísima abstención electoral, aunque esta vez la misma Pandemia, la extrema marginación social y otras causas explican más plenamente su decisión de no acercarse a los lugares de votación. Asumiendo que las trampas impuestas por los gobernantes y legisladores a muchos los ha llevado a desconfiar de la vía electoral y optar por otras formas de lucha. Aunque sabemos que concuerdan con los anhelos ampliamente mayoritarios en la población chilena.

juanpablo.cardenas.s@gmail.com

Lo subrayado es nuestro.

Los sinvergüenzas

Por Juan Pablo Cárdenas S., escritor, comunicador social, analista internacional. Addhee.Ong

Hubiera querido en esta columna dar cuenta de una profunda autocrítica de la clase política después de los resultados del Plebiscito. A propósito de ese casi ochenta por ciento de ciudadanos que votaron por derogar la Constitución/artilugio  de Pinochet, pero, también, para expresar su repudio al régimen, al Parlamento y, en general, a los más altos funcionarios públicos, incluidos los oficiales de las FFAA, las jefaturas de Carabineros y de la policía civil. Sin embargo, antes de que se escrutaran los últimos sufragios, los partidos hicieron caso omiso de la sentencia popular y a la mañana siguiente reiniciaron su consabido oficio electoral.

Por cierto, que, tampoco, hubo ministros, subsecretarios, legisladores, alcaldes o concejales que renunciaran a sus cargos o dejaran a disposición de los militantes la conducción de sus partidos. En esta actitud, una vez más, no hubo vencedores ni vencidos. Ni siquiera los que públicamente llamaron a prolongar la institucionalidad vigente o aspiraron a que el pueblo les regalará siquiera un escaño en la Convención Constitucional que se encargará de definir la próxima Carta Magna.  Toda una desvergüenza que no se entiende desde los países democráticos acostumbrados a escuchar a los ciudadanos y practicar realmente la alternancia en el poder.

El país debe elegir a todos los miembros de la Constituyente en lo que debe ser una asamblea paritaria de hombre y mujeres, pero por sobre todo al Servicio Electoral debiera dotársele de atribuciones para impedir que los partidos monopolicen las nóminas de candidatos, dándole a las organizaciones sociales y a los independientes o, mejor dicho, no militantes, la posibilidad real de participar en los próximos comicios.

Todos debemos exigir que se legisle urgentemente para impedir los arreglos cupulares y los millonarios gastos electorales, de forma que no lleguen a instalarse en la Constituyente los mismos de siempre, los que tienen dinero o quienes se proponen, ciertamente, y como lo han declarado, morigerar los cambios, salvar el modelo económico  capitalista salvaje neoliberal desigual y combatir el descontento popular con mayor represión policial y violaciones de los DDHH. 

Sin embargo, lo que estamos percibiendo es que a lo sumo serian los propios partidos los que agregarían a sus listas a algunos independientes, porque a éstos se les haría prácticamente imposible postular autónomamente de las colectividades políticas, según la ley electoral vigente.

Menos oportunidades tendrían, todavía, las innumerables organizaciones sociales que repletaron ciudades y pueblos con sus demandas, sin que en estas manifestaciones pudiéramos visualizar los estandartes partidistas ni los rostros de los políticos activos y bien apoltronados en el Congreso Nacional y el Ejecutivo. Se sabe que cuando algunos de estos quisieron sumarse a las marchas, tuvieron que escapar rápidamente para no ser verdaderamente linchados por el pueblo. Fueran de derecha, izquierda o centro. Por más que los canales de televisión, algunos periódicos o emisoras los convocaran a sus matinales y noticiarios faranduleros. Los hicieran parte de un estallido social con el que no estuvieron comprometidos ni invitados, después de treinta años que se dieron maña para darle continuidad a la herencia institucional pinochetista y al régimen capitalista salvaje neoliberal.

Como ya se ha indicado, antes de la próxima contienda presidencial, los chilenos tendremos que elegir a los gobernadores de todo el país, a las autoridades municipales y a los miembros de la Convención Constitucional. De allí que resulte tan absurdo y monstruoso en estos días la proclamación de tantos postulantes para suceder a Piñera Echeñique en La Moneda.  Al menos unos cuatro o cinco de los partidos oficialistas; otros tres o cuatro del PPD y del Partido Socialista; mínimo unos cuatro cinco de la Democracia Cristiana; unos dos o tres del Frente Amplio y de sus grupos o “sensibilidades”, como las llaman, además del siempre listo candidato del PRO, un alcalde comunista que sin tapujos también se ha auto designado. Como también aguardamos por los de otras colectividades que siempre se muestran prestos a ofrecer a sus rostros para desempatar las querellas entre los partidos más grandes. Entre todo un espectro político que no suma más de cien o ciento cincuenta mil militantes. Sin contar todavía el crónico apetito de quienes buscan repetirse el plato en La Moneda. Aquellos y aquellas figuras que no los inhiben el paso implacable de sus años y sucesivos actos de corrupción.

Entendida la política en Chile como una carrera constante por el poder y los cargos de “representación”, es decir nunca o muy pocas veces como una oportunidad de servicio público, esta proliferación de candidatos no nos parece tan extraña, aunque cada vez se haga más indignante. Debemos ser el país en toda la tierra que se nutre de menos agrupaciones sindicales juveniles y gremiales. 

Ya no existen los partidos que en el pasado se ufanaban de representar a la clase trabajadora o, siquiera, a los sectores medios. Asimismo, son muchos los jóvenes que se han atrevido a fundar nuevos movimientos y que en muy pocos años han terminado envueltos por los pactos electorales, como extraviados por los grandes empresarios que financian la actividad electoral o las votaciones de los legisladores.

De seguir este grave desdén a los verdaderos artífices de los resultados del Plebiscito, lo sensato sería que los sectores sociales volvieran a golpear la mesa, irrumpieran nuevamente en las calles para hacer todavía más explícito su repudio al conjunto de la clase política. La lucha, en este sentido, no solo es contra el régimen de Piñera Echeñique, sino a favor de establecer una institucionalidad genuinamente democrática, incluido el rescate de todos los derechos políticos, económicos y sociales conculcados. Devolverle la soberanía al pueblo y arrebatársela a los necios que dicen actuar en su nombre, y que solo vienen traicionándolo en todas las últimas décadas.

Ojalá no nos dejemos madrugar nuevamente por las trampas políticas del sistema electoral y que en los comicios venideros la participación electoral exija un pacto previo de garantías políticas, si no queremos reiterarnos en la masiva abstención ciudadana o fomentar la violencia como solución a las injusticias. El pueblo debe avanzar a la primera línea de la acción y decisiones políticas.

juanpablo.cardenas.s@gmail.com

Lo subrayado es nuestro

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