domingo, 8 de noviembre de 2020

“EL HISTORICO TRIUNFO DEL PUEBLO CHILENO. EL APRUEBO”.

 


“EL HISTORICO TRIUNFO DEL PUEBLO CHILENO. EL APRUEBO”.

Haroldo Quinteros

Semanario Sur Andino/ Iquique/ Chile

Como nadie  con algún sentido de lógica podía dudarlo, en el Plebiscito de ayer ganó la opción APRUEBO y su seguidilla la Convención Constitucional. Lo que tenía que suceder lo sabía muy bien la derecha nacional, que algo dividida, pero en lo grueso con firmeza, llamó a la ciudadanía a conservar su espuria constitución, la misma que fuera impuesta  al país por la fuerza bruta y sellada  en un fraudulento plebiscito en 1980. Sus corifeos no se cansaron de repetir  que su “constitución era “perfectible” y que, incluso, había que seguir la línea del presidente Ricardo Lagos; es decir, refrendarle, introduciéndole algunos cambios  sin tocar su esencia, i.e., la definición del Estado de Chile como subsidiario, o neo-liberal.

Lo que no se esperaba, menos aún la derecha, fue que la derrota de su opción Rechazo, fuera tan categórica. Después de todo, su referente Chile Vamos y la mayor parte de los partidos  de la ex. Concertación (en otras palabras la clase política profesional del país) habían recabado un oscuro pacto, el “Acuerdo por la Paz social y la Nueva Constitución,” suscrito por los más prominentes parlamentarios en ejercicio de ambas coaliciones.

Los dirigentes de la ex Concertación, por cierto,  nunca aquilataron la verdadera esencia y fuerza  de la rebelión popular del 18 de octubre del año pasado.  Acostumbrados a co-gobernar  el país durante tres décadas; es decir,  administrarlo según los  dictados de la constitución de la dictadura, no entendieron que lo que quiere la mayoría del país  es un cambio realmente profundo en su estructura económica. Más aún,  no advirtieron que sus colegas de la derecha  nacional habían empezado a retroceder, y que la hora de lanzarse a los cambios de fondo que le hacen falta al país ya había llegado.  La verdad es que los dueños de la partidocracia optaron por defenderse. Era demasiado lo que pedía el pueblo, nada menos que votar una constitución política enteramente nueva a través del única expediente serio y democrático existente en el mundo, la Asamblea Constituyente. Ante la inevitabilidad de enfrentar al pueblo, del modo más astuto que pudieron, resolvieron seguir arrogándose la soberanía popular y, con ella, el poder constituyente.

Por cierto, la clase política solo se ha visto forzada, y por las malas, a tratar el tema constitucional, el mismo cuya tramitación debió iniciarse hace tres décadas, cuando el  pueblo de Chile con el triunfo del NO, puso fin a la dictadura. Desde el mismo 18 de Octubre del año pasado, la clase política ha tratado de distorsionar el proceso constituyente que se vio forzada a iniciar.  En parte lo ha conseguido, y su objetivo no es otro  que los resultados finales del proceso  no reflejan el anhelo popular por cambiar de raíz y revolucionariamente  el orden político, social y administrativo vigente. La primera trampa que puso el proceso fue no haberle dado al pueblo la oportunidad de votar  por una Asamblea constituyente, opción que  sin ninguna duda  habría triunfado de manera abrumadora.  En su lugar, impuso la opción “Convención Constitucional! Que no es lo mismo, en absoluto, como explicaremos más adelante.

Viene ahora, entonces, el paso siguiente, la elección de los miembros de la Convención Constitucional. Confiada en su capital electoral, la derecha impuso en el acuerdo  que suscribió con la ex Concertación algo realmente insólito, que los acuerdos a que llegase  la Convención Constitucional  deben contar con el voto de los dos tercios de sus integrantes. No cabía en si de felicidad, pero el apabullante resultado del plebiscito del domingo pasado  la tiene ahora en ascuas.  Así como están las cosas, el “legado” de sus ídolos Pinochet y Guzmán puede perfectamente irse al tarro de la basura, porque ya no tiene la seguridad que conseguirá el magro tercio que necesita para obligar al país a seguir para siempre bajo la égida de su vil constitución, la de la dictadura.

En cuanto los otros socios del acuerdo, la ex Concertación, la verdad es que fuera del hecho  que muy pocos de sus dirigentes  podían merecer la confianza popular de redactar  una nueva constitución, el pueblo de Chile ya no será engañado otra vez, porque sabe que una nueva constitución, democrática y limpia, no debe ser redactada  por la clase política profesional que gobierna, sino exclusivamente por ciudadanos  elegidos sólo para ese propósito, sobre la base de igualdad de género, la participación de los pueblos originarios y de los chilenos en el exterior. En verdad, hasta ahora el pueblo de Chile no ha entregado a nadie directa ni indirectamente su representación para la redacción de la nueva constitución.

El “Acuerdo por la Paz y Nueva Constitución “no posee una pizca de seriedad. Lo primero: es obvio que un acuerdo por la paz, sólo corresponde a dos  partes que están en conflicto, y el único conflicto que tenemos  en Chile es el existente  entre el Estado y el Pueblo de Chile, que sigue movilizado desde el 18 de octubre de 2019. En cambio, este “acuerdo”, no fue más que un conciliábulo entre colegas, al interior de la clase política profesional, pre-existente al gran conflicto que vivimos. Ante la ciudadanía, el desprestigio de la clase política  es literalmente absoluto, más aún ahora  que nuestros políticos insisten en prescindir completamente del pueblo en sus decisiones, de sus organizaciones sociales, sindicatos,, juntas de vecinos, etc., violando así su soberanía. Su derecho a la autodeterminación y anulando sus capacidades para deliberar, organizarse y resolver libremente sobre su destino. Por supuesto, cualquier chileno digno, que cree en la libertad y que sea honestamente democrático, no podría aceptar este acuerdo. Para empezar, se elaboró y firmó bajo la amenaza del uso de la fuerza, luego que se reuniera el Consejo de Seguridad  Nacional (COSENA), conformado por un 60% de militares. Piñera lo convocó muy poco después del estallido social con el propósito de preparar la represión que vino después. Además sus disposiciones son realmente abismantes, lo que éticamente lo invalida por completo. Se impusieron cargas tan pesadas para el pueblo de Chile como el quórum de 2/3 y la “hoja en blanco”, que significaba nada menos que en caso que, por ejemplo, una nueva definición de estado alcance el 65% de los votos, se mantendrá el correspondiente articulado de la constitución vigente.  También está el hecho que  se votará  por una “Convención Constitucional” y no por una Asamblea Constituyente, lo que fue una vulgar trampa. Muchos chilenos aún  ignoran  que ambos conceptos  son muy diferentes. Una Asamblea Constituyente contempla todos los procesos y acuerdos emanados desde la base social, mientras que “ convención” implica la sola elección de los delegados y el regirse por una única  constitución que tenemos, la de la dictadura.

Lo más grave es que este acuerdo se produjo desconociendo que el poder constituyente originario reside exclusivamente en el pueblo, y éste ya se encuentra deliberando en reuniones, asambleas y cabildos desarrollando un proceso constituyente autónomo, sin formatos preestablecidos. Este proceso no puede bloquearse ni interrumpirse por representantes de poderes ya constituidos anteriormente  al proceso constituyente, como es el Parlamento, institución que nunca tuvo como objetivo redactar ni inmiscuirse  en la redacción de una constitución. Lo más ridículo y absurdo de todo, es que la bendita clase política nacional acordó que fuese la constitución actual. Espúrea, ilegal, ilegítima y anti-democrática, la que rija todo el proceso constituyente en marcha, lo que lacera todos los principios democráticos universales desarrollados en el mundo desde la Revolución Francesa y que son la base del Derecho Internacional en materia de autodeterminación de los pueblos. 

Es tan  grueso el calibre  vejamen al pueblo  que la elección de los delegados constituyentes  se realizaría con el mismo sistema electoral  que se ha usado hasta la última elección de diputados, sistema creado para beneficiar solamente a partidos y coaliciones grandes, obviamente con el fin de fortalecer  las dos existentes, en detrimento de los candidatos independientes y partidos nuevos emergentes.  Para ser candidato, un independiente, debe reunir un número de firmas que no siempre puede alcanzar, así que si éste quiere llegar  a la Convención Constitucional se verá forzado por razones de cálculo electoral, a tratos obligatorios con partidos o a ingresar a alguno de ellos, los mismos  de las viejas y grandes coaliciones.  Dicho con toda claridad, los políticos profesionales firmantes del “acuerdo” escogieron el sistema electoral vigente porque éste favorece, o sea, se está usando la vieja y espúrea constitución de Pinochet que queremos eliminar para la configuración de una nueva. Ha llegado el momento de revisar bien ésta situación, porque según la constitución actual, para ser. Por ejemplo, diputado, CORE o concejal hay que ser ciudadano con derecho a sufragio , ser mayor de 21 años, tener residencia en la región, tener cuarto medio rendido, estar en una lista o cumplir con las firmas necesarias para ser electo, condiciones que excluyen  a muchos chilenos, especialmente a los jóvenes, en circunstancias que ellos fueron los iniciadores del estallido social que ha generado la actual situación política en Chile y el dramático cambio en la correlación de fuerzas en el país.

Como si todo lo anterior fuera poco, según el acuerdo, habría una comisión de técnicos designada por los partidos para  según nuestros parlamentarios, dar objetividad a todo el proceso. ¡ Vaya desparpajo! Estos “expertos” representarán los intereses de los partidos políticos, es decir,  del puñado de politiqueros profesionales que ocupan sus testeras.. Esta comisión técnica definiría todos  los aspectos indispensables para el funcionamiento  de todo el proceso  constituyente, prescindiendo de la opinión  de los ciudadanos, es decir, olvidando que el poder constituyente originario  radica solo en el pueblo.

Por eso  es que universalmente se define una Asamblea Constituyente como un organismo libre y soberano. Lo que pasa es que muchos de nuestros políticos suponen a la ciudadanía como una masa de ignorantes incapaces de definir sobre su futuro, y que  sólo ellos son los iluminados para hacerlo.  Los políticos firmantes del acuerdo representan a partidos  que no cubren más del 4,8% de la población, con 684.973 inscritos, de los cuales no militan  en ellos ni siquiera el 1%. La verdad sea dicha, estas 684.973 personas son gobernadas  por no más de un par de centenares de políticos profesionales,  muchos de los cuales están metidos hasta los tuétanos en casos de corrupción, cohecho y coimas. Lo que ha sucedido en Chile es que este puñado de individuos ha conseguido igualarse al padrón electoral total de 14.308.151 de inscritos.

El quórum supra-mayoritario de 2/3  en la Convención Constitucional es una siniestra maniobra que intenta  hacer que la minoría de apenas 1/3 pueda bloquear cualquiera decisión de la mayoría.  Así las cosas, la derecha nacional quiere conseguir que  la redacción de la nueva Carta Fundamental, que se hará a partir de una “hoja en blanco” no toque el modelo neoliberal, i.e., la derecha política  pretende bloquear todos los acuerdos que no favorezcan sus intereses. En cambio, podrá imponer esos mismos intereses para acuerdos menores, recurriendo sólo a la mitad del Parlamento, que seguirá funcionando paralelamente. En suma, el más perfecto traje hecho a la medida. Como la redacción de una nueva Constitución ya no tiene por vía la Asamblea Constituyente libre y soberana, sólo le queda al aporreado pueblo chileno: Primero, NO elegir a la Convención Constituyente político profesional alguno, del bando  o partido que sean; segundo, hacer todo lo posible por llevar candidatos independientes  conocidos  por su seriedad y valía ética, y tercero.  Obviamente replicar  el triunfo categórico  de ayer  en la elección de los delegados  que impida que la derecha consiga seguir imponiendo en el país, ahora por la vía democrática, lo que impuso a sangre y fuego en 1980. Otra opción real de triunfo no tenemos.  Si la derecha, desesperada, lograra rearmarse y conseguir el tercio  que necesita en la Convención Constitucional, solo queda al pueblo continuar auto-convocándose y no cejar en su lucha por una nueva, democrática, popular y legítima constitución política.

Lo subrayado es nuestro.

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