¿Qué tan
universales son los Derechos Humanos?
Por Sergio Rodríguez Gelfenstein.
Prolegómenos:
La Professora Gabriela Mistral, Premio Nobel de Literatura y los Derechos Humanos, en Naciones Unidas.
La divina maestra puntualiza sobre la Paz y los Derechos Humanos: Hace ocho años dos palabras bajaron hacia
las multitudes de varias naciones de Seres Humanos, y son ellas palabras las
que celebramos hoy en forma de los Derechos Humanos. Muchas Patrias ya conocían
esta honra, pero no eran todas las criaturas quienes gozaban de estos Derechos.
Este día llegó por fin hace ocho años, y lo celebramos como un nacimiento
pascual. Recordemos en este aniversario, el ancho y noble bien logrado, y
hagamos con fervor el voto de que esta fecha será en el calendario de 1956,
absolutamente gloriosa. Los presentes que estamos hartos de tan larga espera,
los que no aceptamos seguir sobreviviendo sin los Derechos del Ser Humano,
continuaremos nuestra lucha…
En ninguna página sagrada hay
algo que se parezca al privilegio y aún menos, a la discriminación. Dos cosas
que rebajan y ofenden al hijo del hombre…
LA PAZ: Yo sería feliz,
si vuestro noble esfuerzo por obtener los Derechos Humanos, fuese adoptado con toda
lealtad, por todas las naciones del mundo. Este triunfo será el mayor entre los
alcanzados en nuestra época.
Es necesario que la paz sea
la soberana verídica de la vida, y que el trágico filo del odio guerrero se
vuelva sombra, humo y olvido, para ser reemplazado por el resplandor del afecto
humano extendido y floreciente para todos”...
“Esto es Español II” -
LÄNDERKUNDE LÄTEINAMERIKAS. Prof. Moreno Peralta / IWA. Biblioteca Iberoamericana/
Berlín, Alemania. Biblioteca Nacional Lic. José Martí Pérez/ Habana, Cuba.
Un diputado chileno de origen croata, pero cuyo apellido en inglés es
el nombre de un ácido que se usa como antiséptico hizo una declaración que pone
de relieve su amargo carácter reflejo de su acidez, aunque su punto de vista no
alude a la condición antiséptica que le permitiría evitar la infección; al
contrario, extendiendo la putrefacción que le caracteriza cuando a temas
internacionales se refiere y haciendo gala de la ignorancia que pasea con aires
de grandeza, el tal parlamentario puso sobre el tapete la discusión la
universalidad de los derechos humanos.
De verdad es un
tema interesante y complejo, porque en si mismo niega el carácter
multicultural, multiétnico y diverso de la humanidad. Vale preguntarse si es
posible lograr la universalidad de algo, por una forma distinta a la imposición
y sin que medie la utilización de la fuerza por los más poderosos. En años
recientes, el poderío militar, financiero y cultural avasallante del que hacen
gala los omnipotentes señoríos del planeta han pretendido por vía mediática
(con bastante éxito), universalizar hábitos alimenticios, uso de vestuarios,
costumbres y comportamientos. Así el Big Mac se ha convertido en comida
universal, así como la coca cola en bebida consumida en todas las latitudes y
longitudes del planeta, los “blue jeans” y las “chemises” en la ropa de “todos”
y la celebración de Halloween en algo ineludible para las clases medias de
buena parte de la tierra. Ha sido tal el impacto que han causado estas
prácticas que el lema central del XVIII Congreso del Partido Comunista de China
celebrado en octubre de 2012 fue “Hacia la seguridad cultural”, lo cual
conllevó un esfuerzo superior del país a fin de salvaguardar sus costumbres, su
cultura y sus hábitos de vida. Por cierto, China lo puede hacer por la
fortaleza de su civilización milenaria y porque puede oponer su poder económico
al poder económico universalizador.
Algo parecido se quiere hacer con los derechos humanos, lo cual abre
una discusión sobre el término mismo al que se refiere. El vocablo humano
procede del latín y significa “hombre que proviene de la tierra”, además, al
aceptar que se trata de algo vivo es que se utiliza el concepto de “ser
humano”. Nuestra especie es la de los “homo sapiens”, es decir “hombres
sabios”, por tanto quee puede razonar, pensar comunicarse, tanto de forma oral
como escrita, todo lo cual se conoce como posesión de la sabiduría que es
característica para hacer diferente de cualquier otro animal, a nuestra
especie. Ahora bien, la sabiduría tiene relación directa con el conocimiento,
la inteligencia y la experiencia que nos permiten reflexionar y sacar
conclusiones respecto de lo que es correcto o incorrecto hacer de acuerdo a las
normas aceptadas por la sociedad en que vivimos. Par ello existe la justicia,
para establecer normas de obligatorio cumplimiento en esa sociedad, aquí surge
la pregunta de si pueden existir normas universales, sobre todo cuando ellas
suelen relacionarse con criterios de moralidad que son propios de cada país y
nación.
Cuando –por ejemplo- un delincuente entra a robar a una casa y
encuentra a una ancianita de 90 años que lo ve, razón suficiente para que el
malhechor decida asesinarla; o cuando un degenerado viola a un niño o a una
niña de escasa edad; o en las múltiples ocasiones en que agentes del Estado
torturan, produciendo concientemente dolor y sufrimiento a una persona que
posee una información que el agente desea saber, pero que la ley no obliga a la
víctima a entregar, me pregunto, en atención a nuestra condición de hombres que
piensan y que razonan, si estos individuos pueden ser considerados seres
humanos y por tanto estar sujetos a la garantía que la universalidad del
principio les provee. Aún no tengo
respuesta, sigo indagando sobre el tema que me preocupa e inquieta cuando veo
que en algunas ocasiones, quienes producen esos delitos son protegidos de forma
superlativa por el Estado en comparación con el resguardo que se les
proporciona a las víctimas. Eso en Chile, país del antiséptico diputado es
particularmente patente.
Pero volviendo a la universalidad de la Carta Internacional de
Derechos Humanos de la ONU, hay que regresar al origen de dicho documento. Vale
recordar que la misma fue suscrita el 10 de diciembre de 1948 por 58 países, de
los cuales 48 votaron a favor. Sudáfrica y Arabia Saudita se abstuvieron por
razones obvias, lo mismo hicieron los países del este de Europa, ante la
negativa de la comisión de incorporar en el documento un rechazo explícito al
nazismo y el fascismo.
Revisemos su “universalidad”. África: 4 países de los 54 miembros
actuales, de ellos solo dos del África subsahariana; 13 de Asia de los 48
actuales, de los cuales 6 eran del Medio Oriente y 7 del Asia Central y el
Lejano Oriente y únicamente 2 de Oceanía (Australia y Nueva Zelanda) de los 14
actuales. ¡Vaya universalidad en la que buena parte del planeta todavía vivía
bajo la horrible afrenta del colonialismo! Alguien, en su buena fe podría
alegar que el resto de los países se fueron incorporando con posterioridad y es
cierto, pero lo hicieron sobre la base de la aceptación de un documento ya
elaborado y ante el cual no podían emitir opinión alguna, sólo admitirlo.
Pero, vayamos a la comisión encargada de redactar tal documento, la
misma creó un comité de 8 miembros de los cuales 3 eran europeos, un latinoamericano,
un oceánico, dos asiáticos y una estadounidense que la presidía: la ex primera
dama Eleanor Roosevelt, cuyo esposo, olvidándose de toda la parafernalia de la
alternabilidad política como bien de la democracia se reeligió presidente tres
veces hasta morir en el cargo. También es bueno recordar que dos meses antes de
la creación de la ONU, tal vez como forma de refrendar su visón futura de mundo
y en particular respecto de los derechos humanos, Estados Unidos lanzó las
bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, dos ciudades inermes de un país
derrotado en la práctica y en vías de negociar su rendición.
Ningún representante de África participó en la elaboración de la
“universal” declaración. En el trabajo de discusión y confección de los
fundamentos filosóficos del documento les cupo especial participación a los
diplomáticos y filósofos Peng-chun Chang de China y Charles Habib Malik del
Líbano. Nadie más que ellos bregó por intentar la universalidad de la
declaración frente a la imposición occidental que emanaba de la Sra. Roosevelt
como encarnación de la verdad universal que suponía inserta en los valores
estadounidenses que logró transformar en “valores de todos”.
Ambos entendieron que debían sacrificar ciertos principios para poder
llegar a una declaración sin la cual el trabajo del comité hubiera sido un
fracaso. Malik, férreo defensor de la universalidad de los derechos humanos,
comprendió que al menos debía dejar abierta la discusión para ser interpretada
como resultado de un acuerdo en el que se trató de integrar diferentes sistemas
filosóficos y políticos, culturas y religiones. Sin ser óptimo, lo entendió
como lo mejor que se podía obtener en el contexto político del fin de la guerra
cuando además, el antecesor de la ONU, la Sociedad de Naciones había fracasado.
Por su parte, Peng como amplio conocedor de la filosofía china de sus
orígenes y de la occidental de su formación, se propuso ser “puente” entre
ambas, pero siendo fiel a la primera hizo primar la armonía por sobre el
conflicto, sabiendo que en materia de derechos humanos en la que Occidente se
asume como cuna, pensadores chinos de la antigüedad como Confucio y Mencio
hicieron aportes relevantes que tributan a una mirada distinta pero
complementaria a la de Occidente, desde muchos antes de la Ilustración o la
revolución francesa. La idea de universalidad es mucho más antigua en China que
en Occidente. El conocimiento y la comprensión de estos aspectos llevaron a
Peng a hacer los más sustanciales aportes en el proceso de elaboración de la
Declaración, sobre todo en la adjudicación del derecho a la libertad e
igualdad, pero basado en su racionalidad y conciencia que los debe conducir a
un comportamiento fraternal
A Peng, se le debe haber evitado cualquier referencia a un Dios, toda
vez que esta idea no tiene una mirada universal, es decir la “universalización”
de los derechos humanos parten de que no existe una concepción única sobre los
mismos. De igual manera, logró que no se incorporara la correspondencia de los
derechos humanos con el derecho natural como sustento de los mismos, porque
ello refiere a la concepción occidental. Pero no pudo impedir y debió aceptar
el precepto de que “todos los seres humanos nacen libres e iguales”, porque
pensaba que al ser algo que se obtiene con el nacimiento y dada su
especificidad le parecía innecesario, creía que debía decir “todos los seres
humanos son libres e iguales”. También debió ceder en cuanto a puntos de vista
filosóficos de la cultura china adversos a la tradición de sus colegas
occidentales, por ejemplo en materia de dualidad de derechos y deberes.
La mención de estos ejemplos (hay muchos más) solo son traídos a
colación para dejar patente que el propio debate de estos principios que hoy se
asumen como sacrosanta verdad, finalmente, como casi todo en la vida- responde
a una convención que busca hacer viable la convivencia pacífica, pero en el
trasfondo la tal universalización de los derechos humanos y el derecho
internacional en sí mismo, responden a la imposición de clases y poderes que solo
recurren a ellos para su conveniencia, pisoteándolos cada vez que no resulta lo
esperado. Si no, pregúntenle al Sr. Trump por qué abandonó la Convención de
Cambio Climático, la Unesco, el Acuerdo con Irán, el TLC con México y Canadá y
otros tratados multilaterales, además de amenazar con retirarse de la OMC pone
al mundo en vilo respecto de la armonía deseable para que la concordia prime
sobre la tierra. Deseable sería también que el ácido diputado chileno hiciera
votos de protesta ante tal desmesura que viola los derechos más elementales de
todos los habitantes del planeta.
PS: Lo subrayado es nuestro.
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