Venezuela y América Latina en el contexto del conflicto global actual.
Sergio Rodríguez Gelfenstein.
Escritor
y analista internacional. Addhee,Ong
La operación militar rusa en Ucrania ha
hecho patente la crisis y caducidad de ese sistema que desde la desaparición de
la Unión Soviética que condujo al fin del mundo bipolar, se ha debatido en la
búsqueda de su estabilización. Desde entonces el planeta ha transitado por un
período de incertidumbre y caos (última década del siglo pasado), hasta la
imposición del mundo unipolar por Estados Unidos, aprovechando el auto atentado
terrorista del 11 de septiembre del 2001. Total, el fin justifica los medios
Sin embargo, tal modalidad transformada
en norma feneció muy rápidamente al ser atacada desde adentro por la crisis
económica y financiera que dinamitó las bases del sistema capitalista a partir
del año 2008. Desde entonces, la pugna entre unipolaridad y multipolaridad no
ha podido ser resuelta a favor de una u otra opción. Vale decir que, en este
contexto, entre los signos distintivos del nuevo siglo, sobre todo a partir de
su segunda década, se manifiesta la presencia de China y Rusia como actores
relevantes que señalan la posibilidad de construir una multipolaridad amplia
que ordene el mundo del mañana.
La velocidad de los acontecimientos
alteradores del status quo actual es
de tal celeridad que amenaza con dejar fuera a quien no reacciona a tiempo
frente a los cambios que están ocurriendo. El convencimiento de que los
destinos de la humanidad y el eje sobre el cual girará la dinámica global se encuentran
en el espacio euroasiático condiciona el análisis y la toma de decisiones de
estadistas y políticos.
El dominio eurocéntrico que se vivió en
el siglo XIX y entrado el XX, dio paso a otro que se desplazó hacia este y
oeste (Unión Soviético y Estados Unidos) en la anterior centuria, para que
ahora, en el XXI, comience a confluir Eurasia como dimensión sustancial del eje
del poder mundial. Sin embargo, aunque la globalización ya había inaugurado una
extensión planetaria de los acontecimientos internacionales, ahora, tras el
desarrollo de la tecnología y las comunicaciones, tal categoría adquiere forma
y papel decisivo.
Desde una perspectiva distinta, el
espacio euroasiático se ha venido llenando de mecanismos tales como la
Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), la Organización del Tratado de
Seguridad Colectiva (OTSC), la Nueva Ruta y el Cinturón de la Seda, la
Comunidad de Estados Independientes (CEI), la Unión Económica Euroasiática
(UEE), la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en
inglés) ,el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII), entre otros,
que tienen como punto en común su alejamiento de los centros tradicionales de
poder mundial ubicados en Estados Unidos y Europa y que tuvieron su origen en
Bretton Woods (1944) y San Francisco (1945).
Es en Eurasia donde ahora se está
construyendo el futuro, lejos de New York o Ginebra, lejos de París y Roma
donde Occidente impone sus criterios, normas y valores otorgándoles un supuesto
carácter universal que no tienen, y que en tiempos recientes han comenzado a
denominar “orden internacional basado en reglas” por oposición al Derecho
Internacional.
La posibilidad cierta de que tal espacio
se propagara hacia el oeste con una dinámica basada en la cooperación
económica, el comercio, el intercambio y un mecanismo de seguridad colectiva
mutuamente ventajoso, impulsó a Estados Unidos a torpedear tal contingencia a
partir de la utilización del efecto contrario, es decir, la prolongación hacia
el este, pero utilizando los instrumentos militares, el chantaje, la presión y
las sanciones como herramientas de coerción que tienen en la OTAN su principal instrumento
ejecutor.
Estados Unidos entendió que debía evitar
a toda costa que el eje Beijing-Moscú se extendiera a Berlín. Para ello se propuso debilitar a la Unión Europea,
a lo que no pertenece, y fortalecer la OTAN de la cual sí es miembro y controla
a su antojo. Así, uno de los cambios fundamentales del nuevo tiempo era la
subordinación total de Europa a Washington vía OTAN, creando un eje anglófono
de dominación al margen del control europeo para lo cual, el reclutamiento de
las élites del Viejo Continente fue el primer paso, y el Brexit, el segundo. En
esa lógica, impedir la puesta en funcionamiento del gasoducto Nord Stream II
dio continuidad al plan, al mismo tiempo que la incorporación de Ucrania a la
OTAN y la instalación de armas nucleares en su territorio, la culminación del
proceso de establecimiento de un mundo unipolar, tras el primer fracaso en
2008. Para ello, Rusia debía desaparecer como actor internacional relevante, en
el camino de destrucción de China como competidor global determinante en el
mundo del futuro. Esto fue lo que se evitó con la operación militar de Rusia en
Ucrania iniciada en febrero de este año.
En el marco amplio que genera esta
situación, ningún lugar del planeta queda fuera de la influencia de la
avalancha de los acontecimientos que parecieran testificar el nacimiento de una
nueva época. En esa medida, América Latina y el Caribe no están exentos de tal
realidad. Empero, este escenario encuentra a la región en una transición desde
la desunión neoliberal influida por el Norte. a lentos y difíciles procesos
integracionistas que se proponen retomar el rumbo y el ritmo que se habían
iniciado a fines del siglo pasado.
Para Venezuela, la nueva situación
internacional es propicia para reasumir un papel protagónico en el sistema
internacional. No se trata solo de anunciar que tenemos las mayores reservas de
petróleo del mundo y algunas de las más grandes de gas, coltán torio, oro,
diamantes y bauxita entre otras, sino de ponerlas sobre la mesa como
instrumento de negociación. Nuestra posición geográfica le agrega un potencial
extraordinario a las capacidades del país.
Debemos y podemos entrar por la puerta
de adelante al mundo que se aproxima. Junto a nosotros, se deben incorporar
nuestros hermanos de la ALBA. Así mismo, están las condiciones dadas para que
juguemos un rol protagónico junto a México, Brasil, Argentina y otros en la
necesidad de retomar el proyecto bolivariano, fidelista y chavista de la
integración latinoamericana y caribeña que el presidente López Obrador ha
sacado de las catacumbas a las que lo lanzó el neoliberalismo capitalista. Si
Lula llega a la presidencia de Brasil, 2023 será un año en el que este proyecto
regrese a la senda trazada en Mar del Plata en 2005.
Rusia y China conocen esta realidad,
solo falta que unidos se lo hagamos saber nuevamente. El talante bolivariano de
nuestro ADN, una vez más nos obliga. Debemos llegar al 2024 como lo hicieron
nuestras madres y padres fundadores a Ayacucho, doscientos años atrás.
Lo subrayado/interpolado es nuestro.
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