lunes, 12 de julio de 2021

Canadienses se levantan contra la historia de genocidio del


Canadienses se levantan contra la historia de genocidio del País.

En las últimas semanas, cuando los horrores perpetrados en las escuelas residenciales del gobierno canadiense se han cristalizado por el descubrimiento de una serie de fosas comunes de niños indígenas asesinados, el País ha estallado en una avalancha de iglesias católicas quemadas, edificios eclesiásticos cubiertos de pintadas y estatuas de los responsables de los asesinatos derribadas.

Rob Lyons

Traducción: Esteban Fernández

 La profundidad de la rabia mostrada por estas últimas revelaciones públicas coincide con el nivel de desesperación que se siente en las comunidades indígenas, de costa a costa, en todo Canadá. Este estallido de justa indignación tiene sus raíces en la existencia cotidiana de un pueblo que ha sido víctima de una política deliberada de genocidio por parte de siglos de sucesivos gobiernos federales, cuyo objetivo ha sido erradicar a la población indígena de Canadá, primero mediante el exterminio físico y luego mediante la asimilación de los pueblos nativos, a través de la destrucción de su lengua, creencias y prácticas culturales.

El uso del término genocidio no es exagerado. La definición de genocidio figura en el Artículo 2 de la Convención de las Naciones Unidas para la Prevención del Genocidio y enumera sus siguientes características:

En la presente Convención, se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal:

 

a) Matanza de miembros del grupo

 

b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo

 

c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial

 

d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo

 

e) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo.

En todos los casos, los gobiernos de Canadá han sido culpables de la totalidad de los elementos de esta definición de genocidio. No hay un solo acto en la lista anterior que el Estado canadiense y sus predecesores, las oficinas coloniales francesas y británicas, no hayan perpetrado contra los pueblos indígenas de la mitad norte de América del Norte. Pero, ¿podría ser de otra manera?

Canadá fue ocupado por pueblos europeos de la misma manera que toda América se convirtió en un campo de exterminio para el colonialismo español, francés y británico. El genocidio de los pueblos indígenas de las Américas es parte integrante de la historia del colonialismo europeo, una historia que continúa y que ha producido más de 400 años de resistencia activa, que se extiende a lo largo de las Américas.

La defensa de sus tierras y la defensa de su derecho inherente a la autodeterminación han sido parte de esa resistencia, una resistencia que se ve, hoy en día, en la lucha de los pueblos mapuches de la Patagonia y del sur de Chile contra las empresas transnacionales respaldadas por las Fuerzas Armadas de los estados oligárquicos, la lucha de los pueblos del altiplano guatemalteco contra las empresas mineras canadienses o la de los pueblos garífunas de Honduras que luchan por mantener sus tierras lejos de las garras de los promotores inmobiliarios canadienses, hasta la resistencia de los defensores de la tierra de Idle Nor More que se oponen a la expansión de las redes de oleoductos de hidrocarburos que atraviesan zonas ecológicas y culturales sensibles en las llanuras de América del Norte y en los bosques y montañas de la Columbia Británica y Alberta.

 El sistema canadiense de internados: un instrumento de genocidio

El sistema de escuelas residenciales para indígenas de Canadá ha sido un elemento clave en las políticas genocidas del Estado canadiense, durante más de 100 años. Era un sistema de internados que albergaba a decenas de miles de niños indígenas, secuestrados de sus familias por la policía estatal, la Real Policía Montada de Canadá, una fuerza creada por primera vez para aplastar la rebelión de los pueblos metis e indios en la actual provincia de Saskatchewan.

El primer internado se creó en 1830, en la Reserva Mohawk Grand River de Brantford (Ontario) y el último se cerró, en 1996, en la reserva india de Gordon (Saskatchewan).

Estos niños secuestrados fueron obligados a asistir a las escuelas bajo la ficción legal de la Ley Indígena, que exigía que los niños indígenas fueran obligados a asistir a escuelas diurnas o residenciales. Como muchos de estos niños procedían de comunidades remotas o de reservas en las que no había instalaciones educativas fueron, entonces, secuestrados ‘legalmente’ por el Estado canadiense.

Los 80 internados fueron gestionados por diversas instituciones religiosas, siendo las principales organizaciones las católicas (44 escuelas) y anglicanas (21 escuelas). Las escuelas se establecieron lo más lejos posible de las comunidades indígenas, para limitar el contacto entre los niños y sus padres y hermanos. Se trataba de una política deliberada, que formaba parte del objetivo político general de las escuelas, que consistía en asimilar a los niños indígenas a la cultura europea blanca, considerada por la ideología dominante como "más civilizada" que la variada vida cultural de los pueblos indígenas.

La política fue expresada de la mejor manera por Hayter Reed (1849-1936), el Comisionado de Asuntos Indios, un funcionario estereotipado de la época, que argumentaba que la construcción de escuelas residenciales a gran distancia reduciría el contacto con la familia y, por lo tanto, mejoraría la política de asimilación. Reed, también, introdujo un sistema de "pases", que él mismo reconoció como ilegal, que restringía aún más el contacto, ya que confinaba a los indios a sus reservas, a menos que el agente local de Asuntos Indios les concediera un "pase de movilidad".

 Sabían de los niños asesinados

En 2008, el gobierno canadiense, bajo la presión de las Naciones Unidas y, en parte, para desviar la atención de una acusación de genocidio presentada ante la Corte Internacional de Justicia, estableció una Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR) como parte de un ejercicio político para distanciarse de las políticas de los gobiernos anteriores. El objetivo de la CVR era intentar cerrar los peores aspectos de las políticas del Departamento de Asuntos Indios y dar a conocer la realidad de los supervivientes de los internados.

Durante los tres años que duró este ejercicio político, miles de antiguos alumnos de los internados dieron testimonio de los horrores que presenciaron en las escuelas: palizas, violaciones por parte de sacerdotes y monjas, quema de bebés en los hornos de la escuela, uso de la inanición deliberada para inducir y garantizar el cumplimiento de las normas. A los alumnos de estas escuelas se les prohibía hablar su propia lengua y realizar cualquier práctica cultural indígena.

Como parte de ese testimonio, los supervivientes hablaron de las fosas comunes sin marcar, en los terrenos de la escuela, donde los entierros se veían como algo habitual. Se registraron 150.000 detenidos en estas escuelas, y se estima que entre 20.000 y 30.000 niños murieron a manos del sistema escolar.

Sin embargo, el Gobierno no dispone de registros oficiales sobre el número de muertes en las escuelas, alegando que, dado que las escuelas estaban dirigidas por órdenes religiosas, los registros escolares estaban en manos de funcionarios de las iglesias. El Gobierno lo sabe desde hace décadas. En varios informes, enviados al Departamento de Asuntos Indígenas, tanto por médicos como por profesores, las condiciones de las escuelas fueron expuestas sin ambages. En una escuela, los profesores informaron que hasta 25% de los niños que empezaban a ir a la escuela morían antes de poder graduarse, y pidieron al Gobierno que creara una comisión, para examinar el estado de las escuelas.

Así, cuando se verificó la existencia de las fosas comunes por los esfuerzos de las propias naciones indígenas, en un sitio tras otro de las propiedades de los antiguos internados, estos odiados símbolos del genocidio, el horror de los miles de niños asesinados ha producido un movimiento masivo en la sociedad canadiense en solidaridad con los pueblos indígenas.

Los canadienses saben, ahora, lo que los gobiernos federales y provinciales han sabido siempre: que han sido parte del asesinato masivo de niños. Esto ha desatado una ola de repulsión y rabia, que se ha manifestado en cientos de actos de solidaridad con los pueblos indígenas.

Un movimiento social de masas para desafiar el racismo en el Estado imperialista canadiense

Canadá, como país colonizador, lleva el racismo incorporado en su ADN. El racismo es un componente ideológico esencial del colonialismo y del imperialismo. Es la parte de la ideología capitalista dominante, que proclama que el colonizador y el imperialista traen la civilización, la democracia y la ilustración a los colonizados y dominados por las grandes organizaciones capitalistas de Europa y Norteamérica.

Como pueblo oprimido, los pueblos indígenas de las Américas han sufrido todos los mismos tópicos racistas: que son salvajes, incivilizados, perezosos, vagabundos, sin moralidad. Estos estereotipos se han aplicado y se aplican de un millón de maneras diferentes, algunas sutiles, otras no, a cualquiera de los pueblos subyugados de África, Asia, Australia o América.

En Europa, estos términos se han aplicado a los eslavos, los judíos y los romaníes durante siglos, como medio para legitimar la ocupación y la colonización de los Balcanes y de Europa del Este, desde Polonia hasta las estepas de Rusia.

La importancia del movimiento de masas que está surgiendo en solidaridad con los pueblos indígenas de Canadá puede sentar las bases de una fuerza social capaz de desafiar la narrativa dominante. Sus repercusiones políticas se han dejado sentir en los pequeños pueblos y en las grandes ciudades, donde la cancelación del Día de Canadá (celebración del 1 de julio de la creación oficial del Estado canadiense) se codificó en proclamas de los ayuntamientos de todo el País.

El movimiento All Children’s Lives Matter [Las Vidas de Todos los Niños Importan], simbolizado por las camisetas naranjas con ese lema, exige la inclusión de los pueblos indígenas como parte intrínseca de la sociedad canadiense, al tiempo que reconoce su condición de naciones oprimidas dentro del Estado canadiense.

Este movimiento representa un cambio real en la actitud de los canadienses y ofrece la oportunidad de construir un movimiento de solidaridad en el que las demandas de los pueblos de las Primeras Naciones por agua dulce en sus reservas, por una vivienda digna, por un sistema educativo de calidad controlado por las comunidades indígenas y por el desarrollo de organismos económicos que, también, formen parte de la forma colectiva indígena de producción social, son demandas que pueden vincular a los oprimidos y explotados en todo Canadá, y pueden proporcionar vínculos de solidaridad, también a nivel internacional.

Los pueblos indígenas han estado a la cabeza de los movimientos para defender la Tierra de la violación y el expolio de sus recursos. Este movimiento es internacional, como se puede leer en las páginas de La Lucha Indígena, revista de noticias producida por el colectivo dirigido por Hugo Blanco, antiguo líder de la fuerza de autodefensa campesina de masas en el Valle de la Convención de Perú.

El levantamiento en Canadá está vinculado, en última instancia, a la cuestión de la tierra, cuestión de gran importancia para entender la resistencia indígena examinada por el marxista peruano José Mariátegui, en los años 30, y motor de la resistencia indígena internacional.

La quema de las iglesias, símbolo de esa resistencia, tiene, en sí misma, una historia en los años de resistencia al sistema de escuelas residenciales. Durante esos años, se quemaron iglesias y escuelas. Es importante entender que las iglesias, en particular la Iglesia Católica, han desempeñado un rol clave en el intento de marginar y borrar a los pueblos indígenas allí donde ha marchado de la mano de los ocupantes coloniales e imperialistas. Canadá no ha sido diferente, por lo que la quema de las iglesias es un acto político de resistencia contra el papel que juega la Iglesia en el genocidio de los pueblos de las Primeras Naciones.

Lo que ha cambiado es el clima político en el que se desarrolla la resistencia indígena. La afluencia masiva de solidaridad con esa resistencia ha señalado un cambio en la dinámica social canadiense, vinculado a dos procesos clave en funcionamiento. El primero es el rol que los protectores de la tierra, encabezados por una serie de Primeras Naciones, en los enfrentamientos con el Estado canadiense, ha puesto de relieve la lucha contra la destrucción de la tierra y los movimientos contra el cambio climático. Las reivindicaciones de los pueblos de las Primeras Naciones son las demandas y los temas alineados con el movimiento ecosocialista.

Asimismo, las formas de lucha son las conocidas por los movimientos sociales y sindicales: las acciones masivas de bloqueos, ocupaciones, enfrentamientos con las fuerzas de los Estados y la amenaza de la resistencia armada, son las herramientas conocidas de la resistencia. Los enfrentamientos armados con el Estado canadiense no son nada nuevo. Los dos enfrentamientos más conocidos de las últimas décadas en Oka, en Quebec, y en Ipperwash, en Ontario, se saldaron con importantes victorias de la resistencia indígena.

El segundo elemento clave en el proceso de radicalización de la política de resistencia es de carácter social. La sociedad canadiense ha experimentado un profundo cambio en la estructura étnica y nacional, con grandes poblaciones procedentes del sur y el sureste de Asia y de China, así como un cambio generacional que ha supuesto un cambio de actitud. Los hijos de los baby boomers [personas nacidas durante la ‘explosión demográfica’, poco después de la Segunda Guerra Mundial, entre 1946 y 1964], que ahora tienen entre 30 y 40 años, han demostrado, una y otra vez, en las encuestas, que sus inclinaciones políticas son hacia la Izquierda, y que son menos racistas, sexistas y homófobos que los de la generación anterior.

Estos jóvenes trabajadores están en primera línea ante la devastación social provocada por un capitalismo envejecido y decrépito. Entienden que el sistema no funciona para ellos. Ven el obsceno consumo conspicuo de gente como Bezos, Gates, Slim o Weston, en un momento en que la falta de vivienda crece a pasos agigantados, cuando las soluciones a una crisis médica que amenaza a toda la humanidad están bloqueadas por las nociones de propiedad intelectual y cuando, cada día, el clima ofrece más pruebas del apocalipsis que se avecina. Estas son las personas que tienen el potencial de formar parte de la vanguardia revolucionaria que puede poner fin a los estragos del imperialismo, y que están demostrando con sus acciones de solidaridad con la resistencia indígena que van en esa dirección.

Dada la crisis generalizada del capitalismo a nivel mundial, y la creciente marea de la lucha de clases a nivel internacional, producto, a su vez, de la naturaleza cambiante del trabajo y de la falta de oportunidades para los jóvenes de la clase obrera, esta confluencia de procesos puede dar lugar a una politización de la clase obrera canadiense mayor que la de los años 30 y 40, y a la construcción de un bloque político hegemónico, y de organizaciones socialistas revolucionarias con los pueblos indígenas como parte de esa dirección, que pueden forjarse en la lucha para derrotar al Estado imperialista canadiense y a su clase dominante, parte integrante del imperialismo norteamericano.

Artículo original: Canadians Rise Up Against the Country’s History of Genocide

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