Por Sergio Ortiz/ escritor,
comunicador social, analista internacional/Barómetro Latinoamericano/ADDHEE.ONG:
Exigimos la libertad del fundador de Wikileaks, Julián Paul Assange.
El lunes 24 empezó en la corte de
Woolwich Crown, cercana a la cárcel de máxima seguridad de Belmarsh, en el
sureste de Londres, el juicio donde se resolverá si el Reino Unido acepta o no
extraditar al fundador de WikiLeaks hacia Estados Unidos, tal como lo reclamó
en la primera audiencia el fiscal estadounidense, James Lewis. El enviado
judicial de la administración Trump declaró que Washington aplicará la misma
persecución judicial que sufre el líder de WikiLeaks contra cualquier
periodista que revele secretos de Estado.
El detalle que Lewis omitió es que lo
divulgado en 2010 por el australiano en su sitio son pruebas sobre crímenes de
guerra cometidos por militares de Estados Unidos que la justicia estadounidense
no ha investigado. Ésta es una de las grandes paradojas de este infame proceso:
los generales estadounidenses masacraron a población civil en Irak y
Afganistán, torturaron prisioneros en Abu Ghraib (Irak) y Guantánamo, etc.,
pero están libres, percibiendo sus salarios y ostentando sus condecoraciones.
En cambio, el medio que denunció esas atrocidades fue demonizado como si fuera
parte del enemigo terrorista. Su director vio negada su condición de periodista
y debió padecer en vida mil calvarios.
Su supuesto delito fue publicar hace
diez años 250.000 cables diplomáticos cruzados entre el Departamento de Estado
y las embajadas estadounidenses (incluyendo la de Argentina, como ya se verá)
y unos 500.000 documentos confidenciales sobre las actividades del ejército
estadounidense en sus invasiones de Irak y Afganistán.
El primer cargo que le hicieron fue
ayudar a la analista militar Chelsea Manning a extraer de computadoras los
cables referidos a esos dos teatros de agresión. Por esa acusación la pena
máxima era relativamente menor, 5 años de cárcel. Casi una invitación a aceptar
la acusación y entregarse mansito porque en poco tiempo recuperaría la
libertad. Luego le adosaron otros 17 cargos basados en una ley de Espionaje de
1917, de tiempos de la Primera Guerra Mundial, agravándose la eventual condena.
La condena de 175 años exigía por el régimen
capitalista salvaje de los Estados Unidos, significan dos penas de muerte para
el fundador de Wikileaks.
Si la jueza británica Vanessa
Baraitser que dirige el juicio en Woolwich fallara a favor de la extradición,
al australiano podrían condenarlo a un total de 175 años por esos 18 cargos.
Como ya tiene 48 años de edad, sería una condena de más de dos penas de muerte.
Eso supondría una tremenda injusticia
y virtual condena a perpetua, a morir en prisión. Pero hay algo peor aún: sería
una condena para todo el periodismo, sobre todo el de investigación, el que
escudriña en los secretos del poder imperial y los ventila para conocimiento de
millones de personas. Washington estaría condenando al periodismo todo, no sólo
al prisionero australiano. ¿Quién se animaría luego a repetir las hazañas del
fundador de WikiLeaks o del estadounidense Edward Snowden, que también
sacó a relucir las miserias de las agencias de espionaje estadounidense?
A pesar de todo es posible que aparecieran nuevos Assange y Snowden, en un
clima aún más peligroso que el que se respiraba entre 2010 y 2020.
A Chelsea Manning la condenaron a 35
años de cárcel acusada de pasar esos datos a WikiLeaks; estuvo presa 7 años y
en 2017 fue indultada por Barack Obama. Entre marzo y mayo de 2019 fue
nuevamente detenida para presionarla a declarar en contra de Assange, a lo que
ella se negó.
Muchos años sufriendo
Para tratar de llevarlo detenido a
yaquilandia, a Assange le inventaron una doble denuncia por abuso sexual
formulada por dos mujeres en Suecia; la justicia de ese país decidió cerrar
esas causas tras muchos años sin elementos para sustentarla.
Esa denuncia sirvió para que la
justicia inglesa, donde Assange vivía, dispusiera juzgarlo y tenerlo 50 semanas
bajo arresto domiciliario. Cuando venció ese lapso, se asiló en la embajada de
Ecuador en Londres, con permiso del entonces presidente Rafael Correa, entre el
17 de junio de 2012 y el 11 de abril de 2019. Ese día el traidor “Kautsky”
Moreno le quitó la protección y permitió que la policía inglesa lo llevara
preso a Belmarsh. Desde entonces pasaron otros 315 días en prisión, esperando
el juicio de extradición.
Si los números no fallan, el creador de WikiLeaks ha
estado 3.154 días entre preso y asilado en un pequeño ambiente, sin poder
cuidar su salud ni sus afectos, sometido a aislamiento, espionaje, campaña de
demonización y sin poder armar su defensa. Eso ya suma 8,7 años de una
detención arbitraria y como equivalente a tortura, como la calificó desde 2016
el relator el Relator de la ONU contra la Tortura, Nils Melzer.
El juicio actual tiene dos fases
previstas. Una durará esta semana y luego se reanudará entre el 18 de mayo y el
5 de junio próximo, cuando se emitirá el fallo.
Éstos son meses claves para la
libertad y la vida de Assange, motivo por el cual no sólo los comunicadores del
mundo deberían tomar posición pública. El
cronista ya firmó la solicitada de 1.348 periodistas de 99 países (https://desinformemonos.org/periodistas-alzan-la-voz-en-defensa-de-julian-assange/
; este es el link para realizar la firma).
Una razón extra para ser agradecidos con esa víctima del
imperio militarista yanqui es que gracias a WikiLeaks se pudieron
conocer los enjuagues de la embajada estadounidense, en tiempos de Vilma
Martínez y de Earl Wayne con políticos como Mauricio Macri y Sergio Massa, el
fiscal Alberto Nisman, los dueños de Clarín y operadores como Joaquín Morales
Solá, Eduardo van der Kooy y Jorge Lanata.
De los miles de cables develados,
2.510 eran de la embajada yanqui en Buenos Aires, analizados por Santiago
O’Donnell en “ArgenLeaks” (Ed. Sudamericana). Uno del 7 de mayo de 2007
informaba: “tenemos una fuerte relación de trabajo. Nos comunicamos de arriba a
abajo con la línea gerencial, involucrándonos en conversaciones diarias con
editores y periodistas de Clarín de Buenos Aires, sobre la relación
bilateral, y rutinariamente los incluimos en programas de entrenamiento en los Estados
Unidos” (pág. 99).
En noviembre de 2009 Massa, en
reunión con la embajadora Martínez, “llamó a Néstor ‘psicópata y cobarde’ y
dijo que su actitud de matón en la política esconde una profunda sensación de
inseguridad e inferioridad” (pág. 213).
Una pena que los cables de WikiLeaks
hayan sido olvidados por quien volvió a cultivar una amistosa relación con
Héctor Magnetto y puso a Massa como titular de Diputados. Esas páginas les dio
vuelta.
Lo subrayado es nuestro.
Memorial Assange por la defensa de la libertad de expresión.
Telesur/ADDHEE.ONG/Latinoamérica un Pueblo Continente Mr.:
El juicio
a Julián Assange, fundador de WikiLeaks, es una metáfora perfecta de cómo opera
hoy el imperialismo estadounidense en el mundo. Son las fuerzas armadas, el
Departamento de Estado y la CIA quienes causaron miles de muertos en
Afganistán, Irak, Libia o Siria, pero es a quien mostró al mundo esos crímenes
a quien se quiere condenar a 175 años de cárcel por 18 delitos (17 de ellos
tipificados por la Ley de Espionaje de 1917, aprobada con motivo de la I Guerra
Mundial).
Lo ha expresado Rafael Correa de
manera contundente. Si las revelaciones de Assange hubiesen sido sobre China o
Rusia, en Washington ya se hubiera construido el Memorial Assange en defensa de
la libertad de expresión y contra los crímenes de guerra de lesa humanidad.
Pero en esta era digital se mata al
mensajero, sea este australiano, como Assange, o estadounidense, como Chelsea
Manning, que pasó 7 años en prisión (de una condena de 35 años conmutada por
Obama). Exactamente 7 años más que cualquier analista de inteligencia
estadounidense que haya torturado civiles afganos o iraquíes.
También 7 años (2.487 días) fueron
los que Julian Assange pasó refugiado en la Embajada de Ecuador en el Reino
Unido tras la retirada de su condición de asilado político por un Kautsky
Moreno subordinado a los intereses de Estados Unidos.
Si de algo es culpable Assange es de habernos abierto los ojos ante los
crímenes de guerra de lesa humanidad estadounidenses, de ponernos delante los manuales de
tortura de Guantánamo, o el video Collateral Murder, donde helicópteros AH-64
Apache abrían fuego en las calles de Bagdad y masacraban a 11 civiles (entre
ellos 2 colaboradores de la agencia de noticias Reuters). Manuales e imágenes
que hacían difícil mirar para otro lado ante los crímenes de guerra cometidos
por Estados Unidos y sus aliados a lo largo y ancho del planeta.
Pero torturas y masacres de civiles
son solo la punta del iceberg de una nueva era digital donde ya no existe
privacidad, y aunque hay una libertad de comunicación aparente gracias al
internet, nuestras comunicaciones son espiadas y se ha militarizado el
ciberespacio y la vida civil en general.
¿Qué es SIPRnet?
WikiLeaks hizo emerger el iceberg y de repente se convirtió en un
elefante que estaba ante nosotros y no nos permitía mirar hacia otro lado.
Gracias a WikiLeaks conocemos qué es SIPRNet, un protocolo secreto de redes de
enrutado de internet que opera el Departamento de Defensa para alojar
información confidencial.
Las filtraciones de Collateral Murder
o Irak War Logs en abril y octubre de 2010, abrieron el camino para que en 2013
Edward Snowden filtrara la información sobre los programas PRISM y Xkeyscore de
la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) estadounidense. Programas que servían
para obtener y analizar de forma masiva datos y metadatos recogidos de
compañías como Google, Facebook o Apple.
Es por mostrarnos como operan el imperio de la vigilancia
y el imperialismo en la era digital, una alianza entre los aparatos militares
de seguridad y las grandes empresas de internet, que Snowden está refugiado en
Rusia, y a Assange se le retiene en la prisión de alta seguridad de Belmarsh,
Londres, mientras se le juzga con el objetivo de extraditarlo a Estados Unidos
en un juicio que será retomado entre el 18 de mayo y el 5 de junio. Mientras
tanto, la primera semana de juicio a Snowden se ha convertido también en una
metáfora de lo que le espera al fundador de WikiLeaks en caso de ser
extraditado: el primer día de juicio fue desnudado dos veces, retenido en cinco
celdas diferentes, y esposado once veces.
Más allá de lo que dictamine un tribunal de un
aliado estratégico de Estados Unidos en la Organización Tratado Atlántico
norte (OTAN), tanto el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas
como la Corte Interamericana de Derechos Humanos han calificado de detención
arbitraria la situación de Snowden, he insistido en la necesidad de garantizar
el asilo. Por no hablar de la condena mundial al intento de censurar la
libertad de expresión, en un caso amparado por la propia Primera Enmienda a la
Constitución de los Estados Unidos. Resulta paradójico que en 2020 estemos
debatiendo recorte de derechos que si se hubiesen producido hace 50 años,
hubiesen imposibilitado el escándalo de Watergate y la renuncia de Nixon.
Es por ello, que el juicio al
fundador de WikiLeaks es un juicio contra la libertad de expresión, porque como
dijo el propio Assange: “Cada vez que
somos testigos de una injusticia y no actuamos somos más pasivos ante su
presencia y con ello podemos llegar a perder toda habilidad para defendernos y
para defender a quienes queremos”.
Pero además, el juicio a Assange es
la posibilidad de manifestarnos contra el imperialismo de la era digital y el
imperio de la vigilancia que construye. Lo dijo el propio Snowden: “No quiero vivir en un mundo donde todo
lo que yo diga o haga, toda persona con quien yo hable, toda expresión de
creatividad, amor o amistad sea grabada”.
No queremos que los regímenes
vigilen de forma indiscriminada a sus ciudadanos y ciudadanas, pero sí queremos
una ciudadanía que mantenga observada a las cloacas del poder para que
respondan por los crímenes cometidos en guerras de despojo por los recursos
naturales del planeta.
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