viernes, 12 de junio de 2015

La Estupidez institucional por Prof. Dr. Noam Chomsky



“Yo reconozco dos cosas infinitas: El universo y la estupidez humana”. Prof. Dr. Albert Einstein.


Profesor Doctor Noam Chomsky, emérito del Departamento de Lingüística y Filosofía del MIT

Discurso de Prof. Noam Chomsky, galardonado con el premio por su contribución a la lucha contra la estupidez de la revista Philosophy Now. El premio se entregó el martes 27 de enero de 2015.

Naturalmente estoy muy contento de que se me haya conferido este honor y de poder aceptar este premio, también en nombre de mi colega Edward Herman, coautor de Los guardianes de la libertad [Manufacturing Consent], quien ha realizado mucho trabajo extraordinario sobre este tópico crucial. Por cierto, no somos los primeros en haberlo tratado.

Predeciblemente uno de estos fue George Orwell. Escribió un ensayo no demasiado conocido, la introducción a su famoso libro La granja de los animales. No es conocido porque no fue publicado, fue hallado decenios más tarde entre sus papeles no publicados, pero ahora está disponible. En ese ensayo señala que La granja de los animales es obviamente una sátira sobre el enemigo totalitario; pero insta a la gente en Inglaterra libre a no albergar demasiadas pretensiones de superioridad moral, porque como dice, en Inglaterra, ideas impopulares pueden ser suprimidas sin utilizar la fuerza. A continuación menciona ejemplos de lo que quiere decir, y solo unas pocas líneas de explicación, pero pienso que van al grano.

Un motivo, dice, es que la prensa es de propiedad de hombres ricos sumamente interesados en que ciertas ideas no sean expresadas. Su segundo punto es interesante, que no planteamos, pero debiéramos haberlo hecho: una buena educación. Si uno va a las mejores escuelas le inculcan que hay ciertas cosas que no se dicen. Eso, afirma Orwell, es un enganche poderoso que va mucho más allá de la influencia de los medios de comunicación.

La estupidez se presenta de muchas maneras. Quisiera decir unas pocas palabras sobre una forma en particular que pienso podría ser la más inquietante de todas. Podríamos llamarla ‘estupidez institucional’. Es una especie de estupidez que es enteramente racional dentro del marco en el cual opera: pero el mismo marco varía entre lo grotesco y la enajenación virtual.

En lugar de tratar de explicarla, podría ser más útil mencionar un par de ejemplos para ilustrar lo que quiero decir. Hace treinta años, a principios de los años 80 –los primeros años de Reagan– escribí un artículo llamado ‘La racionalidad del suicidio colectivo’. Trataba de la estrategia nuclear, y se preocupaba de cómo gente perfectamente inteligente planeaba un camino de suicidio colectivo de maneras que eran razonables dentro de su marco de análisis geoestratégico. En ese momento no sabía hasta qué punto la situación era peligrosa. Desde entonces hemos aprendido mucho. Por ejemplo, una edición reciente de The Bulletin of Atomic Scientists presenta un estudio de alarmas falsas de los sistemas de detección automática que EE.UU. y otros utilizan para detectar ataques entrantes de misiles y otras amenazas que podrían ser percibidas como un ataque nuclear. El estudio cubría de 1977 a 1983, y estima que durante ese período hubo un mínimo de unas 50 semejantes falsas alarmas, y un máximo de unas 255. Fueron alarmas abortadas por intervención humana, impidiendo desastres dentro de unos pocos minutos.
Es plausible asumir que nada sustancial ha cambiado desde entonces. Pero en realidad la situación es mucho peor – lo que tampoco comprendí cuando escribí el libro.
En 1983, aproximadamente cuando lo estaba escribiendo, hubo una grave amenaza de guerra. Se debió en parte a lo que George Kennan, el eminente diplomático, calificó en aquel entonces de “infalibles características de la marcha hacia la guerra – eso, y nada más.” Fue iniciada por programas emprendidos por la administración de Reagan en cuanto éste llegó al poder. Estaban interesados en sondear las defensas rusas, por lo tanto simularon ataques aéreos y navales contra Rusia.

Fueron días de gran tensión. Misiles Pershing estadounidenses habían sido instalados en Europa Occidental, con un tiempo de vuelo de entre cinco y diez minutos hasta Moscú. Reagan también anunció su programa Star Wars [Guerra de las galaxias] interpretado por ambos lados como un arma de primer ataque. En 1983, la Operación Able Archer incluyó una práctica que “hizo que las fuerzas de la OTAN realizaran un lanzamiento hecho y derecho simulado de armas nucleares”. El KGB, hemos llegado a saber de reciente material de archivo, concluyó que fuerzas armadas estadounidenses habían sido colocadas en estado de alerta, e incluso podrían haber iniciado el conteo regresivo hacia la guerra.

El mundo todavía no ha llegado enteramente al borde del abismo nuclear; pero durante 1983, había, sin darse cuenta, llegado inquietantemente cerca – ciertamente más cerca que en ningún momento desde la Crisis de los Misiles en Cuba de 1962. La dirigencia rusa creyó que EE.UU. estaba preparando un primer golpe, y podría haber lanzado un ataque preventivo. En realidad estoy citando de un reciente análisis de inteligencia estadounidense de alto nivel, que concluye que la amenaza de guerra fue real. El análisis señala que el antecedente histórico era el recuerdo perdurable de los rusos de la Operación Barba-roja, el nombre de código para el ataque de Hitler de 1941 contra la Unión Soviética, que fue el peor desastre en la historia rusa, y que llegó a muy cerca de destruir el país. El análisis estadounidense dice que fue exactamente la comparación hecha por los rusos.

Ya es suficientemente malo, pero empeora aún más. Hace cerca de un año nos enteramos que justo en medio de esos eventos que amenazaban el mundo, el sistema de aviso precio ruso –similar al de Occidente, pero mucho más ineficiente­– detectó un ataque entrante de misiles de EE.UU. y envió una alerta de nivel máximo. El protocolo para las fuerzas armadas soviéticas era responder con un ataque nuclear. Pero la orden tenía que pasar por un ser humano. El oficial de guardia, un hombre llamado Stanislav Petrov, decidió desobedecer las órdenes y no informar a sus superiores de la advertencia. Recibió una reprimenda oficial. Pero gracias a su incumplimiento del deber, estamos vivos actualmente.

Sabemos de una inmensa cantidad de falsas alarmas del lado estadounidense. Los sistemas soviéticos eran mucho peores. Ahora los sistemas nucleares están siendo modernizados.

El Boletín de Científicos Atómicos tiene un famoso Reloj del Apocalipsis, y recientemente lo adelantó dos minutos. Explican que el reloj “marca tres minutos antes de medianoche porque los dirigentes internacionales no cumplen con su deber más importante, asegurar y preservar la salud y la vitalidad de la civilización humana”.

Individualmente, esos dirigentes internacionales no son ciertamente estúpidos. Sin embargo, en su capacidad institucional su estupidez es letal en sus implicaciones. Sopesando la evidencia desde el primer –y hasta ahora único– ataque atómico, es un milagro que hayamos escapado.

La destrucción nuclear es una de las dos mayores amenazas para la supervivencia, y es muy real. La segunda, por supuesto, es la catástrofe ecológica.

Existe un conocido grupo de servicios profesionales en PricewaterhouseCoopers que acaba de publicar su estudio anual de las prioridades de los directores ejecutivos. Arriba en la lista está la sobre regulación. El informe dice que el cambio climático no llegó a los máximos diecinueve. De nuevo, indudablemente los directores ejecutivos no son individuos estúpidos. Presumiblemente dirigen sus negocios de modo inteligente. Pero la estupidez institucional es colosal, literalmente pone en peligro la especie humana.

La estupidez individual tiene remedio, pero la estupidez institucional es mucho más resistente al cambio. En esta etapa de la sociedad humana, pone verdaderamente en peligro nuestra supervivencia. Por eso pienso que la estupidez institucional debiera ser nuestra principal preocupación.

Gracias.

Prof. Dr. Noam Chomsky.

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